Era el propósito de Dios aliviar por el trabajo el mal introducido en el mundo por la desobediencia del hombre. El trabajo podía hacer ineficaces las tentaciones de Satanás y detener la marea del mal. Y aunque acompañado de ansiedad, cansancio y dolor, el trabajo es todavía una fuente de felicidad y desarrollo, y una salvaguardia contra la tentación. Su disciplina pone en jaque la complacencia propia, y fomenta la laboriosidad, la pureza y la firmeza. Llega a ser así parte del gran plan de Dios para restaurarnos de la caída.
El trabajo manual y los juegos
El sentir público es que el trabajo manual es degradante, y sin embargo los hombres pueden esforzarse tanto como quieren en el cricket, el baseball o las contiendas pugilísticas, sin que se los considere degradados. Satanás se deleita cuando ve a los seres humanos emplear sus facultades físicas y mentales en lo que no educa ni es útil, que no les ayuda a beneficiar a los que necesitan su ayuda. Mientras los jóvenes se hacen expertos en juegos que no son de valor real para ellos ni para los demás, Satanás juega la partida de la vida por sus almas, arrebatándoles los talentos que Dios les ha dado, y colocando en su lugar sus malos atributos. Su esfuerzo consiste en inducir a los hombres a ignorar a Dios. Procura enfrascar y envolver la mente tan completamente, que Dios no halle cabida en su pensamiento. No quiere que la gente conozca a su Hacedor, y queda muy complacido si puede poner en marcha juegos y funciones teatrales que confundan de tal manera los sentidos de los jóvenes, que se olviden de Dios y del cielo.
Una de las salvaguardias más seguras contra el mal es la ocupación útil, mientras que la ociosidad es una de las mayores maldiciones; porque el vicio, el crimen y la pobreza siguen en su estela. Los que están siempre ocupados, que atienden alegremente sus tareas diarias, son los miembros útiles de la sociedad. Por el cumplimiento fiel de los deberes que hallan en su senda, hacen que su vida les beneficie a ellos mismos y a otros. El trabajo diligente los guarda de muchas de las trampas de aquel que "halla siempre alguna mala ocupación para las manos ociosas".
El agua estancada no tarda en corromperse; pero un arroyo que fluye, imparte salud y alegría por la tierra. La primera es símbolo de los ociosos; el segundo, de los laboriosos. . .
El ejemplo de Cristo
La senda del trabajo, señalada a los moradores de la tierra, puede ser dura y cansadora, pero ha sido honrada por las pisadas del Salvador, y está seguro el que sigue este camino sagrado. Por el precepto y el ejemplo, Cristo dignificó el trabajo útil. Desde sus primeros años, vivió una vida de trabajo. Pasó la mayor parte de su vida terrenal en el trabajo paciente de la carpintería de Nazaret. Vestido como trabajador común, el Señor de la vida recorrió las calles de la pequeña ciudad en la cual vivía, yendo a su humilde trabajo y volviendo de él; y le acompañaban ángeles ministradores mientras caminaba lado a lado con los campesinos y obreros sin que lo reconociesen y honrasen. . .
El trabajo juicioso es tónico para la familia humana. Hace fuertes a los débiles, ricos a los pobres, felices a los desgraciados. Satanás está en acecho, listo para destruir a aquellos que en su tiempo libre le dan oportunidad de acercarse a ellos bajo algún disfraz atrayente. Nunca tiene más éxito que cuando se acerca a los hombres en sus horas de ocio.
La lección de laboriosidad y contentamiento
Entre los males resultantes de las riquezas, uno de los mayores es la idea corriente de que el trabajo es degradante. El profeta Ezequiel declara: "He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso".1 Aquí se nos presentan los terribles resultados de la ociosidad, que debilita la mente, degrada el alma y pervierte el entendimiento haciendo una maldición de lo que fue dado como una bendición. Los hombres y mujeres que trabajan son los que ven cosas grandes y buenas en la vida, y son los que están dispuestos a llevar sus responsabilidades con fe y esperanza.
Muchos de los que siguen a Cristo tienen que aprender todavía la lección esencial del contentamiento y la diligencia en los deberes necesarios de la vida. Requiere más gracia, y más severa disciplina de carácter, el trabajar para Dios como mecánico, comerciante, abogado o agricultor, cumpliendo los preceptos del cristianismo en los negocios de la vida, que el trabajar como misioneros reconocidos. Se requiere vigoroso nervio espiritual para introducir la religión en el taller y la oficina, santificando los detalles de la vida diaria, y ordenando toda transacción de acuerdo con la norma de la Palabra de Dios. Pero esto es lo que el Señor requiere.
El apóstol Pablo consideraba la ociosidad como un pecado. Aprendió el oficio de hacer tiendas en todos sus detalles, importantes o insignificantes, y durante su ministerio trabajaba a menudo en ese oficio para mantenerse a sí mismo y a los demás. Pablo no consideraba como tiempo perdido el que pasaba así. Mientras trabajaba, el apóstol tenía acceso a una clase de personas a quienes no podría haber alcanzado de otra manera. Mostraba a sus asociados que la habilidad en las artes comunes es un don de Dios. Enseñaba que aun en el trabajo de cada día se ha de honrar a Dios. Sus manos encallecidas por el trabajo no restaban fuerza a sus llamamientos patéticos como ministro cristiano.
Dios quiere que todos trabajen. La atareada bestia de carga responde mejor a los propósitos de su creación que el hombre indolente. Dios trabaja constantemente. Los ángeles trabajan; son ministros de Dios para los hijos de los hombres. Los que esperan un cielo de inactividad quedarán chasqueados; porque en la economía del cielo no hay lugar para la satisfacción de la indolencia. Pero se promete descanso a los cansados y cargados. El siervo fiel es el que recibirá la bienvenida al pasar de sus labores al gozo de su Señor. Depondrá su armadura con regocijo, y olvidará el fragor de la batalla en el glorioso descanso preparado para los que venzan por la cruz del Calvario.--Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de la Educación Cristiana, 210-214.