Mensajes para los Jóvenes (1967)

Capítulo 123

El verdadero adorno

POR todas partes prevalece una extravagancia corruptora, y las almas se dirigen a la ruina a causa de su amor al vestido y la ostentación. La vida de las nueve décimas partes de los que son devotos de la moda, es una mentira viviente. Diariamente practican el engaño, el fraude, pues quieren aparentar lo que no son.

Venden la nobleza del alma, la suavidad, la generosidad, para satisfacer la concupiscencia de cosas malas. Miles venden su virtud para tener medios con que seguir las modas del mundo. Esta locura por seguir las modas variables del mundo debería hacer surgir un ejército de reformadores que se pongan de parte de un atavío sencillo. Satanás está siempre inventando modas que sólo pueden ser seguidas a costa del sacrificio del dinero, el tiempo y la salud.

En pos del mundo

Teniendo ante nuestra vista el cuadro de la degradación del mundo en lo que se refiere a la moda, ¿cómo se atreven los cristianos profesos a seguir la senda de los mundanos? ¿Daremos muestras de sancionar estas modas desmoralizadoras adoptándolas? Muchos adoptan las modas del mundo, pero es porque no se ha formado en ellos Cristo, la esperanza de gloria. Se práctica la vida lujosa, el vestir extravagante, hasta el punto de constituir una de las señales de los últimos días.

Por todas partes se manifiestan el orgullo y la vanidad; pero los que tienen inclinación a mirarse en el espejo para admirarse, tienen poca tendencia a mirar en la ley de Dios, el gran espejo moral. Esta idolatría del vestido destruye todo lo que es humilde, manso y amable en el carácter. Consume las horas preciosas que deberían ser dedicadas a la meditación, al examen del corazón, al estudio de la Palabra de Dios acompañado de oración. En la Palabra de Dios, la inspiración ha registrado especialmente lecciones para nuestra instrucción...

La devoción al vestido se apropia de medios confiados para obras de misericordia y benevolencia, y este gasto extravagante es robo hecho a Dios. No se nos han dado nuestros medios para la gratificación del orgullo y del amor al lujo. Hemos de ser mayordomos sabios, y vestir al desnudo, alimentar al hambriento y dar nuestros medios para hacer progresar la causa de Dios. Si queremos adorno, las gracias de la mansedumbre, de la humildad, de la modestia y la prudencia, convierten a toda persona, sea cual fuere su categoría y condición de vida.

¿No definiremos nuestra posición como fieles centinelas, y por precepto y ejemplo no condenaremos el participar en la disipación y extravagancia de esta época degenerada? ¿No daremos un buen ejemplo a nuestra juventud? Si comemos, bebemos o hacemos cualquier otra cosa, ¿no lo haremos todo para gloria de Dios? (Review and Herald, diciembre 12, 1912).