Los cristianos deberían ser los seres vivientes más alegres y felices. Pueden tener la conciencia de que Dios es su padre y su amigo eterno.
Pero muchos cristianos profesos no representan correctamente la religión cristiana. Parecen melancólicos, como si viviesen bajo una nube. Hablan frecuentemente de los grandes sacrificios que han hecho para llegar a ser cristianos. Exhortan a los que no han aceptado a Cristo, indicando, por su ejemplo y conversación, que deben renunciar a todo lo que hace agradable y gozosa la vida. Arrojan una sombra de tristeza sobre la bendita esperanza cristiana. Dan la impresión de que los requerimientos de Dios son una carga hasta para el alma dispuesta, y que debe sacrificarse todo lo que daría placer, o deleitaría el gusto.
No vacilamos en decir que esta clase de cristianos profesos no conoce la religión genuina. Dios es amor. El que mora en Dios, mora en el amor. Los que ciertamente se han familiarizado, por un conocimiento experimental, con el amor y la tierna compasión de nuestro Padre celestial, impartirán gozo y luz dondequiera se encuentren. Su presencia y su influencia serán para sus relaciones como fragancia de flores delicadas, porque están en comunión con Dios y el cielo, y la pureza y la exaltada amabilidad del cielo se transmiten a través de ellos a todos los que están al alcance de su influencia. Esto los constituye en luz del mundo, en sal de la tierra. Son ciertamente sabor de vida para vida, pero no de muerte para muerte.
La recreación cristiana
Es privilegio y deber de los cristianos tratar de refrescar sus espíritus y vigorizar sus cuerpos mediante la recreación inocente, con el fin de usar sus facultades físicas y mentales para la gloria de Dios. Nuestras recreaciones no deberían ser escenas de alegría insensata que caigan en lo absurdo. Podemos dirigirlas de modo tal que beneficien y eleven a aquellos con quienes nos relacionamos y nos habiliten mejor, lo mismo que a ellos, para cumplir con más éxito los deberes que nos corresponden como cristianos.
A la vista de Dios estamos sin excusa si participamos en diversiones que tienden a inhabilitarnos para el desempeño fiel de los deberes ordinarios de la vida y disminuyen así nuestro gusto por la contemplación de Dios y de las cosas celestiales. La religión de Cristo es de influencia animadora y elevadora. Está por encima de todo lo que sea bromas y charlas vanas y frívolas. En todos nuestros momentos de recreación debiéramos obtener de la Fuente Divina de fuerza, nuevo valor y poder para elevar con más éxito nuestras vidas hacia la pureza, la verdadera bondad y la santidad.
El amor a lo bello
El mismo gran Dios es amante de lo hermoso. Nos ha dado evidencia inconfundible de ello en la obra de sus manos. Plantó para nuestros primeros padres un hermoso jardín en Edén. La tierra produjo toda clase de árboles majestuosos, para utilidad y adorno. Fueron formadas las hermosas flores, de raro encanto, de todos los tonos y matices, y perfumaron el aire. Los alegres pájaros cantores, de variado plumaje, entonaron sus cánticos de alabanza al Creador. Era el propósito de Dios que el hombre hallase la felicidad atendiendo las cosas que él había creado, y que satisficiese sus necesidades con los frutos de los árboles del jardín.
Dios, que hizo el hogar de nuestros primeros padres en Edén encantador en gran manera, ha dado también para nuestra felicidad los nobles árboles, las hermosas flores y todo lo bello de la naturaleza. Nos ha dado estas muestras de su amor para que tengamos un concepto acertado de su carácter.
Ha implantado en el corazón de sus hijos el amor a lo bello. Pero muchos han pervertido este amor. Los beneficios y las bellezas que Dios nos ha otorgado han sido adorados, mientras el glorioso Dador ha sido olvidado. Es ésta una necia ingratitud. Deberíamos reconocer el amor de Dios hacia nosotros en todas sus obras creadas, y nuestros corazones deberían responder a estas evidencias de su amor, dándole sus mejores y más sagrados afectos.
El artista maestro
Dios nos ha rodeado del hermoso escenario de la naturaleza para atraer e interesar la mente. Es su propósito que asociemos las glorias de la naturaleza con su carácter. Si estudiamos fielmente el libro de la naturaleza hallaremos que es una fuente fructífera para la contemplación del amor infinito y el poder de Dios.
Muchos enaltecen la habilidad artística que produce bellas pinturas en la tela. Muchos dedican al arte todas las facultades del ser. Y cuánto dista, no obstante, del natural. El arte no logrará nunca la perfección que se ve en la naturaleza. Muchos cristianos profesos pueden contemplar extasiados la pintura de una puesta de sol. Rinden culto a la habilidad del artista, pero pasan por alto con indiferencia la verdadera y gloriosa puesta de sol que tienen el privilegio de contemplar cada tarde sin nubes.
¿De dónde obtiene el artista su modelo? De la naturaleza. Pero el gran Artista Maestro ha pintado sobre la tela cambiante del cielo las glorias del sol poniente. Ha pintado los cielos de oro, plata y carmín como si estuviesen abiertos los portales de los altos cielos, para que veamos sus fulgores y nuestra imaginación conciba la gloria que hay en su interior. Muchos apartan indiferentemente la mirada de esta pintura celestial. No llegan a ver expresados en las excelentes bellezas de los cielos el infinito amor y poder de Dios, y en cambio se extasían al contemplar y rendir culto a pinturas imperfectas, a imitaciones del Artista Maestro (Review and Herald, julio 25, 1871).
Incapacitados para resistir la tentación
No supongáis que os podéis unir con los amantes de las diversiones, con los alegres amadores de placeres y al mismo tiempo resistir la tentación (The Signs of the Times, junio 20, 1900).