Mensajes para los Jóvenes (1967)

Capítulo 125

El amor a los placeres mundanos

Es un hecho alarmante que el amor al mundo predomina en la mente de los jóvenes, como tales. Muchos se conducen como si las preciosas horas de gracia, mientras la misericordia se prolonga, fuesen un gran día de fiesta y ellos estuviesen en el mundo tan sólo para divertirse, para satisfacerse con una excitación continua. Hallan sus placeres en el mundo y las cosas del mundo, y son extraños al Padre y a las gracias del Espíritu. Muchos son descuidados en su conversación. Prefieren olvidar que serán justificados o condenados por sus palabras. La frivolidad, las conversaciones y risas vacías y vanas que caracterizan la vida de muchos de nuestros jóvenes, deshonran a Dios...

Satanás hace esfuerzos especiales para inducirlos a encontrar su felicidad en los placeres mundanos, y a justificarse esforzándose por mostrar que esas diversiones son inofensivas, inocentes y hasta importantes para la salud. Presenta la senda de la santidad como si fuese difícil mientras la del placer mundano como si estuviese cubierta de flores.

Despliega ante los jóvenes el mundo y sus placeres con colores atractivos pero falsos. Mas pronto llegarán a su fin los placeres de la tierra, y se habrá de cosechar lo que se ha sembrado. ¿Son demasiado valiosos los atractivos personales, las aptitudes o talentos, para dedicarlos a Dios, el Autor de nuestro ser, que nos observa continuamente? ¿Son nuestras cualidades demasiado preciosas para ser dedicadas a Dios?

El camino de la sabiduría

Los jóvenes arguyen con frecuencia que necesitan algo para avivar y distraer la mente. La esperanza del cristiano es precisamente lo que se necesita. La religión resultará para el cristiano un consuelo, un guía seguro hacia la Fuente de la verdadera felicidad. Los jóvenes deberían estudiar la Palabra de Dios y entregarse a la meditación y a la oración. Hallarán que no pueden emplear mejor sus momentos libres. Los caminos de la sabiduría "son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz".1

Pablo, escribiendo a Tito, exhorta a los jóvenes a la sobriedad: "Exhorta también a los jóvenes a que sean sobrios: en todas las cosas mostrándote a ti mismo un dechado de buenas obras; en tu enseñanza manifestando incorrupción, sobriedad, discurso sano que no puede ser condenado: para que el que es de la parte contraria se avergüence, no teniendo ningún mal que decir contra vosotros".2

Ruego a los jóvenes, por amor a su propia alma, que presten atención a la exhortación del apóstol. Todas estas bondadosas instrucciones, amonestaciones y reprensiones serán un sabor de vida para vida o de muerte para muerte.

Los jóvenes están naturalmente inclinados a sentir que no se espera de ellos que lleven responsabilidades, cuidados o cargas. Pero sobre cada uno descansa la obligación de alcanzar la norma de la Biblia. La luz que brilla en forma de privilegios y oportunidades, en el ministerio de la palabra, en consejos, amonestaciones y reprensiones, perfeccionará el carácter o condenará a los indiferentes. Han de apreciar la luz tanto los jóvenes como los de edad madura. ¿Quién quiere ponerse ahora de parte de Dios decidido a que el servicio a Dios ocupe el primer lugar en su vida? ¿Quiénes quieren ser portadores de cargas?

"Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud".3 Jesús desea el servicio de los que tienen el rocío de la juventud. Quiere que sean herederos de la inmortalidad. Pueden llegar a ser hombres y mujeres nobles a pesar de la corrupción que abunda y mancilla a tantos de los jóvenes en temprana edad. Pueden ser libres en Cristo, hijos de la luz, no de las tinieblas.

Dios pide a cada joven y señorita que renuncie a todo hábito malo, que sea diligente en los negocios, ferviente en espíritu, sirviendo al Señor. No tienen por qué permanecer en la indolencia sin hacer ningún esfuerzo para vencer los malos hábitos o mejorar la conducta. El vigor del esfuerzo que hacen para obedecer los mandamientos de Dios será la prueba de la sinceridad de sus oraciones. A cada paso pueden renunciar a los malos hábitos y compañías, creyendo que el Señor, por el poder de su Espíritu, les dará fuerza para vencer.

La fidelidad en las cosas pequeñas

Los esfuerzos individuales, constantes, unidos, serán recompensados con el éxito. Los que desean hacer mucho bien en nuestro mundo deben estar dispuestos a hacerlo al modo de Dios: realizando cosas pequeñas. El que desea alcanzar las mayores alturas en sus hechos y progresos, realizando algo grande y maravilloso, no llegará a hacer nada.

El progreso constante en una buena obra, la repetición frecuente de una clase de servicio fiel, es de más valor a la vista de Dios que el hacer una gran obra, y granjeará a los jóvenes una buena reputación dando carácter a sus esfuerzos...

Los jóvenes pueden hacer bien trabajando para salvar almas. Dios los tiene por responsables del uso que hacen de los talentos que se les ha confiado. Propónganse una meta elevada los que dicen ser hijos e hijas de Dios. Empleen toda facultad que Dios les ha dado (Youth's Instructor, enero 1, 1907).

Anhelos no satisfechos

El continuo deseo de diversiones placenteras revela los profundos anhelos del alma. Pero los que beban de esta fuente de placer mundano hallarán que la sed de su alma no quedará aún satisfecha. Se engañan; confunden la alegría con la felicidad; y cuando cesa la excitación, muchos se hunden en las profundidades del desaliento y la desesperación. ¡Qué locura, qué insensatez, abandonar la "fuente de agua viva" por las "cisternas rotas"4 del placer mundano!--Fundamentals of Christian Education, 422.

Oportunidades de dar testimonio

Si pertenecéis realmente a Cristo, tendréis oportunidades de ser sus testigos. Seréis invitados a concurrir a lugares de diversión, y entonces tendréis la oportunidad de dar testimonio de vuestro Señor. Si sois fieles a Cristo entonces, no trataréis de dar excusas por no asistir, sino que clara y modestamente declararéis que sois hijos de Dios y que vuestros principios no os permiten concurrir a un lugar, ni aun en una sola ocasión, donde no podríais invitar también a concurrir a vuestro Señor (Youth's Instructor, mayo 4, 1893).