El pueblo de Dios no cultiva bastante la sociabilidad cristiana. Esta rama de la educación no debiera descuidarse ni perderse de vista en nuestras escuelas.
Se debe enseñar a los alumnos que ellos no son átomos independientes, sino que cada uno es una hebra de hilo que ha de unirse con otras para completar una tela. En ningún departamento puede ser dada esta instrucción con más eficacia que en el internado escolar. Es allí donde los estudiantes están rodeados diariamente de oportunidades que, si las aprovechan les ayudarán en gran manera a desarrollar los rasgos sociales de su carácter. Pueden aprovechar de tal modo su tiempo y sus oportunidades que logren desarrollar un carácter que los hagan felices y útiles. Los que se encierran en sí mismos y no están dispuestos a prestarse para beneficiar a otros mediante amigable compañerismo, pierden muchas bendiciones; porque merced al trato mutuo el entendimiento se pule y refina; por el trato social se formalizan relaciones y amistades que acaban en una unidad de corazón y en una atmósfera de amor agradables a la vista del cielo.
Especialmente aquellos que han gustado el amor de Cristo debieran desarrollar sus facultades sociales; pues de esta manera pueden ganar almas para el Salvador. Cristo no debiera ser ocultado en sus corazones, encerrado como tesoro codiciado, sagrado y dulce, que sólo ha de ser gozado por ellos; ni tampoco debieran ellos manifestar el amor de Cristo sólo hacia aquellos que les son más simpáticos. Se debe enseñar a los alumnos la manera de demostrar, como Cristo, un amable interés y una disposición sociable para con aquellos que se hallan en la mayor necesidad, aun cuando los tales no sean sus compañeros preferidos. En todo momento y en todas partes, manifestó Jesús amante interés en la familia humana y esparció en derredor suyo la luz de una piedad alegre. Se debe enseñar a los estudiantes a seguir sus pisadas. Se les ha de enseñar a manifestar interés cristiano, simpatía y amor hacia sus compañeros jóvenes y a empeñarse en atraerlos a Jesús; Cristo debiera ser en sus corazones como un manantial de agua que brote para vida eterna, que refresque a todos aquellos con quienes tratan.
Es este ministerio voluntario y amante prestado a otros en momentos de necesidad el que Dios considera valioso. De esta manera, aun mientras asisten a la escuela, los alumnos pueden ser, si son fieles a su profesión, misioneros vivos para Dios. Todo esto llevará tiempo; pero el tiempo así empleado es de provecho, porque así aprende el alumno a presentar el cristianismo al mundo.
Cristo no rehusó alternar con otros en trato amistoso. Cuando era invitado a un banquete por un fariseo o un publicano, aceptaba la invitación. En tales ocasiones cada palabra que pronunciaba tenía sabor de vida para sus oyentes, porque hacía de la hora de la comida una ocasión para impartir muchas lecciones preciosas adaptadas a sus necesidades. De este modo Cristo enseñó a sus discípulos como debían conducirse cuando se hallasen en compañía tanto de los que no eran religiosos así como de los que lo eran.--Joyas de los Testimonios 2:438, 439.