Mensajes para los Jóvenes (1967)

Capítulo 144

Rechazad las relaciones mundanas

Los jóvenes deberían considerar seriamente cuál ha de ser el propósito y la obra de su vida, y echar el cimiento en una forma tal, que sus hábitos estén libres de mancha de corrupción. Si quieren hallarse en condición de influir sobre otros, deben tener confianza en sí mismos. El nenúfar del lago hunde sus raíces bien abajo de la superficie de la basura y el cieno, y por su tallo poroso absorbe los elementos que han de contribuir a su desarrollo y a que saque a la luz su flor inmaculada para que repose pura sobre el seno del lago. Rechaza todo lo que empañaría y echaría a perder su inmaculada belleza.

Del nenúfar podemos aprender una lección: aunque estemos rodeados de influencias que tiendan a corromper la moral y arruinar el alma, podemos negarnos a ser corrompidos, y colocarnos donde las malas compañías no puedan dañar nuestro corazón. Individualmente, los jóvenes deberían buscar la compañía de aquellos que con paso firme avanzan trabajosamente hacia arriba. Deberían esquivar la sociedad de aquellos que absorben toda mala influencia, que son inactivos, y no tienen un ardiente deseo de alcanzar una elevada norma de carácter, en quienes no se puede confiar como personas fieles a los principios. Procuren los jóvenes relacionarse con los que temen y aman a Dios, pues estos caracteres firmes y nobles son los representados por el nenúfar que abre su flor pura en el seno del lago. Rehúsan dejarse modelar por las influencias que serían desmoralizadoras y sólo recogen para sí aquello que les ayudará a desarrollar un carácter puro y noble. Tratan de conformarse al modelo divino.--The Youth's Instructor, 5, 1893.

Nuestras palabras como fuente de ayuda

Poco se conversa entre los cristianos en cuanto a los preciosos capítulos de su experiencia. La obra de Dios es perjudicada y Dios es deshonrado por el abuso que se hace del talento del habla. El corazón alimenta celos, suspicacia y egoísmo, y las palabras muestran la corrupción interior. Muchos que invocan el nombre de Cristo, piensan y hablan cosas malas. Rara vez mencionan éstos la bondad, la misericordia y el amor de Dios manifestado al dar a su Hijo por el mundo. El lo ha hecho por nosotros, ¿y no deberíamos expresar nuestro amor y gratitud? ¿No deberíamos tratar de que nuestras palabras sean una fuente de ayuda y estímulo mutuos en nuestra experiencia cristiana? Si amamos verdaderamente a Cristo, lo glorificaremos con nuestras palabras. Los incrédulos se sienten a menudo culpables al escuchar las palabras puras de alabanza y gratitud a Dios (Review and Herald, enero 25, 1898).

Nuestra influencia

El ejemplo y la conducta del cristiano, lo mismo que sus palabras, deberían ser de tal naturaleza que despierten en el pecador el deseo de acudir a la Fuente de la vida (Review and Herald, noviembre 29, 1887).