Mensajes Selectos Tomo 1

Capítulo 35

"Tentado en todo según nuestra semejanza"

La Encarnación: Naturaleza de Cristo

Después de la caída del hombre, Satanás declaró que los seres humanos habían demostrado ser incapaces de guardar la ley de Dios, y procuró arrastrar consigo al universo en esa creencia. Las palabras de Satanás parecían ser verdaderas, y Cristo vino para desenmascarar al engañador. La Majestad del cielo se hizo cargo de la causa del hombre y con la misma ayuda que puede obtener el hombre resistió las tentaciones de Satanás así como el hombre debe resistirlas. Esta fue la única forma en la cual el hombre caído pudo convertirse en participante de la naturaleza divina. Al tomar la naturaleza humana, Cristo fue hecho idóneo para comprender las pruebas y dolores del hombre y todas las tentaciones con las que es acosado. Los ángeles que no estaban familiarizados con el pecado, no podían simpatizar con el hombre en sus pruebas peculiares. Cristo condescendió en tomar la naturaleza humana y fue tentado en todo punto como nosotros para que pudiera saber cómo socorrer a todos los que fueran tentados.

Al asumir la forma humana, Cristo tomó la parte de cada ser humano. El era la Cabeza de la humanidad. Siendo un Ser divino y humano, con su largo brazo humano podía abarcar a la humanidad, mientras que con su brazo divino podía aferrarse del trono del Infinito.

¡Qué espectáculo contempló así el cielo! Cristo, que no conocía en lo más mínimo la mancha o contaminación del pecado, tomó nuestra naturaleza en su condición deteriorada. Esta fue una humillación mayor que la que pueda comprender el hombre finito. Dios fue manifestado en carne. Se humilló a sí mismo. ¡Qué tema para el pensamiento, para una profunda y ferviente contemplación! Aunque era tan infinitamente grande la Majestad del cielo, sin embargo se inclinó tan bajo, sin perder un átomo de su dignidad y gloria. Se inclinó a la pobreza y la más profunda humillación entre los hombres. Por nuestra causa se hizo pobre, para que por su pobreza pudiéramos ser hechos ricos. Dijo: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza". Mateo 8:20.

Cristo se sometió al insulto y la burla, al desprecio y al ridículo. Oyó cómo se falseaba y aplicaba mal su mensaje, que estaba lleno de amor, bondad y misericordia. Oyó que a él lo llamaban el príncipe de los demonios porque testificaba que era Hijo de Dios. Su nacimiento fue sobrenatural, pero para su propia nación, para los que tenían cegados los ojos a las cosas espirituales, fue considerado como un borrón y una mancha. No hubo una gota de nuestra amarga pena que él no probara, ninguna parte de nuestra maldición que él no soportara para que pudiera llevar hasta Dios a muchos hijos e hijas.

El hecho de que Jesús fue en esta tierra como un varón de dolores, experimentado en quebranto, el hecho de que dejara su hogar celestial a fin de salvar al hombre caído de la ruina eterna, debiera pulverizar todo nuestro orgullo, avergonzar nuestra vanidad y debiera revelarnos el pecado de la suficiencia propia. Contempladlo haciendo suyas las necesidades, las pruebas, los dolores y los sufrimientos de los hombres pecaminosos. ¿No podemos asimilar la enseñanza de que Dios soportó esos sufrimientos y heridas del alma corno consecuencia del pecado?

Cristo vino a la tierra tomando la humanidad y presentándose como representante del hombre para mostrar que, en el conflicto con Satanás, el hombre tal como Dios lo creó, unido con el Padre y el Hijo, podía obedecer todos los requerimientos divinos. Hablando por medio de su siervo, declara: "Sus mandamientos no son gravosos". 1 Juan 5:3. Fue el pecado el que separó al hombre de su Dios, y es el pecado el que mantiene esa separación.

La profecía en el Edén

La enemistad a que se hace referencia en la profecía del Edén no iba a quedar restringida meramente a Satanás y al Príncipe de la vida. Debía ser universal. Satanás y sus ángeles habían de sentir la enemistad de toda la humanidad. Dijo Dios: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar". Génesis 3:15.

La enemistad puesta entre la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer era sobrenatural. La enemistad era en un sentido natural en el caso de Cristo, en otro sentido era sobrenatural, puesto que estaban combinadas la humanidad y la divinidad. Y nunca esa enemistad llegó hasta un grado tan notable como cuando Cristo se convirtió en habitante de esta tierra. Nunca antes había habido un ser en la tierra que aborreciera el pecado con un odio tan perfecto como el de Cristo. El había visto su poder engañador y que infatúa obrando en los santos ángeles, y todas las facultades de Cristo se alistaron contra él.

La pureza y santidad de Cristo, la inmaculada justicia de Aquel que no pecó, eran un reproche perpetuo para todo pecado, en un mundo de sensualidad y de pecado. Brilló en su vida la luz de la verdad en medio de la oscuridad moral con la que Satanás había cubierto al mundo. Cristo puso de manifiesto las falsedades de Satanás y su carácter engañador, y en muchos corazones destruyó su influencia corruptora. Fue esto lo que irritó a Satanás con un odio tan intenso. Con sus huestes de seres caídos, se determinó a presionar con todo vigor en la contienda, pues había en el mundo Uno que era un perfecto representante del Padre, Uno cuyo carácter y cuyas prácticas refutaban las falsedades de Satanás en cuanto a Dios. Satanás había acusado a Dios de los atributos que él mismo poseía. Entonces vio en Cristo a Dios revelado en su verdadero carácter: un Padre compasivo y misericordioso que no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento y tengan vida eterna.

La intensa mundanalidad ha sido una de las tentaciones en las que Satanás ha logrado mayor éxito. Quiere que el corazón y la mente de los hombres estén tan absortos con las atracciones mundanales que no haya lugar para las cosas celestiales. Les domina la mente para que amen al mundo. Las cosas terrenales eclipsan a las celestiales y apartan al Señor de su vista y entendimiento. Se fomentan falsas teorías y falsos dioses en lugar de lo verdadero. Los hombres quedan subyugados con el resplandor y el oropel del mundo. Están tan aferrados a las cosas de la tierra, que muchos cometerán cualquier pecado a fin de ganar alguna ventaja mundanal.

Fue en este punto donde Satanás pensó vencer a Cristo. Pensó que Cristo podía ser vencido fácilmente en su humanidad. "Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares". Mateo 4:8, 9. Pero Cristo quedó inconmovible. Sintió la fuerza de esa tentación, pero le hizo frente por nosotros y venció. Y usó sólo las armas que razonablemente pueden usar los seres humanos: la Palabra de Aquel que es poderoso en consejo: "Escrito está". Mateo 4:4, 10.

¡Con qué intenso interés fue observada esta contienda por los ángeles celestiales y los mundos no caídos, mientras estaba siendo vindicado el honor de la ley! La controversia quedó definida para siempre, no sólo para este mundo, sino para el universo del cielo. La confederación de las tinieblas también estaba alerta esperando una apariencia de oportunidad para triunfar sobre el Sustituto de la raza humana, divino y humano, a fin de que el apóstata pudiera exclamar: "Victoria" y el mundo y sus habitantes fueran su reino para siempre.

Pero Satanás llegó sólo al talón; no pudo tocar la cabeza. A la muerte de Cristo, Satanás comprendió que había sido derrotado. Vio que su verdadero carácter había sido revelado claramente a todo el cielo, y que los seres celestiales y los mundos que había creado Dios estarían plenamente de parte de Dios. Vio que quedarían definitivamente cortadas sus perspectivas de futura influencia sobre ellos. La humanidad de Cristo demostraría por los siglos eternos la cuestión que definía la controversia.

La impecable naturaleza humana de Cristo

Al tomar sobre sí la naturaleza del hombre en su condición caída, Cristo no participó de su pecado en lo más mínimo. Estuvo sujeto a las flaquezas y debilidades que rodean al hombre, "para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias". Mateo 8:17. Fue conmovido por el sentimiento de nuestras debilidades y fue en todo tentado a nuestra semejanza. Y, sin embargo, no conoció pecado. Fue el Cordero "sin mancha y sin contaminación". 1 Pedro 1:19. Si Satanás hubiera logrado con su tentación que Cristo pecara en lo mínimo, habría herido la cabeza del Salvador. Tal como sucedieron las cosas, sólo le pudo herir el talón. Si hubiera sido tocada la cabeza de Cristo, habría perecido la esperanza de la raza humana. La ira divina habría descendido sobre Cristo así como descendió sobre Adán. Hubieran quedado sin esperanza Cristo y la iglesia.

No debemos tener dudas en cuanto a la perfección impecable de la naturaleza humana de Cristo. Nuestra fe debe ser inteligente; debemos mirar a Jesús con perfecta confianza, con fe plena y entera en el Sacrificio expiatorio. Esto es esencial para que el alma no sea rodeada de tinieblas. Este santo Sustituto puede salvar hasta lo último, pues presentó ante el expectante universo una humildad perfecta y completa en su carácter humano, y una perfecta obediencia a todos los requerimientos de Dios. El poder divino es colocado sobre el hombre para que pueda llegar a ser participante de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que está en el mundo por la concupiscencia. Por esto el hombre, arrepentido y creyente, puede ser hecho justicia de Dios en Cristo.