Mensajes Selectos Tomo 1

Capítulo 38

La tentación de Cristo

La Tentación de Cristo

Cristo no estuvo en una situación tan favorable para resistir las tentaciones de Satanás en el desolado desierto, como lo estuvo Adán cuando fue tentado en el Edén. El Hijo de Dios se humilló y tomó la naturaleza del hombre después de que la raza humana ya hacía cuatro mil años que se había apartado del Edén y de su estado original de pureza y rectitud. Durante siglos, el pecado había estado dejando sus terribles marcas sobre la raza humana, y la degeneración física, mental y moral prevalecía en toda la familia humana.

Cuando Adán fue atacado por el tentador en el Edén, estaba sin mancha de pecado. Estaba en toda la fortaleza de su perfección delante de Dios. Todos los órganos y facultades de su ser estaban igualmente desarrollados y armoniosamente equilibrados.

En el desierto de la tentación, Cristo estuvo en el lugar de Adán para soportar la prueba que éste no había podido resistir. Aquí venció Cristo en lugar del pecador, cuatro mil años después de que Adán dio la espalda a la luz de su hogar. Separada de la presencia de Dios, la familia humana se había apartado cada vez más, en cada generación sucesiva, de la pureza, la sabiduría y los conocimientos originales que Adán poseyera en el Edén. Cristo llevó los pecados y las debilidades de la raza humana tal como existían cuando vino a la tierra para ayudar al hombre. Con las debilidades del hombre caído sobre él, en favor de la raza humana había de soportar las tentaciones de Satanás en todos los puntos en los que pudiera ser atacado el hombre.

Adán estuvo rodeado con todo lo que podía desear su corazón. Estaba atendida cada necesidad suya. No había pecado ni había señales de decadencia en el glorioso Edén. Los ángeles de Dios conversaban libre y amablemente con la santa pareja. Las felices aves canoras gorjeaban sus inocentes y gozosos cantos de alabanza a su Creador. Los pacíficos cuadrúpedos, en su feliz inocencia, jugaban en torno de Adán y Eva, obedientes a la palabra de ellos. Adán se hallaba en la perfección de su virilidad, y era la más noble obra del Creador. Estaba creado a la imagen de Dios, pero era un poco menor que los ángeles.

Cristo como el segundo Adán

¡Qué contraste el del segundo Adán cuando fue al sombrío desierto para hacer frente sin ninguna ayuda a Satanás! Desde la caída, la raza humana había estado disminuyendo en tamaño y en fortaleza física, y hundiéndose más profundamente en la escala de la dignidad moral, hasta el período del advenimiento de Cristo a la tierra. Y a fin de elevar al hombre caído, Cristo debía alcanzarlo donde estaba. El tomó la naturaleza humana y llevó las debilidades y la degeneración del hombre. El que no conoció pecado, llegó a ser pecado por nosotros. Se humilló a sí mismo hasta las profundidades más hondas del infortunio humano a fin de poder estar calificado para llegar hasta el hombre y elevarlo de la degradación en que el pecado lo había sumergido.

"Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos". Hebreos 2:10. Se citan Hebreos 5:9; 2:17, 18.

"Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado". Hebreos 4:15.

Desde que se rebeló por primera vez, Satanás había estado en guerra contra el gobierno de Dios. El éxito que tuvo al tentar a Adán y a Eva en el Edén e introducir el pecado en el mundo había envalentonado a este archienemigo, y se había jactado orgullosamente ante los ángeles celestiales de que cuando apareciera Cristo, tomando la naturaleza del hombre, sería más débil que él [que Satanás], y que lo vencería mediante su poder. Se regocijaba de que Adán y Eva en el Edén no pudieran resistir a sus insinuaciones cuando recurrió a su apetito. De la misma manera venció a los habitantes del mundo antiguo, por medio de la complacencia del apetito concupiscente y de las pasiones corruptas. Pudo vencer a los israelitas mediante la complacencia del apetito. Se jactaba de que el mismo Hijo de Dios, que estuvo con Moisés y Josué, no pudiera resistir a su poder y guiar hasta Canaán al pueblo favorecido por su elección, pues murieron en el desierto casi todos los que salieron de Egipto. También había tentado a Moisés, el hombre manso, para que se apoderara de la gloria que Dios demandaba. Mediante la complacencia del apetito y de las pasiones había inducido a David y a Salomón, que habían sido especialmente favorecidos por Dios, a que incurrieran en el desagrado de Dios. Y se jactaba de que todavía podría tener éxito en torcer el propósito de Dios de salvar al hombre mediante Jesucristo.

En el desierto de la tentación, Cristo estuvo sin alimento durante cuarenta días. En ocasiones especiales, Moisés había estado ese mismo período sin alimento. Pero no sintió las angustias del hambre. No fue tentado y acosado, como el Hijo de Dios, por un enemigo vil y poderoso. Moisés estuvo elevado por encima de lo humano. Fue sostenido especialmente por la gloria de Dios que lo rodeaba.

Terribles efectos del pecado en el hombre

Satanás había tenido tanto éxito en engañar a los ángeles de Dios y en la caída del noble Adán, que pensó que tendría éxito en vencer a Cristo en su humillación. Contempló con gozo placentero el resultado de sus tentaciones y el aumento del pecado en las continuas transgresiones de la ley de Dios por más de cuatro mil años. Había provocado la ruina de nuestros primeros padres, había traído el pecado y la muerte al mundo y había llevado a la ruina a multitudes en todos los siglos, países y clases. Por su poder, había regido ciudades y naciones hasta que sus pecados habían provocado la ira de Dios, quien las había destruido por fuego, agua, terremotos, espada, hambre y pestilencias. Mediante sus astutos e incansables esfuerzos, había dominado el apetito y había excitado y fortalecido las pasiones hasta tal punto que había desfigurado y casi raído la imagen de Dios en el hombre. La dignidad física y moral del hombre habían sido destruidas hasta tal punto, que no tenía sino un vago parecido en carácter y perfección de forma con los que dignificaron a Adán y a Eva.

En el primer advenimiento de Cristo, Satanás había degradado al hombre de su excelsa pureza original y había oscurecido el oro fino con el pecado. Al hombre, creado para ser soberano en el Edén, lo había transformado en un esclavo en la tierra que gemía bajo la maldición del pecado. Después de su transgresión, desapareció de Adán el halo de gloria que Dios le había dado cuando era santo, y que lo cubría como un manto. La luz de la gloria de Dios no podía cubrir la desobediencia y el pecado. En lugar de la salud y de la plenitud de las bendiciones, la pobreza, la enfermedad y los sufrimientos de todo tipo habían de ser la suerte de los hijos de Adán.

Por su poder engañador, Satanás había guiado a los hombres mediante vanas filosofías a poner en duda y finalmente a dejar de creer en la revelación divina y en la existencia de Dios. Podía contemplar panorámicamente un mundo de degradación moral y una raza expuesta a la ira de un Dios retribuidor del pecado. Con perverso triunfo, podía ver que había tenido tanto éxito en oscurecer la senda de tantos y que los había inducido a transgredir la ley de Dios. Revestía el pecado con atracciones agradables para asegurar la ruina de muchos.

Pero su estratagema de mayor éxito ha sido la de ocultar su verdadero propósito y su verdadero carácter, presentándose a sí mismo como amigo del hombre y como benefactor de la raza humana. Halaga a los hombres con la fábula agradable de que no hay un enemigo rebelde, que no hay un enemigo mortal contra el cual necesitan precaverse, y que es pura ficción la existencia de un diablo personal. Mientras así oculta su existencia, reúne a miles bajo su dominio. Los está engañando, como trató de engañar a Cristo, con la impostura de que él es un ángel del cielo que hace una buena obra para la humanidad. Y las multitudes están tan cegadas por el pecado, que no pueden discernir los artificios de Satanás, y lo honran como si fuera un ángel celestial, al paso que él está realizando la ruina eterna de ellos.