La Tentación de Cristo
Nuestro Salvador mostró perfecta confianza en que su Padre celestial no permitiría que fuera tentado por encima de la fuerza que le daría para soportar, y que lo haría salir vencedor si soportaba pacientemente la prueba a la que era sometido. Por su propia voluntad, Cristo no se había colocado en peligro. Dios había permitido que Satanás tuviera poder sobre su Hijo por el momento. Jesús sabía que si preservaba su integridad en esa situación extrema, sería enviado un ángel de Dios para aliviarlo si no había otro camino. Había tomado la naturaleza humana, y era el representante de la raza de Adán.
Satanás vio que no había prevalecido en nada sobre Cristo en su segunda gran tentación. "Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos". Lucas 4:5-7.
En las primeras dos grandes tentaciones, Satanás no había revelado sus verdaderos propósitos ni su carácter. Pretendía ser un excelso mensajero de las cortes celestiales, pero ahora se despoja de su disfraz. En una visión panorámica presentó delante de Cristo todos los reinos del mundo en su aspecto más atrayente, al paso que pretendía ser el príncipe del mundo.
La tentación más seductora
Esta última tentación fue la más seductora de las tres. Satanás sabía que la vida de Cristo debía ser de dolor, penalidades y conflictos. Y pensó que podría aprovecharse de este hecho para sobornar a Cristo para que claudicara en su integridad. Satanás actuó con todo su poder para dominar en esta última tentación, pues este último esfuerzo había de decidir su destino en cuanto a quién sería vencedor. Pretendía dominar el mundo, y era el príncipe de la potestad del aire. Llevó a Cristo a la cumbre de una muy alta montaña, y allí, en visión panorámica, presentó delante de él todos los reinos del mundo que habían estado por tanto tiempo bajo su dominio y se los ofreció a Cristo en un gran regalo. Le dijo a Cristo que poseería los reinos de este mundo sin sufrimiento ni peligro de su parte. Satanás promete rendir su cetro y dominio, y Cristo será el legítimo gobernante a cambio de un solo homenaje. Todo lo que requiere a cambio de entregarle los reinos del mundo que ese día presentó delante de Cristo, es que Cristo le rinda homenaje como a un superior.
Los ojos de Jesús se posaron por un momento sobre la gloria presentada delante de él, pero se apartó y rehusó contemplar el fascinador espectáculo. No estaba dispuesto a poner en peligro su firme integridad entreteniéndose con el tentador. Cuando Satanás le requirió un homenaje, fue despertada la indignación divina de Cristo, y no pudo tolerar más la blasfema pretensión de Satanás, ni aun permitir que permaneciera en su presencia. Aquí Cristo usó de su autoridad divina y le ordenó a Satanás que desistiera. "Vete Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás". Mateo 4:10. En su orgullo y arrogancia, Satanás había declarado que era el legítimo y permanente gobernante del mundo y el poseedor de todas sus riquezas y gloria, pretendiendo el homenaje de todos los que vivían en él, como si hubiera creado el mundo y todas las cosas que hay en él. Dijo a Cristo: "A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy". Lucas 4:6. Se esforzó por hacer un pacto especial con Cristo, entregándole inmediatamente todo lo que pretendía como suyo, si él lo adoraba.
Este insulto al Creador movió la indignación del Hijo de Dios e hizo que reprochara y despidiera a Satanás. Satanás se había engañado a sí mismo en su primera tentación pensando que había ocultado tan bien su verdadero carácter y propósitos, que Cristo no lo reconoció como al jefe rebelde caído a quien había vencido y expulsado del cielo. Las palabras con que Cristo lo rechazó: "Vete, Satanás", ponían de manifiesto que había sido conocido desde el principio y que todas sus engañosas artes no habían tenido éxito en el Hijo de Dios. Satanás sabía que si Jesús moría por redimir al hombre, su poder debía terminar después de un tiempo, y que sería destruido. Por lo tanto, si era posible, fue su plan estudiado evitar que se completara la gran obra que había sido comenzada por el Hijo de Dios. Si fracasaba el plan de la redención del hombre, retendría el reino que entonces pretendía. Y si tenía éxito, se lisonjeaba con la idea de que reinaría en oposición al Dios del cielo.
Satanás se regocijó cuando Jesús dejó el cielo abandonando allí su poder y gloria. Pensó que el Hijo de Dios quedaba colocado en su poder. Había tenido un éxito tan fácil la tentación de la santa pareja en el Edén, que él esperó que podría vencer aun al Hijo de Dios con su astucia y poder satánicos, y que así salvaría su vida y su reino. Si podía inducir a Cristo a apartarse de la voluntad de su Padre como lo había hecho al tentar a Adán y Eva, entonces habría logrado su propósito.
Había de llegar el tiempo cuando Jesús redimiera la posesión de Satanás dando su propia vida y, después de un tiempo, se someterían a él todos los que están en el cielo y en la tierra. Jesús fue firme. Eligió su vida de sufrimientos, su muerte ignominiosa y, en la forma establecida por su Padre, el llegar a ser un legítimo gobernante de los reinos de la tierra, y el recibirlos en sus manos como posesión eterna. Satanás también será entregado en las manos de Cristo para ser destruido por la muerte, a fin de que nunca más pueda molestar a Jesús ni a los santos en gloria.
La tentación resistida decididamente
Jesús dijo a este astuto enemigo: "Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás". Mateo 4:10. Satanás había pedido que Cristo le diera evidencia de que era el Hijo de Dios, y tenía ahora la prueba que había pedido. Fue obligado a obedecer ante la orden divina de Cristo. Fue rechazado y silenciado. No tenía poder que le permitiera resistir el rechazo perentorio. Sin que mediara otra palabra, fue obligado a desistir instantáneamente y a dejar al Redentor del mundo.
El odioso Satanás se retiró. La lucha había terminado. Con inmenso sufrimiento, la victoria de Cristo en el desierto fue tan completa como lo fue el fracaso de Adán. Y por un tiempo quedó liberado de la presencia de su poderoso adversario y de sus legiones de ángeles.
Después de que Satanás hubo terminado sus tentaciones, se apartó de Jesús durante un breve tiempo. El enemigo había sido vencido, pero el conflicto había sido largo y excesivamente angustioso. Y después de que terminó, Cristo estaba exhausto y desfalleciente. Cayó en tierra como si estuviera muriendo. Angeles celestiales que se habían inclinado ante él en las cortes reales y que habían estado observando a su amado Comandante con intenso, aunque doloroso interés, y que con admiración habían sido testigos de la terrible lucha que había sostenido con Satanás, vinieron entonces y ministraron a Jesús. Le prepararon alimento y lo fortalecieron, pues estaba como muerto. Los ángeles estaban llenos de admiración y temor reverente, pues sabían que el Redentor del mundo estaba pasando por sufrimientos inexpresables para lograr la redención del hombre. El que era igual a Dios en las cortes reales estaba delante de ellos demacrado por casi seis semanas de ayuno. Solitario y aislado, había sido perseguido por el jefe rebelde que había sido expulsado del cielo. Había soportado una prueba más difícil y más severa que la que jamás habría de soportar hombre alguno. La lucha con el poder de las tinieblas había sido larga e intensamente agobiadora para la naturaleza humana de Cristo en su debilidad y condición doliente. Los ángeles trajeron mensajes de amor y consuelo del Padre para su Hijo, y también la seguridad de que todo el cielo triunfaba en la victoria plena y completa que había ganado en favor del hombre.
El costo de la redención de la raza humana nunca podrá ser comprendido plenamente hasta que los redimidos estén con el Redentor cerca del trono de Dios. Y a medida que vayan capacitándose para apreciar el valor de la vida inmortal y de la recompensa eterna, engrosarán el canto de victoria y triunfo inmortal, diciendo "a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza". Apocalipsis 5:12. Dice Juan: "Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos". Apocalipsis 5:13.
Aunque Satanás había fracasado en sus esfuerzos más vigorosos y tentaciones más poderosas, sin embargo, no había renunciado a toda esperanza de que pudiera tener más éxito en sus esfuerzos en un tiempo futuro. Se anticipó al período del ministerio de Cristo cuando pudiera tener oportunidades de probar su poder y artificios contra él. Satanás trazó sus planes para cegar el entendimiento de los judíos, el pueblo escogido de Dios, para que no discernieran en Cristo al Redentor del mundo. Pensó que podría llenar sus corazones de envidia, celos y odio contra el Hijo de Dios de modo que no lo recibieran, sino que le amargaran su vida en la tierra en todo lo posible.