Eliminando los hitos
Nuestro pueblo necesita comprender cuáles son las razones de nuestra fe y nuestra experiencia pasada. ¡Cuán triste es que tantos de sus miembros coloquen una confianza ilimitada en hombres que presentan teorías que tienden a desarraigar nuestras experiencias del pasado y a eliminar los hitos antiguos! Aquellos que con tanta facilidad pueden ser conducidos por un espíritu falso demuestran que durante algún tiempo han estado siguiendo al capitán equivocado, y lo han hecho por tanto tiempo, que ya no disciernen que se están alejando de la fe o que ya no están edificando sobre un fundamento firme. Necesitamos instar a todos que se coloquen sus lentes espirituales, a que unjan sus ojos para que vean claramente y disciernan los verdaderos pilares de la fe. Entonces sabrán que "el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos". 2 Timoteo 2:19. Necesitamos hacer revivir las antiguas evidencias de la fe que una vez fue dada a los santos.
Hombres que piensan tener la verdad presentarán toda clase de doctrinas concebibles, fantásticas y engañosas. Algunos están enseñando ahora que en la tierra nueva habrá nacimientos. ¿Es esto verdad presente? ¿Quién ha inspirado a estos hombres para que presenten semejante teoría? ¿Dio Dios tales conceptos a alguno de ellos? No; las cosas que han sido reveladas son para nosotros y nuestros hijos, pero el silencio es elocuencia en lo que atañe a temas no revelados y que no tienen nada que ver con nuestra salvación. No habría que mencionar siquiera esas extrañas ideas, y mucho menos enseñarlas como verdades esenciales.
Hemos llegado a un tiempo cuando hay que llamar a las cosas por su verdadero nombre. Tal como lo hicimos en los primeros días, debemos levantarnos ahora, dirigidos por el Espíritu de Dios, para censurar la obra de engaño. Algunos de los sentimientos que ahora se expresan constituyen el comienzo de las ideas más fanáticas que podrían presentarse. Algunos que ocupan cargos importantes en la obra de Dios están impartiendo enseñanzas similares a las que tuvimos que combatir después de 1844.
En Nueva Hampshire, en Vermont y en otros lugares, tuvimos que resistir la obra furtiva y engañosa del fanatismo. Se cometieron pecados de presunción y algunos gratificaron libremente deseos vehementes no santificados, y lo hicieron ocultándose bajo el manto de la santificación. Se abogó por la doctrina del amor libre bajo la apariencia de espiritualidad. Vimos el cumplimiento del pasaje bíblico según el cual "en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios" (1 Timoteo 4:1); (The Southern Watchman [El centinela del sur], 5 de abril de 1904).
Las manifestaciones corporales no son necesarias
La verdadera religión no exige grandes manifestaciones corporales... Estas no constituyen una evidencia de la presencia del Espíritu de Dios. En 1843 y 1844 tuvimos que combatir esta clase de fanatismo. Algunos hombres decían: "Tengo el Espíritu de Dios", y se iban a la reunión y rodaban como un aro; y debido a que algunas personas no aceptaban tal cosa como evidencia de la obra del Espíritu Santo, las consideraban como impías. El Señor me envió en medio de ese fanatismo... Algunos venían y me preguntaban: "¿Por qué no se une a ellos?" Les contestaba que tenía otro Conductor, Uno que es manso y humilde de corazón, Uno que no efectuó demostraciones como las que ellos realizaban allí, ni hizo tales alardes. Estas demostraciones no proceden de Cristo sino que son del maligno (Manuscrito 97, 1909).
La pretensión de estar sellados y de ser santos
En 1850 mi esposo y yo visitamos Vermont, Canadá, Nueva Hampshire y Maine. Celebramos las reuniones en forma privada. Por ese tiempo resultaba prácticamente imposible tener acceso a los no creyentes. El chasco de 1844 había confundido las mentes de muchos, y no querían escuchar ninguna explicación sobre el tema. Estaban impacientes y eran incrédulos, y muchos parecían rebeldes y se manifestaban decididamente contra su pasada experiencia adventista. Otros no se atrevían a hacer eso y no negaban la forma en que el Señor los había conducido. Estos se alegraban de oír presentar argumentos de la Palabra de Dios que armonizaran nuestra posición con la historia profética. Al escuchar una explicación del chasco que había resultado tan amargo para ellos, vieron que en realidad Dios los guiaba, y se alegraron de la verdad. Esto suscitó la más tremenda oposición de parte de los que negaban nuestra experiencia pasada.
Pero había un elemento peor aún, al que debíamos hacer frente en la clase de personas que pretendían estar santificadas, que afirmaban que no podían pecar, que estaban selladas, que eran santas y que todas sus impresiones y nociones constituían los pensamientos de Dios. Hubo almas concienzudas que fueron engañadas por la fingida piedad de estos fanáticos. Satanás había obrado arteramente para conseguir que esas personas engañadas aceptasen el sábado, porque mediante su influencia, ejercida mientras pretendían creer una parte de la verdad, él podía abrumar a la gente con muchos errores. También podía utilizarlos con ventaja para disgustar a los no creyentes, quienes sindicaban como adventistas a esas personas inconsecuentes e irrazonables. Esta clase de gente impuso a los creyentes pruebas y cruces de manufactura humana, las cuales Cristo no les había pedido que llevaran.
Pretendían sanar a los enfermos y hacer milagros. Tenían un poder Satánico y fascinador, y sin embargo eran despóticos, dictatoriales y cruelmente opresivos. El Señor nos utilizó como instrumento para reprobar a esos fanáticos y para abrir los ojos de su pueblo fiel a fin de que viese el verdadero carácter de su obra. El gozo y la paz inundaron los corazones de los que rompieron con este engaño satánico, y glorificaron a Dios al ver su infalible sabiduría manifestada al poner ante ellos la luz de la verdad y al contrastar sus frutos preciosos con las herejías y los engaños de Satanás. La verdad brilló en contraste con estos engaños como oro puro en medio de la escoria.--The Review and Herald, 20 de noviembre de 1883.
Desfigurando la santidad de la obra
Se me ha encargado que mantenga siempre delante de nuestro pueblo--ministros del Evangelio y todos los que pretenden estar proclamando la luz de la verdad al mundo--el peligro de desfigurar la santidad de la obra de Dios permitiendo que la mente acepte una interpretación vulgar del modo como Dios desea que se realice su obra. Se me ha dado instrucción especial concerniente a la introducción de planes e invenciones humanos en la obra de proclamar al mundo la verdad para este tiempo.
Una vez tras otra se me ha pedido en años pasados que proteste contra los esquemas fantasiosos e ilícitos presentados por diversas personas. Mi mensaje ha sido siempre: Predicad la Palabra con sencillez y humildad; presentad a la gente la verdad nítida y sin adulterar. No déis acceso a movimientos fanáticos, porque debido a su influencia se producirá confusión de las ideas, desánimo y falta de fe entre el pueblo de Dios...
Cuandoquiera que se me ha llamado a enfrentar el fanatismo en sus diversas formas, he recibido instrucción clara, positiva y definida en el sentido de alzar la voz contra su influencia. En el caso de algunas personas, este mal se ha manifestado en la forma de pruebas de factura humana destinadas a obtener conocimiento acerca de la voluntad de Dios; se me mostró que esto constituía un engaño que se había convertido en una infatuación, y que es contrario a la voluntad del Señor. Si seguimos tales métodos estaremos colaborando con los planes del enemigo. En tiempos pasados algunos creyentes tenían gran fe en el acto de establecer señales mediante las cuales decidir cuál era su deber. Algunos tenían tanta confianza en esas señales que llegaron al punto de intercambiar esposas, introduciendo de este modo el adulterio en la iglesia.
Se me ha mostrado que se repetirían los engaños que tuvimos que enfrentar en las primeras experiencias del mensaje, y que tendremos que volver a encontrarlos en los días finales de la obra. En tales circunstancias, se requiere que coloquemos todas nuestras facultades bajo el control de Dios, ejerciéndolas de acuerdo con la luz que él nos ha proporcionado. Leed los capítulos cuatro y cinco de Mateo. Estudiad (Mateo 4:8-10); también el capítulo 5:13. Meditad acerca de la obra sagrada que Jesús llevó a cabo. Así es como debemos introducir en nuestro trabajo los principios de la Palabra de Dios.--Carta 36, 1911.
Manteniendo el comportamiento debido
Después de 1844 se introdujeron fanáticos en las filas de los adventistas. Dios envió mensajes de advertencia para detener el peligro que se insinuaba. Había demasiada familiaridad entre algunos hombres y algunas mujeres. Les presenté la sagrada norma de la verdad que deberíamos alcanzar, y la pureza de comportamiento que deberíamos mantener a fin de recibir la aprobación de Dios y estar sin mancha ni arruga. Las solemnísimas amonestaciones de Dios fueron comunicadas a hombres y mujeres cuyos pensamientos corrían por canales impuros mientras pretendían ser especialmente favorecidos por Dios; pero el mensaje divino fue despreciado y rechazado...
Ni aun ahora estamos libres de peligro. Cada alma que se empeña en proclamar al mundo el mensaje de amonestación será tentada intensamente a seguir una conducta que niegue su fe.
Como obreros, debemos unirnos para desaprobar y condenar cualquier cosa que tienda en lo mínimo a aproximarse al mal en lo que atañe a nuestra asociación con otras personas. Nuestra fe es santa; nuestra obra consiste en vindicar el honor de la ley de Dios, y su naturaleza no es tal que tienda a degradar los pensamientos o el comportamiento de nadie. Hay muchos que pretenden creer y enseñar la verdad, y que sin embargo mezclan con ella ideas erróneas o fantasiosas de su propio cuño. Pero hay una elevada plataforma sobre la que hemos de ubicarnos. Debemos creer y enseñar la verdad proclamada por Jesús. La santidad de corazón nunca conducirá a ejecutar acciones impuras. Cuando un hombre que pretende estar enseñando la verdad tiende a pasar mucho tiempo en compañía de mujeres jóvenes o aun casadas, cuando coloca su mano sobre ellas con ademán de familiaridad, o conversa con ellas con frecuencia en tono íntimo, tened temor de él, porque los principios puros de la verdad no adornan su alma. Tales personas no son obreros con Jesús; no están en Cristo, y Cristo no mora en ellas. Necesitan una cabal conversión antes de que Dios pueda aceptar su trabajo.
La verdad de origen celestial nunca degrada al que la recibe, nunca conduce a la más mínima manifestación de familiaridad indebida. Todo lo contrario, santifica al creyente, refina su gusto, lo eleva y ennoblece y lo coloca en estrecha relación con Jesús. Lo lleva a aceptar el mandamiento del apóstol Pablo que ordena abstenerse hasta de la apariencia del mal, para que no hablen mal de sus buenas obras. The Review and Herald, 10 de noviembre de 1885.