Satisfacción y bendición del trabajo abnegado
Los que aman de corazón la obra de Dios, deben comprender que no trabajan para sí mismos ni por el salario reducido que pueden percibir, y que Dios puede hacer rendir mucho más de lo que piensan lo poco que reciben. Les proporcionará satisfacción y bendición mientras trabajan abnegadamente. Y bendecirá a cada uno de nosotros cuando trabajemos con la humildad de Cristo. Cuando veo que algunos buscan salarios más elevados, me digo: "Están perdiendo una bendición preciosa". Sé que esto constituye un hecho. Lo he visto concretarse una vez tras otra.
Ahora, hermanos, animémonos y hagamos lo mejor de nuestra parte, sin pedir salarios más elevados, a menos que nos resulte imposible llevar a cabo el trabajo que se nos ha confiado sin recibir una entrada mayor; pero aun en este caso, permitid que otros, además de vosotros, vean esta necesidad, porque Dios los hace comprensivos, y ellos pronunciarán un dictamen que tendrá más influencia que si nosotros hablásemos mil palabras. Y lo que ellos dictaminen nos colocará en una posición decorosa delante del pueblo. El Señor es nuestro ayudador y nuestro Dios, nuestra vanguardia y nuestra retaguardia.
Cuando nos pongamos en la debida relación con Dios, tendremos éxito dondequiera que vayamos; y lo que deseamos es tener éxito y no dinero: una vida de éxito, y Dios nos la dará porque él sabe todo lo relacionado con nuestra abnegación. Conoce cada sacrificio que hemos realizado. Podéis pensar que vuestra abnegación carece de importancia, que deberíais recibir más consideración, y así sucesivamente. Pero tiene importancia delante del Señor. Se me ha mostrado repetidamente que cuando las personas comienzan a buscar salarios cada vez más elevados, en su experiencia ocurre algo que los coloca en una posición donde ya no se encuentran en terreno ventajoso. Pero cuando aceptan un sueldo que pone de manifiesto su abnegación, el Señor ve su renunciamiento personal y les proporciona éxito y victoria. Esto mismo me ha sido presentado en repetidas ocasiones. El Señor que ve en secreto recompensará públicamente cada sacrificio que sus siervos leales hayan estado dispuestos a realizar (Manuscrito 12, 1913).
No debe exigirse una suma específica
Cristo hace a todos la siguiente invitación: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga". Mateo 11:28-30. Si todos están dispuestos a llevar el yugo de Cristo y si todos quieren aprender en su escuela las lecciones que él enseña, habrá medios suficientes para establecer en muchos lugares la obra médica de carácter misionero y evangélico.
Que nadie diga: "Entraré en esta obra si me pagan una suma específica. Y si no la recibo, no realizaré el trabajo". Quienes hablan así demuestran que no llevan el yugo de Cristo; no están aprendiendo su humildad y mansedumbre...
Lo que aumenta nuestro valor ante la vista de Dios no es la cantidad de riquezas de este mundo que poseemos. El Señor acepta y honra a los que son humildes. Lea el capítulo 57 de Isaías. Estúdielo cuidadosamente, porque encierra un profundo significado para el pueblo de Dios. No realizaré aquí ningún comentario acerca de él.--Carta 145, 1904.
Haced el trabajo y aceptad la remuneración ofrecida
Se requiere que cada hombre realice la obra que Dios le ha señalado. Deberíamos estar dispuestos a prestar servicios pequeños, a llevar a cabo las cosas que deben hacerse, las cuales alguien debe realizar, y a utilizar las oportunidades insignificantes. Si éstas constituyen las únicas oportunidades a nuestro alcance, de todos modos deberíamos trabajar fielmente. El que pierde las horas, los días y las semanas, porque no está dispuesto a llevar a cabo el trabajo que se le presenta, por humilde que éste sea, será llamado a rendir cuenta a Dios por su tiempo malgastado. Si piensa que no debe hacer nada porque no se le paga la remuneración que desea, haga un alto y piense que aquel día es el día del Señor. El es un siervo del Señor. No debe desperdiciar su tiempo. Debería pensar: "Emplearé ese tiempo en hacer algo útil, y daré todo lo que gane para promover la obra de Dios. No seré contado entre los perezosos".
Cuando una persona ama a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo, no se detendrá a preguntarse si aquello que puede hacer está produciendo entradas escasas o abundantes. Hará el trabajo y aceptará la remuneración que se le ofrezca. No dará un mal ejemplo al rechazar un trabajo porque no puede contar con un sueldo tan elevado como el que piensa que debería recibir.
El Señor juzga el carácter de una persona a través de los principios que rigen su trato con sus semejantes. Si en las transacciones comerciales comunes utiliza principios defectuosos, utilizará los mismos en su servicio espiritual prestado a Dios. Los hilos están entretejidos en toda su vida religiosa. Si tenéis demasiada dignidad para trabajar para vosotros mismos por una remuneración reducida, entonces trabajad para el Maestro; entregad lo que recibáis a la tesorería del Señor. Dad una ofrenda de gratitud a Dios por conservaros la vida. Pero por ningún motivo estéis ociosos (Manuscrito 156, 1897).
La remuneración debe ser proporcional al trabajo
Los caminos del Señor son justos y equitativos. Los obreros que trabajan en los colegios deberían recibir un salario proporcional a las horas que dedican al trabajo honrado y laborioso en esas instituciones. No debería tratarse injustamente a ningún obrero. Si un hombre o una mujer dedican todo su tiempo al colegio, deberían recibir una remuneración en relación con el tiempo que el colegio recibe de ellos. Si una persona emplea su mente, su trabajo y su fuerza para soportar las cargas, debe recibir una remuneración proporcional al valor de los servicios que presta a la institución. Deben mantenerse la justicia y la verdad, no solamente por la reputación actual y futura del colegio, sino por nuestro propio beneficio personal desde el punto de vista de la rectitud. El Señor no será copartícipe de la menor injusticia (Manuscrito 69, 1898).
El privilegio de trabajar y los sueldos
Aquellos que piensan más en sus sueldos que en el privilegio de ser honrados como siervos de Dios, que consideran su trabajo con un espíritu de satisfacción personal porque reciben sueldos, no ponen abnegación ni sacrificio personal en su trabajo. Los últimos hombres que fueron contratados, creyeron en la palabra del patrón: "Recibiréis lo que sea justo". Mateo 20:7. Sabían que recibirían lo que merecieran, y se los favoreció porque pusieron fe en su trabajo. Si los que habían trabajado durante todo el día hubieran puesto un espíritu de amor y confianza en su tarea, habrían continuado ocupando el primer lugar.
El Señor Jesús estima la obra realizada de acuerdo con el espíritu con que se la lleva a cabo. Aceptará a los pecadores arrepentidos que acudan a él a última hora con fe humilde y que obedezcan sus mandamientos.
Cristo exhorta a los que están a su servicio a no regatear por una suma estipulada, como si su Señor no los tratara con justicia. Dio esta parábola para indicar que los quejosos no recibirían simpatía por motivos de supuestos agravios (Manuscrito 87, 1899).
La verdadera prosperidad nunca podrá favorecer al alma que aspira constantemente a recibir una remuneración más elevada, y que cede a la tentación que la aleja de la obra que Dios le ha señalado. No puede haber prosperidad para ningún hombre, para ninguna familia, ni firma, ni institución, a menos que estén dirigidos por la sabiduría de Dios (Carta 2, 1898. Folleto titulado To the Leading Men in Our Churches, [A los dirigentes de nuestras iglesias], pp. 4).
"Una familia dispendiosa"
Algunas personas me han escrito para decirme que deben recibir sueldos más elevados, y han presentado como excusa el hecho de tener una familia dispendiosa. Y al mismo tiempo la institución donde trabajaban se veía obligada a realizar cálculos minuciosos para hacer frente a los gastos corrientes. ¿Por qué se tendría que presentar el caso de una familia dispendiosa como una razón para pedir sueldos más elevados? ¿Acaso no es suficiente la lección que Cristo dio? El dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame". Mateo 16:24.
Nuestras instituciones se establecieron para servir como medios efectivos en la promoción de la obra de salvar a las almas. Los que se relacionan con ellas deben estudiar cómo pueden ayudar a la institución, y no cómo pueden extraer lo más posible de la tesorería. Si toman más de lo que deben, ocasionan un perjuicio a la causa de Dios. Que todos los que se relacionan con estas instituciones digan: "No voy a fijar mi sueldo en una suma elevada, porque en esa forma despojaría a la tesorería y estorbaría la proclamación del mensaje de misericordia. Debo practicar la economía. Los que están en el campo realizan una obra tan esencial como la que yo hago. Debo hacer todo lo que sea posible para ayudarlos. Estoy empleando los recursos de Dios, y obraré tal como Cristo hubiera actuado en mi lugar. No gastaré dinero en cosas superfluas. Recordaré a los obreros de Dios que están en los campos misioneros. Ellos necesitan más recursos que yo. En su obra se relacionan con mucha pobreza y aflicción. Deben alimentar al hambriento y vestir al desnudo. Debo limitar mis gastos a fin de participar en su obra de amor".--Special Testimonies, Serie B, 19:19, 20.
Exhortación a la igualdad
Debería haber más igualdad entre nosotros. Hay demasiada búsqueda ansiosa de recompensa. Se realizan estimaciones egoístas del trabajo hecho. Que ninguna persona reciba un sueldo elevado porque supone que ella se adapta especialmente para realizar cierto trabajo, colocando así la obra que hace para Dios y para el adelantamiento de su causa sobre una base mercenaria. Al que se le da mucho se le pedirá mucho. Quienes argumentan que deberían recibir salarios elevados a causa de sus habilidades y de sus dones particulares, deberían preguntarse a sí mismos: "¿De quién son los talentos con los que estoy negociando? ¿He utilizado esos talentos para proporcionar la mayor gloria a Dios? ¿He duplicado los talentos que me han sido prestados?" El uso consagrado de esos talentos proporcionaría beneficios a la causa de Dios. Todos nuestros talentos pertenecen a Dios, y algún día habrá que devolverle el capital y los intereses.
Si los que se han relacionado con la obra de Dios durante muchos años estudiaran cuidadosamente cuánto perjuicio han causado a la viña del Señor mediante acciones imprudentes, por apartarse de los principios correctos y por distraer recursos de la causa de Dios al utilizar su influencia para conducir a otros por caminos torcidos, en vez de codiciar sueldos más elevados se humillarían delante de Dios con un arrepentimiento del que no es necesario arrepentirse. Que se formulen esta pregunta: "'¿Cuánto debes a mi amo?'. Lucas 16:5. ¿Qué cuenta rendiré por el talento mal utilizado, y por seguir mis pensamientos no santificados? ¿Qué puedo hacer para borrar los resultados de mis acciones imprudentes que han limitado tanto los recursos de la causa?" Si cada persona hubiera desempeñado fielmente su posición de confianza, hoy no habría escasez de recursos en la tesorería del Señor.
Nuestra relación con la obra de Dios no debe considerarse desde el punto de vista mercenario: según la estimación del hombre, tanto trabajo hecho, tanto pago recibido. Cometen un gran error los que suponen que sus servicios son inapreciables. Si se comprendiera que Dios es fiel a su Palabra, habría un gran cambio en la valoración del trabajo hecho para el Maestro.
Hay muchas cosas que deberían corregir en ellas mismas aquellas personas que codician tanto. Alentar deseos egoístas de recompensa constituye una actitud inadecuada. Este anhelo de sueldos elevados ha expulsado el amor de Dios de muchos corazones. El orgullo por la posición que se ocupa constituye un mal profundamente arraigado que ha arruinado a miles de personas. Sí, decenas de miles de seres humanos que buscaban ambiciosamente la distinción y la ostentación, se han perdido porque perdieron de vista los principios. Se valoraron y se compararon unos con otros. Su intensa ambición por recibir crédito y recompensa ha producido una disminución en su espiritualidad. Esta es una lección que todos deberíamos estudiar cuidadosamente para ser amonestados contra la codicia y la avaricia, contra el orgullo que destruye el amor a Dios y corroe el alma.
Cuando una persona empleada en la obra de Dios rehúsa trabajar por el sueldo que recibe, cuando rehúsa una suma razonable por sus servicios, puede ser que reciba lo que pide, pero con frecuencia será a costa de la pérdida de la gracia de Dios de su corazón, lo cual tiene más valor que el oro, la plata y las piedras preciosas (Manuscrito 164, 1899).
El costo de los sueldos elevados
La encarnación de Cristo fue un acto de abnegación; su vida representó una continua negación de sí mismo. La gloria más elevada del amor de Dios por el hombre se manifestó en el sacrificio de su Hijo unigénito, que era la imagen misma de su sustancia. Este es el gran misterio de la piedad. Es privilegio y deber de cada cristiano profeso tener la mente de Cristo. No podemos ser discípulos suyos sin manifestar abnegación y sin llevar la cruz.
Cuando se adoptó la resolución de pagar sueldos más elevados a los obreros de las oficinas de la Review and Herald, el enemigo estaba teniendo éxito en su plan de perturbar los propósitos de Dios y de conducir a las almas por senderos falsos. El espíritu egoísta y codicioso aceptó los sueldos más elevados. Si los obreros hubiesen practicado los principios establecidos en las lecciones de Cristo, no podrían concienzudamente haber recibido tales remuneraciones. ¿Y cuál fue el efecto de estos sueldos mayores? Aumentaron mucho los gastos de mantenimiento de la familia. Hubo un alejamiento de las instrucciones y los ejemplos dados en la vida de Cristo. Se estimuló el orgullo y se lo satisfizo; y se ha invertido dinero para ostentar y para gratificar inútilmente los propios deseos. El amor al mundo se posesionó del corazón y la ambición impía gobernó el templo del alma. Los sueldos más elevados se convirtieron en una maldición. No se siguió el ejemplo de Cristo sino el del mundo.
El amor a Cristo no conducirá a la gratificación de los propios deseos, ni a gasto innecesario alguno para complacerse ni satisfacerse a sí mismo ni para estimular el orgullo en el corazón humano. El amor a Jesús en el corazón siempre conduce al alma a ser humilde y a conformarse enteramente a la voluntad de Dios.--Carta 21, 1894.
Cuando el pecado ataca el ser interior, asalta la parte más noble del hombre. Provoca una confusión terrible y realiza estragos en las facultades y las capacidades concedidas por Dios. En tanto que la enfermedad física postra el cuerpo, la enfermedad del egoísmo y la codicia marchita el alma.--Carta 26, 1897.
Sueldos más elevados propuestos para hombres superiores
He quedado profundamente conmovida por las escenas que contemplé durante la noche. Algunos de mis hermanos hacían propuestas con las que no puedo concordar. Las declaraciones formuladas por ellos indican que están en una vía equivocada, y que carecen de una experiencia que podría protegerlos del engaño. Me afligió escuchar de parte de algunos de nuestros hermanos expresiones que no demuestran fe en Dios ni lealtad a su verdad. Se hicieron propuestas que, de ser llevadas a cabo, alejarían del camino angosto.
Algunos piensan que si se pagaran sueldos más elevados a hombres de talento superior, éstos permanecerían con nosotros, y entonces se realizaría más trabajo, en forma más aceptable, con lo que la causa de la verdad adquiriría una posición más destacada.
Uno que nunca yerra me instruyó con respecto a estos asuntos. Suponiendo que se adoptara este plan, pregunto: "¿Quién es competente para medir la utilidad y la influencia genuina de esos obreros?" Ningún hombre está calificado para juzgar la utilidad en el servicio de Dios.
La posición o el cargo que pueda tener una persona no constituyen en sí mismos una indicación de su utilidad en la causa de Dios. El desarrollo de un carácter cristiano mediante la santificación del espíritu es lo que le proporcionará influencia para el bien. En la estimación que Dios hace, el grado de su fidelidad es lo que determina el valor de su servicio.
Dios acepta únicamente los servicios de quienes participan de la naturaleza divina. Sin Cristo el hombre no puede hacer nada. Únicamente el amor a Dios y al hombre coloca a los seres humanos en terreno ventajoso frente a Dios. La obediencia al mandamiento divino nos capacita para llegar a ser colaboradores juntamente con Dios. El amor es el fruto que crece en el árbol cristiano, el fruto que es como las hojas del árbol de la vida para la sanidad de las naciones (Manuscrito 108, 1903).
Las necesidades y el bienestar de la vida
En la tesorería del Señor debería haber medios suficientes para dar un sostén adecuado a los que dedican su tiempo a trabajar por la salvación de las almas. No deben mezquinarse sus sueldos justos. No debería permitirse que los que están dispuestos a trabajar por el Maestro carezcan de lo necesario para satisfacer las necesidades de la vida. Debería permitírseles vivir confortablemente; y deberían, además, tener dinero suficiente para hacer donaciones a la causa de Dios, porque ocurre con frecuencia que se espera de ellos que tomen la delantera en las ofrendas (Manuscrito 103, 1906).
Sin compromisos con empresas mundanales y libres de deberes que están en conflicto con la obra de Dios
Hay muchas cosas que necesitan ajustarse, y que lo serán si nos adherimos estrictamente a los principios. Se me dieron instrucciones especiales concernientes a nuestros ministros. No es la voluntad de Dios que ellos procuren llegar a ser ricos. No deberían comprometerse con empresas mundanales, porque esto los descalifica para dedicar sus mejores capacidades a las cosas espirituales. Sin embargo, deberían recibir sueldos suficientes para sostenerse a sí mismos y a sus familias. No debería recargárselos hasta el punto de no poder atender debidamente la iglesia que está en sus propios hogares. Tienen el deber de enseñar a sus hijos, tal como lo hizo Abrahán, a acatar la voluntad del Señor y a obrar con justicia y juicio...
Que los ministros y los maestros recuerden que Dios los ha hecho responsables de cumplir sus cargos en la forma mejor que lo permitan sus habilidades, y que dediquen a su trabajo sus mejores facultades. No deben asumir deberes que estén en conflicto con la obra que Dios les ha encomendado. Cuando los ministros y los maestros, oprimidos constantemente por la carga de la responsabilidad financiera, van al púlpito o a la sala de clase cansados y molestos, con el cerebro recargado y los nervios en tensión, ¿qué otra cosa podría esperarse sino que se emplee fuego profano en lugar del fuego sagrado encendido por Dios? El esfuerzo excesivo perjudica al orador y frustra a los oyentes. No ha tenido tiempo para buscar al Señor, ha carecido de la oportunidad para buscar con fe la unción del Espíritu Santo. ¿No cambiaremos este modo de trabajar? (Manuscrito 101, 1902).
No cultivéis gustos dispendiosos
Los obreros deberían levantarse para contemplar un horizonte más amplio. En el caso de muchos, la abnegación y el sacrificio personal están muertos, y por lo tanto es necesario volver a poner en vigencia estas características. Deben comprender que los sueldos más elevados que exigen están minando la tesorería del Señor. Están comprometiendo el dinero de Dios en intereses privados, y mediante sus acciones le están diciendo al mundo: "Mi Señor tarda en venir". Mateo 24:48. ¿No debería cambiarse esto? ¿Quiénes están dispuestos a seguir el gran ejemplo del Obrero maestro?--Carta 120, 1899.
No habléis de vuestros sueldos reducidos. No cultivéis un gusto por vestidos o muebles costosos. Que la obra avance tal como empezó, con sencilla abnegación y fe. Estableced un nuevo orden de cosas.--Carta 94, 1899.
Hoy se requiere el espíritu de abnegación de los primeros días
Hoy se requiere tanta abnegación como cuando iniciamos la obra, cuando éramos solamente un puñadito de gente, cuando conocíamos el significado de la abnegación y del sacrificio personal, cuando tratábamos de publicar los pequeños periódicos y los folletos que debían llevarse a los que estaban en tinieblas. Actualmente trabajan en la oficina unas pocas personas que entonces estaban con nosotros. Durante años no recibimos ningún sueldo, sino apenas lo necesario para proporcionarnos el alimento y la ropa más sencillos. Estábamos conformes con usar ropa de segunda mano, y a veces nuestro alimento a duras penas alcanzaba para sostener nuestras fuerzas. Todo lo demás era dedicado a la obra. Después de un tiempo mi esposo recibió seis dólares por semana, y con eso vivimos, y yo trabajaba con él en la causa. Otros trabajaban en forma similar...
Los que han venido para hacerse cargo de la obra, cuando ésta ya ha alcanzado éxito, deberían andar con mucha modestia. Deberían manifestar espíritu de abnegación. Dios quiere que se haga avanzar las instituciones a fuerza de abnegación, en la misma forma como se colocaron los fundamentos.--The General Conference Bulletin, 184.
Cuando se haga esta obra en la forma como debería efectuarse, cuando trabajemos con celo divino para añadir conversos a la verdad, el mundo verá que un poder asiste a nuestro mensaje de verdad. La unidad de los creyentes da testimonio del poder de la verdad que puede unir en perfecta armonía a hombres de disposiciones diferentes, y hacer que uno sólo sea el interés de todos.
Las oraciones y las ofrendas de los creyentes van unidas a sus esfuerzos fervorosos y abnegados, y verdaderamente constituyen un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Los hombres vuelven a convertirse. La mano que una vez buscaba la recompensa de una remuneración mayor se ha convertido en la mano ayudadora de Dios. Los creyentes están unidos por un mismo interés: el deseo de crear centros de la verdad donde se exalte a Dios. Cristo los junta con santos vínculos de unión y amor, vínculos que tienen un poder irresistible.
Cristo oró por esta unidad poco antes de su juicio, cuando estaba tan sólo a un paso de la cruz. "Para que todos sean uno--dijo él--; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste". Juan 17:21.--Carta 32, 1903.