Mensajes Selectos, Tomo 2

Capítulo 25

Fortaleza en la aflicción

¿Por qué esta aflicción?

[En respuesta a un pedido de la Asociación General, Elena G. de White viajó a Australia en 1891 para ayudar a fortalecer la obra recién establecida en ese país. Permaneció allí nueve años. Poco después de llegar fue afectada por una prolongada y dolorosa enfermedad. Los siguientes párrafos revelan su fortaleza en esta aflicción. Nótense las lecciones que aprendió en esta experiencia.--Los compiladores.]

Cada envío de correspondencia ha consistido en cien a doscientas páginas escritas por mí, y la mayoría de ellas escritas mientras me encuentro sostenida por almohadas en la cama, como ahora, medio acostada o medio sentada, o bien sentada entre almohadas en una silla incómoda.

El estar sentada me causa mucho dolor en la cadera y en la parte inferior de la columna. Si en este país [Australia] se encontraran sillones como los que tienen Uds. allá en el sanatorio, yo compraría uno sin demora aunque costara treinta dólares... Sólo a costa de mucho esfuerzo y molestia puedo sentarme derecha y levantar la cabeza. Debo apoyarla contra el respaldo de la silla sobre las cabeceras, en posición reclinada. Así es como me encuentro en este momento.

Pero no estoy desanimada en absoluto. Siento que cada día soy sustentada. En las prolongadas y tediosas horas de la noche, cuando no me viene el sueño, he dedicado mucho tiempo a la oración; y cuando cada nervio parecía gritar de dolor, cuando en el momento en que pensaba en mí misma me parecía que perdería la calma, la paz de Cristo ha inundado mi corazón a tal punto que me he sentido llena de gratitud y reconocimiento. Sé que Jesús me ama, y yo amo a Jesús. Durante algunas noches he dormido tan sólo tres horas, unas pocas noches cuatro horas, y la mayor parte del tiempo solamente dos, y sin embargo en estas prolongadas noches australianas, en las tinieblas, todo parece estar iluminado a mi alrededor, y gozo de una dulce comunión con Dios.

Cuando me encontré por primera vez en una condición de impotencia, lamenté profundamente haber cruzado el ancho océano. ¿Por qué no estaba en los Estados Unidos? ¿Por qué me hallaba en este país a un costo tan elevado? Varias veces oculté la cara entre las frazadas y lloré abundantemente. Pero no me complací por mucho tiempo en el desahogo superfluo proporcionado por las lágrimas.

Me dije a mí misma: "¿Qué quieres decir, Elena G. de White? ¿Acaso no has venido a Australia porque pensabas que era tu deber ir adonde la asociación consideraba que era mejor que fueras? ¿No ha sido ésta tu costumbre?"

Contesté: "Sí".

"¿Entonces por qué te sientes casi abandonada y desanimada? ¿No es ésta la obra del enemigo?"

Dije: "Creo que lo es".

Sequé mis lágrimas tan rápidamente como pude, y dije: "Ya es suficiente; no volveré a contemplar el lado oscuro. Sea que viva o muera, encomiendo la protección de mi alma al que murió por mí".

Luego creí que el Señor haría todas las cosas bien, y durante estos ocho meses de desvalimiento, no he tenido ningún desaliento ni duda. Ahora considero este asunto como una parte del gran plan del Señor para el bien de su pueblo aquí en este país, para el de los Estados Unidos, y para mi propio bien. No puedo explicar por qué ni cómo, pero lo creo. Y me siento gozosa en medio de mi aflicción. Puedo confiar en mi Padre celestial. No dudaré de su amor. Tengo un guardián que vigila día y noche; y alabaré al Señor, porque su alabanza está en mis labios procedente de un corazón lleno de gratitud.--Carta 18a, 1892.

Meditaciones en los días de aflicción--Oración y ungimiento, pero sin curación inmediata

21 de mayo de 1892. Ya terminó la noche penosa que pasé casi sin dormir. Ayer por la tarde, el pastor [A. G.] Daniells y su esposa, el pastor [G. C.] Tenney y su esposa, y los Hnos. Stockton y Smith vinieron a nuestra casa a pedido mío para pedir al Señor que me sanara. Tuvimos una reunión de oración muy fervorosa, y fuimos muy bendecidos. Quedé aliviada, pero mi salud no fue restablecida. Ahora he hecho todo lo posible por seguir las instrucciones de la Biblia, y esperaré que el Señor obre, en la creencia que él me sanará cuando él lo considere oportuno. Mi fe se afirma en esa promesa: "Pedid, y recibiréis". Juan 16:24.

Creo que el Señor escucha nuestras oraciones. Yo esperaba ser libertada inmediatamente de mi cautividad, y en mi juicio finito estimaba que de este modo Dios sería glorificado. Fui muy bendecida durante nuestra reunión de oración, y me aferraré a la seguridad que entonces se me dio: "Yo soy tu Redentor; yo te sanaré" (Manuscrito 19, 1892).

"No perderé el dominio propio"

23 de junio de 1892. Ha transcurrido una noche más. Dormí solamente tres horas. No experimenté tanto dolor como de costumbre, pero estuve intranquila y nerviosa. Después de permanecer despierta durante un tiempo, procurando dormir, desistí de mi empeño, y dirigí toda mi atención a buscar al Señor. Cuán preciosa fue para mí esta promesa: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá". Mateo 7:7. Oré fervorosamente al Señor pidiendo confortamiento y paz, los que únicamente el Señor Jesús puede dar. Quiero la bendición del Señor de modo que, aunque experimente dolores, no pierda el dominio propio. No me atrevo a confiar en mí misma ni por un solo instante.

En el momento en que Pedro apartó sus ojos de Cristo, comenzó a hundirse. Cuando comprendió el peligro que corría y elevó sus ojos y su voz a Jesús exclamando: ¡Sálvame, Señor, que perezco!, lo sostuvo la mano que siempre está lista para salvar a los que perecen, y fue salvado...

En mi hogar debo buscar la paz diariamente y seguir en pos de ella... Y aunque el cuerpo sufre, y el sistema nervioso está debilitado, no debemos pensar que estamos en libertad de hablar de mal humor o pensar que no estamos recibiendo toda la atención que deberíamos tener. Cuando damos lugar a la impaciencia, expulsamos del corazón al Espíritu de Dios, y damos lugar a los atributos de Satanás.

Cuando fraguamos excusas para justificar el egoísmo, los malos pensamientos y las malas palabras, estamos educando el alma para el mal, y si proseguimos haciéndolo, llegará a ser un hábito ceder a la tentación. Entonces estaremos en el terreno de Satanás, vencidos, débiles y sin valor.

Si confiamos en nosotros mismos, ciertamente caeremos. Cristo ha dicho: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí". Juan 15:4.

¿Cuál es el fruto que debemos llevar? "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley". Gálatas 5:22, 23.

Mientras meditaba en estas cosas, sentí cada vez más profundamente el pecado que significa descuidar de mantener el alma en el amor de Dios. El Señor no hace nada sin nuestra colaboración. Cuando Cristo oró: "Padre, guárdalos en tu nombre", no quiso decir que deberíamos descuidar de mantenernos en el amor y la fe de Dios. Viviendo en Dios, mediante una unión viva con Cristo, confiamos en las promesas y constantemente obtenemos mayor fuerza contemplando a Jesús. ¿Qué puede cambiar el corazón o conmover la confianza de aquel que, mediante la contemplación del Salvador, es transformado a su semejanza? ¿Tomará en cuenta esa persona los menosprecios? ¿Se centrará su imaginación en el yo? ¿Permitirá que pequeñeces destruyan la paz de su mente? Aquel en cuyo corazón mora Cristo está dispuesto a ser complacido. No piensa el mal, y se conforma con la seguridad de que Jesús conoce y valora correctamente a cada alma por la cual murió. Dios dice: "Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir al hombre". Isaías 13:12. Que esto satisfaga el anhelo del alma, y nos haga ser cuidadosos y precavidos, y estar muy dispuestos a perdonar a otros porque Dios nos ha perdonado.

La felicidad de la vida consiste en cosas pequeñas. Cada uno tiene la posibilidad de practicar la verdadera cortesía cristiana. No es la posesión de talentos espléndidos lo que nos ayudará a vencer, sino el cumplimiento concienzudo de los deberes de cada día. La mirada bondadosa, el espíritu humilde, la disposición placentera, el interés sincero y sin afectación en el bienestar de los demás: todos estos rasgos constituyen auxilios en la vida cristiana. Si el amor de Jesús llena el corazón, ese amor se manifestará en la vida. No manifestaremos la determinación de hacer nuestra propia voluntad, ni una obstinada y egoísta renuencia a ser felices o a ser complacidos. La salud del cuerpo depende más de la condición saludable del corazón de lo que mucho suponen.

Uno puede imaginar que ha sido desairado, puede pensar que no ocupa una posición que está capacitado para desempeñar, y de este modo puede convertirse en un presunto mártir. Se siente infeliz, ¿pero a quién hay que culpar? Una cosa es segura: la bondad y la amabilidad contribuirán más a engrandecerlo que cualquier presunta habilidad acompañada por la maldición de un modo de ser displicente (Manuscrito 19, 1892).

Jesús conoce nuestras aflicciones y dolores

26 de junio de 1892. Me alegra la llegada de la luz del día, porque las noches son largas y cansadoras. Pero cuando no puedo dormir, la gratitud llena mi corazón al pensar en Aquel que nunca disminuye su vigilancia sobre mí, para mi bien. ¡Qué pensamiento maravilloso es saber que Jesús está perfectamente enterado de los dolores y las aflicciones que soportamos! El padeció todas nuestras tribulaciones. Algunos de nuestros amigos no saben nada acerca de las miserias humanas o de los padecimientos físicos. Nunca están enfermos, y por lo tanto no pueden comprender los sentimientos de los que padecen. Pero Jesús se compadece de nosotros a causa de nuestra enfermedad. El es el gran médico misionero. Adoptó la forma humana, y se colocó a la cabeza de una nueva dispensación, a fin de reconciliar la justicia y la compasión (Manuscrito 19, 1892).

"Haz de mí una rama saludable y fructífera"

29 de junio de 1892. Mi oración al despertar es: Jesús, guarda hoy a tu hija. Tómame bajo tu protección. Haz de mí una rama saludable y fructífera de tu vid viviente. Cristo dice: "Separados de mí nada podéis hacer". Juan 15:5. En Cristo y mediante Cristo podemos hacer todas las cosas.

Aquel que fue adorado por los ángeles, Aquel que escuchó la música del coro celestial, siempre se compadeció, mientras estuvo en la tierra, de las aflicciones de los niños, y siempre estuvo dispuesto a escuchar el relato de sus infortunios triviales. A menudo secó sus lágrimas y los consoló con la tierna simpatía de sus palabras que parecían tener la virtud de apaciguar sus aflicciones y hacerles olvidar su dolor. La forma de paloma que revoloteó sobre Jesús en ocasión de su bautismo, constituye un símbolo que representa la dulzura de su carácter (Manuscrito 19, 1892).

Que no pronuncie palabras ásperas

30 de junio de 1892. Casi ha transcurrido otra noche muy cansadora. Aunque sigo experimentando mucho dolor, sé que no he sido olvidada por mi Salvador. Mi oración es: Ayúdame, Jesús, para que no te deshonre con mis labios. No permitas que pronuncie palabras ásperas (Manuscrito 19, 1892).

"No me quejaré"

6 de julio de 1892. Estoy agradecidísima porque puedo contarle al Señor todos mis temores y perplejidades. Siento que estoy bajo la protección de sus alas. Un incrédulo le preguntó cierta vez a un joven temeroso de Dios: "¿Cuán grande es el Dios a quién adoras?" Recibió esta respuesta: "Es tan grande que llena la inmensidad, y sin embargo es tan pequeño que mora en cada corazón santificado".

¡Oh, precioso Salvador, anhelo tu salvación! "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía". Salmos 42:1. Anhelo tener un concepto más claro acerca de Jesús. Me agrada pensar en su vida inmaculada y meditar en sus lecciones. Cuántas veces repito estas palabras: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". Mateo 11:28.

La mayor parte del tiempo mi cuerpo está lleno de dolor, pero no me quejaré para no ser indigna de llevar el nombre de cristiana. Tengo la certeza de que esta lección del sufrimiento será para glorificar a Dios, y un medio de advertir a otros para que eviten el trabajo continuo bajo circunstancias difíciles y tan desfavorables para la salud y el cuerpo (Manuscrito 19, 1892).

"El señor me fortalece"

7 de julio de 1892. El Señor me fortalece mediante su gracia para escribir cartas importantes. Los hermanos acuden a mí con frecuencia en busca de consejo. Siento la firme seguridad de que esta tediosa aflicción es para la gloria del Señor. No murmuraré, porque cuando me despierto en la noche me parece como si Jesús me estuviese mirando. El capítulo 51 de Isaías es preciosísimo para mí. El lleva todas nuestras aflicciones. Leo este capítulo llena de confianza y esperanza (Manuscrito 19, 1892).

No pensaba en retroceder

10 de julio de 1892. Desperté a Emily a las cinco de la mañana para que avivara el fuego de mi habitación y me ayudara a vestirme. Agradezco al Señor porque tuve un mejor descanso nocturno que de costumbre. Mis horas de vigilia las empleo en la oración y la meditación. Una pregunta me asalta con insistencia: ¿Por qué no recibo la bendición de la restauración de mi salud? ¿Debo interpretar estos largos meses de enfermedad como una evidencia del desagrado de Dios por haber venido a Australia? Contesto decididamente que no; no me atrevo a creerlo así. Algunas veces, antes de salir de los Estados Unidos, pensé que el Señor no quería que yo fuera a un país tan distante, a mi edad y cuando tenía exceso de trabajo. Pero obedecí las indicaciones de la Asociación [General], como siempre he procurado hacer cuando no tenía yo misma una comprensión clara. Vine a Australia y encontré a los creyentes aquí en una condición que requería ayuda. Durante semanas después de llegar aquí, trabajé fervorosamente, tal como lo he hecho siempre en mi vida. Recibí instrucciones acerca de la piedad personal, que debía transmitir...

Estoy en Australia, y creo que me encuentro en el lugar donde el Señor desea que esté. No tengo intención de retroceder, aunque el sufrimiento me acompañe constantemente. He recibido la bendita seguridad de que Jesús es mío y que yo soy su hija. Las tinieblas son rechazadas por los brillantes rayos del Sol de Justicia. ¿Quién puede comprender el dolor que experimento, a no ser Aquel que se aflige con todas nuestras aflicciones? ¿A quién puedo hablar, a no ser a Aquel que se conmueve a causa de nuestras enfermedades, y sabe cómo socorrer a los que son tentados?

Cuando oro fervorosamente pidiendo restauración, y parece como si el Señor no contestase, mi espíritu casi desfallece dentro de mí. Entonces es cuando mi querido Salvador me recuerda su presencia. Me dice: ¿No puedes confiar en Aquel que te compró con su propia sangre? Te llevo esculpida en las palmas de mis manos. Entonces mi alma se alimenta con la presencia divina. Siento como si fuera transportada fuera de mí misma a la presencia de Dios (Manuscrito 19, 1892).

Dios sabe qué es lo mejor

14 de julio de 1892. Cuando me sobrevino la dolencia que he padecido durante tantos meses, quedé sorprendida al no ser aliviada inmediatamente en respuesta a la oración. Pero en mi caso se ha cumplido esta promesa: "Bástate mi gracia". 2 Corintios 12:9. No puede haber duda alguna de mi parte. Mis horas de dolor han sido horas de oración, porque he sabido a quién confiar mis padecimientos. Tengo el privilegio de reforzar mis débiles fuerzas aferrándome al poder infinito. Día y noche permanezco sobre la sólida roca de las promesas de Dios.

Mis pensamientos se elevan hacia Jesús impulsados por una confianza amante. El sabe qué es lo mejor para mí. Mis noches serían muy solitarias si no reclamara esta promesa: "Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás". Salmos 50:15; (Manuscrito 19, 1892).

Lecciones aprendidas durante los meses de sufrimiento

He estado soportando una gran prueba a causa del dolor, el sufrimiento y la impotencia; pero con esto he obtenido una preciosa experiencia más valiosa que el oro para mí. Cuando me convencí de que debía abandonar mis planes de visitar las iglesias de Australia y Nueva Zelandia, me pregunté seriamente si acaso había sido mi deber salir de los Estados Unidos para venir a este país lejano. Mis sufrimientos eran agudos. Pasé muchas noches insomnes repasando nuestra experiencia desde que salimos de Europa para los Estados Unidos, y esto ha constituido un motivo constante de ansiedad y de sufrimiento, y ha sido una carga gravosa. Luego me dije: ¿Qué significa todo esto?

Repasé cuidadosamente la historia de los años recientes y la obra que el Señor me pidió que realizase. El no me falló ni una sola vez, y con frecuencia se manifestó a mí en forma notable, y vi que no tenía nada de qué quejarme, sino que en lugar de eso poseía preciosas cosas que corrían como hilos de oro a través de mi experiencia. El Señor comprendía mejor que yo las cosas que necesitaba, y sentí que me estaba atrayendo muy cerca de sí, y que debía tener cuidado de no dictar a Dios lo que debía hacer conmigo. Esta falta de resignación a mi suerte se dio al comienzo de mis sufrimientos e impotencias, pero no pasó mucho tiempo hasta que sentí que mi aflicción formaba parte del plan de Dios. Descubrí que al estar medio acostada y medio sentada podía colocarme en una posición en la que podía utilizar mis manos estropeadas, y aunque sufría mucho dolor pude escribir bastante. Desde que llegué a este país, he escrito 1.600 páginas de este tamaño.

"Sé a quién he creído"

En los nueve meses pasados, durante muchas noches no pude dormir sino dos horas, y algunas veces me veía rodeada de tinieblas; pero en esas ocasiones oraba, y obtenía un dulce confortamiento al acercarme a Dios. Se cumplieron para mí estas promesas: "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros" (Santiago 4:8); "Porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él". Isaías 59:19. La luz del Señor me iluminó por completo. Jesús estuvo confortadoramente cerca, y encontré que era suficiente la gracia que me había sido dada, porque mi alma se afirmó en Dios, y tributé abundantes alabanzas a Aquel que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Pude decir llena de contentamiento: "Yo sé a quién he creído". 2 Timoteo 1:12. "Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar". 1 Corintios 10:13. Con la ayuda de Jesús he llegado a ser más que vencedora, y he mantenido el terreno ganado.

No puedo leer cuál es el propósito de Dios en mi aflicción, pero él sabe qué es lo mejor, y le encomendaré mi alma, mi cuerpo y mi espíritu porque él es mi fiel Creador. "Porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día". 2 Timoteo 1:12. Si educásemos y preparásemos nuestras almas para tener más fe, más amor, una mayor paciencia y una confianza más perfecta en nuestro Padre celestial, sé que tendríamos más paz y felicidad cada día a medida que pasamos por los conflictos de esta vida.

Al Señor no le agrada que nos alejemos de los brazos de Jesús a causa de nuestra impaciencia y nuestra zozobra. Es necesario que haya más espera y vigilancia serenas. Pensamos que no vamos por el camino correcto, a menos que tengamos la sensación de ello, de modo que persistimos en contemplarnos interiormente en busca de alguna señal que cuadre a la ocasión; pero no debemos confiar en nuestros sentimientos sino en nuestra fe.

Andad por fe

Una vez que hemos cumplido con la Palabra escrita, según nuestro mejor conocimiento, debemos andar por fe, ya sea que experimentemos una satisfacción especial o no. Deshonramos a Dios cuando mostramos que no confiamos en él después de habernos dado tales evidencias maravillosas de su gran amor manifestado al dar a su Hijo unigénito Jesús para que muriera en nuestro lugar, a fin de que creyésemos en él, que afirmásemos nuestras esperanzas en él, y confiásemos en su Palabra sin una sombra de duda.

Seguid contemplando a Jesús, continuad orando con fe silenciosa, proseguid apoderándoos de su fuerza, ya sea que experimentéis algún sentimiento o no. Seguid avanzando sin vacilación, como si cada oración ofrecida hubiese sido colocada en el trono de Dios y contestada por Aquel cuyas promesas nunca fallan. Proseguid adelante, cantando y entonando melodías a Dios en vuestros corazones, aunque os encontréis deprimidos por una sensación de peso y de tristeza. Os digo como alguien que sabe, que la luz vendrá, que tendremos gozo y que la niebla y las nubes serán rechazadas. Y así pasaremos del poder opresivo de las sombras y las tinieblas al sol brillante de su presencia.

Si manifestáramos más nuestra fe, si nos regocijáramos más en las bendiciones que ahora tenemos--la gran misericordia, la paciencia y el amor de Dios--cada día tendríamos más fuerza. ¿No poseen acaso las preciosas palabras pronunciadas por Cristo, el Príncipe de Dios, una seguridad y un poder que deberían ejercer gran influencia en nosotros, para hacernos creer que nuestro Padre celestial está más deseoso de dar su Espíritu Santo a quienes se lo piden de lo que los padres están para conceder buenas dádivas a sus hijos?

Deberíamos dedicarnos cada día a Dios y creer que él acepta el sacrificio, sin examinar si acaso poseemos ese grado de sentimiento que pensamos debe corresponder con nuestra fe. El sentimiento y la fe son tan diferentes como lejano está el oriente del occidente. La fe no depende del sentimiento. Debemos implorar fervientemente a Dios y con fe, haya o no sentimiento, y luego debemos vivir de acuerdo con nuestras oraciones. La palabra de Dios constituye nuestra seguridad y evidencia, de modo que después de haber pedido debemos creer sin dudar. Te alabo, oh Dios, te alabo. No me has fallado en el cumplimiento de tu palabra. Te has manifestado a mí y soy tuya para hacer tu voluntad.

Velad tan fielmente como lo hizo Abrahán para que los cuervos o las aves de presa no se posen sobre vuestros sacrificios u ofrendas a Dios. Hay que cuidar cada pensamiento de duda, de tal modo que no salga a la luz del día por haberlo expresado. La luz siempre se aleja de las palabras que honran a los poderes de las tinieblas. La vida de nuestro Señor resucitado debería manifestarse diariamente en nosotros.

El camino al cielo es estrecho e incómodo

¿Cómo es el camino que nos lleva al cielo? ¿Es un camino lleno de conveniencias invitadoras? No, sino que es un sendero estrecho y aparentemente incómodo; es un camino donde hay conflictos, pruebas, tribulaciones y sufrimientos. Nuestro Capitán, Jesucristo, no nos ha ocultado nada concerniente a las batallas que debemos pelear. Despliega el mapa delante de nosotros y nos muestra el camino. Nos dice: "Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán". Lucas 13:24. "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella". Mateo 7:13. "En el mundo tendréis aflicción". Juan 16:33. El apóstol se hace eco de las palabras de Cristo: "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios". Hechos 14:22. Bien, ¿es el aspecto desanimador el que debemos mantener delante de los ojos de la mente?...

Reunid todas las promesas

Este es Jesús, la vida de toda gracia, la vida de toda promesa, la vida de todo rito y la vida de toda bendición. Jesús es la sustancia, la gloria, la fragancia y la vida misma. "El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida". Juan 8:12. Por lo tanto, el camino real que se ha dado a los redimidos para que anden por él no constituye tinieblas desanimadoras. Si no fuera por Jesús, nuestro peregrinaje verdaderamente sería solitario y doloroso. El dice: "No os dejaré huérfanos". Juan 14:18. Por lo tanto reunamos todas las preciosas promesas. Repitámoslas durante el día y meditemos en ellas durante la noche, y estemos gozosos.

"En aquel día dirás: Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado. He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es Jah Jehová, quien ha sido salvación para mí. Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación. Y diréis en aquel día: Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre es engrandecido. Cantad salmos a Jehová, porque ha hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra. Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel". Isaías 12:1-6.

¿No es éste en verdad un camino real por donde viajamos, establecido para que anden los redimidos del Señor? ¿Podría habérseles proporcionado una senda mejor? ¿Un camino mejor? ¡No! ¡No! Por lo tanto practiquemos la instrucción dada. Veamos a nuestro Salvador como nuestro refugio, como nuestro escudo en la mano derecha para defendernos de los dardos de Satanás.

Nos asaltarán las tentaciones, y nos oprimirán las preocupaciones y las tinieblas. Cuando el corazón y la carne están listos para flaquear, ¿quién nos rodea con sus brazos eternos? ¿Quién pone en práctica la preciosa promesa? ¿Quién nos hace recordar palabras de seguridad y esperanza? ¿La gracia de quién se da en abundancia a los que la piden con sinceridad y verdad? ¿Quién es el que nos imputa su justicia y nos salva del pecado? ¿La luz de quién rechaza la niebla y la bruma, y nos coloca en la luz de su presencia? ¿Quién sino Jesús? Entonces amadlo y alabadlo. "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!" Filipenses 4:4. ¿Es Jesús actualmente un Salvador viviente? "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios". Colosenses 3:1. Resucitamos con Cristo. Cristo es nuestra vida. Mediante su misericordia y su amor benévolo se declara que somos un pueblo escogido, adoptado, perdonado y justificado. Por lo tanto ensalzad al Señor.--Carta 7, 1892.