Mensajes Selectos, Tomo 2

Capítulo 50

Las columnas de nuestra fe

Durante los cincuenta años pasados de mi vida, he tenido preciosas oportunidades de obtener un conocimiento experimental. He tenido experiencia en los mensajes del primero, del segundo y del tercer ángel. Se representa a los ángeles volando por en medio del cielo, proclamando un mensaje de advertencia al mundo, y ejerciendo una acción directa sobre la gente que vive en los últimos días de la historia terrena. Nadie oye la voz de esos ángeles, porque son un símbolo que representa al pueblo de Dios que trabaja en armonía con el universo del cielo. Hombres y mujeres esclarecidos por el Espíritu de Dios y santificados por la verdad proclaman sucesivamente los tres mensajes.

He tenido una parte en esa obra solemne. Casi toda mi experiencia cristiana está entretejida con ella. Hoy viven algunos que han tenido una experiencia similar a la mía. Han reconocido la verdad que está siendo revelada para este tiempo; se han mantenido en armonía con el gran Dirigente, el Capitán de la hueste del Señor.

En la proclamación de los mensajes se han cumplido todas las especificaciones dadas por la profecía. Los que tuvieron el privilegio de desempeñar una parte en la proclamación de estos mensajes han obtenido una experiencia del más alto valor para ellos; y ahora, cuando vivimos en medio de los peligros de estos últimos días, cuando se oirán voces que dirán en todas partes: "He aquí el Cristo", "He aquí la verdad", mientras la preocupación de muchos consiste en desarraigar el fundamento de nuestra fe que nos ha hecho salir de las iglesias y del mundo para constituir un pueblo peculiar en el mundo, debemos dar nuestro testimonio como lo dio Juan: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida...; lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros". 1 Juan 1:1-3.

Testifico de las cosas que he visto, de las cosas que he oído, de las cosas que mis manos han manejado en lo que concierne a la Palabra de vida. Sé que este testimonio procede del Padre y del Hijo. Hemos visto, y damos testimonio de ello, que el poder del Espíritu Santo ha acompañado la presentación de la verdad, ha amonestado mediante la pluma y la voz, y ha dado los mensajes en su orden respectivo. Negar esta obra equivaldría a negar el Espíritu Santo, y nos colocaría con esa compañía que se alejó de la fe y prestó oídos a los espíritus seductores.

Un asalto contra la confianza

El enemigo pondrá en movimiento todo lo que pueda para desarraigar la confianza de los creyentes en las columnas que constituyen nuestra fe en los mensajes del pasado, lo cual nos ha colocado sobre la elevada plataforma de la verdad eterna, y ha establecido y dado distinción a la obra. El Señor Dios de Israel ha conducido a su pueblo mediante la revelación de verdades de origen celestial. Se ha escuchado su voz y aún sigue escuchándosela: "Avanzad de fortaleza en fortaleza, de gracia en gracia, y de gloria en gloria". La obra se está fortaleciendo y ampliando, porque el Señor Dios de Israel es la defensa de su pueblo.

Los que poseen solamente una teoría de la verdad, los que tocan la verdad sólo con la punta de los dedos, los que no han llevado sus principios al santuario interior del alma sino que han mantenido la verdad en el atrio exterior, no verán nada de sagrado en la historia pasada de este pueblo que lo ha hecho lo que actualmente es, y que ha establecido a sus miembros como misioneros fervorosos y decididos que trabajan en el mundo.

La verdad para este tiempo es preciosa, pero aquellos cuyos corazones no han sido quebrantados al caer sobre la Roca que es Cristo Jesús, no verán ni comprenderán qué es la verdad. Aceptarán aquello que place a sus ideas y comenzarán a preparar otro fundamento diferente del que ya ha sido puesto. Halagarán su propia vanidad y estima pensando que son capaces de quitar las columnas de nuestra fe para reemplazarlas por pilares inventados por ellos.

Esta situación proseguirá durante todo el tiempo que el mundo dure. Quien haya sido un estudiante serio de la Biblia verá y comprenderá la posición solemne de aquellos que viven durante las escenas finales de la historia terrena. Sentirá su propia ineficacia y debilidad, y hará que su primera preocupación consista no solamente en una forma de piedad sino en una relación vital con Dios. No se atreverá a descansar hasta que Cristo se haya formado interiormente como la esperanza de gloria. El yo morirá, el orgullo será expelido del alma, y poseerá la humildad y la mansedumbre de Cristo (Manuscrito 28, 1890).

Ninguna nueva organización

Después que pasó el tiempo cuando esperábamos la venida de Cristo, Dios confió a sus seguidores fieles los principios preciosos de la verdad presente. Estos principios no se dieron a los que no habían tenido parte en la predicación de los mensajes del primero y segundo ángeles. Se dieron a los obreros que habían participado en la causa desde el comienzo.

Los que pasaron por estas experiencias deben ser tan firmes como una roca en su apego a los principios que nos han convertido en adventistas del séptimo día. Deben ser obreros juntamente con Dios al confirmar el testimonio y al afirmar la ley entre sus discípulos. Los que participaron en el establecimiento de nuestra obra sobre un fundamento de verdad bíblica, los que conocen los postes indicadores que han señalado el camino correcto, deben considerarse como obreros del valor más elevado. Cuando hablan de las verdades que les han sido confiadas, lo hacen basándose en una experiencia personal. Estos hombres no deben permitir que su fe se cambie en infidelidad, ni deben permitir que el estandarte del tercer ángel sea arrebatado de sus manos. Deben mantener firmes hasta el fin su confianza del principio.

El Señor ha declarado que la historia del pasado se repetirá cuando entremos en la obra final. Hay que proclamar ante el mundo todas las verdades que él ha dado para estos últimos días. Hay que fortalecer cada pilar que él ha establecido. Ahora no podemos alejarnos del fundamento que Dios ha colocado. No podemos entrar en ninguna nueva organización, porque esto significaría apostatar de la verdad (Manuscrito 129, 1905).

No necesitamos temer

No hay necesidad de dudar ni de temer que la obra no tenga éxito. Dios encabeza la obra y él pondrá en orden todas las cosas. Si hay que realizar ajustes en la plana directiva de la obra, Dios se ocupará de eso y enderezará todo lo que esté torcido. Tengamos fe en que Dios conducirá con seguridad hasta el puerto el noble barco que lleva al pueblo de Dios.

Cuando viajé desde Portland, Maine, hasta Boston, hace muchos años, nos sobrecogió una tormenta, y las grandes olas nos llevaban de un lado a otro. Los candelabros se desprendieron y cayeron, y los baúles rodaban de un lado a otro, como pelotas. Los pasajeros estaban aterrorizados y muchos gritaban porque esperaban la muerte.

Después de un tiempo, el piloto subió al puente. El capitán permaneció cerca del piloto mientras éste se ocupaba del timón, y expresó sus temores acerca del rumbo que se imprimía al barco. "¿Quiere Ud. tomar el timón?", preguntó el piloto. El capitán no estaba dispuesto a hacer tal cosa, porque sabía que carecía de la experiencia necesaria.

Luego algunos de los pasajeros se inquietaron y dijeron que temían que el piloto hiciera que se estrellaran contra las rocas. "¿Quieren Uds. tomar el timón?", preguntó otra vez el piloto; pero ellos sabían que no podían manejar el timón.

Cuando penséis que la obra corre peligro, orad: "Señor, dirige el timón. Ayúdanos a salir de la perplejidad y llévanos a salvo al puerto". ¿No tenemos razón para creer que el Señor nos hará salir triunfantes?

Algunos trabajan en la obra desde hace largo tiempo. He conocido a algunos de vosotros durante treinta años. Hermanos, ¿no hemos visto sobrevenir una crisis tras otra en la obra, y el Señor no nos ha llevado en salvo a través de ella y no ha obrado para gloria de su nombre? ¿No podéis creer en él? ¿No podéis encomendarle la causa a él? Con vuestra mente finita no podéis comprender el funcionamiento de todas las providencias de Dios. Dejad que Dios se encargue de su propia obra.--The Review and Herald, 20 de septiembre de 1892.

"Mi mano está en el timón"

La venida del Señor está más cerca que cuando creímos por primera vez. ¡Cuan maravilloso es pensar que la gran controversia se aproxima a su fin! Al final de la obra nos encontraremos con peligros que no sabremos cómo superar; pero no olvidemos que los tres grandes poderes del cielo están obrando, que una mano divina está en el timón, y que Dios hará que sus propósitos se cumplan. Reunirá del mundo a un pueblo que le servirá en justicia.

Tremendos peligros aguardan a los que tienen responsabilidades en la obra del Señor: peligros que me hacen temblar cuando pienso en ellos. Pero se nos dice: "Mi mano está en el timón, y llevaré a cabo el plan divino en mi providencia".--The Review and Herald, 5 de mayo de 1903.

Los juicios de Dios

Nos esperan tiempos turbulentos. Los juicios de Dios están en la tierra. Las calamidades ocurren en rápida sucesión. Dios pronto se levantará de su lugar para sacudir la tierra en forma terrible, y para castigar a sus habitantes debido a su iniquidad. Luego se manifestará en favor de su pueblo y los circundará con su cuidado protector. Los rodeará con sus brazos eternos para librarlos de todo daño.--The Review and Herald, 14 de abril de 1904.