El 30 de agosto de 1846 me uní en matrimonio con el pastor Jaime White, quien tenía profunda experiencia en el movimiento adventista y cuya labor en la proclamación de la verdad Dios había bendecido. Nuestros corazones se unieron en la magna obra y juntos viajamos y trabajamos por la salvación de las almas.
Confirmación de la fe
En noviembre de 1846 asistimos mi esposo y yo a una reunión celebrada en Topsham, Maine, en la que estaba presente el pastor José Bates, quien entonces no creía del todo que mis visiones fuesen de Dios. Aquella reunión revistió mucho interés. El Espíritu de Dios descendió sobre mí; tuve una visión de la gloria de Dios, y por primera vez se me mostraron otros planetas. Al salir de la visión, relaté lo que había visto. El pastor Bates me preguntó entonces si yo había estudiado astronomía, a lo que respondí que no recordaba haber mirado jamás un libro que tratase de esta ciencia. Entonces exclamó: "Esto es cosa del Señor". Su aspecto se iluminó con la luz del cielo y exhortó con poder a la iglesia.
Acerca de su actitud respecto a las visiones, declaró el pastor Bates:
"Aunque nada veía en ellas contrario a la Palabra, me sentía alarmado y muy puesto a prueba, y durante largo tiempo no quise creer que las visiones fuesen algo más que un fenómeno resultante de la prolongada debilidad corporal de quien las recibía.
"Por lo tanto, busqué ocasiones de interrogarla y hacerle preguntas capciosas, a ella y a las amigas que la acompañaban, especialmente a su hermana mayor, y esto en presencia de otras personas y cuando su mente estaba libre de excitación (fuera de las reuniones), todo ello con el intento de averiguar la verdad, si fuese posible. Durante las visitas que desde entonces hizo la Hna. Elena a Nueva Bedford, Fairhaven, y mientras asistía a nuestras reuniones, la he visto yo en éxtasis unas cuantas veces, como también la vi en Topsham, Maine; y todos los que presenciaron algunas de aquellas emocionantes escenas, saben con cuán vivo interés y ahínco escuchaba yo cada palabra, y vigilaba cada movimiento, por si descubría alguna impostura o influencia mesmérica. Doy gracias a Dios por esta ocasión que me deparó de ser, juntamente con otras personas, testigo de estas cosas. Ahora puedo hablar confiadamente por mí mismo. Creo que la obra es de Dios, y es dada para consolar y fortalecer a su 'pueblo dividido y disperso', desde que terminó nuestra obra por el mundo en octubre de 1844".1
Oraciones fervientes y eficaces
Durante una reunión celebrada en Topsham se me mostró que tendría mucha aflicción, y que se pondría a prueba nuestra fe después de regresar a Gorham, donde residían mis padres.
Al regresar, caí muy enferma con intensos sufrimientos. Mis padres, mi esposo y mis hermanas se unieron en oración por mí, pero continué sufriendo durante tres semanas. A menudo desfallecía y quedaba como muerta, pero en respuesta a la oración, revivía. Mi agonía era tan grande que suplicaba a los que me rodeaban que no orasen por mí; porque pensaba que sus oraciones prolongaban tan sólo mis sufrimientos. Los vecinos creyeron que me moría. Y durante algún tiempo le plugo al Señor poner a prueba nuestra fe.
El Hno. Nichols y su esposa, de Dorchester, Massachusetts, se enteraron de mi aflicción, y su hijo Enrique vino a Gorham para traer algunas cosas con que aliviarme. Durante su visita, mis amigos volvieron a unirse en oración en demanda de mi restablecimiento. Después de orar los demás, el Hno. Enrique Nichols empezó a orar muy fervorosamente con el poder de Dios sobre él, y al levantarse del suelo donde se había arrodillado, cruzó el aposento, y poniéndome las manos en la cabeza, dijo: "Hna. Elena, Jesucristo te sana". Dicho esto, cayó hacia atrás, postrado por el poder de Dios. Yo creí que la obra era de Dios y desapareció el dolor. Mi alma se llenó de gratitud y paz. En mi corazón decía: "Sólo tenemos auxilio en Dios. Podemos estar en paz sólo cuando descansamos en él y esperamos su salvación".
Actividades en Massachusetts
Pocas semanas después, en nuestro viaje para ir a Boston, nos embarcamos en Portland. Sobrevino una violenta tempestad y corrimos grave riesgo. Pero por misericordia de Dios, desembarcamos todos a salvo.
Desde Gorham, Maine, a poco de nuestro regreso a casa, el 14 de marzo de 1847, mi esposo escribió lo que sigue, acerca de nuestra labor en Massachusetts durante el mes de febrero y la primera semana de marzo:
"Mientras hemos estado alejados de nuestros amigos, desde hace casi siete semanas, Dios ha sido misericordioso con nosotros. Ha sido nuestra fortaleza en tierra y mar. Durante las últimas seis semanas, Elena ha disfrutado de mejor salud que en los seis últimos años pasados. Los dos gozamos de excelente salud...
"Desde que salimos de Topsham, hemos pasado algunas pruebas; pero también hemos tenido momentos celestiales y refrigerantes. En conjunto, ha sido una de las mejores visitas que hayamos hecho a Massachusetts. Nuestros hermanos de Nueva Bedford y Fairhaven han sido poderosamente fortalecidos y confirmados en la verdad y el poder de Dios. También los hermanos de otros lugares han recibido muchas bendiciones".
Una visión del santuario celestial
En una reunión celebrada el sábado 3 de abril de 1847 en casa del Hno. Stockbridge Howland, sentimos un extraordinario espíritu de oración, y mientras orábamos descendió sobre nosotros el Espíritu Santo. Todos nos considerábamos muy felices. Pronto perdí el conocimiento de las cosas terrenas y quedé envuelta en la visión de la gloria de Dios.
Vi a un ángel que con presteza volaba hacia mí. Me llevó rápidamente desde la tierra a la santa ciudad, donde vi un templo en el que entré. Antes de llegar al primer velo, pasé por una puerta. Se levantó el velo y entré en el lugar santo, donde vi el altar del perfume, el candelabro con las siete lámparas y la mesa con los panes de la proposición. Después que hube contemplado la gloria del lugar santo, Jesús levantó el segundo velo y pasé al lugar santísimo.
En él vi un arca, cuya cubierta y lados estaban recubiertos de oro purísimo. En cada punta del arca, había un hermoso querubín con las alas extendidas sobre el arca. Sus rostros estaban frente a frente, pero su vista estaba dirigida hacia abajo. Entre los dos ángeles había un incensario de oro, y sobre el arca, donde estaban los ángeles, una gloria muy esplendorosa que semejaba un trono en que moraba Dios. Junto al arca estaba Jesús, y cuando las oraciones de los santos llegaban a él, humeaba el incienso del incensario, y Jesús ofrecía a su Padre aquellas oraciones con el humo del incienso.
Dentro del arca estaba el vaso de oro con el maná, la vara florecida de Aarón y las tablas de piedra, que se plegaban como las hojas de un libro. Jesús las abrió, y vi en ellas los Diez Mandamientos escritos por el dedo de Dios. En una tabla había cuatro, y en la otra seis. Los cuatro de la primera brillaban más que los otros seis. Pero el cuarto, el mandamiento del sábado, brillaba más que todos, porque el sábado fue puesto aparte para que se lo guardase en honor del santo nombre de Dios. El santo sábado resplandecía, rodeado de un nimbo de gloria. Vi que el mandamiento del sábado no estaba clavado en la cruz, pues de haberlo estado, también lo hubieran estado los otros nueve, y así quedaríamos en libertad para quebrantarlos a todos ellos, así como el cuarto. Vi que Dios no había cambiado el día de descanso, porque Dios es inmutable; pero el papa lo había transferido del séptimo al primer día de la semana, pues había pensado cambiar los tiempos y la ley.
También vi que si Dios hubiese cambiado el día de reposo del séptimo al primer día, asimismo hubiera cambiado el texto del mandamiento del sábado, escrito en las tablas de piedra que están en el arca del lugar santísimo del templo celestial, y diría así: El primer día es el día de reposo de Jehová tu Dios. Pero vi que decía lo mismo que cuando el dedo de Dios lo escribió en las tablas de piedra antes de entregarlas a Moisés en el Sinaí: "Mas el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios". Vi que el santo sábado es, y será, el muro separador entre el verdadero Israel de Dios y los incrédulos, así como la institución más adecuada para unir los corazones de los queridos y esperanzados santos de Dios.
Vi que Dios tenía hijos que no echan de ver ni guardan el sábado. No han rechazado la luz referente a él. Y cuando empezó el tiempo de angustia, fuimos llenos del Espíritu Santo al salir a proclamar más plenamente el sábado.3 Esto enfureció a las otras iglesias y a los adventistas nominales, pues no podían refutar la verdad sabática, y entonces todos los escogidos de Dios comprendieron claramente que nosotros poseíamos la verdad, y salieron y sufrieron la persecución con nosotros. Vi guerra, hambre, pestilencia y grandísima confusión en la tierra. Los malvados pensaron que nosotros habíamos acarreado el castigo sobre ellos, y se reunieron en consejo para raernos de la tierra, creyendo que así cesarían los males.
En el tiempo de angustia4 huimos todos de las ciudades y pueblos, pero los malvados nos perseguían y entraban a cuchillo en las casas de los santos; pero al levantar la espada para matarnos, ésta se quebraba y caía tan inútil como una brizna de paja. Entonces clamamos día y noche por liberación, y el clamor llegó a Dios.
Salió el sol y la luna se detuvo. Cesaron de fluir las corrientes de aguas. Aparecieron negras y densas nubes que se entrechocaban unas con otras. Pero había un espacio de gloria fija, del que, cual estruendo de muchas aguas, salía la voz de Dios que estremecía cielos y tierra. El firmamento se abría y se cerraba en honda conmoción. Las montañas temblaban como cañas agitadas por el viento y lanzaban peñascos a su alrededor. El mar hervía como una olla y despedía piedras sobre la tierra.
Y al anunciar Dios el día y la hora de la venida de Jesús, en tanto expresaba ante su pueblo el pacto sempiterno, pronunciaba una frase y se detenía, mientras las palabras repercutían por toda la tierra. El Israel de Dios permanecía con los ojos en alto, escuchando las palabras según salían de labios de Jehová, que retumbaban por la tierra como estruendo del trueno más potente. El espectáculo era pavorosamente solemne, y al terminar cada frase, los santos exclamaban: "¡Glorial ¡Aleluya!" Su aspecto estaba iluminado con la gloria de Dios, y resplandecían sus rostros como el de Moisés al bajar del Sinaí. A causa de esta gloria, los malvados no podían mirarlos. Y cuando la bendición eterna se pronunció sobre quienes habían honrado a Dios santificando su sábado, resonó un potente grito por la victoria lograda sobre la bestia y su imagen.
Entonces comenzó el jubileo, durante el cual la tierra debía descansar. Vi al piadoso esclavo levantarse en triunfal victoria, y desligarse de las cadenas que lo ataban, mientras que su malvado dueño quedaba confuso sin saber qué hacer; porque los malvados no podían comprender las palabras de la voz de Dios.
Pronto apareció la gran nube blanca. Me pareció mucho más hermosa que antes. En ella se sentaba el Hijo del hombre. Al principio no distinguimos a Jesús en la nube; pero al acercarse más a la tierra, pudimos contemplar su bellísima figura. En cuanto apareció, esta nube fue la señal del Hijo del hombre en el cielo.
La voz del Hijo de Dios despertó a los santos dormidos y los levantó revestidos de gloriosa inmortalidad. Los santos vivientes fueron transformados en un instante y arrebatados con aquéllos en el carro de nubes. Este resplandecía en extremo mientras rodaba hacia las alturas. Tenía alas a uno y otro lado, y debajo ruedas. Y cuando ascendía, las ruedas exclamaban: "¡Santo!", y las alas, al batir, gritaban: "¡Santo!", y la comitiva de santos ángeles que rodeaba la nube exclamaba: "¡Santo, santo, santo, Señor Dios Todopoderoso!" Y los santos en la nube cantaban: "¡Gloria! ¡Aleluya!" El carro subió a la santa ciudad. Jesús abrió las puertas de la ciudad de oro y nos condujo adentro. Fuimos bien recibidos, porque habíamos guardado "los mandamientos de Dios", y teníamos derecho "al árbol de la vida". Apocalipsis 14:12; 22:14.