De su trabajo en la siega del heno obtuvo mi esposo cuarenta dólares, con los que, después de comprar alguna ropa, tuvimos lo suficiente para ir a la parte occidental del Estado de Nueva York y regresar.
Estaba yo quebrantada de salud y me era imposible viajar y cuidar a mi pequeñuelo Enrique, que entonces tenía diez meses. Así que lo dejamos en Middletown confiado a la Hna. Clarisa Bonfoey. Dura prueba era para mí separarme de mi hijo; pero no nos atrevimos a permitir que nuestro cariño hacia él nos apartara de la senda del deber. Jesús dio su vida para salvarnos, ¡Cuán pequeño es cualquier sacrificio que podamos hacer, comparado con el suyo!
En la mañana del 13 de agosto llegamos a la ciudad de Nueva York, y fuimos a la casa del Hno. D. Moody. Al día siguiente se nos unieron los Hnos. Bates y Gurney.
Conferencia en Volney
Nuestra primera reunión general en el occidente del Estado de Nueva York comenzó el 18 de agosto en Volney, en la granja del Hno. David Arnold. Concurrieron unas treinta y cinco personas--todos los amigos que pudieron reunirse en aquella parte del Estado. Pero de los treinta y cinco apenas había dos de la misma opinión, porque algunos sustentaban graves errores, y cada cual defendía tenazmente su criterio peculiar diciendo que estaba de acuerdo con la Biblia.
Un hermano sostenía que los mil años del capítulo veinte del Apocalipsis estaban en el pasado, y que los ciento cuarenta y cuatro mil mencionados en los capítulos siete y catorce del Apocalipsis eran los que fueron resucitados en ocasión de la resurrección de Cristo.
Mientras estábamos frente a los emblemas de nuestro Señor moribundo, y estábamos por conmemorar sus sufrimientos, este hermano se levantó y declaró que él no creía en lo que estábamos por hacer; que la Cena del Señor era una continuación de la Pascua, y que debía celebrarse sólo una vez al año.
Esta extraña diferencia de opinión me causó mucha pesadumbre, pues vi que se presentaban como verdades muchos errores. Me pareció que con ello Dios quedaba deshonrado. Mi ánimo se apenó grandemente y me desmayé bajo el pesar. Algunos me creyeron moribunda. Los Hnos. Bates, Chamberlain, Gurney, Edson y mi esposo oraron por mí. El Señor escuchó las oraciones de sus siervos y reviví.
Entonces me iluminó la luz del cielo y pronto perdí de vista las cosas de la tierra. Mi ángel guiador me hizo ver algunos de los errores profesados por los concurrentes a la reunión, y también me presentó la verdad en contraste con sus errores. Los criterios discordes, que a ellos les parecían conformes con las Escrituras, eran tan sólo su opinión personal acerca de las enseñanzas bíblicas, y se me ordenó decirles que debían abandonar sus errores y unirse en torno a las verdades del mensaje del tercer ángel.
Nuestra reunión terminó victoriosamente. Triunfó la verdad. Nuestros hermanos renunciaron a sus errores y se unieron en el mensaje del tercer ángel; y Dios los bendijo abundantemente y añadió muchos otros a su número.
Visita al Hno. Snow, en Hannibal
De Volney pasamos a Port Gibson, a unos cien kilómetros de distancia, para estar allí, según compromiso anteriormente contraído, los días 27 y 28 de agosto. "En nuestro viaje--escribió mi esposo en una carta fechada el 26 de agosto y dirigida al Hno. Hastings--, nos detuvimos en casa del Hno. Snow, en Hannibal. Hay allí ocho o diez preciosas almas. Los Hnos. Bates, Simmons y Edson con su esposa se quedaron toda la noche con ellas. Por la mañana Elena fue arrebatada en visión, y mientras estaba en visión entraron todos los hermanos. Uno de ellos no estaba de acuerdo con nosotros acerca de la verdad del sábado, pero era humilde y bueno. En su visión Elena se levantó, tomó la Biblia grande, la sostuvo ante el Señor y habló basándose en ella. Luego la llevó a ese humilde hermano, y se la puso en los brazos. El la tomó mientras le caían las lágrimas sobre el pecho. Luego, Elena vino y se sentó a mi lado. Estuvo en visión una hora y media, durante la cual no respiró en absoluto. Fueron momentos conmovedores. Todos lloraron mucho de gozo. Dejamos al Hno. Bates con aquellas personas, y vinimos acá con el Hno. Edson".
La reunión de Port Gibson
La reunión de Port Gibson se realizó en el galpón del Hno. Hiram Edson. Había personas presentes que amaban la verdad, pero que escuchaban y albergaban el error. Antes del fin de esta reunión, sin embargo, el Señor obró en nuestro favor con poder. Se me mostró de nuevo en visión la importancia de que los hermanos pongan a un lado sus diferencias y se unan en torno a la verdad bíblica.
Visita al Hno. Harris, en Centerport
Salimos de la casa del Hno. Edson con la intención de pasar el sábado siguiente en la ciudad de Nueva York. Era demasiado tarde ya para tomar el barco, de manera que tomamos una lancha, con la idea de trasbordar cuando llegara el próximo barco. Al verlo aproximándose, comenzamos a hacer los preparativos para abordarlo; pero la embarcación no se detuvo, y nosotros tuvimos que saltar a bordo mientras el barco estaba en movimiento.
El Hno. Bates tenía en la mano el dinero de nuestro pasaje, y le decía al capitán del barco: "Aquí tiene esto para pagar el pasaje". Al ver el barco moviéndose, él saltó para abordarlo, pero su pie se enganchó en el borde del barco, y cayó al agua. Comenzó entonces a nadar hacia el barco, con su cartera en una mano, y un billete de un dólar en la otra. Se le cayó el sombrero, y al rescatarlo perdió el billete de un dólar, pero retuvo la cartera. El barco se detuvo entonces para que él pudiera abordarlo. Sus ropas estaban empapadas con el agua sucia del canal, y estábamos cerca de Centerport, de manera que decidimos llegar al hogar del Hno. Harris, para que el Hno. Bates pudiera arreglarse la ropa.
Nuestra visita resultó de beneficio a esta familia. Durante años la Hna. Harris había sufrido de catarro. Ella había usado rapé para aliviarse de esta aflicción, y decía que no podía vivir sin esto. Tenía mucho dolor de cabeza. Le recomendamos que fuera al Señor, el gran Médico, quien la sanaría de su aflicción. Decidió hacerlo, y tuvimos una reunión de oración en su favor. Abandonó completamente el rapé; sus dificultades resultaron grandemente aliviadas, y desde ese tiempo su salud fue mejor de lo que había sido durante años.
Mientras estábamos en la casa del Hno. Harris tuve una entrevista con una hermana que usaba joyas de oro y sin embargo profesaba esperar la venida de Cristo. Le hablamos de las declaraciones expresas de la Escritura contra el uso de joyas. Pero ella se refirió a la ocasión en que se le ordenó a Salomón embellecer el templo, y a la declaración de que las calles de la ciudad de Dios eran de puro oro. Afirmó que si podíamos mejorar nuestra apariencia usando joyas, de manera que pudiéramos tener influencia en el mundo, esto estaba correcto. Le repliqué que nosotros éramos pobres mortales caídos, y que en lugar de decorar nuestros cuerpos porque el templo de Salomón estaba gloriosamente adornado, debemos recordar nuestra condición caída y que costó el sufrimiento y la muerte del Hijo de Dios para redimirnos. Este pensamiento debe causar en nosotros un sentimiento de humillación. Jesús es nuestro modelo. Si él abandonara su humillación y sufrimientos, y clamara: "Si alguien quiere venir en pos de mí, agrádese a sí mismo, y goce del mundo, y será mi discípulo", la multitud lo creería y le seguiría. Pero Jesús no se nos presenta de otra manera que como el humilde crucificado. Si queremos estar con él en el cielo, debemos ser como él fue en la tierra. El mundo reclamará a aquellos que le pertenecen. Y quien quiera ser vencedor, debe abandonar lo que es mundano.
Visita a la casa del Hno. Abbey, en Brookfield
Al día siguiente proseguimos nuestro viaje en barco, y llegamos hasta el condado de Madison, Estado de Nueva York. Dejamos entonces el barco, alquilamos un carruaje, y recorrimos cuarenta kilómetros hasta Brookfield, donde estaba el hogar del Hno. Ira Abbey. Siendo que era viernes de tarde cuando llegamos a la casa, se propuso que uno de nosotros fuera a la puerta e hiciera las averiguaciones del caso, de manera que si nos veíamos chasqueados en nuestra esperanza de recibir la bienvenida, pudiéramos regresar con el mismo conductor, y pasar el sábado en un hotel.
La Hna. Abbey llegó hasta la puerta, y mi esposo se introdujo como alguien que guardaba el sábado. Ella contestó: "Me alegro de verlo. Pase". El replicó: "Hay tres personas más en el carruaje conmigo. Pensé que si todos veníamos a la vez la espantaríamos". "Yo nunca me espanté de ver cristianos", fue la respuesta. La Hna. Abbey expresó gran gozo al vernos y nos dio una calurosa bienvenida, tanto ella como su familia. Cuando el Hno. Bates fue introducido ella dijo: "¿Será éste el Hno. Bates que escribió aquel libro tan directo sobre el sábado? ¿Y viene a vernos? Yo soy indigna de que entréis debajo de mi tejado. Pero el Señor os ha enviado a nosotros; pues tenemos hambre de la verdad".
Se mandó a un niño al campo para comunicar al Hno. Abbey que habían llegado cuatro observadores del sábado. El no manifestó apuro, sin embargo, por conocernos; porque anteriormente había sido engañado por algunos que lo visitaban a menudo. Estos, profesando ser siervos de Dios, habían esparcido el error entre la pequeña grey que estaba tratando de mantenerse fiel a la verdad. El Hno. y la Hna. Abbey habían luchado contra ellos por tanto tiempo, que tenían miedo de volver a tener relación con ellos. El Hno. Abbey tenía miedo de que fuéramos de la misma clase. Cuando él vino a la casa nos recibió fríamente, y entonces comenzó haciendo unas pocas preguntas sencillas y directas con respecto a si guardábamos el sábado y si creíamos que los mensajes pasados eran de Dios. Cuando tuvo evidencias de que veníamos con la verdad, gozosamente nos dio la bienvenida.
Nuestras reuniones en este lugar resultaron una alegría para los pocos que amaban la verdad. Nos regocijamos de que el Señor en su providencia nos había guiado de esta manera. Gozamos de la presencia de Dios juntos, y fuimos consolados al encontrar a unos pocos que habían permanecido firmes a través de todo el tiempo del esparcimiento, manteniéndose unidos a los mensajes de verdad en medio de las tinieblas que lo espiritualizaban todo y manifestaban fanatismo. Esta querida familia nos ayudó en nuestro camino de una manera piadosa.