Notas biográficas de Elena G. de White

Capítulo 22

Avanzando bajo dificultades

Despues de la muerte de Natanael, ocurrida en mayo de 1853, mi esposo quedó muy afectado en su salud. Los problemas y la ansiedad mental lo habían postrado. Tenía fiebre alta y debía guardar cama. Nos unimos en oración en su favor; pero aunque aliviado, todavía permanecía muy débil. Tenía citas que cumplir en Mill Grove, Estado de Nueva York, y en Míchigan, pero temía no poder cumplir con esos compromisos. Decidimos, sin embargo, aventurarnos a ir hasta Mill Grove, y si él no mejoraba, regresar a casa. Mientras estábamos en la casa del pastor R. F. Cottrell, en Mill Grove, él padecía de extrema debilidad, y creía que no podía ir más lejos.

Nos encontrábamos en gran perplejidad. ¿Debíamos permitir que las enfermedades físicas nos desviaran de la obra? ¿Se le permitiría a Satanás ejercer su poder sobre nosotros, y luchar para anular nuestra utilidad y quitarnos la vida, por tanto tiempo como estuviéramos en el mundo? Sabíamos que Dios podía limitar el poder de Satanás. El podía permitir que fuéramos probados en el horno, pero nos sacaría de él purificados y mejor preparados para su obra.

Yo fui a la cabaña rústica que estaba cerca, y allí derramé mi alma delante de Dios en oración rogándole que él reprendiera la enfermedad y fortaleciera a mi esposo para que pudiera soportar el viaje. El caso era urgente, y mi fe se asió firmemente de las promesas de Dios. Allí obtuve la evidencia de que si proseguíamos con nuestro viaje a Míchigan, el ángel de Dios iría con nosotros. Cuando le relaté a mi esposo lo que yo pensaba, él me confesó que había estado pensando de la misma manera, y así decidimos ir, confiando en el Señor. Mi esposo estaba tan débil que no podía abrochar las correas de su valija, y llamó al Hno. Cottrell para que se lo hiciera.

Con cada kilómetro que viajábamos él se sentía más fuerte. El Señor lo sostuvo, y mientras él predicaba la palabra, sentí la seguridad de que los ángeles de Dios estaban a su lado.

Primera visita a Míchigan

En la localidad de Jackson, Estado de Míchigan, encontramos una iglesia que se hallaba en gran confusión. Mientras yo estaba entre los hermanos, el Señor me instruyó con respecto a su condición, y traté de presentar un testimonio directo. Algunos rehusaron escuchar el consejo dado, y comenzaron a luchar contra mi testimonio; y aquí empezó lo que más tarde se conoció con el nombre de Partido del Mensajero.

Con respecto a nuestras labores en esta gira, entre los grupos de creyentes observadores del sábado de Míchigan, escribí lo siguiente en una carta fechada el 23 de junio de 1853:

"Mientras estaba en Míchigan visité Tyrone, Jackson, Sylvan, Bedford y Vergennes. Mi esposo, con la fuerza de Dios, soportó bien el viaje y el trabajo. Solamente una vez fallaron sus energías. No pudo predicar en Bedford. Fue al lugar de la reunión, y se puso de pie en el púlpito para predicar, pero se desmayaba y se vio obligado a sentarse. Le pidió al pastor J. N. Loughborough que continuara el tema donde él lo había dejado, y finalizara el discurso. Entonces salió de la casa al aire libre, y se acostó sobre el pasto verde hasta que más o menos se sintió recuperado. El Hno. Kelsey le permitió tomar su caballo, y cabalgó solo como dos kilómetros y medio hasta la casa del Hno. Brooks.

"El Hno. Loughborough continuó con el tema con mucha libertad. Todos estaban interesados en la reunión. El Espíritu del Señor descansó sobre mí, y tuve perfecta libertad para dar mi testimonio. El poder de Dios estaba en la casa, y casi cada uno de los presentes se sintió conmovido hasta las lágrimas. Algunos se decidieron por el Señor en forma definida.

"Después que terminó la reunión continuamos viaje en nuestro carruaje por entre los bosques hasta un hermoso lago, donde seis personas fueron sumergidas con Cristo en las aguas del bautismo. Regresamos entonces a la casa del Hno. Brooks, y encontramos a mi esposo más cómodo. Mientras estaba solo ese día, su mente había estado pensando en el tema del espiritismo, y allí decidió escribir el libro titulado Signs of the Times.

"Al día siguiente viajamos a Vergennes, recorriendo ásperos caminos y lodazales. Yo hice gran parte del viaje en una condición casi desfalleciente; pero nuestros corazones se elevaban a Dios en oración en procura de fuerza, y en él encontramos un pronto auxilio, y pudimos realizar el viaje, y dar nuestro testimonio allí".

Escribiendo y viajando

Pronto después de nuestro regreso a Rochester, Nueva York, mi esposo se ocupó en escribir el libro Signs of the Times. El todavía estaba débil, y podía dormir solamente poco tiempo, pero el Señor fue su sostén. Cuando su mente se hallaba en estado confuso y sufriente, nos inclinábamos delante de Dios, y en nuestra aflicción clamábamos a él. El oía nuestras fervientes plegarias, y a menudo bendecía a mi esposo, de manera que con un espíritu aliviado continuaba con su trabajo. Muchas veces en el día nos presentábamos delante del Señor de esta manera, en ferviente oración. Ese libro no fue escrito con la propia fuerza de mi esposo.

En el otoño de 1853 asistimos a algunas conferencias que se realizaron en Buck Bridge, Nueva York; Stowe, Vermont; Boston, Dartmouth y Springfield, Massachusetts; Washington, Nueva Hampshire; y New Have, Vermont. Este fue un viaje trabajoso y más bien desanimador. Muchos habían abrazado la verdad, pero no habían sido santificados en su corazón y en su vida. Elementos de lucha y rebelión se hallaban en acción, y era necesario que se realizara un movimiento para purificar la iglesia.

Liberación de la enfermedad

En el invierno y la primavera yo sufrí mucho de un mal del corazón. Me era difícil respirar mientras estaba acostada, y no podía dormir a menos que estuviera en una posición casi sentada. En el párpado de mi ojo izquierdo tenía una inflamación que parecía ser cáncer. Había estado creciendo constantemente por más de un año, hasta llegar a ser muy dolorosa, y me afectaba la visión.

Un célebre médico que daba consejos gratuitos visitó Rochester, y yo decidí pedirle que me examinara el ojo. El pensó que el crecimiento pudiera ser cáncer. Pero al tomarme el pulso dijo: "Usted está muy enferma, y morirá de apoplejía antes que ese crecimiento se abra. Está en una condición peligrosa por su enfermedad del corazón". Esto no me alarmó porque estaba consciente de que a menos que viniera un alivio rápido estaba destinada a la tumba. Otras dos mujeres que habían venido para recibir consejo padecían de la misma enfermedad. El médico afirmó que yo estaba en una condición más peligrosa que cualquiera de ellas, y que no pasarían más de tres semanas antes que me viera afligida de parálisis.

Después de unas tres semanas desfallecí y caí al suelo, y permanecí casi inconsciente durante 36 horas. Se temió que muriera, pero en respuesta a la oración, reviví. Una semana más tarde recibí un shock en mi costado derecho. Tuve una sensación extraña de frialdad e insensibilidad en la cabeza, y fuerte dolor en las sienes. Mi lengua parecía pesada y entumecida; no podía hablar con claridad. Mi brazo izquierdo y mi costado estaban paralizados.

Los hermanos y hermanas se reunieron para hacer de mi caso un motivo especial de oración. Recibí la bendición de Dios, y tuve la seguridad de que él me amaba; pero el dolor continuó, y seguí debilitándome hora tras hora. De nuevo los hermanos y hermanas se reunieron para presentar mi caso al Señor. Yo estaba tan débil que no podía orar en voz alta. Mi aspecto parecía debilitar la fe de los que me rodeaban. Entonces las promesas de Dios me fueron presentadas como nunca las había visto hasta entonces. Me parecía que Satanás se estaba esforzando por arrancarme del lado de mi esposo y de mis hijos para enviarme a la tumba, y estas preguntas surgían en mi mente: ¿Puedes tú creer en la directa promesa de Dios? ¿Puedes caminar por fe, cualesquiera sean las apariencias? La fe revivió. Yo le susurré a mi esposo: "Creo que me recuperaré". El contestó: "Ojalá yo pudiera creerlo". Me dormí esa noche sin alivio y, sin embargo, descansando con firme confianza en la promesa de Dios. No podía dormir, pero continué mi oración silenciosa. Precisamente antes de que rompiera el alba me quedé dormida.

Me desperté a la salida del sol, perfectamente liberada del dolor. ¡Oh, qué cambio! Me parecía que un ángel de Dios me había tocado mientras dormía. La presión que sentía sobre el corazón había desaparecido, y me sentía muy feliz. Estaba llena de gratitud. La alabanza a Dios estaba en mis labios. Desperté a mi esposo y le relaté la obra maravillosa que el Señor había hecho por mí. Al principio él apenas pudo comprenderlo; pero cuando me levanté y me vestí y caminé por la casa, él pudo alabar a Dios conmigo. Mi ojo enfermo dejó de dolerme. En unos pocos días la hinchazón desapareció y mi visión fue totalmente restaurada. La obra fue completa.

De nuevo fui a ver al médico, y tan pronto como él me tomó el pulso dijo: "Señora, un cambio completo ha ocurrido en su sistema; pero las dos mujeres que me visitaron para pedir consejo cuando usted estuvo la última vez, ambas han muerto". Después de salir, el médico le dijo a una de mis amistades: "Su caso es un misterio. No lo entiendo".

Visita a Míchigan y Wisconsin, 1854

En la primavera de 1854 volvimos a visitar Míchigan, y aunque tuvimos que recorrer caminos escabrosos y atravesar pantanos cenagosos, no desfalleció mi fortaleza. Sentíamos que era el deseo del Señor que visitáramos Wisconsin, y en Jackson nos dispusimos a emprender el viaje y tomar el tren a última hora de la noche.

Mientras nos estábamos preparando para ir a tomar el tren, sentimos una honda y solemne emoción, y convinimos en orar un rato; y al entregarnos de nuevo a Dios, no pudimos reprimir las lágrimas. Fuimos a la estación con un sentimiento de profunda solemnidad. Al subir al tren, procuramos acomodarnos en un coche delantero que tenía asientos con altos respaldos, esperando así poder dormir algo aquella noche; pero el coche ya estaba lleno, y pasamos al siguiente; allí encontramos asiento. No me quité el sombrero como solía hacer cuando viajaba de noche, sino que conservé el maletín en la mano como si esperase algo. Mi esposo y yo nos comunicamos nuestros singulares sentimientos.

Se habría alejado el tren unos cinco kilómetros de Jackson cuando empezó a dar violentas sacudidas de avance y retroceso, hasta que al fin se detuvo. Abrí la ventanilla y vi que uno de los coches tenía levantado un extremo hasta el punto de estar casi completamente vertical, y de él salían agonizantes gemidos en medio de una gran confusión. La máquina se había descarrilado, pero el coche en que íbamos nosotros se había quedado en los rieles, separado unos treinta metros de los demás. El enganche no estaba roto, sino que nuestro coche se había desprendido del precedente como por la mano de un ángel. El furgón de equipajes no sufrió mucho daño y nuestro voluminoso baúl lleno de libros quedó indemne. El coche de segunda clase resultó destrozado por completo, y sus astillas, con los viajeros, se esparcieron por ambos lados de la vía. El coche en que nosotros habíamos tratado de conseguir asiento quedó muy maltrecho, y uno de sus extremos se elevaba sobre el montón de ruinas. De la catástrofe resultaron cuatro pasajeros muertos o mortalmente heridos, y muchos otros heridos de gravedad. Tuvimos la seguridad de que Dios había enviado a un ángel para salvarnos la vida.

Regresamos a casa del Hno. Cireneo Smith, cerca de Jackson, y al día siguiente tomamos el tren para Wisconsin. Dios bendijo nuestra visita a ese Estado. A consecuencia de nuestros esfuerzos se convirtieron muchas almas. El Señor me fortaleció para soportar el fatigoso viaje.

Regreso a Rochester

Volvimos a Wisconsin muy fatigados, deseosos de descansar, pero quedamos muy tristes al encontrar a la Hna. Ana muy afligida. La enfermedad había hecho presa de ella, y estaba muy débil. Las pruebas se multiplicaban a nuestro alrededor. Teníamos muchas congojas. Los empleados de la imprenta se hospedaban en nuestra casa, y éramos de quince a veinte en familia. Las reuniones del sábado y las conferencias se celebraban en nuestra casa. No teníamos un sábado tranquilo, porque algunas hermanas solían quedarse todo el día con sus chiquillos, y generalmente nuestros hermanos y hermanas no consideraban las incomodidades, cuidados y gastos suplementarios que con ello nos traían. Y como los empleados de la oficina cayeron enfermos uno tras otro y necesitaban especial cuidado, yo temía que al fin nos rendiría la ansiedad con el excesivo trabajo. A menudo pensaba que ya no podía resistir más. Pese a que las dificultades aumentaban vi con sorpresa que no nos vencían. Aprendimos la lección de que era posible sobrellevar más pruebas y sufrimientos de los que habíamos imaginado en un principio. El vigilante ojo del Señor estaba fijo en nosotros para evitar nuestra destrucción.

El 29 de agosto de 1854, el nacimiento de Guillermo añadió nueva responsabilidad a nuestra familia, y me distrajo de algunas de las tribulaciones que me rodeaban. Entonces recibimos el primer número del periódico falsamente titulado El Mensajero de la Verdad.* Los que en este periódico nos calumniaban habían sido reprobados por sus faltas y errores. No soportaron la reprobación, y secretamente al principio y abiertamente después, emplearon su influencia contra nosotros.

El Señor me había mostrado el carácter y el resultado final de este grupo. El enojo del Señor se dirigía contra cuantos estaban relacionados con dicho periódico y su mano se alzaba contra ellos, de suerte que aunque durante algún tiempo pudiesen prosperar, y engañar a algunas personas sinceras, la verdad triunfaría con el tiempo, y todas las almas honradas se librarían del engaño que las había aprisionado, y se apartarían de la influencia de aquellos malvados contra quienes estaba la mano de Dios, y por lo tanto, habían de hundirse.

Muerte de Ana White

La Hna. Ana continuó mal de salud. Su padre y su madre y su hermana mayor vinieron de Maine para visitarla en su aflicción. Ana estaba tranquila y de buen ánimo. Ella había anhelado grandemente esta entrevista con sus padres y hermana. Se despidió de ellos, cuando salieron para regresar a Maine, con la idea de que no se encontraría más con ellos hasta que Dios llame a sus fieles a la salud y la inmortalidad.

En los últimos días en que estaba enferma, con sus propias manos temblorosas ella arregló sus cosas, dejándolas en perfecto orden, y disponiéndolas de acuerdo a su criterio. Expresó un gran deseo de que sus padres aceptaran el sábado, y vivieran cerca de nosotros. "Si yo creyera que esto ocurriría alguna vez--dijo ella--, yo moriría perfectamente satisfecha".

El último trabajo realizado por su mano temblorosa y delgada fue escribir unas pocas líneas a sus padres. ¿Y no consideró Dios sus últimos deseos y oraciones en favor de sus padres? En menos de dos años, el padre y la madre White estaban observando el sábado bíblico, felizmente instalados, a menos de treinta metros de nuestra puerta. Habíamos conservado a Ana con nosotros; pero nos vimos obligados a cerrarle los ojos en la muerte y colocarla para descansar. Por largo tiempo ella había mantenido su esperanza en Jesús, y esperaba con grata anticipación la mañana de la resurrección. La colocamos al lado del querido Natanael, en el cementerio Mount Hope.