Estando completamente convencida de que mi esposo no se recuperaría de su prolongada enfermedad mientras permaneciera inactivo, y de que harto había llegado el tiempo para que yo prosiguiera con el trabajo y presentara mi testiminio ante la iglesia, decidí hacer una gira por el norte de Míchigan, mientras mi esposo se encontraba en una condición extremadamente débil, en medio del frío más severo del invierno. Requirió un grado no pequeño de valor moral y de fe en Dios el que yo resolviera arriesgar tanto; pero sabía que tenía una obra que hacer, y me parecía que Satanás estaba determinado a mantenerme alejada de ella. El permanecer por más tiempo fuera del campo de trabajo me parecía peor que la muerte, y si nos salíamos de esa actividad, lo único que podría pasar era que pereciéramos. De manera que el 19 de diciembre de 1866, en medio de una tormenta de nieve, salimos de Battle Creek con rumbo a Wright, Míchigan.
Mi esposo soportó el viaje de ciento cuarenta kilómetros mucho mejor de lo que yo esperaba, y parecía estar tan bien cuando llegamos a la casa del Hno. E. H. Root como cuando salimos de Battle Creek. Fuimos recibidos bondadosamente por esta querida familia, y cuidados con tanta ternura por ellos como los padres cristianos cuidan a sus hijos inválidos.
Actividades en Wright, Míchigan
En este lugar comenzaron nuestras primeras labores efectivas desde la enfermedad de mi esposo. Aquí él empezó a trabajar como en años anteriores, aunque estaba todavía muy débil. El solía hablar treinta o cuarenta minutos por la mañana el sábado y el primer día de la semana, mientras yo ocupaba el resto del tiempo. También hablaba yo por la tarde de cada día, cerca de una hora y media cada vez. Se nos escuchaba con la mayor atención. Vi que mi esposo se estaba fortaleciendo, aumentaba su claridad mental y sus discursos eran más coherentes. Y cuando en una ocasión él habló una hora con claridad y poder, sintiendo la carga de la obra sobre él como antes de su enfermedad, mis sentimientos de gratitud fueron inexpresables.
Mi trabajo en Wright resultó muy cansador. Tenía que prodigar mucho cuidado a mi esposo durante el día, y a veces en la noche. Le daba baños, y lo sacaba a caminar dos veces por día, fuera el tiempo frío, tormentoso o agradable. Yo usaba la pluma mientras él dictaba sus informes para la Review, y también escribí muchas cartas, en adición a los testimonios personales, así como la mayor parte de Testimony for the Church, N.o 11 (Testimonio para la iglesia, N.o 11).
En Greenville, Míchigan
El 29 de enero de 1867 salimos de Wright y viajamos en carruaje a Greenville, ubicado como a setenta kilómetros de distancia. Era un día intensamente frío, y nos alegramos de encontrar un albergue del frío y de la tormenta en la casa del Hno. A. W. Maynard. Esta querida familia nos dio la bienvenida en sus corazones y en su hogar. Permanecimos en este vecindario seis semanas, trabajando con las iglesias de Greenville y Orleans, mientras hacíamos nuestro centro de actividades del hospitalario hogar del Hno. Maynard.
El Señor me dio libertad para hablar a la gente. En todo esfuerzo que realicé me daba cuenta del poder sostenedor del Señor. Y como estaba plenamente convencida de que tenía un testimonio para el pueblo, que podía presentarles en relación con las labores de mi esposo, mi fe fue fortalecida en la esperanza de que su salud mejoraría para trabajar en forma aceptable en la causa y la obra de Dios. Al aventurarse a hacerlo, confiando en Dios, a despecho de su debilidad, él se fue fortaleciendo y progresando con cada esfuerzo.
Visita a Battle Creek: marzo de 1867
Se decidió que debíamos ir a Battle Creek, y permanecer allí mientras los caminos siguieran siendo barrosos y estuvieran en mal estado, y que yo debía terminar de escribir Testimony N.o 12 (Testimonio N.o 12). Mi esposo estaba muy ansioso de ver a sus hermanos de Battle Creek, y de hablarles y regocijarse con ellos en la obra que Dios estaba haciendo por él.
Unos pocos días más tarde nos encontramos de nuevo en Battle Creek, después de una ausencia de unos trece meses. El sábado 16 de marzo mi esposo habló con claridad y poder, y yo también di mi testimonio con la habitual libertad.
Llegué de vuelta a Battle Creek como un niño cansado, que necesitaba palabras de consuelo y ánimo. Pero a nuestro regreso nos encontramos con informes que no tenían ningún fundamento en la verdad. Fuimos humillados hasta el polvo, y angustiados más allá de toda expresión.
Así las cosas, comenzamos a cumplir una cita que teníamos en Monterey. En el viaje traté de explicarme a mí misma por qué nuestros hermanos no entendían lo referente a nuestro trabajo. Me había sentido completamente segura de que cuando nos encontráramos con ellos, ellos sabrían de qué espíritu estábamos animados, y que el Espíritu de Dios en ellos crearía la misma convicción que en nosotros, humildes siervos del Altísimo, y que habría unión de sentimientos. En lugar de esto, se desconfiaba de nosotros, y se nos vigilaba con suspicacia. Esto fue causa de la mayor perplejidad que jamás haya yo experimentado.
Confiando en Dios
Mientras así pensaba, una porción de la visión que me fuera dada en Rochester, Nueva York, el 25 de diciembre de 1865, vino como un relámpago a mi mente, e inmediatamente la relaté a mi esposo.
Se me mostró un conjunto de árboles, cercanos los unos a los otros, que formaban un círculo. Por encima de estos árboles había una vid que los cubría por arriba y descansaba sobre ellos, formando una glorieta. Pronto vi que los árboles se sacudían de un lado a otro, como si fueran movidos por un fuerte viento. Una rama de la viña tras otra era sacudida de su soporte, hasta que la vid quedó librada de los árboles, salvo unas pequeñas ramitas que quedaron adheridas a las ramas inferiores. Luego vino una persona que cortó los zarcillos adheridos de la vid y la dejó postrada en tierra.
Muchos pasaron por ese lugar y observaron con lástima la escena, y yo esperé ansiosamente que una mano amiga la levantara; pero no se ofreció ninguna ayuda. Pregunté por qué ninguna mano levantaba la vid. En seguida vi a un ángel llegar hasta la vid aparentemente abandonada. El abrió sus brazos y los colocó debajo de la vid, y la levantó, de manera que quedara erguida, y dijo: "Yérguete hacia el cielo, y que tus ramas se entrelacen en torno a Dios. Has sido sacudida de todo soporte humano. Tú puedes mantenerte firme con la fuerza de Dios y florecer con él. Depende sólo de Dios, y nunca dependerás en vano, ni serás sacudida de allí".
Al mirar la vid abandonada que era atendida por el ángel, sentí un alivio inexpresable que me reportaba gozo. Me volví al ángel y le pregunté qué significaban estas cosas. El dijo: "Tú eres la vid. Tú experimentarás todas estas cosas, y entonces, cuando esto ocurra, entenderás plenamente la figura de la vid. Dios será para ti un auxilio presente en tiempo de dificultad".
Desde este tiempo en adelante resolví cumplir con mi deber, y siempre me sentí libre para presentar mi testimonio al pueblo. Después de volver de Monterey a Battle Creek, creí que era mi deber avanzar con el poder de Dios, y liberarme de las sospechas y los informes que circulaban en perjuicio nuestro. Presenté mi testimonio, y relaté las cosas que se me habían mostrado relativas a la historia pasada de algunos de los presentes, amonestándolos acerca de sus peligros y reprobando sus conducta errónea. Declaré que yo había sido puesta en las posiciones más desagradables. Cuando familias e individuos me eran presentados en visión, frecuentemente lo que se me mostraba tenía relación con la vida privada de ellos, y reprobaba sus pecados secretos. He trabajado con algunas personas durante meses con respecto a errores de los cuales los otros nada sabían. Cuando mis hermanos vieron a estas personas tristes; cuando las oyeron expresar dudas con respecto a su aceptación por parte de Dios, y también exteriorizaron sentimientos de desánimo, me censuraron, como si yo fuera culpable de que estas personas estuvieran pasando por una prueba.
Los que me censuraban de esta manera ignoraban completamente de qué estaban hablando. Protesté contra las personas que se sentaban como inquisidores para juzgar mi conducta. El reprobar pecados privados ha sido la tarea desagradable que se me ha asignado. Si, con el fin de evitar la sospecha y los celos, diera yo una total explicación de mi conducta, e hiciera público aquello que debe mantenerse privado, pecaría contra Dios y perjudicaría a los individuos. Yo tengo que mantener en privado los reproches relativos a errores particulares guardándolos para mí sola, restringidos en mi propio pecho. Que otros juzgen como quieran, pero yo nunca traicionaré la confianza que depositaron en mí los errantes y arrepentidos. Nunca revelaré a los demás aquello que solamente debe ser presentado a las personas culpables. Dije a los que estaban reunidos que debían dejar de intervenir y permitirme actuar con libertad en el temor de Dios.