Notas biográficas de Elena G. de White

Capítulo 37

Actividades públicas en 1877

El 11 de mayo de 1877 salimos de Oakland, California, hacia Battle Creek, Míchigan. Mi esposo había recibido un telegrama que requería su presencia en Battle Creek, para que diera atención a importantes asuntos relativos a la causa. Fuimos en respuesta a este llamado, y nos empeñamos fervorosamente en predicar, escribir y tener reuniones de junta en la oficina de la Review, el Colegio y el Sanatorio, trabajando a menudo de noche. Esto lo cansó terriblemente. Su constante ansiedad mental estaba preparando el camino para un quebrantamiento físico. Ambos sentimos el peligro, y decidimos ir a Colorado para gozar de un retiro y un descanso.

Mientras hacíamos planes para el viaje, una voz me pareció decir: "Ponte la armadura. Tengo un trabajo que debes hacer en Battle Creek". La voz parecía tan clara que yo me volví involuntariamente para ver quién hablaba. No vi a nadie; y ante el sentido de la presencia de Dios, mi corazón se quebrantó de ternura delante de él. Cuando mi esposo entró en la pieza, le dije lo que había pasado. Lloramos y oramos juntos. Habíamos hecho arreglos para salir después de tres días; pero ahora todos nuestros planes habían cambiado.

Servicios especiales en favor de los alumnos del colegio

La terminación del año escolar en el Colegio de Battle Creek estaba próxima. Me había sentido ansiosa por los estudiantes, muchos de los cuales eran inconversos o se habían apartado de Dios. Pasé una semana trabajando en su favor, realizando reuniones cada noche y los sábados y el primer día. Mi corazón estaba conmovido al ver la casa de culto casi completamente llena de alumnos de nuestro Colegio. Traté de impresionarlos con la idea de que una vida de pureza y oración no sería ningún obstáculo para ellos en la obtención de un conocimiento completo de las ciencias, sino que, al contrario, ello quitaría muchos obstáculos en el camino de su progreso en el conocimiento. Al relacionarse con el Salvador se colocaban en la escuela de Cristo; y si eran estudiantes diligentes en esta escuela, el vicio y la inmoralidad serían eliminados de en medio de ellos. Una vez que se lograra esto, aumentaría su conocimiento como resultado de lo mismo.

Nuestro Colegio ha de ocupar una posición más elevada, desde el punto de vista educacional, que cualquier otra institución de enseñanza, presentando delante de los jóvenes, puntos de vista, blancos y objetivos más nobles en la vida, y educándolos para tener un conocimiento correcto del deber humano y de los intereses eternos. El gran objeto de establecer nuestro Colegio era impartir el punto de vista correcto, mostrando la armonía de la ciencia y la religión de la Biblia.

El Señor me fortaleció y me bendijo en los esfuerzos realizados en favor de los jóvenes. Un gran número pasó al frente para que oráramos por ellos. Algunos de ellos, debido a la falta de vigilancia y de oración, habían perdido la fe y la evidencia de su relación con Dios. Muchos testificaron que, al tomar este paso, habían recibido la bendición de Dios. Como resultado de las reuniones, un buen número solicitaron el bautismo.

Reuniones de temperancia

Pero mi obra no estaba todavía terminada en Battle Creek. Se nos solicitó fervientemente que participáramos en una reunión de temperancia de gran magnitud, un esfuerzo muy meritorio que estaba en marcha entre la clase más alta de ciudadanos de Battle Creek. Este movimiento abarcó el Club de Reforma de Battle Creek, que tenía 600 adherentes, y la Unión Femenina de Temperancia Cristiana, que contaba con 260 adherentes. Dios, Cristo, el Espíritu Santo y la Biblia eran palabras familiares para estos obreros fervientes. Ya se había logrado mucho bien, y la actividad de los obreros, el sistema que usaban para trabajar y el espíritu de sus reuniones prometían un beneficio mayor aún en lo futuro.

Fue en oportunidad de la visita de la gran colección de animales raros de Barnum a la ciudad, el 28 de junio, cuando las damas de la Unión Femenina de Temperancia Cristiana dieron un golpe notable en favor de la temperancia y la reforma, organizando un inmenso restaurante de temperancia para acomodar a las multitudes que se habían reunido desde varios puntos con el fin de visitar esa exposición de animales. Así se evitó que visitaran los salones y tabernas, donde estarían expuestos a la tentación. Se armó para la ocasión la inmensa carpa, con capacidad para cinco mil personas, usada por la Asociación de Míchigan en los congresos campestres. Debajo de esta inmensa tienda se instalaron quince o veinte mesas [largas] para acomodar a los huéspedes.

Por invitación hablé en la tienda el domingo de noche primero de julio, sobre el tema de la temperancia cristiana, a cinco mil personas presentes.

En el congreso campestre de Indiana

Del 9 al 14 de agosto asistí a un congreso campestre cerca de Kokomo, Indiana, acompañada por mi nuera, María K. White. A mi esposo le resultó imposible abandonar Battle Creek. En esta reunión el Señor me fortaleció para trabajar con el mayor fervor. El me dio claridad y poder al dirigirme a la hermandad. Al echar una mirada a los hombres y mujeres allí reunidos, de apariencia noble y de gran influencia, y compararlos con la pequeña compañía reunida seis años antes, que se componía de personas más bien pobres e incultas, pude exclamar: "¡Lo que ha hecho Dios!"

La influencia refinadora que la verdad tiene en la vida y el carácter de los que la reciben estaba ejemplificada en forma poderosa allí. Mientras hablaba pedimos que se pusieran de pie los que habían sido adictos al tabaco, pero que lo habían abandonado completamente debido a la luz que habían recibido por medio de la verdad. En respuesta, entre treinta y cinco y cuarenta personas se pusieron de pie, diez o doce de las cuales eran mujeres. Entonces pedimos que se pusieran de pie todos aquellos a quienes los médicos les habían indicado que sería fatal para ellos suspender el uso del tabaco porque se habían acostumbrado a su falso estímulo y que por lo tanto no les sería posible vivir sin él. En respuesta, ocho personas, cuyo rostro reflejaba salud de mente y de cuerpo, se pusieron en pie. Cuán maravillosa es la influencia santificadora que esta verdad tiene en la vida humana, convirtiendo en personas estrictamente temperantes a los que estaban habituados al tabaco, al vino y a otros tipos de disipaciones habituales.

El domingo por la mañana el pastor J. H. Waggoner habló con gran libertad a una buena congregación sobre el tema del sábado. Tres trenes de excursión volcaron su carga viva de seres humanos en los terrenos. La gente aquí era muy entusiasta con respecto a la temperancia. A las 2:30 de la tarde yo hablé a ocho mil personas sobre el tema de la temperancia, visto desde el ángulo moral y cristiano. Fui bendecida con una claridad notable y con muchas libertad, y fui escuchada con la mejor atención por el gran auditorio presente.

Dejamos a un lado el trillado camino que seguían los oradores populares, y rastreamos el origen de la intemperancia prevaleciente en el hogar, en la mesa familiar y en la complacencia del apetito en la niñez. Los alimentos estimulantes crean un deseo por estimulantes aún mayores. El muchacho cuyo gusto resulta así viciado, y a quien no se le enseña el dominio propio, es el ebrio o el esclavo del tabaco de años más tarde. Se señaló el deber de los padres de educar a sus hijos en los conceptos correctos de vida y en las responsabilidades, y de echar el fundamento para la formación de caracteres cristianos rectos. La gran obra de reforma en pro de la temperancia, a fin de ser plenamente exitosa, debe empezar en el hogar.

Por la tarde el pastor Waggoner habló sobre las señales de los tiempos, a un auditorio grande y atento. Muchos señalaron que este discurso, y su sermón sobre el sábado, habían despertado nuevos pensamientos en su mente, y que estaban determinados a investigar estos temas.

El lunes exhorté a la gente a que entregara su corazón a Dios. Unas cincuenta personas pasaron adelante para que oráramos por ellas. Se manifestó el más profundo interés. Quince fueron bautizadas con Cristo como resultado de la reunión.

Andando por fe

Habíamos hecho planes de asistir a los congresos campestres de Ohio y del Oeste; pero nuestros amigos pensaron que, considerando mi estado de salud, sería imprudente hacer tal cosa; de manera que decidimos permanecer en Battle Creek. Como sufría dolores una gran parte del tiempo, me puse en tratamiento en el sanatorio.

Mi esposo trabajaba incesantemente para hacer progresar los intereses de la causa de Dios en los varios departamentos de la obra que tenían su centro en Battle Creek. Antes que nos diéramos cuenta de ello, él estaba muy gastado físicamente. Una mañana temprano empezó a sentir vértigos y desvanecimientos, y estaba amenazado por la parálisis. Teníamos mucho temor de esta terrible enfermedad; pero el Señor fue misericordioso, y nos ahorró esta aflicción. Sin embargo, su ataque fue seguido de una postración física y mental muy grande; y ahora, por cierto, parecía imposible que asistiéramos a los congresos campestres del Este, o que yo estuviera presente en ellos, dejando a mi esposo deprimido en espíritu y con una salud débil.

Sin embargo yo no podía encontrar descanso y libertad en el pensamiento de permanecer ausente del campo de trabajo. Presentamos el asunto al Señor en oración. Sabíamos que el poderoso Sanador podía restaurar a ambos, a mi esposo y a mí, para que tuviéramos salud, si era para su gloria hacerlo. Ambos decidimos marchar por fe, y aventurarnos amparados por las promesas de Dios.

Los congresos campestres del este

Cuando llegamos al campo donde se realizaba el congreso de Groveland, Massachusetts, encontramos una excelente reunión. Había 47 carpas en los terrenos, además de tres grandes tiendas. La que se usaba para la congregación era de unos 27 metros de ancho por 42 de largo. Las reuniones del sábado revistieron el más profundo interés. La iglesia revivió y fue fortalecida, mientras los pecadores y los que se habían apartado despertaban a la sensación del peligro en que se hallaban.

El domingo por la mañana, barcos y trenes volcaron su carga viva en el campo por millares. El pastor Smith habló por la mañana sobre la cuestión del Oriente. El tema era de especial interés, y la gente escuchó con la más ferviente atención.

Por la tarde me fue difícil abrirme paso hasta el púlpito por entre la multitud de los que estaban de pie. Cuando llegué a la plataforma, tenía frente a mí un mar de cabezas. La gigantesca carpa estaba llena; los miles que estaban de pie afuera constituían un muro viviente de varios metros de espesor. Me dolían mucho los pulmones y la garganta. Sin embargo yo creía que Dios me ayudaría en esta importante ocasión. El Señor me dio gran soltura al dirigirme a esa inmensa multitud sobre el tema de la temperancia cristiana. Mientras hablaba, me olvidé de mi fatiga y mi dolor, al darme cuenta de que estaba hablando a gente que no consideraba mis palabras como fábulas ociosas. El discurso se extendió por más de una hora, y a través de todo este tiempo el público escuchó con gran atención.

El lunes por la mañana tuvimos una sesión de oración en nuestra tienda en favor de mi esposo. Presentamos su caso al gran Médico. Era una oportunidad preciosa; la paz del cielo descansaba sobre nosotros. Estas palabras acudieron con fuerza a mi mente: "Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe". 1 Juan 5:4. Todos sentimos la bendición de Dios que descansaba sobre nosotros.

Entonces nos reunimos en la gran carpa, mi esposo se reunió con nosotros, y habló por un corto tiempo, pronunciando palabras preciosas que procedían de un corazón suavizado y encendido con un profundo sentido de la misericordia y la bondad de Dios.

Reanudamos, a continuación, la obra que habíamos dejado el sábado, y la mañana fue empleada en trabajar especialmente por los pecadores y los apóstatas, de los cuales doscientos pasaron al frente pidiendo oraciones. Sus edades variaban: desde el niño de diez años hasta hombres y mujeres de cabello cano. Más de una veintena de éstos eran personas que ponían sus pies por primera vez en el camino de la vida. Por la tarde fueron bautizadas treinta y ocho personas; y un buen número demoró su bautismo hasta su regreso a sus casas.

El lunes de noche ocupé el púlpito en una reunión de carpa que estaba realizándose en Danvers, Massachusetts. Tenía frente a mí una gran congregación. Yo estaba muy cansada para ordenar mis pensamientos en palabras bien hiladas; sentí que debía tener ayuda, y la pedí con todo mi corazón. Sabía que si había de tener algún grado de éxito en mi trabajo, habría de ser por medio de la fuerza del poderoso Dios.

El Espíritu del Señor descansó sobre mí al intentar hablar. Sentí como un choque eléctrico en mi corazón, y todo dolor fue instantáneamente quitado. Había sentido mucho dolor en los nervios de la cabeza; esto también fue totalmente quitado. Mi garganta irritada y mis pulmones inflamados fueron aliviados. Mi brazo y mi mano izquierdos estaban casi inútiles como consecuencia de un dolor en mi corazón; pero ahora fui restablecida a la normalidad. Mi mente estaba clara. Mi alma estaba llena de luz y del amor de Dios. Los ángeles de Dios parecían estar a mi lado, como un muro de fuego.

Tenía delante de mí a un pueblo a quien tal vez no volvería a encontrar hasta el juicio, y el deseo de lograr su salvación me indujo a hablar con fervor y con el temor de Dios, para estar libre de su sangre. Sentí gran soltura en mis esfuerzos, y el discurso ocupó una hora y diez minutos. Jesús fue mi ayudador, y su nombre tendrá toda la gloria. El auditorio estaba muy atento.

Regresamos a Groveland el martes para encontrar que el congreso campestre de ese lugar estaba terminando. Se estaban plegando las tiendas, y los hermanos estaban diciendo adiós y se hallaban listos para subir a los carruajes y regresar a sus hogares. Este fue uno de los mejores congresos campestres a los cualea asistí.

Por la tarde el pastor Haskell nos llevó en su carruaje, y viajamos hacia South Lancaster para descansar en su hogar durante un tiempo.

Decidimos viajar en un vehículo privado parte del camino al congreso campestre de Vermont, pues pensamos que esto sería de beneficio para mi esposo. A mediodía nos deteníamos a un costado del camino, encendíamos el fuego, preparábamos nuestro almuerzo y teníamos unos momentos de oración. Estas horas preciosas pasadas en compañía del Hno. y la Hna. Haskell, de la Hna. Ings, y la Hna. Huntley, nunca serán olvidadas. Nuestras oraciones ascendían a Dios en todo el camino desde South Lancaster hasta Vermont. Después de viajar tres días, tomamos los vehículos públicos y completamos nuestro viaje.

Esta reunión tuvo un beneficio especial para la causa en Vermont. El Señor me dio fuerza para hablar a la gente todos los días.

Viajamos directamente desde Vermont hasta el congreso campestre de Nueva York. El Señor me dio gran soltura al hablar a los hermanos. Pero algunos no estaban preparados para recibir el beneficio de la reunión. No se daban cuenta de su condición, y no buscaban al Señor con fervor, confesando su apostasía y apartándose de sus pecados. Uno de los grandes objetos de tener un congreso campestre es que nuestros hermanos puedan sentir el peligro de verse sobrecargados con los cuidados de esta vida. Se experimenta una gran pérdida cuando no se aprovechan estos privilegios.

Regreso a Míchigan y California

Regresamos a Míchigan, y después de unos pocos días fuimos a Lansing para asistir al congreso campestre que allí se hacía, que continuó por dos semanas. Aquí trabajé con todo fervor, y fui sostenida por el Espíritu del Señor. Fui grandemente bendecida al hablar a los alumnos y trabajar por su salvación. Esta fue una reunión notable. El Espíritu de Dios estuvo presente desde el comienzo hasta el fin. Como resultado de la reunión, ciento treinta fueron bautizados. Una gran parte de éstos eran estudiantes de nuestro colegio. Nos regocijamos al ver la salvación de Dios en esta reunión. Después de pasar unas pocas semanas en Battle Creek, decidimos cruzar las llanuras hacia California.