Obreros Evangélicos

Capítulo 4

La responsabilidad del ministro

"Requiero yo pues--escribió Pablo a Timoteo,--delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina."1

Esta solemne recomendación a un hombre tan celoso y fiel como Timoteo, es un fuerte testimonio de la importancia y responsabilidad de la obra del ministro del Evangelio. Emplazando a Timoteo ante el tribunal de Dios, Pablo le pide que predique la palabra, no los dichos y costumbres de los hombres; que esté listo para testificar por Dios cuandoquiera que se le presente la oportunidad,--ante grandes congregaciones y círculos privados, al lado del camino o del hogar, a amigos y enemigos, en seguridad o expuesto a penuria y peligros, oprobio y pérdida.

Temiendo que la disposición mansa y acomodaticia de Timoteo lo indujese a rehuir una parte esencial de su obra, Pablo lo exhortó a ser fiel en reprender el pecado, hasta en reprender vivamente a los que fuesen culpables de graves males. Sin embargo, había de hacerlo "con toda paciencia y doctrina." Había de revelar la paciencia y el amor de Cristo, explicando y reforzando sus reprensiones por las verdades de la Palabra.

Odiar y reprender el pecado, y al mismo tiempo demostrar compasión y ternura por el pecador, es una tarea difícil. Cuanto más fervientes sean nuestros esfuerzos para alcanzar la santidad del corazón y la vida, tanto más aguda será nuestra percepción del pecado, y más decididamente lo desaprobaremos. Debemos ponernos en guardia contra la indebida severidad hacia el que hace mal; pero también debemos cuidar de no perder de vista el carácter excesivamente pecaminoso del pecado. Hay que manifestar la paciencia que mostró Cristo hacia el que yerra, pero también existe el peligro de manifestar tanta tolerancia para con su error que él no se considere merecedor de la reprensión, y rechace a ésta por inoportuna e injusta.

Una carga por las almas

Los ministros de Dios deben entrar en íntima comunión con Cristo, y seguir su ejemplo en todas las cosas--en la pureza de la vida, en la abnegación, en la benevolencia, en la diligencia, en la perseverancia. El ganar almas para el reino de Dios debe ser su primera consideración. Con pesar por el pecado y con amor paciente, deben trabajar como trabajó Cristo, en un esfuerzo resuelto e incesante.

Juan Welch, conocido ministro del Evangelio, sentía tanta preocupación por las almas que a menudo se levantaba de noche para elevar a Dios sus súplicas por la salvación de ellas. En cierta ocasión su esposa le aconsejó que considerase su salud y no se expusiese así. Su respuesta fué: "¡Oh, mujer, debo dar cuenta de tres mil almas, y no sé cómo están!"

En cierto pueblo de la Nueva Inglaterra se estaba cavando un pozo. Cuando el trabajo estaba casi terminado, la tierra se desmoronó y sepultó a un hombre que quedaba todavía en el fondo. Inmediatamente cundió la alarma, y mecánicos, agricultores, comerciantes, abogados, todos acudieron jadeantes a rescatarlo. Manos voluntarias y ávidas por ayudar trajeron sogas, escaleras, azadas y palas. "¡Salvadlo, oh, salvadlo!" era el clamor general.

Los hombres trabajaron con energía desesperada, hasta que sus frentes estuvieron bañadas en sudor y sus brazos temblaban por el esfuerzo. Al fin se pudo hacer penetrar un caño, por el cual gritaron al hombre que contestara si vivía todavía. Llegó la respuesta. "Vivo, pero apresuraos. Es algo terrible estar aquí." Con un clamor de alegría, renovaron sus esfuerzos, y por fin llegaron hasta él. La algazara que se elevó entonces parecía llegar hasta los mismos cielos. "¡Salvado! ¡Salvado!" era el clamor que repercutía por toda calle del pueblo.

¿Era demostrar demasiado celo e interés, demasido entusiasmo, para salvar a un hombre? Por supuesto que no; pero ¿qué es la pérdida de la vida temporal en comparación con la pérdida de un alma? Si el peligro de que se pierda una vida despierta en los corazones humanos tan intenso sentimiento, ¿no debiera la pérdida de un alma despertar una solicitud aún más profunda en los hombres que aseveran percatarse del peligro que corren los que están separados de Cristo? ¿No mostrarán los siervos de Dios en cuanto a trabajar por la salvación de las almas un celo tan grande como el que se manifestó por la vida de aquel hombre sepultado en un pozo?

Hambrientos por el pan de vida

Una mujer piadosa observó una vez: "¡Ojalá pudiésemos oír el Evangelio puro cual se solía predicar desde el púlpito! Nuestro predicador es un hombre bueno, pero no se da cuenta de las necesidades espirituales de la gente. El viste la cruz del Calvario con flores hermosas, que ocultan toda la vergüenza, esconden todo el oprobio. Mi alma tiene hambre del pan de vida. ¡Cuán refrigerador sería para centenares de pobres almas como yo, escuchar algo sencillo, claro, bíblico, que nutriese nuestro corazón!"

Se necesitan hombres de fe, que no sólo quieran predicar, sino ayudar a la gente. Se necesitan hombres que anden diariamente con Dios, que tengan una conexión viviente con el cielo, cuyas palabras tengan poder para traer convicción a los corazones. Los ministros no han de trabajar para ostentar sus talentos e inteligencia, sino para que la verdad pueda penetrar en el alma como saeta del Todopoderoso.

Cierto predicador, después de pronunciar un discurso bíblico que había producido honda convicción en uno de sus oyentes, fué interrogado así:

¿Cree Vd. realmente lo que predicó?

Ciertamente--contestó.

Pero, ¿es verdaderamente así?--inquirió el ansioso interlocutor.

Seguramente--dijo el predicador, extendiendo la mano para tomar su Biblia.

Entonces el hombre exclamó: "¡Oh! si ésta es la verdad, ¿qué haremos?"

"¿Qué haremos?"--pensó el predicador. ¿Qué quería decir el hombre? Pero la pregunta penetró en su alma. Se arrodilló para pedir a Dios que le indicase qué debía hacer. Mientras oraba, acudió a él con fuerza irresistible el pensamiento de que tenía que presentar a un mundo moribundo las solemnes realidades de la eternidad. Durante tres semanas estuvo vacante su puesto en el púlpito. Estaba buscando la respuesta a la pregunta: "¿Qué haremos?"

El predicador volvió a su puesto con una unción del Dios santo. Comprendía que sus predicaciones anteriores habían hecho poca impresión en sus oyentes. Ahora sentía sobre sí el terrible peso de las almas. Al volver a su púlpito, no estaba solo. Había una gran obra que hacer, pero él sabía que Dios no lo desampararía. Exaltó ante sus oyentes al Salvador y su amor sin par. Hubo una revelación del Hijo de Dios y un despertar que se difundió por las iglesias de las comarcas circundantes.

La urgencia de la obra de Cristo

Si nuestros predicadores se dieran cuenta de cuán pronto los habitantes del mundo serán emplazados ante el tribunal de Dios, trabajarían más fervorosamente para conducir a hombres y mujeres a Cristo. Pronto sobrevendrá a todos la última prueba. Sólo por corto tiempo seguirá oyéndose la voz de la misericordia; sólo queda poco tiempo para dar la invitación de gracia: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba."2 Dios envía la invitación evangélica a la gente de todo lugar. Trabajen los mensajeros que él envía de una manera tan armoniosa e incansable, que todos sepan que han estado con Jesús y aprendido de él.

Acerca de Aarón, sumo sacerdote de Israel, está escrito: "Llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el racional del juicio sobre su corazón, cuando entrare en el santuario, para memoria delante de Jehová continuamente."3 ¡Qué figura hermosa y expresiva del invariable amor de Cristo por su iglesia! Nuestro Sumo Sacerdote, de quien Aarón era un tipo, lleva a su pueblo sobre su corazón. ¿Y no debieran sus ministros terrenos compartir su amor, simpatía y solicitud?

Únicamente el poder divino enternecerá el corazón del pecador y lo traerá penitente a Cristo. Ningún gran reformador o maestro, ni siquiera Lutero, Melanchton, Wesley o Whitefield, podría de por sí haber obtenido acceso a los corazones, o haber logrado los resultados que logró. Pero Dios hablaba por su medio. Los hombres sentían la influencia de un poder superior, e involuntariamente cedían a él. Hoy día aquellos que se olviden de sí mismos y fíen en Dios para obtener éxito en la obra de salvar almas, tendrán la cooperación divina, y sus esfuerzos influirán gloriosamente en la salvación de las almas.

Me veo obligada a decir que el trabajo de muchos de nuestros ministros carece de poder. Dios está aguardando para concederles su gracia, pero ellos prosiguen día tras día, poseyendo tan sólo una fe fría y nominal, presentando la teoría de la verdad, pero sin aquella fuerza vital que proviene de una conexión con el cielo, y que hace penetrar las palabras habladas en los corazones humanos. Están medio despiertos, mientras que en derredor suyo hay almas que perecen en las tinieblas y el error.

¡Ministros de Dios, con corazones ardientes de amor por Cristo y vuestros semejantes, tratad de despertar a los que están muertos en sus delitos y pecados! Penetren en sus conciencias vuestras súplicas y amonestaciones. Enternezcan sus corazones vuestras oraciones fervientes, y los conduzcan arrepentidos al Salvador. Sois embajadores de Cristo, para proclamar su mensaje de salvación. Recordad que una falta de consagración y sabiduría en vosotros puede decidir la suerte de un alma, y condenarla a la muerte eterna. No podéis correr el riesgo de ser descuidados e indiferentes. Necesitáis poder, y este poder Dios está dispuesto a dároslo sin reservas. El pide tan sólo un corazón humilde y contrito, que esté dispuesto a creer y recibir sus promesas. Habéis tan sólo de emplear los recursos que Dios puso a vuestro alcance y obtendréis la bendición.

El obrero de Dios debe estar preparado para sacar a luz las más elevadas energías mentales y morales con que la naturaleza, la cultura y la gracia de Dios le hayan dotado; pero su éxito será proporcionado al grado de consagración y abnegación con que haga la obra, más bien que a las dotes naturales o adquiridas. Son necesarios los esfuerzos más fervientes y continuos para adquirir calificaciones de utilidad; pero a menos que Dios obre en conexión con el esfuerzo humano, nada puede lograrse. Cristo dice: "Sin mí nada podéis hacer."4 La gracia divina es el gran elemento del poder salvador; sin ella de nada sirven todos los esfuerzos humanos.--Testimonies for the Church 5:583.