Los jóvenes han de entrar en el ministerio como colaboradores de Jesús, para compartir su abnegación y espíritu de sacrificio y proclamar las palabras del Maestro: "Yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en verdad."1 Si quieren ellos entregarse a Dios, él los empleará para contribuir a llevar a cabo su plan para la salvación de las almas. Mire bien de frente su vocación el joven que entró en el ministerio, y resuelva consagrar su tiempo, fuerza e influencia a la obra, bien enterado de las condiciones bajo las cuales sirve al Redentor.
Los portaestandartes están cayendo, y deben prepararse jóvenes para llenar las vacantes, a fin de que el mensaje siga proclamándose. Se ha de extender la lucha activa. Los que poseen juventud y fuerza han de ir a los lugares oscuros de la tierra, para llamar al arrepentimiento a las almas que perecen. Pero deben primero limpiar de toda impureza el templo del alma, y entronizar a Cristo en el corazón.
"Ten cuidado"
A cada joven que entra en el ministerio se dirigen las palabras de Pablo a Timoteo: "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina."2 "De ti mismo" requiere la primera atención. Primero entréguese al Señor para ser purificado y santificado. Un ejemplo piadoso influirá más para la verdad que la mayor elocuencia, si no va acompañada de una vida bien ordenada. Aderezad la lámpara del alma, y volvedla a llenar del aceite del Espíritu. Pedid a Cristo aquella gracia y claridad de comprensión, que os habilitarán para trabajar con éxito. Aprended de él lo que significa trabajar en favor de aquellos por quienes dió su vida.
Tened "cuidado," primero de vosotros mismos, y luego de la doctrina. No permitáis que vuestros corazones se endurezcan por el pecado. Examinad detenidamente vuestros modales y hábitos. Comparadlos con la Palabra de Dios, y luego suprimid de la vida toda mala costumbre y complacencia pecaminosa. Arrodillaos ante Dios, para rogarle que os ayude a obtener mayor comprensión de su Palabra. Aseguraos de que conocéis realmente los principios de la verdad; y luego, al tratar con opositores, no lo haréis en vuestra propia fuerza; un ángel de Dios estará a vuestro lado, para ayudaros a contestar toda pregunta que se os haga. Día tras día, habéis de estar encerrados, por así decirlo, con Jesús; y entonces vuestras palabras y vuestro ejemplo tendrán una fuerte influencia para el bien.
No hay excusa para la ignorancia
Algunos de los que entran en el ministerio no sienten la carga de la obra. Tienen ideas falsas acerca de las calificaciones necesarias para un predicador. Les parece que el hacerse idóneo para el ministerio requiere poco estudio detenido de las ciencias o de la Palabra de Dios. Algunos de los que enseñan la verdad presente tienen tan deficiente conocimiento de la Biblia que les es difícil citar un texto de la Escritura correctamente de memoria. Al cometer las torpes equivocaciones en que incurren, pecan contra Dios. Tuercen las Escrituras, y hacen decir a la Biblia cosas que no están escritas en ella.
Algunos piensan que la educación o un conocimiento cabal de las Escrituras son de poca importancia con tal que uno tenga el Espíritu. Pero Dios no manda nunca su Espíritu para sancionar la ignorancia. El puede compadecerse y bendecir a aquellos que están de tal modo situados que les es imposible educarse, y lo hace; hasta condesciende a veces a hacer perfecta su fuerza en la debilidad de ellos. Pero es deber de los tales estudiar la Palabra de Dios. La falta de conocimiento de las ciencias no es excusa alguna para descuidar el estudio de la Biblia; porque las palabras de la inspiración son tan claras que aun los que no tienen letras pueden comprenderlas.
El pago de la hospitalidad
Los jóvenes predicadores deben hacerse útiles dondequiera que estén. Cuando visitan a la gente en sus hogares, no deben ser ociosos, sin esforzarse por ayudar a aquellos que los benefician con su hospitalidad. Las obligaciones son mutuas; si el predicador goza de la hospitalidad de sus amigos, es deber suyo responder a su bondad con una conducta servicial y considerada hacia ellos. El hombre que le dé hospitalidad puede tener mucha congoja y trabajo duro. Al manifestar una disposición, no sólo a atenderse a sí mismo, sino a prestar oportuna ayuda a otros, el predicador puede hallar acceso al corazón, y abrir el camino para la recepción de la verdad.
El amor a la comodidad, y hasta puedo decir, la pereza física, hacen a un hombre inapto para ser predicador. Los que se están preparando para entrar en el ministerio deben educarse para hacer ardua labor física; y entonces serán más capaces de hacer arduo trabajo mental.
Fijen los jóvenes jalones bien definidos, por los cuales puedan guiarse en las emergencias. Cuando se presenta una crisis que requiere facultades físicas activas y bien desarrolladas, y una mente clara, fuerte y práctica; cuando se ha de hacer trabajo difícil, en que todo golpe es de valor; cuando se presenten perplejidades a las cuales se puede hacer frente únicamente por la sabiduría recibida de lo alto, entonces los jóvenes que hayan aprendido a vencer las dificultades mediante trabajo serio pueden responder al pedido de obreros.
La necesidad de firmeza
En la epístola de Pablo a Timoteo, hay muchas lecciones que debe aprender el joven predicador. El anciano apóstol instaba al joven obrero a ver la necesidad de ser firme en la fe. "Te aconsejo que despiertes el don de Dios, que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza. Por tanto no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo; antes sé participante de los trabajos del Evangelio según la virtud de Dios." Le suplicó que recordara que había sido llamado "con vocación santa" a proclamar el poder de Aquel que "sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio; del cual--declaró--yo soy puesto predicador, y apóstol, y maestro de los gentiles. Por lo cual asimismo padezco esto; mas no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día."3
Dondequiera que estaba, fuera frente a ceñudos fariseos o a las autoridades romanas; fuera frente a la furiosa turba de Listra, o los convictos pecadores de la cárcel macedónica; fuera razonando con los marineros llenos de pánico sobre el buque náufrago, o estando solo ante Nerón para defender su vida, nunca se avergonzó de la causa en la cual militaba. El gran propósito de su vida cristiana había sido servir a Aquel cuyo nombre una vez lo había llenado de desprecio; y de este propósito no había sido capaz de apartarlo ni la oposición ni la persecución. Su fe, robustecida en el esfuerzo y purificada por el sacrificio, lo sostuvo y lo fortaleció.
"Pues tú, hijo mío--continuó Pablo,--esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Y lo que has oído de mí entre muchos testigos, esto encarga a los hombres fieles que serán idóneos también para enseñar a otros. Tú, pues, sufre trabajos como fiel soldado de Jesucristo."4
El verdadero ministro de Dios no rehuye los trabajos pesados ni las responsabilidades. De la fuente que nunca falla para los que sinceramente buscan el poder divino, saca fuerza que lo capacita para afrontar las tentaciones, sobreponerse a ellas y cumplir los deberes que Dios le impone. La naturaleza de la gracia que recibe aumenta su capacidad para conocer a Dios y a su Hijo. Su alma se desvive por realizar un servicio aceptable para su Maestro. A medida que avanza en el camino cristiano, se esfuerza "en la gracia que es en Cristo Jesús." Esta gracia lo habilita para ser un testigo fiel de las cosas que ha oído. No desprecia ni descuida el conocimiento que ha recibido de Dios, sino que lo entrega a hombres fieles, quienes a su vez lo enseñarán a otros.
En ésta su última carta a Timoteo, Pablo levanta ante el joven obrero un elevado ideal, puntualizando los deberes que le corresponden como ministro de Cristo. "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado--escribió el apóstol,--como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad." "Huye también los deseos juveniles; y sigue la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de puro corazón. Empero las cuestiones necias y sin sabiduría desecha, sabiendo que engendran contiendas. Que el siervo del Señor no debe ser litigioso, sino manso para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen; si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad."5--Los Hechos de los Apóstoles, 398, 399.