Muchas observaciones se han hecho acerca de que en sus discursos nuestros predicadores se han espaciado en la ley, y no en Jesús. Esta declaración no es estrictamente verídica, ¿pero no tendrá cierta base? ¿No han ocupado el púlpito hombres que no tuvieron una experiencia real en las cosas de Dios, hombres que no recibieron la justicia de Cristo? Muchos de nuestros predicadores se han contentado con hacer meramente sermones, presentando temas de una manera argumentativa, haciendo escasa mención del poder salvador del Redentor. Su testimonio estaba desprovisto de la sangre salvadora de Cristo. Su ofrenda se parecía a la de Caín. Este trajo al Señor los frutos de la tierra, que en sí mismos eran aceptables a Dios. Los frutos eran muy buenos; pero faltaba la virtud de la ofrenda--la sangre del cordero inmolado, que representaba la sangre de Cristo. Así sucede con los sermones sin Cristo. No producen contrición de corazón en los hombres, ni los inducen a preguntar: ¿Qué debo hacer para ser salvo?
Los adventistas del séptimo día debieran destacarse entre todos los que profesan ser cristianos, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo. La proclamación del mensaje del tercer ángel exige la presentación de la verdad del sábado. Esta verdad, junto con las otras incluídas en el mensaje, ha de ser proclamada; pero el gran centro de atracción, Cristo Jesús, no debe ser dejado a un lado. Es en la cruz de Cristo donde la misericordia y la verdad se encuentran, y donde la justicia y la paz se besan. El pecador debe ser inducido a mirar al Calvario; con la sencilla fe de un niñito, debe confiar en los méritos del Salvador, aceptar su justicia, creer en su misericordia.
El amor de Dios
Por medio del amor de Dios los tesoros de la gracia de Cristo han sido ofrecidos a la iglesia y al mundo. "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."1 ¡Qué amor maravilloso, insondable, el que indujo a Cristo a morir por nosotros cuando éramos todavía pecadores! ¡Y qué pérdida sufre el alma que, comprendiendo las fuertes exigencias de la ley, deja de reconocer que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia de Cristo!
Cuando es presentada de la debida manera, la ley revela el amor de Dios. Pero no es extraño que los corazones no se enternezcan por la verdad cuando ella es presentada de una manera fría y sin vida; no es extraño que la fe vacile ante las promesas de Dios, cuando los predicadores y los obreros dejan de presentar a Jesús en su relación con la ley.
Algunos de los que trabajan en la causa de Dios han estado demasiado listos para lanzar denuncias contra el pecador; y el amor del Padre al dar a su Hijo para que muriese por la especie humana, ha sido mantenido en la sombra. Que aquel que enseña la verdad dé a conocer al pecador lo que Dios es en realidad,--un Padre que aguarda con anhelante amor para recibir al pródigo que vuelve, sin dirigirle acusaciones de ira, sino preparándole un festín de bienvenida para celebrar su regreso. ¡Ojalá aprendiésemos todos a ganar almas de la misma manera en que lo hacía el Señor!
Dios quiere apartar las mentes de la convicción lógica para atraerlas a una convicción más profunda, elevada, pura y gloriosa. Muchas veces, la lógica humana casi apagó la luz cuyos claros rayos Dios quería hacer resplandecer para convencer a los hombres de que el Señor de la naturaleza es digno de toda alabanza y gloria, porque es Creador de todas las cosas.
Algunos predicadores yerran al construir sus sermones enteramente con argumentos. Hay quienes oyen la teoría de la verdad, y se sienten impresionados por las pruebas presentadas; entonces, si Cristo es presentado como Salvador del mundo, la semilla sembrada brotará y dará fruto para gloria de Dios. Pero a menudo la cruz del Calvario no es presentada a la gente. Puede ser que algunos estén escuchando el último sermón de su vida, y la áurea oportunidad sea perdida para siempre. Si Cristo y su amor redentor hubiesen sido proclamados en conexión con la teoría de la verdad, dichas personas podrían haber sido ganadas para él.
El camino a Cristo
Muchas más personas de lo que pensamos están anhelando hallar el camino a Cristo. Aquellos que predican el último mensaje de misericordia deben tener presente que Cristo ha de ser ensalzado como refugio del pecador. Algunos predicadores creen que no es necesario predicar el arrepentimiento y la fe; dan por sentado que sus oyentes conocen el Evangelio, y que deben presentarse cosas diferentes a fin de conservar su atención. Pero muchos hay que están en triste ignorancia acerca del plan de salvación; necesitan más instrucción acerca de este tema de suma importancia que en cuanto a cualquier otro.
Los discursos teóricos son esenciales, a fin de que la gente pueda ver la cadena de verdad, que, eslabón tras eslabón se une para formar un todo perfecto; pero ningún discurso debe predicarse jamás sin presentar a Cristo y a él crucificado como fundamento del Evangelio. Los predicadores alcanzarían más corazones sí se explayasen más en la piedad práctica. Con frecuencia, cuando se hacen esfuerzos para presentar la verdad en nuevos campos, los discursos dados son en gran parte teóricos. La gente pierde la tranquilidad por lo que oye. Muchos ven la fuerza de la verdad, y ansian poner sus pies sobre un cimiento seguro. Entonces es el momento propicio para hacer penetrar en la conciencia la religión de Cristo. Si se deja que las reuniones terminen sin esta obra práctica, la pérdida será grande.
A veces hay hombres y mujeres que se deciden en favor de la verdad por causa del peso de las pruebas presentadas, sin estar convertidos. El predicador no habrá hecho su obra antes de haber hecho comprender a sus oyentes la necesidad de un cambio de corazón. En todo discurso deben hacerse fervientes llamados a la gente para que abandone sus pecados y se vuelva a Cristo. Los pecados populares y la disipación moderna deben condenarse, y recomendarse la piedad práctica. Cuando siente en su corazón la importancia de las palabras que pronuncia, el verdadero predicador no puede reprimir su preocupación por las almas de aquellos por quienes trabaja.
¡Ojalá pudiese yo disponer de un lenguaje suficientemente fuerte para producir la impresión que quisiera hacer sobre mis colaboradores en el Evangelio! Hermanos míos, estáis manejando las palabras de vida; estáis tratando con mentes capaces del más elevado desarrollo. Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo, Cristo que va a volver, debe enternecer, alegrar y llenar de tal manera la mente del predicador, que sea capaz de presentar estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. Entonces el predicador se perderá de vista, y Jesús quedará manifiesto.
Ensalzad a Jesús, los que enseñáis a las gentes, ensalzadlo en la predicación, en el canto y en la oración. Dedicad todas vuestras facultades a conducir las almas confusas, extraviadas y perdidas, al "Cordero de Dios." Ensalzad al Salvador resucitado, y decid a cuantos escuchen: Venid a Aquel que "nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros."2 Sea la ciencia de la salvación el centro de cada sermón, el tema de todo canto. Derrámese en toda súplica. No pongáis nada en vuestra predicación como suplemento de Cristo, la sabiduría y el poder de Dios. Enalteced la palabra de vida, presentando a Jesús como la esperanza del penitente y la fortaleza de cada creyente. Revelad el camino de paz al afligido y abatido, y manifestad la gracia y perfección del Salvador.