Obreros Evangélicos

Capítulo 35

La oración en público

Las oraciones ofrecidas en público deben ser cortas y directas. Dios no requiere de nosotros que hagamos tediosos los momentos de culto con largas peticiones. Cristo no impuso a sus discípulos cansadoras ceremonias ni largas oraciones. "Cuando oras--dijo él,--no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de los hombres."1

Los fariseos tenían horas fijas para la oración; y cuando, como acontecía a menudo, estaban afuera a la hora señalada, se detenían, dondequiera que estuviesen, tal vez en la calle o en la plaza, en medio de apresuradas muchedumbres de hombres, y allí recitaban en alta voz sus oraciones formales. Un culto tal, ofrecido meramente para la glorificación propia, atrajo la reprensión inexorable de Jesús. Sin embargo, él no denigró la oración en público; porque él mismo oraba con sus discípulos y con la multitud. Pero grabó en sus discípulos el pensamiento de que sus oraciones en público debían ser cortas.

Algunos minutos son suficientes para una petición común en público. Pueden darse casos en que la súplica esté inspirada de una manera especial por el Espíritu de Dios. El alma anhelante llega a sentir como una agonía, y gime en busca de Dios. El espíritu lucha como luchó Jacob, y no quiere descansar sin haber tenido la manifestación especial del poder de Dios. En tales ocasiones puede ser conveniente que la súplica tenga mayor duración.

Se ofrecen muchas oraciones tediosas, que se parecen más a un discurso dado a Dios que a la presentación de una petición a él dirigida. Sería mejor para los que ofrecen tales oraciones que se limitasen a la que Cristo enseñó a sus discípulos. Las oraciones largas son cansadoras para los que escuchan, y no preparan a la gente para las instrucciones que han de seguir.

A menudo el hecho de que se ofrezcan largas y tediosas oraciones en público se debe a que la oración secreta fué descuidada. No repasen los predicadores en sus peticiones una semana de deberes descuidados, con la esperanza de expiar su negligencia y apaciguar su conciencia. Las tales oraciones obran con frecuencia en detrimento del nivel espiritual de los demás.

Antes de subir al púlpito, el predicador debe buscar a Dios en su gabinete, y ponerse en íntima relación con él. Allí puede elevar su sedienta alma a Dios, y ser refrescado por el rocío de la gracia. Luego, con una unción del Espíritu Santo que le haga sentir preocupación por las almas, no despedirá una congregaciór sin presentarle a Jesucristo, el único refugio del pecador. Al darse cuenta de que tal vez no vuelva a ver estos oyentes, les dirigirá llamados que alcancen sus corazones. Y el Maestro, quien conoce los corazones de los hombres, le dará expresión, y le ayudará a decir las palabras que deberá hablar en el tiempo oportuno y con poder.

La reverencia en la oración

Algunos piensan que es señal de humildad orar a Dios de una manera común, como si hablasen con un ser humano. Profanan su nombre mezclando innecesaria e irreverentemente con sus oraciones las palabras "Dios Todopoderoso," palabras solemnes y sagradas, que no debieran salir de los labios a no ser en tonos subyugados y con un sentimiento de reverencia.

El lenguaje grandilocuente no es apropiado en la oración, ya sea la petición hecha en el púlpito, en el círculo de la familia o en secreto. Especialmente aquel que ora en público debe emplear un lenguaje sencillo, a fin de que otros puedan entender lo que dice y unirse a la petición.

Es la sentida oración de fe la que es oída en el cielo y contestada en la tierra. Dios entiende las necesidades de la humanidad. El sabe lo que deseamos antes que se lo pidamos. El ve el conflicto del alma con la duda y la tentación. Nota la sinceridad del suplicante. Aceptará la humillación y aflicción del alma. "A aquél miraré que es pobre y humilde de espíritu--declara,--y que tiembla a mi palabra."2

Es privilegio nuestro orar con confianza, pues el Espíritu formula nuestras peticiones. Con sencillez debemos presentar nuestras necesidades al Señor, y apropiarnos de su promesa con tal fe que los miembros de la congregación sepan que hemos aprendido a prevalecer con Dios en oración. Estarán animados a creer que la presencia de Dios está en la reunión, y abrirán sus corazones para recibir su bendición. Su fe en nuestra sinceridad aumentará, y escucharán con oídos atentos las instrucciones dadas.

Nuestras oraciones deben estar llenas de ternura y amor. Cuando anhelemos sentir de una manera más profunda y más amplia el amor del Salvador, clamaremos a Dios por más sabiduría. Si alguna vez hubo necesidad de oraciones y sermones que conmuevan el alma, es ahora. El fin de todas las cosas está cercano. ¡Ojalá pudiésemos ver como debiéramos la necesidad de buscar de todo corazón al Señor! Entonces lo encontraríamos.

¡Quiera Dios enseñar a su pueblo a orar! Aprendan diariamente en la escuela de Cristo los maestros de nuestras escuelas y los predicadores de nuestras iglesias. Entonces orarán con fervor, y sus peticiones serán oídas y contestadas. Entonces la palabra será proclamada con poder.

Nuestra actitud en la oración

Tanto en el culto en público como en privado, es privilegio nuestro doblegar las rodillas ante el Señor cuando le ofrecemos nuestras peticiones. Jesús, nuestro modelo, "puesto de rodillas oró."3 Acerca de sus discípulos está registrado que también oraban "puestos de rodillas."4 Pablo declaró: "Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo."5 Al confesar ante Dios los pecados de Israel, Esdras estaba de rodillas.6 Daniel "hincábase de rodillas tres veces al día, y oraba, y confesaba delante de su Dios."7

La verdadera reverencia hacia Dios es inspirada por un sentimiento de su grandeza infinita y de su presencia. Y cada corazón debe quedar profundamente impresionado por este sentimiento de lo invisible. La hora y el lugar de oración son sagrados, porque Dios está allí; y al manifestarse la reverencia en la actitud y conducta, se ahondará el sentimiento que inspira. "Santo y terrible es su nombre,"8 declara el salmista. Los ángeles se velan el rostro cuando pronuncian su nombre. ¡Con qué reverencia, pues, deberíamos nosotros, que somos caídos y pecaminosos, tomarlo en los labios!

Sería bueno que jóvenes y ancianos meditasen en esas palabras de la Escritura que demuestran cómo debe ser considerado el lugar señalado por la presencia especial de Dios. "Quita tus zapatos de tus pies--ordenó a Moisés desde la zarza ardiente,--porque el lugar en que tú estás, tierra santa es."9 Jacob, después de contemplar la visión de los ángeles, exclamó: "Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.... No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo."10

"Jehová está en su santo templo: calle delante de él toda la tierra."11

Las oraciones formales, en tono de sermón, no son necesarias ni oportunas en público. Una oración corta, ofrecida con fervor y fe, enternecerá los corazones de los oyentes; pero durante las oraciones largas, esperan con impaciencia, como deseosos de que cada palabra la acabe. Si el predicador que hace tal oración hubiese luchado con Dios en su gabinete secreto hasta sentir que su fe podía apropiarse la promesa: "Pedid, y se os dara," llegaría en seguida al punto en su reunión pública, pidiendo con fervor y fe gracia para sí y para sus oyentes.