En la obra de muchos ministros hay demasiados sermones y demasiado poco trabajo personal, de corazón a corazón. Hay necesidad de más labor personal por las almas. Con una simpatía como la de Cristo, el predicador debe acercarse a los hombres individualmente, y tratar de despertar su interés por las grandes cosas de la vida eterna. Sus corazones pueden ser tan duros como el camino trillado, y aparentemente puede ser inútil el esfuerzo de presentarles el Salvador; pero aunque la lógica no los conmueva, ni pueda convencerlos, el amor de Cristo, revelado en el ministerio personal, puede ablandar el terreno pedregoso del corazón, de modo que puedan arraigarse en él las semillas de verdad.
El ministerio significa mucho más que hacer sermones; significa ferviente labor personal. La iglesia terrenal está compuesta de hombres y mujeres que yerran, que necesitan labor paciente y esmerada, para ser preparados y disciplinados para trabajar de una manera aceptable en esta vida, y ser en la venidera coronados de gloria e inmortalidad. Se necesitan pastores, pastores fieles, que no adulen al pueblo de Dios, ni lo traten con dureza, sino que lo alimenten con el pan de vida,--hombres que en su vida diaria sientan el poder transformador del Espíritu Santo, y que alberguen un fuerte y abnegado amor para con aquellos por quienes trabajan.
El subpastor tiene que obrar con tacto cuando es llamado a hacer frente al desvío, la amargura, la envidia y los celos que encuentre en la iglesia; y necesitará trabajar de acuerdo con el espíritu de Cristo para poner las cosas en orden. Se han de dar fieles amonestaciones, reprender pecados, enderezar agravios, tanto mediante la obra del ministro en el púlpito como por su trabajo personal. El corazón díscolo puede irritarse por el mensaje, y juzgar mal y criticar al siervo de Dios. Recuerde éste que "la sabiduría que es de lo alto, primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz."1
La obra del ministro del Evangelio consiste en "aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios."2 Si el que entra en esta obra elige la parte donde menos tenga que sacrificarse, contentándose con la predicación, y dejando a otro la obra del ministerio personal, sus labores no serán aceptables a Dios. Hay almas por quienes Cristo murió que perecen por falta de obra personal bien dirigida; y erró su vocación aquel que, habiendo entrado en el ministerio, no está dispuesto a hacer la obra personal que exige el cuidado del rebaño.
El predicador debe instar a tiempo y fuera de tiempo, estando listo para ver y aprovechar toda oportunidad de promover la obra de Dios. El "instar a tiempo" significa estar alerta para ver los privilegios que ofrece la casa y la hora de culto, y las ocasiones en que los hombres hablan de los temas religiosos. Y el "instar fuera de tiempo" consiste en estar listo, cuando uno se halla en el hogar, en el campo, a orillas del camino, en la plaza, para dirigir las mentes de los hombres, de manera adecuada, a los grandes temas de la Biblia, con un espíritu tierno y ferviente que les haga sentir las demandas de Dios. Muchísimas ocasiones tales se desperdician porque los hombres están convencidos de que no son oportunas. Pero ¿quién sabe cuál habría sido el efecto de un sabio llamado a la conciencia? Escrito está: "Por la mañana siembra tu simiente, y a la tarde no dejes reposar tu mano: porque tú no sabes cuál es lo mejor, si esto o lo otro, o si ambas a dos cosas son buenas."3 El que siembra las semillas de verdad puede sentir pesadumbre en su corazón, y a veces sus esfuerzos parecerán infructuosos. Pero si es fiel, verá el fruto de su labor; porque la Palabra de Dios declara: "Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas."4
Visitando los hogares
Cuando un predicador presentó el mensaje evangélico desde el púlpito, su obra no hizo más que empezar. Le queda una obra personal que hacer. Debe visitar a la gente en sus hogares, hablando y orando con ella, con fervor y humildad. Hay familias que nunca serán alcanzadas por las verdades de la Palabra de Dios a menos que los dispensadores de su gracia entren en sus casas y les señalen el camino superior. Pero los corazones de aquellos que hacen esta obra deben latir al unísono con el corazón de Cristo.
Abarca mucho la orden: "Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa."5 Enseñen los predicadores la verdad en las familias acercándose a aquellos por quienes trabajan; y al cooperar ellos así con Dios, él los revestirá de poder espiritual. Cristo los guiará en su obra, dándoles palabras que penetren hondamente en los corazones de los oyentes.
Es privilegio de todo predicador poder decir con Pablo: "No he rehuído de anunciaros todo el consejo de Dios." "Nada que fuese útil he rehuído de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, ... arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo."6
Nuestro Salvador iba de casa en casa, sanando a los enfermos, consolando a los que lloraban, calmando a los afligidos, hablando palabras de paz a los desconsolados. Tomaba los niños en sus brazos, los bendecía y decía palabras de esperanza y consuelo a las cansadas madres. Con inagotable ternura y amabilidad, él encaraba toda forma de desgracia y aflicción humanas. No trabajaba para sí, sino para los demás. Era siervo de todos. Era su comida y bebida dar esperanza y fuerza a todos aquellos con quienes se relacionaba. Y al escuchar los hombres y las mujeres las verdades que salían de sus labios, tan diferentes de las tradiciones y dogmas enseñados por los rabinos, la esperanza brotaba en sus corazones. En su enseñanza había un fervor que hacía penetrar sus palabras en el corazón con poder convincente.
A mis hermanos en el ministerio, quiero decir: Allegaos a la gente dondequiera que se halle, por medio de la obra personal. Relacionaos con ella. Esta obra no puede verificarse por apoderado. El dinero prestado o dado no puede hacerla, como tampoco los sermones predicados desde el púlpito. La enseñanza de las Escrituras en las familias es la obra del evangelista, y ha de ir unida a la predicación. Si se llega a omitir, la predicación fracasará en extenso grado.
Los que buscan la verdad necesitan que se les digan palabras en sazón; porque Satanás les está hablando por sus tentaciones. Si os sentís repelidos al tratar de ayudar a las almas, no hagáis caso. Si parece resultar poco bien de vuestra obra, no os desalentéis. Seguid trabajando; sed discretos; sabed cuándo hablar, y cuándo callar; velad por las almas como quienes han de dar cuenta; y vigilad las trampas de Satanás, para que no seáis apartados del deber. No permitáis que las dificultades os descorazonen o intimiden. Con fuerte fe, con propósito intrépido, arrostrad y venced estas dificultades. Sembrad la semilla con fe y con mano generosa.