Un grave y tal vez no sospechado impedimento para el éxito de la verdad se halla en nuestras iglesias mismas. Cuando se hace un esfuerzo para presentar nuestra fe a los no creyentes, con demasiada frecuencia los miembros de la iglesia quedan indiferentes, como si no fuesen parte interesada en el asunto, y dejan que toda la carga recaiga sobre el predicador. Por esta razón, la labor de nuestros predicadores más capaces ha producido a veces poco fruto. Pueden predicarse los mejores sermones que sea posible dar, el mensaje puede ser precisamente lo que la gente necesita, y sin embargo, no se ganan almas como gavillas que presentar a Cristo.
Cuando trabaje donde ya haya algunos creyentes, el predicador debe primero no tanto tratar de convertir a los no creyentes como preparar a los miembros de la iglesia para que presten una cooperación aceptable. Trabaje él por ellos individualmente, esforzándose por inducirlos a buscar una experiencia más profunda para sí mismos, y a trabajar para otros. Cuando estén preparados para cooperar con el predicador por sus oraciones y labores, mayor éxito acompañará sus esfuerzos.
Nada duradero puede lograrse para las iglesias de diferentes lugares a menos que se las incite a sentir que pesa sobre ellas una responsabilidad. Cada miembro del cuerpo debe sentir que la salvación de su propia alma depende de su esfuerzo individual. Las almas no se pueden salvar sin esfuerzo. El ministro no puede salvar a la gente. El puede ser un conducto por medio del cual Dios imparta luz a su pueblo; pero después que la luz ha sido dada al pueblo le toca apropiarse de ella, y a su vez dejarla resplandecer para otros.--Testimonies for the Church 2:121.
Preparación de ayudantes de iglesia
El predicador no debe tener el sentimiento de que debe encargarse por sí mismo de toda la obra de predicación, trabajo u oración; debe educar personas que le ayuden en ello en toda iglesia. Túrnense diferentes personas para dirigir las reuniones o los estudios bíblicos; y mientras lo hagan estarán poniendo en uso los talentos que Dios les dió, y al mismo tiempo preparándose como obreros.
"En ciertos respectos el pastor ocupa una posición semejante a la del capataz de una cuadrilla de trabajadores o del capitán de la tripulación de un buque. Se espera que ellos velen porque los hombres que están a su cargo hagan correcta y prontamente el trabajo a ellos asignado, y únicamente en caso de emergencia han de atender a detalles.
"El propietario de una gran fábrica encontró una vez a su capataz en la fosa de un volante, haciendo algunas reparaciones sencillas, mientras que media docena de obreros de esa sección estaban de pie a un lado, mirando ociosamente. El propietario, después de averiguar los hechos, para tener la seguridad de no ser injusto, llamó al capataz a su oficina y le entregó su cesantía con su salario. Sorprendido, el capataz pidió una explicación. Le fué dada en estas palabras: 'Lo contraté para mantener a seis hombres ocupados. Encontré a los seis ociosos, y a Vd. haciendo el trabajo de uno solo. Lo que hacía podría haber sido hecho igualmente por cualquiera de los seis. No puedo pagar el salario de siete hombres para que Vd. enseñe a seis de ellos a holgar.'
"Este incidente puede aplicarse a algunos casos, pero no a otros. Pero muchos pastores fracasan al no saber, o no tratar de conseguir que todos los miembros de la iglesia se empeñen activamente en los diversos departamentos de la obra de la iglesia. Si los pastores dedicasen más atención a conseguir que su grey se ocupe activamente en la obra y a mantenerla así ocupada, lograrían mayor suma de bien, tendrían más tiempo para estudiar y hacer visitas religiosas, y evitarían también muchas causas de irritación."
Algunos, por causa de inexperiencia, cometerán errores, pero debe demostrárseles bondadosamente cómo pueden hacer mejor su trabajo. Así puede el pastor educar a hombres y mujeres a llevar responsabilidades en la buena obra que tanto sufre por falta de obreros. Necesitamos hombres que puedan asumir responsabilidades; y la mejor manera para que adquieran la experiencia que necesitan, consiste en dedicarse de todo corazón y mente a la obra.
Salvados por los esfuerzos en favor de otros
Una iglesia que trabaja es una iglesia que crece. Los miembros hallan estímulo y tónico en ayudar a los demás. He leído que en cierta ocasión un hombre, mientras viajaba en un día de invierno por lugares donde la nieve se había amontonado en grandes cantidades, quedó entumecido por el frío, que le estaba quitando imperceptiblemente toda fuerza vital. Estaba casi congelado, y a punto de renunciar a la lucha por la existencia, cuando oyó los gemidos de un compañero de viaje, que también perecía de frío. Su simpatía se despertó, y resolvió salvarlo. Restregó los helados miembros del desdichado, y después de muchos esfuerzos logró ponerlo de pie. Como el recién hallado no podía estarse de pie, lo llevó en brazos, con simpatía, a través de amontonamientos de nieve que él nunca hubiese pensado poder pasar solo.
Cuando hubo llevado a su compañero de viaje a un lugar de refugio, comprendió repentinamente que al salvar a su prójimo, se había salvado a sí mismo. Sus ardorosos esfuerzos para ayudar a otro habían vivificado la sangre que se estaba helando en sus propias venas, y habían hecho llegar un sano calor a sus extremidades.
La lección de que al ayudar a otros nosotros mismos recibimos ayuda, debe ser presentada de continuo con instancia a los creyentes nuevos, por precepto y ejemplo a fin de que en su experiencia cristiana obtengan los mejores resultados. Salgan a trabajar para otros los abatidos, los que están propensos a creer que el camino a la vida eterna es penoso y difícil. Los tales esfuerzos, unidos a la oración por la luz divina, harán palpitar sus corazones con la vivificadora influencia de la gracia de Dios, y sus propios afectos reflejarán más fervor divino. Toda su vida cristiana será más real, ferviente y llena de oración.
Recordemos que somos peregrinos y extranjeros en esta tierra, que buscamos una patria mejor, a saber, la celestial. Los que se han unido al Señor en el pacto de servicio se hallan en la obligación de cooperar con él en la obra de salvar almas.
Hagan los miembros de la iglesia fielmente su parte durante la semana, y relaten sus experiencias el sábado. La reunión será entonces como alimento a su debido tiempo, que reportará a todos los presentes nueva vida y renovado vigor. Cuando el pueblo de Dios vea la gran necesidad que tiene de trabajar como Cristo trabajaba por la conversión de los pecadores, los testimonios que dé en los cultos del sábado estarán llenos de poder. Con gozo darán testimonio de cuán preciosa es la experiencia que adquirieron trabajando para otros.
La iglesia como cometido sagrado
Cuando Cristo ascendió al cielo, dejó la iglesia y todos sus intereses como cometido sagrado a sus seguidores. Y la obra de la iglesia no es dejada al predicador solo, ni a unos pocos dirigentes. Cada miembro debe sentir que tiene parte en un solemne pacto hecho con el Señor de trabajar para promover los intereses de su causa en todas las ocasiones y circunstancias. Cada uno debe tener alguna parte que desempeñar, alguna carga que llevar. Si todos los miembros de la iglesia sintiesen una responsabilidad individual, se lograría mayor progreso en las cosas espirituales. La solemne carga de la responsabilidad que recae sobre ellos los induciría a buscar a menudo a Dios para obtener fuerza y gracia.
El verdadero carácter de la iglesia se mide, no por la elevada profesión que haga, ni por los nombres inscriptos en sus registros, sino por lo que hace en realidad por el Maestro, por el número de obreros perseverantes y fieles con que cuenta. El esfuerzo personal y abnegado logrará más para la causa de Cristo que lo que pueda hacerse por medio de sermones o credos.
Enseñen los predicadores a los miembros de la iglesia que a fin de crecer en espiritualidad, deben llevar la carga que el Señor les ha impuesto,--la carga de conducir almas a la verdad. Aquellos que no cumplan con su responsabilidad deben ser visitados, y hay que orar con ellos y trabajar por ellos. No induzcáis a los miembros a depender de vosotros como predicadores; enseñadles más bien a emplear sus talentos en dar la verdad a los que los rodean. Al trabajar así tendrán la cooperación de los ángeles celestiales, y obtendrán una experiencia que aumentará su fe, y les dará una fuerte confianza en Dios.