Obreros Evangélicos

Capítulo 44

"Apacienta mis corderos"

La comisión dada a Pedro por Cristo precisamente antes de su ascensión: "Apacienta mis corderos,"1 es dada a todo predicador. Al decir a sus discípulos: "Dejad los niños venir, y no se lo estorbéis; porque de los tales es el reino de Dios,"2 Cristo hablaba a sus discípulos de todos los siglos.

La causa de la verdad ha perdido mucho por falta de atención a las necesidades espirituales de los jóvenes. Los ministros del Evangelio deben ponerse en buenas relaciones con los jóvenes de sus congregaciones. Muchos rehuyen hacerlo, pero su negligencia es un pecado a la vista del cielo. Hay entre nosotros muchos jóvenes de ambos sexos que no ignoran nuestra fe, cuyo corazón no ha sido, sin embargo, nunca conmovido por el poder de la gracia divina. ¿Cómo podemos nosotros, los que decimos ser siervos de Dios, pasar día tras día, semana tras semana, indiferentes a su condición? Si muriesen en sus pecados, sin haber sido amonestados, su sangre sería demandada de las manos de los atalayas que dejaron de darles la amonestación.

¿Por qué no ha de considerarse como trabajo misionero de la clase más elevada la obra hecha en pro de los jóvenes que están en nuestras filas? Requiere el tacto más delicado, la consideración más atenta, las más fervientes oraciones por la sabiduría celestial. Los jóvenes son el blanco de los ataques especiales de Satanás; pero la bondad, cortesía y simpatía que fluyen de un corazón lleno de amor hacia Jesús, conquistarán su confianza, y los salvarán de muchas trampas del enemigo.

Los jóvenes necesitan algo más que una atención casual, más que una palabra de aliento ocasional. Necesitan labor esmerada, cuidadosa, acompañada de oración. Únicamente aquel cuyo corazón está lleno de amor y simpatía podrá alcanzar a aquellos jóvenes que son aparentemente descuidados e indiferentes. No todos pueden ser ayudados de la misma manera. Dios obra con cada uno conforme a su temperamento y carácter, y debemos cooperar con él. Muchas veces, aquellos que nosotros pasamos por alto con indiferencia, porque los juzgamos por la apariencia externa, tienen en sí el mejor material para ser obreros, y recompensarán todos los esfuerzos hechos para ellos. Debe dedicarse más estudio al problema de cómo tratar con la juventud, más oración ferviente para obtener la sabiduría necesaria para tratar con las mentes.

La predicación para los niños

En toda oportunidad adecuada repítase la historia de Jesús a los niños. En cada sermón, resérveseles un pequeño rincón. El siervo de Cristo puede hacerse amigos permanentes de estos pequeñuelos. No pierda él ninguna oportunidad de ayudarlos a hacerse más entendidos en el conocimiento de las Escrituras. Esto logrará más de lo que nos damos cuenta para cerrar el paso a las tretas de Satanás. Si los niños llegan a familiarizarse temprano con las verdades de la Palabra de Dios, ello erigirá una barrera contra la impiedad, y podrán hacer frente al enemigo con las palabras: "Escrito está."

Los que instruyen a los niños y jóvenes deben evitar las observaciones tediosas. Las alocuciones cortas y directas tendrán una influencia feliz. Si hay mucho que decir, súplase la brevedad con la frecuencia. Unas pocas observaciones interesantes, hechas a menudo, serán más provechosas que el dar toda la instrucción a la vez. Los discursos largos cansan la mente de los jóvenes. El hablar demasiado los induce hasta a sentir repugnancia por la instrucción espiritual, así como el comer demasiado recarga el estómago, reduce el apetito, y crea repugnancia por la comida. Nuestra instrucción a la iglesia, y especialmente a los jóvenes, debe ser dada renglón tras renglón, precepto tras precepto, un poco aquí y otro poco allí. A los niños hay que atraerlos hacia el cielo con suavidad y no con dureza.

Cómo conquistar los sentimientos de la juventud

Debemos tratar de conquistar los sentimientos de los jóvenes, simpatizando con ellos en sus goces y tristezas, en sus conflictos y victorias. Jesús no quedó en el cielo, lejos de los apesadumbrados y pecaminosos; bajó a este mundo, a fin de conocer la debilidad, los sufrimientos y las tentaciones de la especie caída. Se acercó hasta donde estábamos, a fin de poder levantarnos. En nuestra obra en pro de los jóvenes, debemos buscarlos donde estén, si queremos ayudarlos. No traten con dureza los de más edad y experiencia a los discípulos jóvenes vencidos por la tentación, ni consideren con indiferencia sus esfuerzos. Recordad que vosotros mismos demostrasteis muchas veces tener poca fuerza para resistir el poder del tentador. Sed tan pacientes con estos corderos del rebaño como deseais que otros lo sean con vosotros. Dios nos ha hecho de tal manera que aun los más fuertes desean simpatía. ¡Cuánto más, pues, la han de necesitar los niños! Aun una mirada de compasión calmará y fortalecerá a menudo al niño probado y tentado.

Jesús dice a todo extraviado: "Dame, hijo mío, tu corazón."3 "Convertíos, hijos rebeldes, sanaré vuestras rebeliones."4 La juventud no puede ser verdaderamente feliz sin el amor de Jesús. El está aguardando con compasiva ternura para oír las confesiones del díscolo, y para aceptar su arrepentimiento. El aguarda su gratitud como la madre aguarda la sonrisa de reconocimiento de su hijo amado. El gran Dios nos enseña a llamarle Padre. El quisiera que comprendiésemos cuán fervorosa y tiernamente nos ama su corazón en todas nuestras pruebas y tentaciones. "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen."5 Antes podrá la madre olvidarse de su hijo que Dios del alma que confía en él.

Los jóvenes han de desempeñar una parte en la obra de la iglesia

Cuando los jóvenes dan su corazón a Dios, no cesa nuestra responsabilidad hacia ellos. Hay que interesarlos en la obra del Señor, e inducirlos a ver que él espera que ellos hagan algo para adelantar su causa. No es suficiente demostrar cuánto se necesita hacer, e instar a los jóvenes a hacer una parte. Hay que enseñarles a trabajar para el Maestro. Hay que prepararlos, disciplinarlos y educarlos en los mejores métodos de ganar almas para Cristo. Enséñeseles a tratar de una manera tranquila y modesta de ayudar a sus jóvenes compañeros. Expónganse en forma sistemática los diferentes ramos del esfuerzo misionero en que ellos puedan tomar parte, y déseles instrucción y ayuda. Así aprenderán a trabajar para Dios.

No imaginéis que podréis despertar el interés de los jóvenes yendo a la reunión misionera y predicando un largo sermón. Idead modos por los cuales pueda despertarse un vivo interés. De semana en semana, deben los jóvenes traer sus informes, contando lo que han tratado de hacer para el Salvador, y qué éxito tuvieron. Si la reunión misionera fuese trocada en ocasión de dar semejantes informes, no sería monótona, tediosa ni desprovista de interés. Sería muy interesante, y no le faltaría asistencia.

En nuestras iglesias, se necesitan los talentos juveniles, bien organizados y preparados. Los jóvenes harán algo con sus rebosantes energías. A menos que estas energías estén encausadas debidamente, los jóvenes las emplearán de alguna manera que perjudicará su propia espiritualidad, y resultará para daño de aquellos con quienes se asocien.

Esté el corazón del instructor unido con el de aquellos que están bajo su cuidado. Recuerde él que ellos tienen que hacer frente a muchas tentaciones. Poco nos damos cuenta de los malos rasgos de carácter dados a los jóvenes como patrimonio, ni cuán a menudo les sobrevienen tentaciones por causa de este patrimonio.

El cuidado solícito que el subpastor ha de dar a los corderos de su rebaño está bien ilustrado por un cuadro que he visto, en el cual se representaba al buen Pastor. El pastor iba adelante, mientras que el rebaño le seguía de cerca. En sus brazos, el pastor llevaba un cordero impotente, mientras que la madre caminaba confiada a su lado. Acerca de la obra de Cristo, Isaías dijo: "En su brazo cogerá los corderos y en su seno los llevará."6 Los corderos necesitan más que comida diaria. Necesitan protección, y se los debe cuidar constantemente con ternura. Si uno se extravía, hay que buscarlo. La figura es hermosa, y representa muy bien el amante servicio que el subpastor de la grey de Cristo ha de prestar a los que están bajo su protección y cuidado.

Hermanos míos en el ministerio, abrid vuestras puertas a los jóvenes que están expuestos a la tentación. Acercaos a ellos por esfuerzos personales. El mal los invita por todos lados. Tratad de interesarlos en aquello que les ayude a vivir la vida superior. No os mantengáis alejados de ellos. Traedlos a vuestro hogar; invitadlos a unirse a vosotros alrededor del altar de la familia. Recordemos el derecho que Dios tiene sobre nosotros en cuanto a hacer hermosa y atrayente la senda al cielo.