Dios se propone que, aun en esta vida, la verdad se revele de continuo a su pueblo. Hay una sola manera en que este conocimiento puede obtenerse. Podemos alcanzar a comprender la Palabra de Dios únicamente por la iluminación de aquel Espíritu por el cuál fué dada la Palabra. "Nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios;" "porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios."1 Y la promesa del Salvador a sus discípulos fué: "Cuando viniere aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; ... porque tomará de lo mío, y os lo hará saber."2
Pedro exhorta a sus hermanos a crecer "en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo."3 Cuandoquiera que los hijos de Dios crezcan en la gracia, obtendrán cada vez más clara comprensión de su Palabra. Y discernirán nueva luz y belleza en sus verdades sagradas. Esto ha venido sucediendo en la historia de la iglesia en todas las edades, y así seguirá siendo hasta el fin. Pero al declinar la verdadera vida espiritual, siempre hubo tendencia a dejar de adelantar en el conocimiento de la verdad. Los hombres se quedan satisfechos con la luz ya recibida de la Palabra de Dios, y desaprueban cualquier investigación más profunda de las Escrituras. Se vuelven conservadores, y tratan de evitar la discusión.
El hecho de que no haya controversia ni agitación entre el pueblo de Dios, no debe ser considerado como prueba concluyente de que se está reteniendo la sana doctrina. Hay razones para temer que no esté discerniendo claramente entre la verdad y el error. Cuando no se levanten nuevas preguntas por la investigación de las Escrituras, cuando no se presente ninguna diferencia de opinión por la cual los hombres se pondrían a escudriñar la Biblia por sí mismos para asegurarse de que poseen la verdad, serán muchos los que hoy, como en los tiempos antiguos, se aferrarán a la tradición, y adorarán lo que no conocen.
Me ha sido mostrado que muchos de los que profesan tener un conocimiento de la verdad presente, no saben lo que creen. No comprenden las pruebas de su fe. No tienen justo aprecio de la obra para este tiempo. Cuando llegue el tiempo de prueba, habrá hombres que están ahora predicando a otros, que encontrarán, al examinar sus doctrinas, muchas cosas por las cuales no podrán dar razón satisfactoria. Hasta ser probados así, no conocerán su gran ignorancia.
Y son muchos los que en la iglesia dan por sentado que entienden lo que creen, pero antes de presentarse la controversia, no conocen su propia debilidad. Cuando estén separados de sus correligionarios y se vean obligados a permanecer solos para explicar su creencia, se sorprenderán al ver cuán confusas son sus ideas de lo que aceptaron como verdad. Lo cierto es que ha habido entre nosotros un apartamiento del Dios viviente, un retorno a los hombres, para poner la sabiduría humana en lugar de la divina.
Dios despertará a su hijos; si fracasan los otros medios, surgirán herejías entre ellos, que los zarandearán y separarán el tamo del trigo. El Señor invita a todos los que creen en su Palabra a que despierten de su sueño. Ha llegado una luz preciosa, apropiada para este tiempo. Es la verdad bíblica, que demuestra los peligros que se avecinan. Esta luz debe inducirnos a estudiar diligentemente las Escrituras, y a hacer un examen muy crítico de nuestras opiniones.
Dios quiere que escudriñemos cabalmente y con perseverancia, con oración y ayuno, todas las bases y argumentos de la verdad. Los creyentes no se han de basar en suposiciones e ideas mal definidas acerca de lo que constituye la verdad. Su fe debe asentarse firmemente en la Palabra de Dios, de modo que cuando llegue el tiempo de prueba, y ellos sean llevados ante concilios para responder de su fe, puedan dar razón de la esperanza que en ellos hay, con mansedumbre y temor.
¡Agitad, agitad, agitad! Los temas que presentamos al mundo deben ser para nosotros una realidad viviente. Es importante que al defender las doctrinas que consideramos como artículos de fe fundamentales, nunca nos permitamos emplear argumentos que no sean completamente plausibles. Los que no lo sean pueden servir para reducir al silencio a un oponente, pero no hacen honor a la verdad. Debemos presentar argumentos cabales, que no sólo acallen a nuestros oponentes, sino que puedan soportar el examen más detenido y escrutador.
Los que se hayan educado para sostener debates corren gran peligro de no presentar la Palabra de Dios con justicia. Al hacer frente a un oponente, debemos esforzarnos sinceramente por presentar los temas de manera que despierten convicción en su mente, en vez de tratar meramente de infundir confianza al creyente.
Cualquiera que sea el alcance intelectual del hombre, no crea ni por un instante que no necesita escudriñar cabalmente de continuo las Escrituras para obtener mayor luz. Como pueblo somos llamados individualmente a ser estudiantes de la profecía. Debemos velar con fervor para discernir cualquier rayo de luz que Dios nos presente. Debemos notar los primeros resplandores de la verdad, y estudiando con oración podremos obtener una luz más clara, que podrá presentarse a otros.
Podemos estar seguros de que Dios no favorece a sus hijos cuando ellos se hallan gozando de comodidades, y satisfechos con el conocimiento de la luz que poseen. Es voluntad suya que sigan avanzando, para recibir la abundante y siempre creciente luz que resplandece para ellos.
La actitud actual de la iglesia no agrada a Dios. Se ha apoderado de ella una confianza propia que ha inducido a sus miembros a no sentir necesidad alguna de más verdad y mayor luz. Estamos viviendo en un tiempo en que Satanás trabaja a diestra y siniestra, delante y detrás de nosotros; y sin embargo, como pueblo, estamos durmiendo. Dios quiere que se oiga una voz que despierte a su pueblo y lo incite a obrar.--Testimonies for the Church 5:703-709.
La prueba de una nueva luz
Nuestros hermanos deben estar dispuestos a investigar con sinceridad todo punto de controversia. Si un hermano está enseñando un error, los que ocupan puestos de responsabilidad deben saberlo. Y si él enseña la verdad, deben tomar posición a su lado. Todos deberíamos saber lo que se enseña entre nosotros; porque si es verdad, lo necesitamos. Nos hallamos todos bajo obligación para con Dios de conocer lo que él nos envía. El ha dado indicaciones por las cuales podemos probar toda doctrina: "¡A la ley y al testimonio! si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido."4 Si la luz presentada soporta esa prueba, no debemos negarnos a aceptarla porque no concuerde con nuestras ideas.
Nadie ha dicho que hayamos de encontrar la perfección en las investigaciones de algún hombre; pero sé que nuestras iglesias mueren por falta de enseñanza acerca de la justicia por la fe y otras verdades.
No importa por medio de quién sea enviada la verdad, debemos abrir nuestros corazones para recibirla con la mansedumbre de Cristo. Pero muchos no obran así. Cuando se presenta un punto controvertido, formulan objeción tras objeción, sin admitir un punto que esté bien sostenido. ¡Ojalá obremos como hombres que desean la luz! ¡Ojalá nos dé Dios su Espíritu Santo día tras día, y haga resplandecer sobre nosotros la luz de su rostro, para que aprendamos en la escuela de Cristo!
Cuando se presenta una doctrina que no concuerde con nuestras opiniones, debemos acudir a la Palabra de Dios, buscar al Señor en oración, y no permitir al enemigo que se presente con sospechas y prejuicios. Nunca debemos permitir que se manifieste en nosotros el espíritu que alistó a los sacerdotes y príncipes contra el Redentor del mundo. Ellos se quejaban de que él perturbaba al pueblo, y deseaban que lo hubiese dejado en paz; porque causaba perplejidad y disensión. El Señor nos envía luz para probar qué clase de espíritu tenemos. No debemos engañarnos a nosotros mismos.
En 1844, siempre que llegaba a nuestra atención algo que no comprendíamos, nos arrodillábamos y pedíamos a Dios que nos ayudase a asumir la actitud debida; y entonces podíamos llegar a una correcta comprensión y a ver unánimemente. No había disensión ni enemistad, ni malas sospechas, ni falsos juicios acerca de nuestros hermanos. Si sólo conociésemos el mal que causa el espíritu de intolerancia, ¡cuán cuidadosamente lo rehuiríamos!
Hemos de afirmarnos en la fe, en la luz de la verdad que nos fué dada en nuestra primera experiencia. En aquel tiempo, se nos presentaba un error tras otro; ministros y doctores traían nuevas doctrinas. Solíamos escudriñar las Escrituras con mucha oración, y el Espíritu Santo revelaba la verdad a nuestra mente. A veces dedicábamos noches enteras a escudriñar las Escrituras y a solicitar fervorosamente la dirección de Dios. Se reunían con este propósito compañías de hombres y mujeres piadosos. El poder de Dios bajaba sobre mí, y yo recibía capacidad para definir claramente lo que es verdad y lo que es error.
Al ser así delineados los puntos de nuestra fe, nuestros pies se asentaron sobre un fundamento sólido. Aceptamos la verdad punto por punto, bajo la demostración del Espíritu Santo. Yo solía quedar arrobada en visión, y me eran dadas explicaciones. Me fueron dadas ilustraciones de las cosas celestiales, y del santuario, de manera que fuimos colocados donde la luz resplandecía sobre nosotros con rayos claros y distintos.
Sé que la cuestión del santuario, tal cual la hemos sostenido durante tantos años, está basada en justicia y verdad. El enemigo es quien desvía las mentes. Le agrada cuando los que conocen la verdad se dedican a coleccionar textos para amontonarlos en derredor de teorías erróneas, que no tienen fundamento de verdad. Los pasajes de la Escritura así empleados están mal aplicados; no fueron dados para sostener el error sino para fortalecer la verdad.
Debemos aprender que los demás tienen tantos derechos como nosotros. Cuando un hermano recibe nueva luz acerca de las Escrituras, debe exponer francamente su opinión, y cada predicador debe escudriñar las Escrituras con espíritu sincero para ver si los puntos presentados pueden ser sostenidos por la Palabra inspirada. "El siervo del Señor no debe ser litigioso, sino manso para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen: si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad."5
Cada alma debe mirar a Dios con contrición y humildad, para que él la guíe, conduzca y bendiga. No debemos confiar a otros la obra de escudriñar las Escrituras en lugar nuestro. Con frecuencia, algunos de nuestros hermanos dirigentes se han colocado del lado equivocado; y si Dios mandase un mensaje y aguardase a que estos hermanos más antiguos preparasen su progreso, nunca llegaría a la gente. Estos hermanos se hallarán en tal posición hasta que lleguen a ser participantes de la naturaleza divina en un grado más extenso de lo que han gozado en lo pasado.
La ceguera espiritual de muchos de nuestros hermanos causa tristeza en el cielo. Nuestros predicadores más jóvenes, que ocupan puestos menos importantes, deben hacer esfuerzos decididos para ir a la luz, para cavar siempre más hondo el pozo en la mina de la verdad.
La reprensión del Señor reposará sobre los que quieran obstruir el camino a fin de que la gente no reciba luz más clara. Una gran obra ha de ser hecha, y Dios ve que nuestros dirigentes necesitan más luz, para unirse con los mensajeros que él envía a hacer la obra que él se propone sea hecha. El Señor ha suscitado mensajeros, los ha dotado de su Espíritu, y les ha dicho: "Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado."6 No corra nadie el riesgo de interponerse entre el pueblo y el mensaje del cielo. Este mensaje llegará a la gente; y si no hubiese voz entre los hombres para darlo, las mismas piedras clamarían.
Invito a todo predicador a buscar al Señor, a hacer a un lado el orgullo y la lucha por la supremacía, y a humillar su corazón delante de Dios. Es la frialdad del corazón, la incredulidad de los que debieran tener fe, lo que mantiene débiles a las iglesias.