Actualmente necesitamos, en la causa de Dios, hombres espirituales, hombres firmes en sus principios y que tengan una clara comprensión de la verdad. Me ha sido indicado que no son doctrinas nuevas y caprichosas ni suposiciones humanas lo que la gente necesita, sino el testimonio de hombres que conozcan y practiquen la verdad, hombres que entiendan y obedezcan la recomendación dada a Timoteo: "Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina."1
Hermanos míos, andad con firmeza y decisión, calzados los pies con la preparación del Evangelio de paz. Podéis tener la seguridad de que la religión pura y sin mácula no es una religión sensacional. Dios no ha impuesto a nadie la carga de estimular un apetito por las doctrinas y teorías especulativas. Apartad estas cosas de vuestra enseñanza. No permitáis que entren en vuestra experiencia. No dejéis que la obra de vuestra vida sea perjudicada por ellas.
En la epístola de Pablo a los colosenses se halla una amonestación contra las falsas enseñanzas. El apóstol declara que los corazones de los creyentes han de ser "unidos en amor, y en todas riquezas de cumplido entendimiento para conocer el misterio de Dios, y del Padre, y de Cristo; en el cual están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento."
"Y esto digo--prosigue,--para que nadie os engañe con palabras persuasivas.... Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él: arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis aprendido, creciendo en ella con hacimiento de gracias. Mirad que ninguno os engañe por filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo: porque en él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente: y en él estáis cumplidos, el cual es la cabeza de todo principado y potestad."2
He recibido instrucciones para decir a nuestro pueblo: Sigamos a Cristo. No nos olvidemos de que él es nuestro dechado en todo. Podemos descartar sin peligro las ideas que no se hallan en su enseñanza. Ruego a nuestros ministros que se aseguren de que sus pies están asentados en la plataforma de la verdad eterna. Tengamos cuidado acerca de cómo seguimos los impulsos, atribuyéndolos al Espíritu Santo. Algunos corren el peligro de hacerlo. La Palabra de Dios nos insta a ser cabales en la fe, capaces de dar a quien nos la pida razón de la esperanza que hay en nosotros.
Desvío de las mentes del deber actual
El enemigo está tratando de apartar las mentes de nuestros hermanos y hermanas de la obra de preparar a un pueblo que pueda subsistir en estos últimos días. Sus sofismas están destinados a apartar las mentes de los peligros y deberes de la hora. Atribuyen poco valor a la luz que Cristo vino del cielo para dar a Juan en favor de su pueblo. Enseñan que los acontecimientos que nos confrontan no tienen importancia suficiente para recibir atención especial. Anulan la verdad de origen celestial, y despojan al pueblo de Dios de su experiencia pasada, reemplazándola por una falsa ciencia. "Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él."3
No trate nadie de deshacer los cimientos de nuestra fe, los cimientos que fueron echados al principio de nuestra obra, por oración y estudio de la Palabra de Dios y por revelación. Sobre estos cimientos hemos estado edificando durante más de cincuenta años. Los hombres pueden suponer que han encontrado un camino nuevo, que pueden echar un cimiento más fuerte que el que fué echado; pero éste es un gran engaño. "Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto."4 En lo pasado, muchos han emprendido la obra de levantar una nueva fe, de establecer nuevos principios; pero ¿cuánto tiempo duró su edificación? No tardó en caer; porque no estaba fundada sobre la Roca.
¿No tuvieron los primeros discípulos que hacer frente a los dichos de los hombres? ¿No tuvieron que oír falsas teorías; y luego, habiendo hecho todo, permanecer firmes, diciendo: "Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto"? Así también nosotros hemos de retener firme hasta el fin el principio de nuestra confianza.
Palabras de poder han sido enviadas por Dios y por Cristo a su pueblo, para sacarlo del mundo, y llevarlo, punto por punto, a la clara luz de la verdad presente. Con labios tocados por el fuego santo, los siervos de Dios han proclamado el mensaje. La expresión divina ha puesto su sello sobre la veracidad de la verdad proclamada.
Una renovación del testimonio directo
El Señor pide una renovación del testimonio directo dado en lo pasado. Pide una renovación de la vida espiritual. Las energías espirituales de su pueblo han estado largo tiempo entorpecidas, pero debe haber una resurrección de la muerte aparente. Por oración y confesión de pecados, debemos aparejar el camino del Rey. Mientras lo hagamos, el poder del Espíritu bajará sobre nosotros. Necesitamos la energía de Pentecostés. Y ésta vendrá; porque el Señor ha prometido enviar su Espíritu como poder conquistador.
Nos confrontan tiempos peligrosos. Todo aquel que tenga un conocimiento de la verdad debe despertarse, y colocarse en cuerpo, alma y espíritu, bajo la disciplina de Dios. El enemigo nos está siguiendo. Debemos estar bien despiertos, en guardia contra él. Debemos revestirnos de toda la armadura de Dios. Debemos seguir las indicaciones dadas por medio del espíritu de profecía. Debemos amar y obedecer la verdad para este tiempo. Esto nos salvará de aceptar fuertes engaños. Dios nos ha hablado mediante su Palabra. Nos ha hablado por medio de los testimonios dados a la iglesia, y por medio de los libros que han contribuido a aclarar nuestro deber actual y la posición que debemos ocupar ahora. Deben oírse las amonestaciones que han sido dadas, renglón tras renglón, precepto tras precepto. Si las pasamos por alto, ¿qué excusa podremos presentar?
Ruego a los que trabajan para Dios que no acepten lo espurio por verdadero. No se ponga ningún raciocinio humano en lugar de la verdad santificadora. Cristo está aguardando para encender fe y amor en los corazones de su pueblo. No reciban las teorías erróneas aprobación del pueblo que debe estar firme en la plataforma de la verdad eterna. Dios nos pide que retengamos firmemente los principios fundamentales que se basan en autoridad indubitable.
La palabra de Dios nuestra salvaguadia
Nuestro santo y seña ha de ser: "¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido."5 Tenemos una Biblia llena de la verdad más preciosa. Contiene el Alfa y la Omega del saber. Las Escrituras, dadas por inspiración de Dios, son útiles "para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra."6 Tomad la Biblia como libro de estudio. Todos pueden comprender su instrucción.
Cristo pide a su pueblo que crea y practique su Palabra. Los que reciban y asimilen esta Palabra, dándole parte en cada acción, en cada atributo del carácter, se fortalecerán en la fuerza de Dios. Se verá que su fe es de origen celestial. No errarán por sendas extrañas. Sus mentes no se desviarán hacia una religión de sentimentalismo y excitación. Delante de los ángeles y de los hombres, estarán como quienes tienen caracteres cristianos fuertes y consecuentes.
En el áureo incensario de la verdad, según está presentado en las enseñanzas de Cristo, hallamos lo que convencerá y convertirá las almas. Proclamad, con la misma sencillez que Cristo, las verdades que él vino a proclamar a este mundo, y el poder de vuestro mensaje se hará sentir. No defendáis teorías ni aduzcáis pruebas que Cristo no mencionó nunca, y que no tienen fundamento en la Biblia. Tenemos grandes y solemnes verdades para la gente: "Escrito está," es la prueba a que debe someterse a toda alma en busca de dirección.
Acudamos a la Palabra de Dios en busca de dirección. Busquemos un "así dice Jehová." Ya hemos tenido bastantes métodos humanos. Una mente educada únicamente en la ciencia mundana no podrá comprender las cosas de Dios; pero la misma mente, convertida y santificada, verá el poder divino de la Palabra. Únicamente la mente y el corazón que hayan sido purificados por la santificación del Espíritu pueden discernir las cosas celestiales.
Hermanos, en el nombre del Señor, os llamo a despertaros y a ver vuestro deber. Entregad vuestros corazones al poder del Espíritu Santo y ellos serán hechos susceptibles a las enseñanzas de la Palabra. Entonces podréis discernir las cosas profundas de Dios.
¡Quiera Dios poner a su pueblo bajo las profundas influencias de su Espíritu y despertarlo para que vea su peligro, y se prepare para lo que está por sobrevenir a la tierra!
No debemos pensar ni por un momento que no hay más luz, ni más verdad para sernos reveladas. Corremos el peligro de volvernos descuidados y de perder por nuestra indiferencia el poder santificador de la verdad, consolándonos con el pensamiento: "Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa."7 Al paso que debemos retener firmemente las verdades que ya hemos recibido, no debemos considerar como sospechosa cualquiera nueva luz que Dios envíe.