Obreros Evangélicos

Capítulo 71

Dios no hace acepción de personas

La religión de Cristo eleva al que la recibe a un nivel superior de pensamiento y acción, al mismo tiempo que presenta a toda la especie humana como igual objeto del amor de Dios, habiendo sido comprada por el sacrificio de su Hijo. A los pies de Jesús, los ricos y los pobres, los sabios y los ignorantes, se encuentran, sin diferencia de casta o de preeminencia mundanal. Todas las distinciones terrenas son olvidadas cuando consideramos a Aquel que traspasaron nuestros pecados. La abnegación, la condescendencia, la compasión infinita de Aquel que está muy ensalzado en el cielo, avergüenzan el orgullo de los hombres, su estima propia y sus castas sociales. La religión pura y sin mácula manifiesta sus principios celestiales al unir a todos los que son santificados por la verdad. Todos se reúnen como almas compradas por sangre, igualmente dependientes de Aquel que las redimió para Dios.

Los talentos

El Señor ha prestado a los hombres talentos para que los aprovechen. Aquellos a quienes él confió dinero han de traer sus talentos de recursos al Maestro. Los hombres y mujeres influyentes han de emplear lo que Dios les dió. Aquellos a quienes dotó de sabiduría han de traer a la cruz de Cristo este don para ser usado para gloria suya.

Y los pobres tienen su talento, el que puede ser tal vez mayor que cualquier otro mencionado. Puede ser la sencillez de carácter, la humildad, la virtud probada, la confianza en Dios. Por medio de labor paciente, por medio de su completa dependencia de Dios, muestran a Jesús su Redentor a aquellos con quienes se asocian. Tienen un corazón lleno de simpatía para con los pobres, un hogar para los menesterosos y oprimidos, y su testimonio acerca de lo que Jesús es para ellos, es claro y decidido. Buscan gloria, honra e inmortalidad, y su recompensa será la vida eterna.

La fraternidad humana

En la fraternidad humana, se requiere toda clase de talento para hacer un perfecto conjunto; y la iglesia de Cristo está compuesta de hombres y mujeres de diversos talentos, y de todas clases. Dios no quiso nunca que el orgullo de los hombres abrogase lo que su sabiduría había ordenado, a saber: la combinación de mentes de toda clase, de todos los diversos talentos para formar un conjunto completo. Nadie debe menoscabar ninguna parte de la gran obra de Dios, sean los agentes encumbrados o humildes. Todos tienen que hacer su parte en cuanto a difundir la luz en diferentes grados.

No debe haber monopolio de lo que, en cierta medida, pertenece a todos, encumbrados y humildes, ricos y pobres, sabios e ignorantes. Ningún rayo de luz debe ser estimado en menos que su valor, ningún rayo debe ser cegado ni pasar inadvertido, ni siquiera ser reconocido de mala gana. Desempeñen todos su parte para la verdad y la justicia. Los intereses de las diferentes clases de la sociedad están indisolublemente unidos. Estamos todos entretejidos en la gran trama de la humanidad, y no podemos retirar nuestras simpatías unos de otros, sin que haya pérdida. Es imposible que se conserve una influencia sana en la iglesia cuando no existen esta simpatía y este interés recíprocos.

El espíritu exclusivo

Para Dios no hay castas. El ignora cuanto se asemeje a ello. Todas las almas tienen valor para él. El trabajar por la salvación de las almas es un empleo digno del más alto honor. No importa cuál sea la forma de nuestra labor, ni entre qué clase se verifique, ora sea elevada o humilde. A los ojos de Dios estas distinciones no afectan su verdadero valor. El alma sincera, ferviente y contrita, por ignorante que sea, es preciosa a la vista del Señor. El pone su propia señal sobre los hombres, juzgándolos, no por su jerarquía, ni por su riqueza, ni por su grandeza intelectual, sino por su unidad con Cristo. El ignorante, el paria, el esclavo, si ha aprovechado hasta el máximo grado sus oportunidades y privilegios, si ha apreciado la luz que Dios le dió, ha hecho todo cuanto se pedía de él. El mundo puede llamarlo ignorante, pero Dios lo llama sabio y bueno, y así su nombre queda registrado en los libros del cielo. Dios lo hará idóneo para que le reporte honor, no sólo en el cielo, sino también en la tierra.

La reprensión divina descansa sobre aquel que rechaza la compañía de aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero, simplemente porque no son ricos, sabios ni honrados en este mundo. Cristo, el Señor de gloria, está satisfecho con aquellos que son mansos y humildes de corazón, por humilde que sea su vocación, cualquiera que sea su jerarquía o grado de inteligencia.

La preparación para el servicio

¡Cuántos obreros útiles y honrados en la causa de Dios recibieron su preparación en medio de los humildes deberes de las más modestas posiciones en la vida! Moisés estaba destinado al trono de Egipto, pero Dios no podía sacarlo de la corte del rey para hacer la obra que le tenía reservada. Únicamente cuando hubo pasado cuarenta años como pastor fiel fué enviado para librar a su pueblo. Gedeón fué tomado de la era para ser instrumento en las manos de Dios para librar a los ejércitos de Israel. Eliseo fué llamado a abandonar el arado y cumplir la orden de Dios. Amós era labrador, cultivador del suelo, cuando Dios le dió un mensaje que proclamar.

Todos los que lleguen a ser colaboradores de Cristo tendrán que hacer mucho trabajo duro y desagradable, y sus lecciones de instrucción deben ser elegidas sabiamente, y adaptadas a sus peculiaridades de carácter y a la obra que han de ejecutar.

El cuidado en la educación de los jóvenes

El Señor me ha mostrado, de muchas maneras y en diversas ocasiones, cuán cuidadosamente debemos obrar con los jóvenes,--que se requiere el discernimiento más sutil para tratar con las mentes. Todo aquel que tenga algo que ver con la educación y preparación de los jóvenes, necesita vivir muy cerca del gran Maestro, para participar de su Espíritu y manera de trabajar. Tiene que dar lecciones que afecten el carácter y la obra de toda la vida de aquellos a quienes instruye.

Debe enseñarles que el Evangelio de Cristo no tolera ningún espíritu de casta, que no da lugar a juicios desfavorables acerca de los demás, lo cual tiende directamente al engreimiento. La religión de Jesús no degrada nunca al que la recibe, ni lo hace grosero y tosco; tampoco lo hace cruel en pensamientos y sentimientos hacia aquellos por quienes murió Cristo.

Siempre existe el peligro de atribuir demasiada importancia al asunto de la etiqueta y de dedicar mucho tiempo a la educación de modales y formas que nunca pueden ser de gran utilidad para muchos jóvenes. Algunos corren el peligro de dar suma importancia a las cosas externas, de estimar en demasía el valor de los convencionalismos. Los resultados no justificarán la pérdida de tiempo y pensamientos dedicados a estos asuntos. Algunos que están acostumbrados a dedicar mucha atención a estas cosas, manifiestan muy poco verdadero respeto o simpatía hacia nada que, por excelente que sea., deje de estar a la altura de la norma convencional que ellos han trazado.

Cualquier cosa que estimule la crítica maligna o la disposición a notar y exponer todo defecto o error, es mala. Fomenta la desconfianza y la sospecha, las cuales son contrarias al carácter de Cristo, y perjudiciales para la mente que las alberga. Los que se dedican a esta obra, se apartan gradualmente del verdadero espíritu del cristianismo.

La educación más esencial y duradera es la que desarrolla las cualidades más nobles, que estimula un espíritu de bondad universal, induciendo a los jóvenes a no pensar mal de nadie, para no juzgar e interpretar mal los motivos, las palabras y acciones. El tiempo dedicado a esta clase de instrucción producirá fruto para vida eterna.

El ejemplo de Cristo condena el espíritu exclusivista

En todo siglo, desde que Cristo vivió entre los hombres, hubo algunos que prefirieron separarse de los demás, manifestando un farisaico deseo de preeminencia. Separándose del mundo, no vivieron para beneficiar a sus semejantes.

No hay, en la vida de Cristo, ejemplo de este fanatismo de justicia propia; su carácter era amable y bondadoso. No hay en la tierra orden monástica de la cual no se lo habría excluido por violar los reglamentos prescritos. En toda denominación religiosa, y en casi toda iglesia, se pueden encontrar maniáticos que lo habrían censurado por sus liberales mercedes. Lo habrían criticado por comer con los publicanos y pecadores; lo habrían acusado de conformarse con el mundo al asistir a una boda, y lo habrían inculpado despiadadamente por permitir a sus amigos dar una cena en honor suyo y de los discípulos.

Pero en estas mismas ocasiones, por sus enseñanzas, como por su conducta generosa, estaba entronizándose en los corazones de aquellos a quienes honraba con su presencia. Les estaba dando una oportunidad de conocerlo, y de ver el notable contraste que había entre su vida y enseñanza y las de los fariseos.

Aquellos a quienes Dios ha confiado su verdad, deben poseer el mismo espíritu benéfico que manifestó Cristo. Deben adoptar los mismos amplios planes de acción. Deben demostrar un espíritu bondadoso y generoso hacia los pobres, y en un sentido especial sentir que son mayordomos de Dios. Deben considerar todo lo que poseen--propiedades, facultades mentales, fuerza espiritual--no como suyo propio, sino únicamente como algo que les ha sido prestado para promover la causa de Cristo en la tierra. Como Cristo, no deben rehuir la sociedad de sus semejantes, sino que deben buscarla con el propósito de otorgar a otros los beneficios que han recibido de Dios.

No seáis exclusivistas. No busquéis a unos pocos con quienes os deleite asociaros, para dejar a los demás que se las arreglen. Supongamos que notáis debilidad en uno e insensatez en otro; no os mantengáis apartados de ellos, para asociaros únicamente con aquellos a quienes creéis casi perfectos.

Las mismas almas que despreciáis necesitan vuestro amor y simpatía. No dejéis a un alma débil luchar sola, en la contienda con las pasiones de su propio corazón, sin vuestra ayuda y oraciones, sino que consideraos a vosotros mismos, porque no seáis también tentados. Si hacéis esto, Dios no os abandonará a vuestras propias debilidades. Puede ser que a su vista tengáis pecados peores que los de aquellos a quienes condenáis. No os apartéis de ellos para decir: "Soy más santo que tú."

Cristo ha rodeado a la especie humana con su brazo divino. El ha llevado su poder divino al hombre, para que pueda animar a la pobre alma desalentada y enferma de pecado a alcanzar una vida superior. ¡Oh, necesitamos más del espíritu de Cristo y mucho menos del yo! Necesitamos que el poder transformador de Dios obre sobre nuestros corazones diariamente. Necesitamos que el suavizador espíritu de Cristo subyugue y enternezca nuestras almas. Lo único que pueden hacer aquellos que se creen perfectos, es caer sobre la Roca y ser quebrantados. Cristo puede transformaros a su semejanza, si queréis someteros a él.