Debe hacerse alguna provisión para el cuidado de los ministros y otros fieles siervos de Dios que por la exposición a la intemperie o por recargo de trabajo en su causa hayan enfermado y necesiten descansar para recuperar su salud, o que por la edad o pérdida de la salud ya no puedan llevar la carga y el calor del día. Muchas veces los ministros son destinados a un campo de labor que ellos saben será perjudicial para su salud; pero, como no quieren rehuir los lugares penosos, se aventuran a ir, con la esperanza de ser una ayuda y una bendición para la gente. Después de un tiempo, encuentran que su salud decae. Se prueba un cambio de clima y de trabajo, sin obtener alivio; y entonces, ¿qué han de hacer?
Estos obreros fieles, que, por amor a Cristo, renunciaron a las perspectivas mundanales, eligiendo la pobreza antes que el placer o las riquezas que, olvidándose de sí mismos, han trabajado ardorosamente para ganar almas para Cristo; que dieron liberalmente para promover diversas empresas en la causa de Dios, y así cayeron en la batalla, cansados y enfermos, y sin recursos para sostenerse, no deben ser abandonados para que luchen en la pobreza y los padecimientos, o para que sientan que son una carga. Cuando les sobreviene la enfermedad o alguna dolencia, nuestros obreros no deben sentirse recargados con la ansiosa preocupación: "¿Qué será de mi esposa y de mis hijos, ahora que yo no puedo trabajar para suplir sus necesidades?" No es sino justo que se haga provisión para satisfacer las necesidades de estos obreros fieles y de aquellos que de ellos dependen.
Se hace provisión generosa para los veteranos que pelearon por su patria. Estos hombres llevan cicatrices y dolencias a través de toda la vida, que hablan de sus peligrosas contiendas, de sus marchas forzadas, de su exposición a las tempestades, de sus sufrimientos en la cárcel. Todas estas pruebas de su lealtad y abnegación les dan derecho para con la nación que ayudaron a salvar,--un derecho al cual se da reconocimiento y honor. Pero ¿qué provisión han hecho los adventistas del séptimo día para los soldados de Cristo?
Nuestro pueblo no ha sentido como debiera la necesidad de este asunto, y por lo tanto, lo ha descuidado. Las iglesias han sido negligentes, y aunque la luz de la Palabra de Dios ha estado resplandeciendo sobre su senda, han descuidado este deber muy sagrado. Al Señor le desagrada mucho esta negligencia para con sus siervos fieles. Nuestros hermanos deben estar tan dispuestos a ayudar a estas personas cuando se hallan en circunstancias adversas como lo estuvieron para aceptar sus recursos y servicio cuando gozaban de salud.
Dios nos ha impuesto la obligación de dar atención especial a los pobres que haya entre nosotros. Pero estos ministros y obreros no han de contarse entre los pobres. Ellos se han hecho en los cielos un tesoro que no falta. Sirvieron a la asociación en su necesidad, y ahora la asociación debe servirles a ellos.
Cuando se nos presentan casos de esta clase, no debemos pasarlos por alto. No debemos decir: "Calentaos y hartaos,"1 sin tomar luego medidas activas para suplir sus necesidades. Esto se ha hecho en lo pasado, y en algunos casos los adventistas del séptimo día han deshonrado así su profesión de fe, dando al mundo ocasión de echar oprobio sobre la causa de Dios.
Es ahora deber del pueblo de Dios quitar este oprobio proveyendo a estos siervos de Dios de hogares cómodos con unas pocas hectáreas de terreno, en que puedan cultivar lo que necesiten, y sentir que no dependen de la caridad de sus hermanos. ¡Con qué placer y paz considerarían estos cansados obreros un tranquilo hogarcito donde sus justos derechos al descanso serían reconocidos! ...
Nuestros sanatorios como refugio para los obreros
Muchas veces, estos ministros necesitan cuidados y tratamientos especiales. Nuestros sanatorios deben ser un refugio para los tales, y para todos nuestros cansados obreros que necesitan reposo. Deben proveérseles piezas donde puedan tener un cambio y descanso, sin una continua ansiedad acerca de cómo harán frente a los gastos. Cuando los discípulos estaban cansados de trabajar, Cristo les dijo: "Venid vosotros aparte, ... y reposad un poco."2 El quiere que se hagan arreglos por los cuales sus siervos tengan ahora oportunidad de descansar y recuperar las fuerzas. Nuestros sanatorios han de estar abierto; para nuestros ministros que, trabajando fuertemente, han hecho cuanto estaba en su poder para conseguir fondos para la erección y el sostén de estas instituciones; y en cualquier momento en que necesiten las ventajas en ellas ofrecidas, debe hacérseles sentir que están en su casa.
En ninguna ocasión debe cobrarse a estos obreros un precio elevado por su pensión y los tratamientos, ni tampoco debe considerárselos como mendigos, ni de ninguna manera deben hacerlos sentirse así aquellos cuya hospitalidad reciben. El manifestar generosidad en el empleo de las facultades que Dios proveyó para sus siervos cansados y recargados de trabajo, es, ante sus ojos, una verdadera obra misionera médica. Los obreros de Dios están ligados a él, y cuando se los recibe, debe tenerse presente que se recibe a Cristo en la persona de sus mensajeros. Esto es lo que él requiere, y se lo deshonra y desagrada cuando se los trata con indiferencia, o de una manera ruin y egoísta. La bendición de Dios no acompañará el trato mezquino a que se someta a cualquiera de sus escogidos.
Entre la fraternidad médica no ha habido siempre agudeza de percepción para discernir esos asuntos. Algunos no los han considerado como debieran. Quiera el Señor santificar la percepción de los que tienen cargo de nuestras instituciones, para que sepan quiénes deben recibir verdadera simpatía y cuidado. Aquel ramo de la causa por el cual estos agobiados obreros trabajaron debe demostrar aprecio por su labor ayudándoles en su necesidad, compartiendo con el sanatorio la carga de los gastos. La situación de algunos obreros les permite ahorrar un poco de su salario; y deben hacerlo, si pueden, para hacer frente a alguna emergencia; sin embargo, aun éstos debieran ser recibidos como una bendición en el sanatorio.
Pero los más de nuestros obreros tienen que hacer frente a muchas y grandes obligaciones. A cada paso, cuando se necesitan recursos, se les pide que hagan algo, que encabecen a la gente, para que la influencia de su ejemplo estimule a otros a ser generosos para que la causa de Dios progrese. Sienten tan intenso deseo de implantar el estandarte en nuevos campos que muchos aun piden dinero prestado para ayudar en diversas empresas. No han dado de mala gana, sino que siempre les pareció un privilegio trabajar para el adelantamiento de la verdad. Respondiendo así a los pedidos de recursos, se han quedado muchas veces con muy poco sobrante.
El Señor ha llevado cuenta exacta de su generosidad para con la causa. El sabe cuán buena obra han hecho, una obra de la cual los obreros más jóvenes no tienen idea. El ha conocido todas las privaciones y la abnegación que se han impuesto. Ha notado todas las circunstancias de estos casos. Está todo escrito en los libros. Estos obreros son, ante el mundo, ante los ángeles y los hombres, un espectáculo y una lección objetiva para probar la sinceridad de nuestros principios religiosos. El Señor quiere que nuestro pueblo entienda que los primeros obreros de esta causa merecen todo lo que nuestras instituciones puedan hacer para ellos. Dios nos pide que comprendamos que los que envejecieron en su servicio, merecen nuestro amor, nuestro honor, nuestro más profundo respeto.
Un fondo para los obreros
Debe crearse un fondo para los obreros que ya no puedan trabajar. No podemos considerarnos sin tacha delante de Dios a menos que hagamos todo esfuerzo razonable en este asunto, y sin dilación. Hay entre nosotros quienes no verán la necesidad de este paso; pero su oposición no debe influir en nosotros. Los que se proponen en su corazón ser rectos y hacer justicia, deben avanzar con perseverancia para hacer una buena obra, una obra que Dios quiere que se haga.--Testimonies for the Church 7:290-294.