El reavivamiento como respuesta a la oración
La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra. Debe haber esfuerzos fervientes para obtener las bendiciones del Señor, no porque Dios no esté dispuesto a conferirnos sus bendiciones, sino porque no estamos preparados para recibirlas. Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante la confesión, la humillación, el arrepentimiento y la oración ferviente nos corresponde cumplir con las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición. Solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento.—Mensajes Selectos 1:141.La oración nos conecta con Dios
Si venimos con humildad, y con la verdadera certidumbre de la fe le presentamos nuestras necesidades a Aquel cuyo conocimiento es infinito, a quien nada se le oculta y quien gobierna todas las cosas por su voluntad y palabra, él puede y quiere atender nuestro clamor y hacer resplandecer su luz en nuestro corazón. Por la oración sincera nos ponemos en comunicación con la mente del Infinito. Quizá no tengamos al instante ninguna prueba notable de que el rostro de nuestro Redentor está inclinado hacia nosotros con compasión y amor; sin embargo es así. No podemos sentir su toque manifiesto, mas su mano nos sustenta con amor y piadosa ternura.—El Camino a Cristo, 96, 97.Nuestras oraciones ascienden bañadas en la sangre purificadora de Cristo
Los servicios religiosos, las oraciones, la alabanza, la confesión arrepentida del pecado ascienden desde los verdaderos creyentes como incienso ante el Santuario celestial, pero al pasar por los canales corruptos de la humanidad, se contaminan de tal manera que, a menos que sean purificados por sangre, nunca pueden ser de valor ante Dios. No ascienden en pureza inmaculada, y a menos que el Intercesor, que está a la diestra de Dios, presente y purifique todo por su justicia, no son aceptables ante Dios. Todo el incienso de los tabernáculos terrenales debe ser humedecido con las purificadoras gotas de la sangre de Cristo. Él sostiene delante del Padre el incensario de sus propios méritos, en los cuales no hay mancha de corrupción terrenal. Recoge en ese incensario las oraciones, la alabanza y las confesiones de su pueblo, y a ellas les añade su propia justicia inmaculada. Luego, perfumado con los méritos de la propiciación de Cristo, asciende el incienso delante de Dios plena y enteramente aceptable. Así se obtienen respuestas benignas.—Mensajes Selectos 1:404.La presencia de Jesús cuando oramos
Si mantenemos al Señor constantemente delante de nosotros, permitiendo que nuestros corazones expresen el agradecimiento y la alabanza a él debidos, tendremos una frescura perdurable en nuestra vida religiosa. Nuestras oraciones tomarán la forma de una conversación con Dios, como si habláramos con un amigo. Él nos dirá personalmente sus misterios. A menudo nos vendrá un dulce y gozoso sentimiento de la presencia de Jesús.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 100.El derramamiento del Espíritu Santo en el Pentecostés como respuesta a la oración
Sobre los discípulos que esperaban y oraban vino el Espíritu con una plenitud que alcanzó a todo corazón. El Ser Infinito se reveló con poder a su iglesia. Era como si durante siglos esta influencia hubiera estado restringida, y ahora el cielo se regocijara en poder derramar sobre la iglesia las riquezas de la gracia del Espíritu. Y bajo la influencia del Espíritu, las palabras de arrepentimiento y confesión se mezclaban con cantos de alabanza por el perdón de los pecados. Se oían palabras de agradecimiento y de profecía. Todo el cielo se inclinó para contemplar y adorar la sabiduría del incomparable e incomprensible amor. Extasiados de asombro, los apóstoles exclamaron: “En esto consiste el amor”. Se asieron del don impartido. ¿Y qué siguió? La espada del Espíritu, recién afilada con el poder y bañada en los rayos del cielo, se abrió paso a través de la incredulidad. Miles se convirtieron en un día.—Los Hechos de los Apóstoles, 31.Orar por la lluvia tardía
Debemos orar que Dios abra las fuentes de las aguas de vida. Y nosotros mismos debemos recibir del agua viva. Oremos con corazón contrito, con el mayor fervor, para que ahora, en el tiempo de la lluvia tardía, los aguaceros de gracia caigan sobre nosotros. En toda reunión a que asistamos deben ascender nuestras plegarias para que en este mismo tiempo Dios imparta calor y humedad a nuestras almas. Al buscar a Dios para la recepción del Espíritu Santo, este poder obrará en nosotros mansedumbre, humildad de mente, y una dependencia consciente de Dios para la lluvia tardía que perfecciona la obra. Si oramos por la bendición con fe, la recibiremos como Dios lo ha prometido.—Testimonios para los Ministros, 518.Satanás teme que el pueblo de Dios ore pidiendo el Espíritu Santo
Nada hay que Satanás tema tanto como que el pueblo de Dios limpie el camino de todo obstáculo, de modo que el Señor pueda derramar su Espíritu sobre una iglesia languideciente y una congregación impenitente. Si Satanás saliera con la suya, no habría, hasta el fin del tiempo, otro despertar, grande ni pequeño. Pero no ignoramos sus ardides. Es posible resistir a su poder. Cuando se haya preparado el camino para el Espíritu de Dios, vendrá la bendición. Tan ciertamente como que Satanás no puede cerrar las ventanas del cielo para que no caiga lluvia sobre la tierra, no puede impedir que una lluvia de bendición caiga sobre el pueblo de Dios. Ni los hombres perversos ni los demonios pueden obstaculizar la obra de Dios ni impedir su presencia en las asambleas de su pueblo, si este, con corazón contrito y sumiso, confiesa y aparta sus pecados, y reclama con fe sus promesas.—Mensajes Selectos 1:144, 145.El espíritu acompaña cada oración sincera
La religión que proviene de Dios es la única que conducirá a Dios. A fin de servirle debidamente, debemos nacer del Espíritu divino. Esto purificará el corazón y renovará la mente, dándonos una nueva capacidad para conocer y amar a Dios. Nos inspirará una obediencia voluntaria a todos sus requerimientos. Tal es el verdadero culto. Es el fruto de la obra del Espíritu Santo. Por el Espíritu es formulada toda oración sincera, y una oración tal es aceptable para Dios. Siempre que un alma anhela a Dios, se manifiesta la obra del Espíritu, y Dios se revelará a esa alma. Él busca adoradores tales. Espera para recibirlos y hacerlos sus hijos e hijas.—El Deseado de Todas las Gentes, 159, 160.La oración sin un servicio ferviente al prójimo se convierte en formalismo
Dios no pretende que algunos de nosotros nos hagamos ermitaños o monjes, ni que nos retiremos del mundo a fin de consagrarnos a los actos de adoración. Nuestra vida debe ser como la vida de Cristo, que estaba repartida entre la montaña y la multitud. El que no hace nada más que orar, pronto dejará de hacerlo o sus oraciones llegarán a ser una rutina formal. Cuando los hombres se alejan de la vida social, de la esfera del deber cristiano y de la obligación de llevar su cruz, cuando dejan de trabajar ardientemente por el Maestro que trabajaba con ardor por ellos, pierden lo esencial de la oración y no tienen ya estímulo para la devoción. Sus oraciones llegan a ser personales y egoístas. No pueden orar por las necesidades de la humanidad o la extensión del reino de Cristo, ni pedir fuerza con que trabajar.—El Camino a Cristo, 101.La madurez espiritual depende de la oración
Para progresar en la vida espiritual, tenemos que pasar mucho tiempo en oración. Cuando el mensaje de verdad se proclamó por primera vez, ¡cuánto se oraba! ¡Cuán a menudo se oía en las cámaras, en el establo, en el huerto o en la arboleda la voz intercesora! A menudo pasábamos horas enteras en oración, dos o tres juntos reclamando la promesa; con frecuencia se escuchaba el sonido del llanto, y luego la voz de agradecimiento y el canto de alabanza. Hoy está más cerca el día del Señor que cuando primero creímos, y debiéramos ser más dedicados, más celosos y fervientes que en aquellos primeros días. Los peligros que encaramos son mayores ahora que entonces.—Testimonios para la Iglesia 5:151.