EN UN tiempo de grave peligro nacional, cuando las huestes de Asiria estaban invadiendo la tierra de Judá, y parecía que nada podía ya salvar a Jerusalén de la destrucción completa, Ezequías reunió las fuerzas de su reino para resistir a sus opresores paganos con valor inquebrantable y confiando en el poder de Jehová para librarlos. Exhortó así a los hombres de Judá: "Esforzaos y confortaos; no temáis, ni hayáis miedo del rey de Asiria, ni de toda su multitud que con él viene; porque más son con nosotros que con él. Con él es el brazo de carne, mas con nosotros Jehová nuestro Dios para ayudarnos, y pelear nuestras batallas." (2 Crón. 32: 7, 8.)
Ezequías no carecía de motivos para poder hablar con certidumbre del resultado. El asirio jactancioso, aunque por un tiempo Dios le usara como bastón de su furor (Isa. 10:5), para castigar a las naciones, no había de prevalecer siempre. El mensaje enviado por el Señor mediante Isaías algunos años antes a los que moraban en Sión había sido: "No temas de Assur.... De aquí a muy poco tiempo, ... levantará Jehová de los ejércitos azote contra él, cual la matanza de Madián en la peña de Oreb: y alzará su vara sobre la mar, según hizo por la vía de Egipto. Y acaecerá en aquel tiempo, que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz, y el yugo se empodrecerá por causa de la unción." (Isa. 10: 24-27.)
En otro mensaje profético, dado "en el año que murió el rey Achaz," el profeta había declarado: "Jehová de los ejércitos juró, diciendo: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado: Que quebrantaré al Asirio en mi tierra, y en mis montes lo hollaré; y su yugo será apartado de ellos, y su carga será quitada de su hombro. Este es el consejo que está acordado sobre toda la tierra; y ésta, la mano extendida sobre todas las gentes. Porque Jehová de los ejércitos ha determinado: ¿y quién invalidará? Y su mano extendida, ¿quién la hará tornar?" (Isa. 14: 28, 24-27.)
El poder del opresor iba a ser quebrantado. Sin embargo, durante los primeros años de su reinado, Ezequías había continuado pagando tributo a Asiria de acuerdo con el trato hecho con Acaz. Mientras tanto el rey "tuvo su consejo con sus príncipes y con sus valerosos," y había hecho todo lo posible para la defensa de su reino. Se había asegurado un abundante abastecimiento de agua dentro de los muros de Jerusalén, para cuando escaseara en las afueras. "Alentóse así Ezequías, y edificó todos los muros caídos, e hizo alzar las torres, y otro muro por de fuera: fortificó además a Millo en la ciudad de David, e hizo muchas espadas y paveses. Y puso capitanes de guerra sobre el pueblo." (2 Crón. 32: 3, 5, 6.) No había descuidado nada de lo que pudiese hacerse como preparativo para un asedio.
En el tiempo en que Ezequías subió al trono de Judá, los asirios se habían llevado ya cautivos a muchos hijos de Israel del reino septentrional; y a los pocos años de haber iniciado su reinado, mientras todavía se estaba fortaleciendo la defensa de Jerusalén, los asirios sitiaron y tomaron a Samaria, y dispersaron las diez tribus entre las muchas provincias del reino asirio. El límite de Judá quedaba tan sólo a pocas millas y Jerusalén a menos de otras cincuenta millas [ochenta kilómetros], y los ricos despojos que se podrían sacar del templo eran para el enemigo una tentación a regresar. Pero el rey de Judá había resuelto hacer su parte en los preparativos para resistirle; y habiendo realizado todo lo que permitían el ingenio y la energía del hombre, reunió sus fuerzas y las exhortó a tener buen ánimo. "Grande es en medio de ti el Santo de Israel" (Isa. 12: 6), había sido el mensaje del profeta Isaías para Judá; y el rey declaraba ahora con fe inquebrantable: "Con nosotros Jehová nuestro Dios para ayudarnos, y pelear nuestras batallas."
No hay nada que inspire tan prestamente fe como el ejercicio de ella. El rey de Judá se había preparado para la tormenta que se avecinaba; y ahora, confiando en que la profecía pronunciada contra los asirios se iba a cumplir, fortaleció su alma en Dios. "Y afirmóse el pueblo sobre las palabras de Ezechías." (2 Crón. 32: 8.) ¿Qué importaba que los ejércitos de Asiria, que acababan de conquistar las mayores naciones de la tierra, y de triunfar sobre Samaria en Israel, volviesen ahora sus fuerzas contra Judá? ¿Qué importaba que se jactasen: "Como halló mi mano los reinos de los ídolos, siendo sus imágenes más que Jerusalem y Samaria; como hice a Samaria y a sus ídolos, ¿no haré también así a Jerusalem y a sus ídolos?" (Isa. 10: 10, 11.) Judá no tenía motivos de temer, porque confiaba en Jehová.
Llegó finalmente la crisis que se esperaba desde hacía mucho. Las fuerzas de Asiria, avanzando de un triunfo a otro, se hicieron presentes en Judea. Confiados en la victoria, los caudillos dividieron sus fuerzas en dos ejércitos, uno de los cuales había de encontrarse con el ejército egipcio hacia el sur, mientras que el otro iba a sitiar a Jerusalén.
Dios era ahora la única esperanza de Judá. Este se veía cortado de toda ayuda que pudiera prestarle Egipto, y no había otra nación cercana para extenderle una mano amistosa.
Los oficiales asirios, seguros de la fuerza de sus tropas disciplinadas, dispusieron celebrar con los príncipes de Judá una conferencia durante la cual exigieron insolentemente la entrega de la ciudad. Esta exigencia fue acompañada por blasfemias y vilipendios contra el Dios de los hebreos. A causa de la debilidad y la apostasía de Israel y de Judá, el nombre de Dios ya no era temido entre las naciones, sino que había llegado a ser motivo de continuo oprobio. (Isa. 52: 5.)
Dijo Rabsaces, uno de los principales oficiales de Senaquerib: "Decid ahora a Ezechías: Así dice el gran rey de Asiria: ¿Qué confianza es ésta en que tú estás? Dices, (por cierto palabras de labios): Consejo tengo y esfuerzo para la guerra. Mas ¿en qué confías, que te has rebelado contra mí?" (2 Rey. 18: 19, 20.)
Los oficiales estaban entrevistándose fuera de las puertas de la ciudad, pero a oídos de los centinelas que estaban sobre la muralla; y mientras los representantes del rey asirio comunicaban en alta voz sus propuestas a los principales de Judá, se les pidió que hablasen en lengua asiria más bien que en el idioma de los judíos, a fin de que los que estaban sobre la muralla no se enterasen de lo tratado en la conferencia. Rabsaces, despreciando esta sugestión, alzó aun más la voz y continuó hablando en lengua judaica diciendo:
Oíd las palabras del gran rey, el rey de Asiria. El rey dice así: No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar. Ni os haga Ezequías confiar en Jehová, diciendo: Ciertamente Jehová nos librará: no será entregada esta ciudad en manos del rey de Asiria.
"No escuchéis a Ezequías: porque el rey de Asiria dice así: Haced conmigo paz, y salid a mí; y coma cada uno de su viña, y cada uno de su higuera, y beba cada cual las aguas de su pozo; hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan y de viñas.
"Mirad no os engañe Ezequías diciendo: Jehová nos librará. ¿Libraron los dioses de las gentes cada uno a su tierra de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde está el dios de Hamath y de Arphad? ¿dónde está el dios de Sepharvaim? ¿libraron a Samaria de mi mano? ¿Qué dios hay entre los dioses de estas tierras, que haya librado su tierra de mi mano, para que Jehová libre de mi mano a Jerusalem?" (Isa. 36: 13-20.)
Al oír estos desafíos, los hijos de Judá "no le respondieron palabra." La conferencia terminó. Los representantes judíos volvieron a Ezequías, "rotos sus vestidos, y contáronle las palabras de Rabsaces." (Vers. 21, 22.) Al imponerse del reto blasfemo, el rey "rasgó sus vestidos, y cubrióse de saco, y entróse en la casa de Jehová." (2 Rey 19: 1.) Se mandó un mensajero a Isaías para informarle del resultado de la conferencia. El mensaje enviado por el rey fue éste: "Este día es día de angustia, y de reprensión, y de blasfemia. . . . Quizá oirá Jehová tu Dios todas las palabras de Rabsaces, al cual el rey de los Asirios su señor ha enviado para injuriar al Dios vivo, y a vituperar con palabras, las cuales Jehová tu Dios ha oído: por tanto, eleva oración por las reliquias que aun se hallan." (Vers. 3, 4.)
"Mas el rey Ezechías, y el profeta Isaías hijo de Amós, oraron por esto, y clamaron al cielo." (2 Crón. 32: 20.)
Dios contestó las oraciones de sus siervos. A Isaías se le comunicó este mensaje para Ezequías: "Así ha dicho Jehová: No temas por las palabras que has oído, con las cuales me han blasfemado los siervos del rey de Asiria. He aquí pondré yo en él un espíritu, y oirá rumor, y volveráse a su tierra: y yo haré que en su tierra caiga a cuchillo." (2 Rey. 19: 6, 7.)
Después de separarse de los príncipes de Judá, los representantes asirios se comunicaron directamente con su rey, que estaba con la división de su ejército que custodiaba el camino hacia Egipto. Cuando oyó el informe, Senaquerib escribió "letras en que blasfemaba a Jehová el Dios de Israel, y hablaba contra él, diciendo: Como los dioses de las gentes de los países no pudieron librar su pueblo de mis manos, tampoco el Dios de Ezechías librará al suyo de mis manos." (2 Crón. 32: 17.) La jactanciosa amenaza iba acompañada por este mensaje: "No te engañe tu Dios en quien tú confías, para decir: Jerusalem no será entregada en mano del rey de Asiria. He aquí tú has oído lo que han hecho los reyes de Asiria a todas las tierras, destruyéndolas; ¿y has tú de escapar? ¿Libráronlas los dioses de las gentes, que mis padres destruyeron, es a saber, Gozan, y Harán, y Reseph, y los hijos de Edén que estaban en Thalasar? ¿Dónde está el rey de Hamath, el rey de Arpbad, el rey de la ciudad de Sepharvaim, de Hena, y de Hiva?" (2 Rey. 19: 10-13.)
Cuando el rey de Judá recibió la carta desafiante, la llevó al templo, y extendiéndola "delante de Jehová" (Vers. 14), oró con fe enérgica pidiendo ayuda al Cielo para que las naciones de la tierra supiesen que todavía vivía y reinaba el Dios de los hebreos. Estaba en juego el honor de Jehová; y sólo él podía librarlos.
Ezequías intercedió: "Jehová Dios de Israel, que habitas entre los querubines, tú solo eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú hiciste el cielo y la tierra. Inclina, oh Jehová, tu oído, y oye; abre, oh Jehová, tus ojos, y mira: y oye las palabras de Sennacherib, que ha enviado a blasfemar al Dios viviente. Es verdad, oh Jehová, que los reyes de Asiria han destruido las gentes y sus tierras; y que pusieron en el fuego a sus dioses, por cuanto ellos no eran dioses, sino obra de manos de hombres, madera o piedra, y así los destruyeron. Ahora pues, oh Jehová Dios nuestro, sálvanos, te suplico, de su mano, para que sepan todos los reinos de la tierra que tú solo, Jehová, eres Dios." (Vers. 15-19.)
"Oh Pastor de Israel, escucha:La súplica de Ezequías en favor de Judá y del honor de su Gobernante supremo, armonizaba con el propósito de Dios. Salomón, en la oración que elevó al dedicar el templo había rogado al Señor que sostuviese la causa "de su pueblo Israel, cada cosa en su tiempo; a fin de que todos los pueblos de la tierra sepan que Jehová es Dios, y que no hay otro." ( 1 Rey. 8: 59, 60.) Y el Señor iba a manifestar especialmente su favor cuando, en tiempos de guerra o de opresión por algún ejército, los príncipes de Israel entrasen en la casa de oración para rogar que se los librase. (1 Rey. 8: 33, 34.) No se dejó a Ezequías sin esperanza. Isaías le mandó palabra diciendo: "Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Lo que me rogaste acerca de Sennacherib rey de Asiria, he oído. Esta es la palabra que Jehová ha hablado contra él:
Tú que pastoreas como a ovejas a José,
Que estás entre querubines, resplandece.
Despierta tu valentía delante de Ephraim,
y de Benjamín, y de Manasés,
Y ven a salvarnos.
Oh Dios, haznos tornar;
Y haz resplandecer tu rostro,
y seremos salvos.
"Jehová, Dios de los ejércitos,
¿Hasta cuándo humearás tú contra la oración de tu pueblo?
Dísteles a comer pan de lágrimas,
Y dísteles a beber lágrimas en gran abundancia.
Pusístenos por contienda a nuestros vecinos:
Y nuestros enemigos se burlan entre sí.
Oh Dios de los ejércitos, haznos tornar;
Y haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.
"Hiciste venir una vid de Egipto:
Echaste las gentes, y plantástela.
Limpiaste sitio delante de ella,
E hiciste arraigar sus raíces, y llenó la tierra.
Los montes fueron cubiertos de su sombra;
Y sus sarmientos como cedros de Dios.
Extendió sus vástagos hasta la mar,
Y hasta el río sus mugrones.
¿Por qué aportillaste sus vallados,
y la vendimian todos los que pasan por el camino?
Estropeóla el puerco montés
Y pacióla la bestia del campo.
Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora:
Mira desde el cielo, y considera, y visita a esta viña,
Y la planta que plantó tu diestra,
Y el renuevo que para ti corroboraste....
"Vida nos darás, e invocaremos tu nombre.
Oh Jehová, Dios de los ejércitos, haznos tornar;
Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos."
(Sal. 80.)
"Dios es conocido en Judá:El engrandecimiento y la caída del Imperio Asirio abundan en lecciones para las naciones modernas de esta tierra. La Inspiración ha comparado la gloria de Asiria en el apogeo de su prosperidad con un noble árbol del huerto de Dios, que superara todos los árboles de los alrededores.
En Israel es grande su nombre.
Y en Salem está su tabernáculo,
Y su habitación en Sión.
Allí quebró las saetas del arco,
El escudo, y la espada, y tren de guerra.
"Ilustre eres tú; fuerte, más que los montes de caza.
Los fuertes de corazón fueron despojados, durmieron su sueño;
Y nada hallaron en sus manos todos los varones fuertes.
A tu reprensión, oh Dios de Jacob,
El carro y el caballo fueron entorpecidos.
"Tú, terrible eres tú:
¿Y quién parará delante de ti, en comenzando tu ira?
Desde los cielos hiciste oír juicio;
La tierra tuvo temor y quedó suspensa,
Cuando te levantaste, oh Dios, al juicio,
Para salvar a todos los mansos de la tierra.
"Ciertamente la ira del hombre te acarreará alabanza:
Tú reprimirás el resto de las iras.
Prometed, y pagad a Jehová vuestro Dios:
Todos los que están alrededor de él traigan presentes al
Terrible.
Cortará él el espíritu de los príncipes:
Terrible es a los reyes de la tierra."
(Sal. 76.)