El sábado siguiente nos reunimos con la iglesia de Orleans, don- de mi esposo presentó el caso de nuestra muy lamentada hermana, Ana More. Cuando el Hno. Amadon nos visitó el verano pasado, dijo que la Hna. More había estado en Battle Creek, y no habiendo hallado allí empleo, había viajado al condado de Leelenaw para hallar un hogar en casa de un antiguo amigo que había sido su colaborador en los campos misioneros del Africa Central. Mi esposo y yo nos sentimos muy apenados al ver que esta querida sierva de Cristo se haya visto en la necesidad de privarse de la compañía de los de su fe, y decidimos invitarla a que viniera a hacer su hogar con nosotros. Escribimos invitándola a encontrarnos en Wright cuando fuéramos allá a cumplir con nuestro compromiso, y se viniera a casa con nosotros. Pero no llegó a Wright. Incluyo aquí su respuesta a nuestra carta, fechada el 29 de agosto de 1867, que recibimos en Battle Creek:
“Hermano White: Su bondadosa comunicación me llegó en el correo de esta semana. Como el correo llega aquí sólo una vez por semana, y se lo llevan mañana, me apresuro a responder. Aquí estamos, como quien dice, en tierras salvajes. Un indio lleva a pie el correo todos los viernes, y vuelve los martes. He consultado con el Hno. Thompson acerca de la ruta, y dice que la forma mejor y más segura de viajar es tomar un bote de aquí hasta Milwaukee, y de allí a Grand Haven.
“Como al venir aquí gasté todo mi dinero, y me invitaron a hacer mi hogar en la familia del Hno. Thompson, le he estado ayudando a la Hna. Thompson en sus tareas domésticas y costuras, a un dólar cincuenta por semana de cinco días, ya que no quieren que trabaje los domingos, y yo no trabajo el sábado, reposo del Señor, el único que la Biblia reconoce. No quieren que los deje, a pesar de la diferencia en creencias. El dice que puedo tener mi hogar entre ellos, sólo que no haga prominentes mis creencias entre su pueblo. Hasta me ha invitado a reemplazarlo en sus compromisos de predicación, y así lo he hecho. La Hna. Thompson necesita una maestra para sus hijos, ya que las influencias de afuera son tan perniciosas, y las escuelas tan violentas que ella no está dispuesta a enviar a sus seres queridos a asistir a ellas hasta que no sean cristianos, según ella dice. El hijo mayor, que tiene dieciséis años, es un joven piadoso y devoto. Han aceptado parcialmente la reforma pro salud, y pienso que pronto la aceptarán plenamente y les gustará. El padre se ha suscrito al Health Reformer (Reformador de la salud), porque le mostré algunos ejemplares que yo tenía.
ldquo;Espero y oro porque todavía abrace el santo sábado. La Hna. Thompson ya cree en él. El esposo se mantiene admirablemente aferrado a sus propias convicciones, y por supuesto, cree que él está en lo correcto. Si tan sólo pudiera hacer que leyera los libros que traje, History of the Sabbath (Historia del sábado), y otros; pero los mira y los llama infieles, y dice que le parece que en su misma portada llevan el error. Pero si tan sólo leyeran cuidadosamente cada sentimiento de nuestras enseñanzas, creo que las abrazarían como verdades bíblicas, y verían su belleza y armonía. No dudo de que la Hna. T. estaría feliz de hacerse en seguida adventista del séptimo día, si no fuera porque su esposo se opone tan amargamente a que suceda algo así. Recibí la impresión en mi mente antes de venir, que aquí tenía una obra que hacer; pero la verdad se ha hecho presente en la familia, y si no puedo hacerla avanzar más, parecería que mi obra aquí estuviera concluída, o casi completa. No quiero hallarme avergonzada de Cristo en esta malvada generación, y me gustaría mucho más echar mi suerte con los guardadores del sábado, el pueblo escogido de Dios.
“Para llegar hasta Greenville necesitaré por lo menos diez dólares. Eso, más lo poco que he ganado, creo que será suficiente. Pero ahora esperaré que usted me escriba, y haga lo que le parezca mejor en cuanto a enviarme el dinero. En la primavera creo que habré reunido lo suficiente para viajar por mis propios medios, y creo que me gustaría hacerlo. Que el Señor nos guíe y bendiga en todo lo que emprendamos, es el ardiente deseo de mi corazón. Y ojalá yo pueda ocupar en la viña moral del Señor la posición que él me asigne, cumpliendo prontamente todo deber, no importa cuán oneroso parezca, según su buena voluntad, es mi sincero deseo y la oración de mi corazón.
ANA MORE”.
Al recibir esta carta, decidimos mandar la suma necesaria a la Hna. More tan pronto como tuviéramos tiempo. Pero antes de tener un momento disponible decidimos ir a Maine, y volver en pocas semanas, para poder hacerla venir antes que se cerrara la temporada de navegación. Y cuando decidimos quedarnos para trabajar en Maine, New Hampshire, Vermont y Nueva York, le escribimos a un hermano en este condado para que viera a los hermanos principales del vecindario y consultara con ellos acerca de mandar a buscar a la Hna. More y proveerle un hogar hasta que volviéramos. Pero se descuidó el asunto hasta que se cerró la navegación, y cuando volvimos hallamos que nadie se había interesado en ayudar a la Hna. More a llegar a esta comarca, donde pudiera venir a nuestro hogar cuando volviéramos. Nos sentimos apenados y muy afligidos, y en una reunión que tuvimos en Orleans el segundo sábado después de haber vuelto, mi esposo les presentó el caso a los hermanos. Mi esposo publicó un informe de lo que fue dicho y hecho en relación con la Hna. More, en la Review del 18 de febrero de 1868, como sigue:
“En esta reunión presentamos el caso de la Hna. Ana More, que hoy se encuentra en el noroeste de Míchigan, viviendo con amigos que no observan el sábado bíblico. Dijimos que esta sierva de Cristo aceptó el sábado mientras llevaba a cabo labores misioneras en el Africa Central. Cuando esto se supo, sus servicios en esa capacidad ya no fueron requeridos, y volvió a los Estados Unidos en busca de un hogar y un empleo con los de su fe. A juzgar por su domicilio actual, es evidente que sus esperanzas no se han cumplido. Es posible que nadie sea específicamente culpable en su caso; pero nos parece que, o faltan en nuestro sistema de organización provisiones adecuadas para animar a tales personas y ayudarlas a encontrar un campo de labor útil, o los hermanos y hermanas que tuvieron el placer de encontrarse con la Hna. More no han cumplido con su deber. Se acordó entonces por voto unánime, invitarla a hacer su hogar entre los hermanos de esta zona hasta el congreso de la Asociación General, ocasión en la cual se presentaría su caso a nuestro pueblo. El Hno. Andrews, que estaba presente, aprobó plenamente la acción de los hermanos”.
A juzgar por lo que desde entonces hemos llegado a saber acerca del tratamiento frío e indiferente que se le dio a la Hna. More en Battle Creek, es evidente que al decir que en este caso no había nadie que fuera especialmente digno de censura, mi esposo expresó una opinión demasiado caritativa. Al saber todos los detalles del caso, ningún cristiano podría dejar de culpar a todos los miembros de esa iglesia que conocían las circunstancias y no se interesaron personalmente por ayudarla. Por cierto que era deber de los oficiales hacer esto e informar a la iglesia, si otros no tomaban antes las cosas en sus manos. Pero los miembros individuales de esa iglesia, o de cualquier otra, no tienen derecho alguno de sentirse exentos de interesarse por personas que estén en una situación tal. Después de lo que se publicó en la Review acerca de esta abnegada sierva de Cristo, hubiera sido lógico que cada lector de la revista domiciliado en Battle Creek hubiera hecho contacto personal con ella para informarse en cuanto a sus necesidades.
La Hna. Strong, esposa del pastor P. Strong, Jr., estuvo en Battle Creek al mismo tiempo que la Hna. More. Ambas llegaron el mismo día y se fueron al mismo tiempo. La Hna. Strong, que se halla a mi lado, dice que la Hna. More deseaba que ella intercediera en su favor, para que le dieran empleo de modo que pudiera quedarse entre los guardadores del sábado. La Hna. More declaró estar dispuesta a hacer cualquier cosa, pero que su preferencia era enseñar. También le pidió al pastor A. S. Hutchins que presentara su caso a los hermanos principales en la oficina de la Review, y tratara de conseguirle una escuela. El Hno. Hutchins cumplió con gusto este encargo. Pero no se le dio ánimo, porque parecía no haber ninguna vacante. También la Hna. More le dijo a la Hna. Strong que se hallaba en la pobreza y tendría que irse al condado de Leelenaw si no lograba hallar trabajo en Battle Creek. Con frecuencia se lamentaba en términos conmovedores por verse obligada a dejar a los hermanos.
La Hna. More le escribió al Hno. Thompson en relación con su invitación a hacer su hogar con su familia, y deseaba esperar hasta recibir la respuesta. La Hna. Strong la acompañó en su búsqueda de un lugar donde quedarse hasta recibir la respuesta del Sr. Thompson. En un lugar se le dijo que podía quedarse desde el miércoles hasta el viernes de mañana; entonces tendrían que salir. Esta hermana le contó el caso de la Hna. More a su propia hermana que vivía cerca y era también guardadora del sábado. Cuando volvió, le dijo a la Hna. More que podía quedarse con ella hasta el viernes por la mañana, pero que su hermana había dicho que no le resultaba conveniente recibirla. Más tarde la Hna. Strong supo que la verdadera excusa era que la hermana no conocía a la Hna. More. Podría haberla recibido, pero no quiso hacerlo.
La Hna. More le preguntó entonces a la Hna. Strong qué debía hacer. La Hna. Strong era casi una extraña en Battle Creek, pero pensó que podría acomodarla con la familia de un hermano pobre, conocido suyo, que recientemente había llegado procedente del condado de Montcalm. En eso tuvo éxito. La Hna. More se quedó hasta el martes, día en que partió rumbo al condado de Leelenaw, vía Chicago. Allí pidió prestado dinero para completar su jornada. En Battle Creek había por lo menos algunos que conocían sus necesidades, puesto que no se le cobró nada por su breve permanencia en el Instituto.
En cuanto volvimos del este, mi esposo, al saber que, a pesar de nuestro pedido, no se había hecho nada por acomodar a la Hna. More en un lugar que le permitiera venir en seguida a nuestro hogar en cuanto volviéramos, le escribió que viniera tan pronto como le fuera posible, a lo cual ella respondió como sigue:
“Leland, Condado de Leelenaw, Míchigan,
20 de febrero de 1868.
“Mi querido Hno. White,
Recibí su carta del 3 de febrero. Me encontró con mala salud, por no estar acostumbrada a estos fríos inviernos del Norte, en los que se acumula más de un metro de nieve en ciertos lugares. Los que traen el correo lo hacen andando con raquetas.
ldquo;No me parece posible llegar a su casa antes que venga la primavera. Aun sin nieve, los caminos son muy malos. Me dicen que la mejor forma de hacer el viaje es esperar que se abra la navegación, y viajar a Milwaukee, y de allí a Grand Haven para tomar el ferrocarril rumbo al punto más cercano a su hogar. Yo había tenido la esperanza de estar entre nuestro querido pueblo el otoño pasado, pero no se me permitió ese privilegio.
“Las verdades que creemos parecen más y más importantes, y nuestra obra de preparar a un pueblo para la venida del Señor no debe ser demorada. No sólo debemos estar nosotros vestidos con el traje de bodas, sino ser fieles en recomendarles a otros que también se preparen.
“Quisiera poder ir a ustedes, pero parece imposible, o por lo menos impracticable en mi delicado estado de salud, el hacer sola una jornada así en pleno invierno. ¿Cuándo es la sesión de la Asociación General a que usted alude? Supongo que la Review traerá eventualmente la información.
“Creo que mi salud ha sufrido por haber estado guardando el sábado sola en mi cuarto, en medio del frío. Pero no me pareció posible guardarlo si lo habitual era toda clase de trabajos y conversaciones mundanales, como sucede en el caso de los que guardan el domingo. Creo que el sábado, en la vida de los que guardan el primer día, es el día de más trabajo y el más ocupado. De hecho, me parece que aun los mejores entre quienes guardan el domingo, no guardan ningún día como debieran. ¡Oh, cuánto anhelo estar de nuevo con los guardadores del sábado! Quiero que la Hna. White me vea vestida con el vestido de la reforma. Que ella tenga la bondad de enviarme un patrón, y cuando llegue allá se lo pagaré. Supongo que cuando llegue a su casa, tendré que aprovisionarme. Me gusta mucho. La Hna. Thompson piensa que le gustaría usar el vestido de la reforma.
“He tenido dificultad para respirar, por lo que durante más de una senana no he podido dormir. Supongo que la causa se debe a que la chimenea de la estufa se rompió, y llena mi cuarto de humo y gas a la hora de acostarse, de modo que tengo que dormir sin la ventilación adecuada. En el momento no creí que el humo fuera tan malsano, ni se me ocurrió que el gas impuro que generan la madera y el carbón estuviese mezclado con él. Me desperté con una sensación tan aguda de sofocamiento que no podía respirar si me acostaba; terminé, pues, pasando el resto de la noche sentada. Nunca antes había sentido las terribles sensaciones del ahogo. Comencé a temer que nunca volvería a poder dormir. Por lo tanto, me resigné a ponerme en las manos de Dios para vida o muerte, rogándole que me salvara la vida si todavía me necesitaba en su viña; de otro modo, yo no tenía ningún deseo de vivir. Me sentí plenamente reconciliada con la mano de Dios sobre mí. Pero también sentí que se debían resistir las influencias satánicas. Le ordené entonces a Satanás que se retirara de mí, y le dije al Señor que no haría ningún intento de escoger ni la vida ni la muerte, sino que lo dejaría todo en las manos de Aquel que me conocía a la perfección. Le dije: ‘Mi futuro no lo conozco, por lo tanto tu voluntad es lo mejor’. La vida no me interesa, al menos en lo que se refiere a sus placeres. Todas sus riquezas, sus honores, son nada comparados con la utilidad. No los deseo; no pueden satisfacer o llenar el doloroso vacío que deja en mí el deber no cumplido. No quiero vivir sin utilidad, para no ser más que una simple mancha o dejar un vacío en la vida. A pesar de que morir así parece una muerte de mártir, estoy resignada, si es la voluntad de Dios.
“El día anterior le había dicho a la Hna. Thompson: ‘Si estuviera en casa del Hno. White, podrían ellos orar por mí y yo sanaría’. Me preguntó si no podríamos mandar por usted y el Hno. Andrews; pero hacerlo parecía impráctico, ya que con toda probabilidad yo no podría durar viva hasta que ustedes llegaran. Sabía que con su gran poder y su brazo fuerte, el Señor podría sanarme aquí mismo, si eso fuera lo mejor, de modo que me sentí segura dejando el caso en sus manos. Yo sabía que él podría enviar un ángel para resistirle al que tiene el poder de la muerte, esto es, el diablo, y me sentí segura de que así lo haría, si fuera lo mejor. Sabía también que él podría sugerir medidas, si fueran necesarias para mi recuperación, y sentí la seguridad de que así lo haría. Pronto me sentí mejor, y pude dormir un poco.
“Como usted puede ver, todavía soy preservada como un monumento de la misericordia y fidelidad de Dios que se vislumbran a través de la aflicción que permite que sus hijos sobrelleven. Dios no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres; pero a veces se necesitan pruebas como disciplina, para que dejemos de depender del mundo.
Y hacernos buscar la verdadera felicidad“Anoche tuve otro episodio de insomnio, y hoy no me siento bien. Ore que la voluntad de Dios, cualquiera que ella sea, se pueda cumplir en mí y por mí, ya sea que se trate de mi vida o mi muerte.
Más allá de un mundo como éste.
“Ahora puedo decir con el poeta:
Señor, no es cosa mía decidir
Si vivir o morir.
Si la vida es larga, me gozaré
En obedecerte por más tiempo;
Si corta, ¿por qué habría de entristecerme?
Este mundo se debe desvanecer.
Cristo no me guía por cuartos más tenebrosos
Que los que él mismo ya atravesó.
El que quiera llegar a su reino,
Debe entrar por su puerta.
Ven, Señor, cuando por gracia haya visto
Tu rostro bendito;
Porque, si tu obra aquí es tan dulce,
¿Cómo será tu gloria?
Con gusto callaré mis tristes quejas,
Y a mis días de pecado pondré fin,
Para unirme a los santos vencedores
Que cantan alabanzas a Jehová.
Es poco lo que sé de ese estado,
Débil es el ojo de mi fe;
Mas basta con que Cristo lo sabe todo,
Y con él yo estaré.
Baxter.