Testimonios para la Iglesia, Tomo 3

Capítulo 13

La educación debida

Tratar con las mentes juveniles es la obra más hermosa en que se hayan empeñado jamás hombres y mujeres. Debe ejercerse el mayor cuidado en la educación de los jóvenes, a fin de variar la manera de instruirlos, con el propósito de despertar las facultades más elevadas y nobles de la mente. Los padres y los maestros no están ciertamente preparados para educar debidamente a los niños si no han aprendido primero la lección del dominio propio, la paciencia, la tolerancia, la bondad y el amor. ¡Qué puesto importante es el de los padres, tutores y maestros! Son muy pocos los que comprenden las necesidades más esenciales de la mente, y cómo se ha de dirigir el intelecto que se desarrolla, los pensamientos y sentimientos en constante crecimiento de los jóvenes.

Hay una época para desarrollar a los niños, y otra para educar a los jóvenes; es esencial que en la escuela se combinen ambas en extenso grado. Se puede preparar a los niños para que sirvan al pecado, o para que sirvan a la justicia. La primera educación de los jóvenes amolda su carácter, tanto en su vida secular como en la religiosa. Salomón dice: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él". (Proverbios 22:6) Este lenguaje es positivo. La preparación que Salomón recomienda consiste en dirigir, educar y desarrollar. Para hacer esta obra, los padres y los maestros deben comprender ellos mismos el "camino" por el cual debe andar el niño. Esto abarca más que tener simplemente un conocimiento de los libros. Abarca todo lo que es bueno, virtuoso, justo y santo. Abarca la práctica de la ternplanza, la piedad, la bondad fraternal y el amor mutuo y hacia Dios. A fin de alcanzar este objetivo, debe recibir atención la educación física, mental, moral y religiosa de los niños.

La educación de los niños, en el hogar y en la escuela, no debe ser como el adiestramiento de los animales; porque los niños tienen una voluntad inteligente, que debe ser dirigida para que controle todas sus facultades. Los animales necesitan ser adiestrados, porque no tienen razón ni intelecto. Pero a la mente humana se le debe enseñar el dominio propio. Debe educársela para que rija al ser humano, mientras que los animales son controlados por un amo, y se les enseña a someterse a él. El amo es mente, juicio y voluntad para la bestia. Un niño puede educarse de tal manera que no tenga voluntad propia, como el animal. Aun su individualidad puede fundirse con la de aquel que dirige su adiestramiento; para todos los fines y propósitos, su voluntad está sometida a la voluntad del maestro.

Los niños así educados serán siempre deficientes en energía moral y responsabilidad individual. No se les ha enseñado a obrar por la razón y los buenos principios; sus voluntades han sido controladas por otros y su mente no ha sido despertada para que se expanda y fortalezca por el ejercicio. Sus temperamentos peculiares y capacidades mentales, no han sido dirigidos ni disciplinados para ejercer facultades más poderosas cuando lo necesiten. Los maestros no deben detenerse allí, sino que deben dar atención especial al cultivo de las facultades más débiles, a fin de que se cumplan todos los deberes, y se las desarrolle de un grado de fuerza a otro a fin de que la mente alcance las debidas proporciones.

En muchas familias, los niños parecen bien educados, mientras están bajo la disciplina y el adiestramiento; pero cuando el sistema que los sujetó a reglas fijas se quebranta, parecen incapaces de pensar, actuar y decidir por su cuenta. Estos niños han estado durante tanto tiempo bajo una regla férrea sin que se les permitiera pensar o actuar por su cuenta en lo que les correspondía, que no tienen confianza en ellos mismos para obrar de acuerdo con su propio juicio u opinión. Y cuando se apartan de sus padres para actuar por su cuenta, el juicio ajeno los conduce en dirección equivocada. No tienen estabilidad de carácter. No se les ha hecho depender de su propio juicio mientras era posible, y por lo tanto su mente no se ha desarrollado ni fortalecido debidamente. Han estado durante tanto tiempo absolutamente controlados por sus padres, que fían completamente en ellos; sus padres son para ellos mente y juicio.

Por otro lado, no se debe dejar a los jóvenes que piensen y actúen independientemente del juicio de sus padres y maestros. Debe enseñárseles a los niños a respetar el juicio experimentado y a ser guiados por sus padres y maestros. Se los debe educar de tal manera que sus mentes estén unidas con las de sus padres y maestros, y se los ha de instruir para que comprendan lo conveniente que es escuchar sus consejos. Entonces, cuando se aparten de la mano guiadora de sus padres y maestros, su carácter no será como el junco que tiembla bajo el viento.

En el caso de que no se les enseñe a los jóvenes a pensar debidamente y actuar por su cuenta, en la medida en que lo permitan su capacidad e inclinación mental, a fin de que por este medio pueda desarrollarse su pensamiento, su sentido de respeto propio, y su confianza en su propia capacidad de obrar, el adiestramiento severo producirá siempre una clase de seres débiles en fuerza mental y moral. Y cuando se hallen en el mundo para actuar por su cuenta, revelarán el hecho de que fueron adiestrados como los animales, y no educados. Su voluntad, en vez de ser guiada, fue forzada a someterse por la dura disciplina de padres y maestros.

Aquellos padres y maestros que se jactan de ejercer el dominio completo de la mente y la voluntad de los niños que están bajo su cuidado, dejarían de jactarse si pudieran ver la vida futura de los niños así dominados por la fuerza o el temor. Carecen casi completamente de preparación para compartir las severas responsabilidades de la vida. Cuando estos jóvenes ya no estén bajo el cuidado de sus padres y maestros, y estén obligados a pensar y actuar por su cuenta, es casi seguro que seguirán una conducta errónea y cederán al poder de la tentación. No tienen éxito en esta vida; y se advierten las mismas deficiencias en su vida religiosa. Si los instructores de los niños y los jóvenes pudieran ver desplegados delante de ellos el resultado futuro de su disciplina errónea, cambiarían su plan de educación. Esa clase de maestros que se congratulan de dominar casi por completo la voluntad de sus alumnos, no son los que tienen más éxito, aunque momentáneamente las apariencias sean halagadoras.

Dios no quiso nunca que una mente humana estuviera bajo el dominio completo de otra. Los que se esfuerzan por que la individualidad de sus alumnos se funda en la suya, para ser mente, voluntad y conciencia de ellos, asumen terribles responsabilidades. Estos alumnos pueden, en ciertas ocasiones, parecerse a soldados bien adiestrados. Pero, cuando se elimine la restricción, no actuarán en forma independiente, basados en principios firmes que existan en ellos. Los que tienen por objeto educar a sus alumnos para que vean y sientan que tienen dentro de ellos el poder de ser hombres y mujeres de principios firmes, preparados para afrontar cualquier situación de la vida, son los maestros de mayor utilidad y éxito permanente. Puede ser que su obra no sea vista bajo los aspectos más ventajosos por los observadores descuidados, y que sus labores no sean apreciadas tan altamente como las del maestro que domina la mente y la voluntad de sus alumnos por la autoridad absoluta; pero la vida futura de los alumnos demostrará los mejores resultados de ese mejor plan de educación.

Existe el peligro de que tanto los padres como los maestros ordenen y dicten demasiado, mientras que no mantienen suficientes relaciones sociales con sus hijos o alumnos. Con frecuencia se muestran demasiado reservados y ejercen su autoridad en una forma fría y carente de ternura, que no puede conquistar el corazón de sus hijos y alumnos. Si se acercaran a los niños y les demostraran que los aman, y manifestasen interés en todos sus esfuerzos, y aun en sus juegos, siendo a veces niños entre los niños, podrían hacer muy felices a éstos y conquistarían su amor y su confianza. Y los niños respetarían y amarían más temprano la autoridad de sus padres y maestros.

Los hábitos y principios de un maestro deben considerarse como de mayor importancia que su preparación literaria. Si es un cristiano sincero, sentirá la necesidad de interesarse por igual en la educación física, mental, moral y espiritual de sus alumnos. A fin de ejercer la debida influencia, debe tener perfecto dominio de sí mismo y su propio corazón debe estar henchido de amor por sus alumnos, cosa que se revelará en su mirada, sus palabras y actos. Debe ser de carácter firme, para poder amoldar la mente de sus alumnos, como también instruirlos en las ciencias. La primera educación de los jóvenes modela generalmente su carácter para toda la vida. Los que tratan con los jóvenes deben ser cuidadosos para despertar sus cualidades mentales, a fin de que sepan dirigir sus facultades de manera que puedan ejercitarlas con el mayor provecho.

Confinamiento estrecho en la escuela

El sistema de educación llevado a cabo por generaciones ha sido destructivo para la salud y aun para la vida misma. Muchos niños han pasado cinco horas diarias en aulas indebidamente ventiladas, que no son suficientemente grandes como para acomodar en forma saludable a los estudiantes. El aire de esas aulas se convierte pronto en veneno para los pulmones que lo inhalan. A niños pequeños, cuyos miembros y músculos no son fuertes, y cuyos cerebros no están bien desarrollados, se los mantiene encerrados puertas adentro para su perjuicio. Para comenzar, muchos apenas se aferran a la vida. El encierro en la escuela día tras día los vuelve nerviosos y enfermizos. Sus cuerpos han quedado pequeños a causa de su sistema nervioso agotado. Y si la lámpara de la vida se apaga, los padres y maestros no consideran que ellos tuvieron una influencia directa en la extinción de la chispa vital. Cuando están junto a la tumba de los hijos, los afligidos padres consideran su pérdida como un designio especial de la Providencia, cuando, por una ignorancia inexcusable, su propio mal proceder ha destruido la vida de ellos. Atribuir entonces su muerte a la Providencia es una blasfemia. Dios quería que los pequeños viviesen y fuesen disciplinados, para que pudieran tener caracteres hermosos que lo glorificaran en este mundo y lo alabaran en el mundo mejor.

Los padres y maestros, al asumir la responsabilidad de educar a estos niños, no comprenden el compromiso que asumen ante Dios de familiarizarse con el organismo físico, para que puedan tratar los cuerpos de sus niños y alumnos de tal manera que preserve la vida y la salud. Miles de niños mueren debido a la ignorancia de padres y maestros. Las madres pasarán horas de trabajo innecesario con sus propios vestidos y los de sus hijos arreglándolos a fin de exhibirlos, y luego asegurarán que no pueden encontrar tiempo para leer y obtener la información necesaria a fin de cuidar de la salud de su familia. Piensan que es menos problemático confiar los cuerpos de ellos a los médicos. A fin de estar en conformidad con la moda y las costumbres, muchos padres han sacrificado la salud y las vidas de sus hijos.

Familiarizarse con el maravilloso organismo humano, los huesos, músculos, estómago, hígado, intestinos, corazón y los poros de la piel, y entender la relación de un órgano con otro para la acción saludable de todos, es un estudio en el cual la mayoría de las madres no se interesan. No saben nada de la influencia del cuerpo sobre la mente y de la mente sobre el cuerpo. Parecen no entender la mente, que vincula lo finito con lo infinito. Cada órgano del cuerpo fue hecho para servir a la mente. La mente es la capital del cuerpo. Por lo general a los niños se les permite comer carnes, especias, manteca, queso, puerco, pasteles grasosos y condimentos. También se les permite comer alimentos insalubres en forma irregular y entre las comidas. Estas cosas hacen su obra de trastornar el estómago, excitando los nervios para una acción antinatural, y debilitando el intelecto. Los padres no comprenden que están sembrando la semilla que producirá enfermedad y muerte.

Muchos niños se han arruinado para toda la vida exigiendo demasiado al intelecto, sin fortalecer las facultades físicas. Muchos han muerto en la infancia debido al proceder de padres y maestros poco juiciosos, que forzaron sus jóvenes intelectos mediante la adulación o el temor, cuando eran demasiado tiernos para ver el interior de un aula. Sus mentes fueron abrumadas con lecciones cuando ni siquiera se las tendría que haber expuesto a la actividad intelectual sino esperar hasta que la constitución física fuera suficientemente fuerte como para soportar el esfuerzo mental. A los niñitos se los tendría que dejar tan sueltos como corderitos para que corran afuera y sean libres y felices; se les deberían conceder las oportunidades más favorables para colocar en ellos el fundamento de una constitución sana.

Los padres deberían ser los únicos maestros de sus hijos hasta que éstos hayan llegado a los ocho o diez años de edad. Tan pronto como sus mentes puedan comprenderlo, los padres deberían abrir ante ellos el gran libro de la naturaleza de Dios. La madre tendría que tener menos interés por lo artificial en su casa y por la preparación de su vestido para exhibirlo, y encontrar tiempo con el fin de cultivar -- en ella y en sus hijos --, un amor por los capullos hermosos y las flores que se abren. Al atraer la atención de sus hijos a los diferentes colores y la variedad de formas de las flores, ella puede hacer que conozcan a Dios, quien hizo todas las cosas hermosas que los atraen y deleitan. Ella puede conducir sus mentes a su Creador y despertar en sus tiernos corazones el amor por su Padre celestial, quien ha manifestado tan grande amor hacia ellos. Los padres pueden asociar a Dios con todas sus obras creadas. La única aula para niños de ocho a diez años debería ser al aire libre, en medio de las flores que se abren y de las hermosas escenas de la naturaleza. Y su único libro de texto debería ser el de los tesoros de la naturaleza. Estas lecciones, grabadas en las mentes de los niños en medio de las escenas agradables y atractivas del ambiente natural, no se olvidarán pronto.

A fin de que los niños y jóvenes tengan salud, alegría, vivacidad, y músculos y cerebros bien desarrollados, deberían estar mucho al aire libre y tener ocupación y entretenimiento bien regulados. Los niños y jóvenes a quienes se confina en la escuela con sus libros, no pueden tener una constitución física sana. El ejercicio del cerebro aplicado al estudio, sin el ejercicio físico correspondiente, tiene la tendencia de atraer la sangre al cerebro, y la circulación de la sangre a través del sistema se altera y funciona en forma desequilibrada. El cerebro tiene demasiada sangre y las extremidades muy poca. Debería haber normas que limiten sus estudios a ciertas horas, y luego se debiera dedicar una porción de su tiempo al trabajo físico. Y si sus hábitos de alimentación, vestimenta y sueño armonizan con las leyes físicas, obtendrán una educación que no sacrifique la salud física y mental.

Deterioro físico de la humanidad

El libro de Génesis contiene un relato bien definido de la vida social e individual, y sin embargo no registro alguno de que un niño naciera ciego, sordo, lisiado, deformado o imbécil. No muestra un solo caso de una muerte natural en la infancia, niñez o temprana adultez. No se informa acerca de hombres y mujeres que murieran de enfermedad. Las notas necrológicas en el libro de Génesis rezan así: "Y fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años; y murió". (Génesis 5:5) "Y fueron todos los días de Set novecientos doce años; y murió". (Génesis 5:8) Concerniente a otros, el registro declara: Y vivió hasta tener una edad avanzada, y murió. Era tan raro que un hijo muriese antes que el padre que un caso tal se consideró digno de registrarse: "Y murió Harán antes que su padre Taré". (Génesis 11:28) Harán tuvo hijos antes de morir.

Dios dotó al hombre con una fuerza vital tan grande que éste ha resistido la acumulación de la enfermedad que recayó sobre la raza humana como consecuencia de hábitos pervertidos y ha continuado viviendo por seis mil años. Este hecho en sí es suficiente para evidenciarnos la fuerza y energía eléctrica que Dios le dio al hombre en su creación. Se necesitaron más de dos mil años de delitos y complacencia de las pasiones bajas para acarrearle enfermedad corporal a la humanidad en un grado apreciable. Si Adán, en su creación, no hubiera sido dotado con una fuerza vital veinte veces mayor que la que tienen los hombres actualmente, la raza humana, con sus hábitos actuales de vida en violación de la ley natural, se habría extinguido. En el tiempo del primer advenimiento de Cristo la humanidad se había degenerado tan rápidamente que pesaba sobre esa generación una acumulación de enfermedades, que acarreaba una marea de dolor y un peso de miseria inexpresables.

Se me ha presentado la condición miserable del mundo en la actualidad. Desde la caída de Adán la raza humana se ha ido degenerando. Se me mostraron algunas de las razones por la deplorable condición actual de hombres y mujeres que fueron formados a la imagen de Dios. Y una idea de cuánto debe hacerse para detener, aun en cierta medida, la decadencia física, mental y moral, hizo que mi corazón se enfermara y desmayase. Dios no creó a la humanidad en su actual condición débil. Este estado de cosas no es la obra de la Providencia, sino la obra del hombre; lo han causado los hábitos erróneos y los abusos, por la violación de las leyes que Dios ha hecho para gobernar la existencia de los seres humanos. A través de la tentación a complacer el apetito, Adán y Eva cayeron primero de su elevado estado, santo y feliz. Y es a través de la misma tentación que la raza humana se ha debilitado. Han permitido que el apetito y la pasión tomen el trono, y que la razón y el intelecto sean puestos en sujeción.

La violación de la ley física y su consecuencia, el sufrimiento humano, han prevalecido durante tanto tiempo que los hombres y las mujeres consideran el estado actual de enfermedad, sufrimiento, debilidad y muerte prematura, como la suerte que le corresponde a la humanidad. El hombre salió de la mano de su Creador perfecto y con una forma hermosa, y tan lleno de energía vital que pasaron más de mil años antes que sus apetitos y pasiones corrompidas, y las violaciones generales de la ley física, ejercieran su efecto en forma marcada en la raza humana. Las generaciones más recientes han sentido la presión de los achaques y enfermedades aún más rápida y fuertemente con cada generación. Las fuerzas vitales se han debilitado grandemente debido a la indulgencia del apetito y la pasión concupiscente.

Los patriarcas desde Adán a Noé, con pocas excepciones, vivieron casi mil años. Desde los días de Noé la duración de la vida ha ido disminuyendo. Los que sufrían enfermedades en tiempos de Cristo eran traidos a él de cada ciudad, pueblo y villa para que él los sanara, porque estaban afligidos con todo tipo de enfermedad. Y las enfermedades han ido aumentando constantemente a través de las generaciones sucesivas desde aquel período. Debido a la violación continua de las leyes de la vida, la mortalidad ha aumentado a un grado terrible. Los años del hombre se han acortado, de modo que la generación actual pasa a la tumba aún antes de la edad cuando las generaciones que vivieron los primeros pocos miles de años después de la creación entraban en acción.

Las enfermedades se han transmitido de padres a hijos, de generación en generación. Los infantes en la cuna sufren miserablemente debido a los pecados de sus padres, que han disminuido su fuerza vital. Sus hábitos erróneos de alimentación y vestir, y su libertinaje general, son transmitidos como una herencia a los hijos. Muchos nacen locos, deformes, ciegos, sordos, y un grupo muy grande tienen deficiencias intelectuales. La extraña ausencia de principios que caracteriza a esta generación, y que se revela en su descuido de las leyes de la vida y la salud, es asombrosa. Prevalece la ignorancia sobre este tema, mientras la luz está brillando a su alrededor. La principal preocupación de la mayoría es: ¿Qué comeré?, ¿qué beberé?, ¿y con qué me vestiré? Pese a todo lo que se dice y escribe sobre cómo deberíamos tratar nuestros cuerpos, por lo general el apetito es la gran ley que gobierna a los hombres y las mujeres.

Las facultades morales se debilitan porque los hombres y las mujeres no viven en obediencia a las leyes de la salud ni hacen de este gran tema un deber personal. Los padres legan a su descendencia sus propios hábitos pervertidos, y enfermedades repugnantes corrompen la sangre y debilitan el cerebro. La mayoría de los hombres y las mujeres permanecen en la ignorancia de las leyes de su ser, y complacen el apetito y la pasión a expensas del intelecto y la moral, y parecen dispuestos a mantenerse ignorantes del resultado de su violación de las leyes de la naturaleza. Complacen el apetito depravado con el uso de venenos lentos que corrompen la sangre y socavan las fuerzas nerviosas, y en consecuencia se acarrean enfermedades y muerte. Sus amigos califican el resultado de esta conducta como el designio de la Providencia. En esto insultan al Cielo. Ellos se rebelaron contra las leyes de la naturaleza y sufrieron el castigo por abusar de ellas de esta manera. Por todas partes prevalecen ahora el sufrimiento y la mortalidad, especialmente entre los niños. ¡Cuán grande es el contraste entre esta generación y las que vivieron durante los primeros dos milenios!

Importancia de la educación en el hogar

Pregunté si no podía prevenirse esta marea de miseria y hacerse algo para salvar a la juventud de esta generación de la ruina que los amenaza. Se me mostró que una causa grande del deplorable estado de cosas existente es que los padres no se sienten bajo la obligación de educar a sus hijos a que se ajustaren a las leyes físicas. Las madres aman a sus hijos con un amor idolátrico y complacen su apetito sabiendo que esto perjudicará su salud y que con ello les acarrearán enfermedades y desdicha. Esta bondad cruel se manifiesta en una gran medida en la generación actual. Los deseos de los hijos son gratificados a expensas de la salud y de una constitución feliz porque por el momento es más fácil para la madre complacerlos que rehusarles aquello por lo cual claman.

De esta manera las madres están sembrando la semilla que brotará y dará fruto. Los niños no son educados para negar sus apetitos y restringir sus deseos. Y se vuelven egoístas, exigentes, desobedientes, ingratos e impíos. Las madres que están haciendo este trabajo cosecharán con amargura el fruto de la semilla que han sembrado. Han pecado contra el Cielo y contra sus hijos, y Dios las tendrá por responsables.

Si la educación se hubiera conducido por generaciones sobre un plan completamente diferente, la juventud de esta generación no sería ahora tan depravada e inservible. Los administradores y maestros de escuelas deberían haber sido quienes entendieran la fisiología y se interesaran no sólo en educar a los jóvenes en las ciencias, sino en enseñarles cómo preservar la salud de modo que pudiesen usar su conocimiento en la forma más provechosa después de haberlo obtenido. Tendría que haber establecimientos conectados con las escuelas que lleven adelante diversas ramas de trabajo, para que los estudiantes pudieran tener empleo y el ejercicio necesario fuera de las horas de clases.

El empleo y los entretenimientos de los estudiantes debieran haberse regulado en relación con las leyes físicas y tendrían que haberse adaptado a fin de preservarles el tono saludable de todas las facultades del cuerpo y la mente. Entonces podrían haber obtenido un conocimiento práctico de los negocios mientras estaban consiguiendo su educación literaria. Tendría que haberse despertado la sensibilidad moral de los estudiantes en la escuela para que vieran y sintiesen que la sociedad tiene el derecho de esperar algo de ellos y que deberían vivir en obediencia a las leyes naturales de modo que por su existencia e influencia, por precepto y ejemplo, pudieran ser de beneficio y bendición para la sociedad. Se le debiera recalcar a la juventud que todos ejercen una influencia que le está diciendo constantemente a la sociedad que ha de mejorar y elevarse o rebajarse y degradarse. Lo que primeramente deberían estudiar los jóvenes es conocerse ellos mismos y cómo mantener sus cuerpos sanos.

Muchos padres mantienen a sus hijos en la escuela casi el año completo. Estos niños siguen mecánicamente la rutina del estudio, pero no retienen lo que aprenden. Muchos de estos estudiantes permanentes parecen casi destituidos de vida intelectual. La monotonía del estudio continuo cansa la mente, y los alumnos se interesan poco en sus lecciones; y para muchos el aplicarse a los libros llega a ser doloroso. No tienen un amor íntimo por la meditación ni la ambición de adquirir conocimiento. No estimulan en ellos mismos hábitos de reflexión e investigación.

Los niños necesitan grandemente la debida educación a fin de que puedan ser útiles en el mundo. Pero cualquier esfuerzo que exalte la cultura intelectual por encima de la preparación moral está mal encaminado. Instruir, cultivar, pulir y refinar a los jóvenes y niños debiera ser la preocupación principal tanto de los padres como de los maestros. Son pocos los que razonan rigurosamente y piensan en forma lógica debido a que las influencias falsas han frenado el desarrollo del intelecto. La suposición de padres y maestros de que el estudio continuo fortalecería el intelecto ha demostrado ser errónea, porque en muchos casos ha tenido el efecto opuesto.

En la educación temprana de los niños muchos padres y maestros no entienden que se necesita dar la mayor atención a la constitución física, para que pueda asegurarse una condición saludable del cuerpo y el cerebro. Ha sido la costumbre animar a los niños a asistir a la escuela cuando son meros bebés, que necesitan el cuidado de una madre. Con una edad delicada frecuentemente se los hacina en aulas mal ventiladas, donde se sientan en posiciones incorrectas sobre bancos pobremente construidos; y como resultado los tiernos cuerpos juveniles de algunos se han llegado a deformar.

La disposición y los hábitos de los jóvenes muy probablemente se manifestarán en la madurez. Usted puede doblar un árbol tierno en casi cualquier forma que decida hacerlo, y si permanece y crece como usted lo ha doblado, será un árbol deformado y siempre testificará del daño y el abuso recibidos de su mano. Después de años de crecimiento, usted puede tratar de enderezar el árbol, pero todos sus esfuerzos resultarán infructuosos. Siempre será un árbol torcido. Este es el caso con la mente de los jóvenes. Debieran ser educados en forma cuidadosa y tierna en la infancia. Se los puede educar en la dirección correcta o en la errónea, y en su vida futura seguirán el camino en el que fueron orientados durante la juventud. Los hábitos formados en la juventud crecerán con el desarrollo y se fortalecerán con la fuerza, y generalmente serán los mismos en la vida futura, sólo que se fortalecerán continuamente.

Estamos viviendo en una época cuando casi todo es superficial. Hay poca estabilidad y firmeza de carácter, porque la instrucción y educación de los niños desde la cuna es superficial. Sus caracteres están construidos sobre arena movediza. La abnegación y el dominio propio no han sido moldeados en sus caracteres. Han sido mimados y consentidos hasta que se los ha echado a perder para la vida práctica. El amor al placer controla las mentes, y los niños son halagados y consentidos para su ruina. Debiera instruirse y educarse a los niños para que sepan que vendrán tentaciones y que enfrentarán dificultades y peligros. Se les debiera enseñar a dominarse ellos mismos y a vencer noblemente las dificultades; y si no se precipitan voluntariosamente en el peligro ni se colocan innecesariamente en el camino de la tentación; si rehúyen influencias malignas y la sociedad viciosa, y luego en forma inevitable se ven forzados a estar con compañías peligrosas, tendrán fuerza de carácter para mantenerse de parte de lo correcto y preservar los principios, y saldrán en la fuerza de Dios con su moral incontaminada. Si los jóvenes que han sido educados debidamente ponen su confianza en Dios, sus facultades morales resistirán la prueba más poderosa.

Pero pocos padres comprenden que sus hijos son lo que su ejemplo y disciplina los han hecho, y que son responsables por los caracteres que sus hijos desarrollan. Si los corazones de los padres cristianos fueran obedientes a la voluntad de Cristo, obedecerían el mandato del Maestro celestial: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas". (Mateo 6:33) Si aquellos que profesan ser seguidores de Cristo hicieran sólo esto, darían, no sólo a sus hijos, sino al mundo incrédulo, ejemplos que representarían correctamente la religión de la Biblia.

Si los padres cristianos vivieran en obediencia a los requerimientos del Maestro divino, preservarían la sencillez en el comer y el vestir, y vivirían más en armonía con la ley natural. Entonces no dedicarían tanto tiempo a la vida artificial, creándose problemas y cargas que Cristo no ha puesto sobre ellos, sino que positivamente les ordenó que evitaran. Si el reino de Dios y su justicia fuera para los padres la primera y suprema consideración, se perdería poco tiempo precioso en adornos externos innecesarios mientras que las mentes de sus hijos son descuidadas casi completamente. El tiempo precioso dedicado por muchos padres a vestir a sus hijos para exhibirlos en sus escenas de diversión sería empleado mejor, muchísimo mejor, en cultivar sus propias mentes a fin de que pudieran ser competentes para instruir debidamente a sus hijos. No es esencial para la salvación ni la felicidad de estos padres, que usen el precioso tiempo de prueba que Dios les ha prestado en arreglos de vestidos, en visitas sociales y en chismografía.

Muchos padres argumentan que tienen tanto que hacer que no les queda tiempo para cultivar su mente, o educar a sus hijos para la vida práctica, ni para enseñarles cómo pueden llegar a ser corderos del rebaño de Cristo. Recién en el ajuste final de cuentas, cuando los casos de todos serán decididos y los hechos de toda nuestra vida serán expuestos ante nosotros en la presencia de Dios y del Cordero y de todos los santos ángeles, comprenderán los padres el valor casi infinito del tiempo malgastado. Muchos verán entonces que su conducta equivocada ha determinado el destino de sus hijos. No sólo han fracasado en obtener para ellos mismos las palabras de alabanza del Rey de gloria: "Bien, buen siervo y fiel;... entra en el gozo de tu señor" (Mateo 25:21), sino que oyen cómo se pronuncia sobre sus hijos la terrible condena: "Apartaos de mí" (Mateo 25:41) Esto separa a sus hijos para siempre de los goces y glorias del cielo, y de la presencia de Cristo. Y ellos mismos reciben también la condena: Apártate de mí, "siervo malo y negligente". (Mateo 25:26) Jesús nunca dirá: "Bien hecho" a aquellos que no se han ganado las palabras "Bien hecho" mediante sus vidas fieles de abnegación y sacrificio propio a fin de hacer bien a otros y de promover su gloria. Aquellos que viven principalmente para agradarse ellos en vez de hacer bien a otros, enfrentarán una pérdida infinita.

Si los padres pudieran cobrar conciencia de la tremenda responsabilidad que descansa sobre ellos en la obra de educar a sus hijos, más de su tiempo sería dedicado a la oración y menos a la ostentación innecesaria. Reflexionarían y estudiarían y orarían fervientemente a Dios en busca de sabiduría y ayuda divina para educar a sus hijos de tal manera que puedan desarrollar caracteres que Dios aprobará. No estarían ansiosos de saber cómo pueden educar a sus hijos para que sean alabados y honrados por el mundo, sino cómo pueden educarlos a fin de que formen caracteres hermosos que Dios pueda aprobar.

Se necesita mucho estudio y oración ferviente en busca de sabiduría celestial para saber cómo tratar con las mentes juveniles, porque mucho depende de la dirección que los padres les dan a las mentes y voluntades de sus hijos. Encaminar sus mentes en la dirección correcta y en el momento oportuno es una obra sumamente importante, porque su destino eterno puede depender de las decisiones hechas en algún momento crítico. ¡Cuán importante, entonces, es que las mentes de los padres estén tan libres como sea posible de preocupaciones complejas y desgastadoras, centradas en las cosas temporales, para que puedan pensar y actuar con serena consideración, sabiduría y amor, y hacer de la salvación de las almas de sus hijos la primera y suprema consideración! El gran objetivo que los padres debieran tratar de lograr para sus queridos hijos debiera ser el adorno interior. Los padres no pueden darse el lujo de permitir que visitantes y desconocidos reclamen su atención, y les roben el tiempo -- que es el gran capital de la vida --, haciéndoles imposible que cada día den a sus hijos esa instrucción paciente que deben impartirles con el fin de imprimir en ellos la dirección correcta para sus mentes en desarrollo.

Esta vida es demasiado corta para ser malgastada en diversiones vanas e insignificantes, en visitas no provechosas, en arreglos de ropa innecesarios con propósitos de ostentación, o en entretenimientos excitantes. No podemos darnos el lujo de derrochar el tiempo que Dios nos ha dado con el objeto de bendecir a otros y para hacernos tesoros en el cielo. No tenemos demasiado tiempo para el cumplimiento de los deberes necesarios. Necesitamos dedicar tiempo al cultivo de nuestros propios corazones y mentes a fin de capacitarnos para el trabajo de nuestra vida. Al descuidar esos deberes esenciales y conformarnos a los hábitos y costumbres de la sociedad elegante y mundana, nos hacemos a nosotros mismos y a nuestros hijos un gran perjuicio.

Las madres que tienen que educar mentes juveniles y formar caracteres infantiles no debieran buscar la excitación del mundo a fin de estar contentas y felices. Tienen un trabajo importante para la vida, y ellas y los suyos no pueden permitirse el lujo de gastar el tiempo de un modo improductivo. El tiempo es uno de los talentos importantes que Dios nos ha confiado y del cual nos pedirá cuenta. Malgastar el tiempo es malgastar el intelecto. Las facultades de la mente son susceptibles de un elevado refinamiento. Es el deber de las madres cultivar sus mentes y mantener sus corazones puros. Debieran mejorar cada instrumento a su alcance para su progreso intelectual y moral, a fin de estar capacitadas para perfeccionar las mentes de sus hijos. Aquellos que complacen su inclinación a estar en compañía de otras personas pronto se sentirán intranquilos a menos que estén visitando a otros o recibiendo visitas. Los tales no tienen la capacidad de adaptarse a las circunstancias. Los deberes sagrados y necesarios del hogar les parecen vulgares y carentes de interés. No tienen amor por el autoexamen o la disciplina propia. La mente siente ansias de las escenas variadas y excitantes de la vida mundana; los niños son descuidados para complacer la inclinación; y el ángel que registra escribe: "Siervos inútiles". El plan de Dios es que nuestras mentes no estén sin un propósito, sino que cumplan algo bueno en esta vida.

Si los padres comprendieran que la educación de sus hijos para que sean útiles en esta vida es un deber solemne que Dios les ha ordenado; si adornaran el templo interior de las almas de sus hijos e hijas para la vida inmortal, veríamos un gran cambio y mejoramiento en la sociedad. No se manifestaría entonces una indiferencia tan grande respecto a la piedad práctica, y no sería tan difícil despertar la sensibilidad moral de los niños para que entiendan los derechos que Dios tiene sobre ellos. Pero los padres se vuelven más y más descuidados en la educación de sus hijos en las ramas útiles. Muchos padres permiten que sus hijos formen hábitos erróneos y sigan su propia inclinación, y fallan al no grabar en sus mentes el peligro de tal comportamiento y la necesidad de que estén controlados por principios.

Frecuentemente los niños comienzan a hacer cierto trabajo con entusiasmo, pero, al sentirse confundidos o cansados con el mismo, desean cambiar y encargarse de algo nuevo. De ese modo pueden emprender varias cosas, desanimarse y abandonarlas; y así pasan de una cosa a otra, sin perfeccionar nada. Los padres no debieran permitir que el amor al cambio domine a sus hijos. No debieran estar tan ocupados en otras cosas que no tengan tiempo para disciplinar pacientemente las mentes en desarrollo. Unas pocas palabras de aliento, o algo de ayuda en el momento oportuno, puede hacerles superar sus problemas y su desánimo, y la satisfacción que obtendrán al ver completada la tarea que emprendieron los estimulará a un mayor esfuerzo.

Muchos niños, por falta de palabras de estímulo y un poco de ayuda en sus esfuerzos, se descorazonan y cambian de una cosa a otra. Y llevan consigo este triste defecto en su vida madura. Fracasan en tener éxito en cualquier tarea que emprendan, porque no han sido enseñados a perseverar en circunstancias desanimadoras. Así la vida entera de muchos resulta ser un fracaso, porque no tuvieron la disciplina correcta cuando eran jóvenes. La educación recibida en la infancia y juventud afecta toda su carrera de trabajo en la vida madura, y su experiencia religiosa lleva la estampa correspondiente.

Trabajo físico para los estudiantes

El presente plan educacional abre una puerta de tentación a la juventud. Aunque generalmente los alumnos tienen demasiadas horas de estudio, tienen además muchas horas sin nada que hacer. Estas horas de ocio se gastan frecuentemente de un modo irresponsable. La práctica de malos hábitos se comunica de uno a otro, y el vicio aumenta grandemente. Muchos jóvenes que han sido instruidos piadosamente en el hogar, y que salen para estudiar en los colegios, comparativamente inocentes y virtuosos, se corrompen al asociarse con compañeros viciosos. Pierden el respeto propio y sacrifican los principios nobles. Entonces están listos para seguir el camino descendente, porque abusaron tanto de su conciencia que el pecado no les parece excesivamente pecaminoso. Estos males, que existen en los colegios dirigidos conforme al plan actual, podrían remediarse en gran medida si en sus planes pudieran combinarse el estudio y el trabajo. Estos mismos males existen en los colegios superiores, sólo que en un grado mayor, porque muchos de los jóvenes se han educado en el vicio y sus conciencias están cauterizadas.

Muchos padres sobrestiman la estabilidad y las buenas cualidades de sus hijos. No parecen tomar en cuenta que serán expuestos a las influencias engañosas de jóvenes viciosos. Los padres tienen sus temores cuando los envían a un colegio distante, pero se ilusionan con la idea de que como han tenido buenos ejemplos e instrucción religiosa, serán leales a los principios durante sus años de estudios secundarios. Muchos padres no tienen sino una vaga idea del grado de libertinaje que existe en estas instituciones de aprendizaje. En muchos casos los padres han trabajado duramente y sufrido muchas privaciones con el ansiado propósito de que sus hijos obtengan una educación completa. Y después de todos sus esfuerzos, muchos tienen la amarga experiencia de recibir a sus hijos de su curso de estudios con hábitos disolutos y una constitución física arruinada. Y frecuentemente les faltan el respeto a sus padres y son desagradecidos y profanos. Estos padres que han sido abusados, cuyos hijos ingratos los recompensan de esa manera, lamentan haber enviado a sus hijos lejos de ellos para ser expuestos a tentaciones y regresar a la casa hechos una ruina física, mental y moral. Con esperanzas defraudadas y corazones casi quebrantados, ven a sus hijos, de quienes tenían elevados propósitos, seguir un camino de vicios y arrastrar una existencia miserable.

Pero hay jóvenes de principios firmes que satisfacen las expectativas de padres y maestros. Cursan sus estudios con limpia conciencia y egresan con buena constitución física y una moralidad no contaminada por influencias corruptoras. Pero el número de los tales es reducido.

Algunos estudiantes ponen todo su ser en los estudios y concentran su mente en el blanco de obtener una educación. Ponen en ejercicio el cerebro, pero permiten que las facultades físicas permanezcan inactivas. El cerebro trabaja en exceso, y los músculos se debilitan porque no son ejercitados. Cuando estos estudiantes se gradúan, es evidente que han obtenido su educación a expensas de la vida. Han estudiado día y noche, año tras año, manteniendo sus mentes continuamente en tensión, mientras que han fallado en ejercitar suficientemente sus músculos. Lo sacrifican todo por un conocimiento de las ciencias y pasan a sus tumbas prematuramente.

Con frecuencia las jóvenes se entregan al estudio descuidando otras ramas de la educación aun más esenciales para la vida práctica que el estudio de los libros. Y después de haber obtenido su educación, a menudo quedan inválidas para toda la vida. Descuidaron su salud al permanecer demasiado tiempo puertas adentro, privadas del aire puro del cielo y de la luz del sol dada por Dios. Estas jóvenes podrían haber salido sanas de sus colegios, si con sus estudios hubieran combinado el trabajo doméstico y el ejercicio al aire libre.

La salud es un gran tesoro. Es la posesión más rica que puedan tener los mortales. La riqueza, el honor o el saber son comprados a un precio demasiado caro si se lo hace perdiendo el vigor de la salud. Ninguno de estos logros puede asegurar la felicidad si falta la salud. Es un pecado terrible abusar de la salud que Dios nos ha dado, porque cada abuso de la salud nos debilita para la vida y nos convierte en perdedores, aun si obtenemos cualquier cantidad de educación.

En muchos casos los padres que son ricos no sienten la importancia de dar a sus hijos una educación en los deberes prácticos de la vida además de la instrucción en las ciencias. No ven la necesidad, para el bien de las mentes y la moral de sus hijos, y para su utilidad futura, de darles una comprensión cabal del trabajo útil. Esto es para que sus hijos, si llegara la desgracia, pudieran establecerse en una noble independencia, sabiendo cómo usar sus manos. Si tienen un capital de fuerza no pueden ser pobres, aunque no tengan dinero. Muchos que en su juventud vivían en la opulencia podrían ser despojados de todas sus riquezas y dejados con padres, hermanos y hermanas que dependan de ellos para su sustento. ¡Cuán importante, entonces, es que cada joven sea educado para trabajar, a fin de que pueda estar preparado para cualquier emergencia! Las riquezas son ciertamente una maldición cuando sus poseedores permiten que se vuelvan un obstáculo para que sus hijos e hijas obtengan un conocimiento del trabajo útil, a fin de que puedan estar calificados para la vida práctica.

Aquellos que no se ven forzados a trabajar, frecuentemente no practican suficiente ejercicio saludable para su bienestar físico. Los jóvenes varones, al no tener sus mentes y manos empleadas en el trabajo activo, adquieren hábitos de indolencia y frecuentemente obtienen lo que es más temible: una educación callejera, malgastando el tiempo en tiendas, fumando, bebiendo y jugando a las cartas.

Las jóvenes leerán novelas, excusándose del trabajo activo porque tienen una salud delicada. Su debilidad se debe a que no ejercitan los músculos que Dios les ha dado. Pueden pensar que son demasiado débiles para hacer trabajo doméstico, pero harán tejido de gancho y encaje de hilo, y preservarán la delicada palidez de sus manos y rostros, mientras sus madres abrumadas de tareas trabajan duramente para lavar y planchar sus vestidos. Estas damas no son cristianas, porque transgreden el quinto mandamiento. No honran a sus padres. Pero a quien más se debe culpar es a la madre. Ella ha consentido a sus hijas y las ha excusado de llevar su parte de los quehaceres domésticos, hasta que el trabajo les ha resultado desagradable, mientras les encanta disfrutar de la ociosidad delicada. Comen y duermen, leen novelas y hablan de modas, mientras que sus vidas se vuelven inútiles.

En muchos casos la pobreza es una bendición, porque impide que los jóvenes y niños se arruinen a causa de la inacción. Tanto las facultades físicas como las mentales necesitan cultivarse y desarrollarse adecuadamente. La primera y constante preocupación de los padres debiera ser la de asegurarse de que sus hijos posean una constitución física firme, para que puedan ser hombres y mujeres sanos. Es imposible lograr este objetivo sin ejercicio físico. Por su propia salud física y bien moral, se debe enseñar a los niños a trabajar, aunque no haya necesidades. Si quieren tener caracteres puros y virtuosos necesitan adquirir la disciplina del trabajo bien reglamentado, que pondrá en ejercicio todos los músculos. La satisfacción que obtendrán los hijos por ser útiles y abnegados para ayudar a otros, será el placer más saludable que jamás hayan disfrutado. ¿Por qué los ricos habrían de robarles esta gran bendición a sus queridos hijos y a ellos mismos?

Padres, la indolencia es la mayor maldición que alguna vez les sobrevino a los jóvenes. No les debieran permitir a sus hijas que permanezcan en cama hasta tarde en la mañana, desperdiciando en el sueño las preciosas horas que les fueron prestadas por Dios para que las usen con propósitos elevados y por las cuales tendrán que rendirle cuentas a él. La madre perjudica grandemente a sus hijas al llevar las cargas que ellas deberían compartir con su madre para su propio bien presente y futuro. El curso de acción que siguen muchos padres al permitir que sus hijos sean indolentes y gratifiquen sus deseos de leer romances los inhabilita para la vida real. La lectura de novelas e historietas es el mayor mal al que la juventud puede entregarse. Las lectoras de novelas e historias de amor nunca llegan a ser madres buenas y prácticas. Construyen castillos en el aire y viven en un mundo irreal e imaginario. Llegan a ser románticas y tienen fantasías enfermizas. Su vida artificial las echa a perder para cualquier cosa útil. Tienen un intelecto empequeñecido, aunque se lisonjean de que son superiores en mentalidad y modales. El ejercicio en las tareas domésticas es del máximo beneficio para las jóvenes.

La labor física no impedirá el cultivo del intelecto. Todo lo contrario. Los beneficios obtenidos mediante el trabajo físico equilibrarán a una persona e impedirán que la mente trabaje en exceso. La fatiga recaerá sobre los músculos y aliviará el cerebro cansado. Hay muchas jovencitas desganadas e inútiles que consideran impropio de una dama ocuparse en un trabajo físico. Pero sus caracteres son demasiado ingenuos como para engañar a personas inteligentes respecto a su falta de valor. Sonríen tontamente y son todo afectación. Parece como si no pudieran expresarse en forma clara y honesta, sino que todo lo que dicen lo torturan con cuchicheos y risitas. ¿Son ellas damas? No nacieron tontas, pero se las educó para que lo fueran. No se requiere una niña frágil, débil, vestida con demasiado elegancia y que ríe tontamente para hacer una dama. Se necesita un cuerpo sano para un intelecto sano. La fortaleza física y un conocimiento práctico de todos los quehaceres domésticos necesarios nunca serán un obstáculo para un intelecto bien desarrollado; ambos son altamente importantes para una dama.

Debieran ponerse en uso y desarrollarse todas las facultades de la mente a fin de que los hombres y las mujeres tengan mentes bien equilibradas. El mundo está lleno de hombres y mujeres incompletos, desproporcionados, que llegaron a ser así porque se cultivó sólo un conjunto de sus facultades mientras que otras se empequeñecieron debido a la inacción. La educación de la mayoría de los jóvenes es un fracaso. Estudian en exceso, mientras que descuidan lo que atañe a los asuntos prácticos de la vida. Los hombres y las mujeres llegan a ser padres sin considerar sus responsabilidades, y su descendencia se hunde más bajo que ellos en la escala de la deficiencia humana. Así la raza se está degenerando rápidamente. La constante aplicación al estudio, como actualmente son dirigidos los colegios, está inhabilitando a los jóvenes para la vida práctica. La mente humana necesita acción. Si no es activa en la dirección correcta, lo será en la errónea. A fin de preservar el equilibrio de la mente, debieran unirse el trabajo y el estudio en los colegios.

En las generaciones pasadas se debería haber hecho provisión para ofrecer una educación planeada en una escala mayor. En cuanto a los colegios, deberían ser establecimientos agrícolas e industriales. También debería haber maestros de quehaceres domésticos. Y cada día una porción del tiempo necesitaría estar dedicada al trabajo, para que las facultades físicas y mentales pudieran ejercitarse por igual. Si los colegios estuvieran establecidos sobre el plan que hemos mencionado, no habría ahora tantas mentes desequilibradas.

Dios preparó para Adán y Eva un hermoso jardín. Les proveyó todo lo que sus necesidades requerían. Plantó para ellos árboles fructíferos de todas las variedades. Con una mano generosa los rodeó de sus mercedes. Los árboles creados para su utilidad y belleza, y las flores hermosas que surgían espontáneamente y florecían en rica profusión a su alrededor, no iban a conocer ningún tipo de decadencia. Adán y Eva ciertamente eran ricos. Poseían el Edén. Adán era señor de su hermoso dominio. Nadie puede cuestionar el hecho de que era rico. Pero Dios sabía que Adán no podría ser feliz a menos que tuviera una ocupación. Por lo tanto le dio algo para hacer; debía cultivar el jardín.

Si los hombres y mujeres de esta era degenerada que poseen una gran cantidad de tesoros terrenales -- los que, en comparación con ese Paraíso de belleza y riqueza dado al noble Adán, son muy insignificantes --, sienten que no pueden rebajarse a trabajar y educan a sus hijos para que consideren el trabajo como algo degradante, a pesar de su riqueza, por precepto y ejemplo enseñan a sus hijos que el dinero hace al caballero y a la dama. Pero nuestra idea del caballero y la dama se mide por el intelecto y el valor moral. Dios no lo estima por la vestimenta. La exhortación del inspirado apóstol Pedro es: "Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios". (1 Pedro 3:3, 4) Un espíritu afable y apacible es exaltado por encima del honor o las riquezas mundanales.

El Señor ilustra cómo estima a los ricos del mundo que elevan sus almas a la vanidad a causa de sus posesiones terrenales, mediante el hombre rico que derribó sus graneros y los construyó más grandes para tener espacio a fin de almacenar sus bienes. Olvidándose de Dios, no reconoció de quién provenían todas sus posesiones. No se elevaron expresiones de gratitud a su bondadoso Benefactor. Se felicitaba a sí mismo de esta manera: "Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate". El Amo, que le había confiado riquezas terrenales con las cuales bendecir a sus semejantes y glorificar a su Hacedor, se airó con justicia ante su ingratitud y dijo: "Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios". (Lucas 12:19-21) Aquí tenemos una ilustración de cómo el Dios infinito estima al hombre. Una fortuna cuantiosa, o cualquier grado de riqueza, no asegurará el favor de Dios. Todas estas mercedes y bendiciones vienen de él para probar y desarrollar el carácter del hombre.

Los hombres pueden tener riqueza ilimitada; sin embargo, si no son ricos para con Dios, si no tienen interés en asegurarse para sí el tesoro celestial y la sabiduría divina, son considerados insensatos por su Creador, y los dejamos precisamente donde Dios los deja. El trabajo es una bendición. Es imposible que disfrutemos de salud sin trabajar. Debieran ponerse en uso todas las facultades para que se las pueda desarrollar debidamente y para que los hombres y las mujeres tengan mentes bien equilibradas. Si se les hubiese dado a los jóvenes una educación completa en las diferentes ramas de trabajo, si se les hubiera enseñado el trabajo así como las ciencias, su educación les habría sido de mayor beneficio.

Una tensión constante sobre el cerebro mientras los músculos están inactivos, debilita los nervios, y los estudiantes tienen un deseo casi incontrolable de experimentar cambios y de tener diversiones excitantes. Y cuando se los suelta, después de estar confinados al estudio varias horas por día, están casi salvajes. Muchos nunca han sido controlados en el hogar. Se los ha dejado seguir su inclinación, y piensan que la restricción que experimentan durante las horas de estudio es una exigencia severa que se les impone; y puesto que no tienen nada que hacer después de las horas de estudio, Satanás sugiere los deportes y las travesuras como un cambio. Su influencia sobre otros estudiantes es desmoralizadora. Esos estudiantes que han gozado de los beneficios de la enseñanza religiosa en el hogar, y que ignoran los vicios de la sociedad, frecuentemente llegan a ser los que mejor se relacionan con aquellos cuyas mentes se han formado en un molde inferior, y cuyas ventajas para la cultura mental y la educación religiosa han sido muy limitadas. Y ellos están en peligro, al mezclarse en sociedad con esta clase y respirar una atmósfera que no es elevadora sino que tiende a disminuir y degradar la moral, de hundirse al mismo bajo nivel que sus compañeros. A muchos estudiantes les encanta, en sus horas desocupadas, pasar un tiempo muy divertido. Y muchos de aquellos que son inocentes y puros al dejar sus hogares se corrompen por sus amistades en el colegio.

Me siento inducida a preguntar: ¿Debe sacrificarse todo lo valioso que hay en nuestra juventud a fin de que puedan obtener una educación en el colegio? Si hubiera establecimientos agrícolas e industriales vinculados con nuestros colegios, y se emplearan maestros competentes para educar a los jóvenes en las diferentes ramas de estudio y trabajo, dedicando una porción de cada día al desarrollo mental y una porción al trabajo físico, habría ahora una clase más elevada de jóvenes en el escenario de la acción, para ejercer influencia en el moldeamiento de la sociedad. Muchos de los jóvenes que se graduarían en dichas instituciones saldrían con estabilidad de carácter. Tendrían perseverancia, entereza y valor para superar los obstáculos, y principios tales que no se desviarían por una influencia errónea, por popular que fuera. Tendría que haber habido maestros de experiencia para dar lecciones a las jóvenes en el departamento de arte culinario. Las niñas tendrían que haber recibido instrucciones para confeccionar ropa de vestir, para cortar, hacer y remendar vestidos, y de ese modo adquirir educación para los deberes prácticos de la vida.

Debería haber establecimientos donde los jóvenes pudieran aprender diferentes oficios que ejercitaran sus músculos como también sus facultades mentales. Si los jóvenes pudieran adquirir sólo una educación parcial, ¿cuál sería de mayores consecuencias, la que da un conocimiento de las ciencias -- con todas las desventajas para la salud y la vida --, o la que ofrece un conocimiento del trabajo para la vida práctica? Contestamos sin vacilar: la última. Si una de las dos debe descuidarse, que sea el estudio de los libros.

Hay muchas jóvenes que se han casado y tienen familia, que poseen apenas un escaso conocimiento práctico de los deberes que recaen sobre una esposa y madre. Pueden leer y tocar un instrumento músico, pero no saben cocinar. Son incapaces de hacer un buen pan, lo que es muy esencial para la salud de la familia. No pueden cortar y hacer vestidos, porque nunca aprendieron cómo hacerlo. No consideraban que estas cosas fueran importantes, y en su vida de casadas dependen tanto de otras personas para que les atiendan estos asuntos como sus propios hijitos. Es esta ignorancia inexcusable de los deberes más necesarios de la vida lo que hace desdichadas a muchas familias.

La impresión de que el trabajo es indigno para una vida elegante ha llevado a la tumba a miles que podrían haber vivido. Las personas que realizan sólo ocupaciones manuales frecuentemente trabajan en exceso, sin concederse períodos de descanso; mientras que la clase intelectual exige demasiado esfuerzo al cerebro y sufre por la falta del vigor saludable que le proporcionaría el trabajo físico. Si el intelectual compartiera en cierta medida la carga de la clase trabajadora y fortaleciera así los músculos, la clase obrera podría aliviar un poco su carga y dedicar parte de su tiempo a la cultura mental y moral. Aquellos que tienen ocupaciones sedentarias y literarias necesitan hacer ejercicio físico, aunque no tuvieran que hacerlo con el objeto de obtener recursos. La salud debería ser un atractivo suficiente para inducirlos a unir el trabajo físico con el mental.

Se debe combinar la cultura moral con la intelectual y la física a fin de tener hombres y mujeres bien desarrollados y equilibrados. Algunos están capacitados para ejercitar mayor fuerza intelectual que otros, mientras que otros se inclinan a amar y disfrutar el trabajo físico. Ambas clases deberían tratar de mejorar en lo que son deficientes, para que puedan presentarle a Dios todo su ser en un servicio vivo, santo y agradable, que es su culto racional. Las modas y costumbres de la sociedad elegante no debieran determinar su curso de acción. El inspirado apóstol Pablo añade: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta". (Romanos 12:2)

Las mentes de los hombres que piensan trabajan demasiado. Frecuentemente usan en forma pródiga sus facultades mentales, mientras que hay otra clase cuyo blanco más elevado en la vida es el trabajo físico. Esta última clase no ejercita la mente. Ejercitan sus músculos mientras que sus cerebros son privados de fuerza intelectual, así como las mentes de los hombres intelectuales trabajan [intensamente] mientras que sus cuerpos son despojados de fuerza y vigor por su descuido en ejercitar los músculos. Aquellos que están contentos con dedicar sus vidas al trabajo físico y dejan a otros que piensen para ellos, mientras que ellos simplemente ejecutan lo que otros cerebros han planeado, tendrán fuerza muscular, pero intelectos débiles. Su influencia para el bien es pequeña en comparación con lo que podría ser si usaran sus cerebros al igual que sus músculos. Esta clase cae más rápidamente si es atacada por la enfermedad; el sistema es vigorizado por la fuerza eléctrica del cerebro para resistir la enfermedad.

Las personas que poseen buenas facultades físicas debieran educarse tanto para pensar como para actuar, sin depender de otros para que sean sus cerebros. Muchos caen en el error popular de considerar el trabajo físico como degradante. Por lo tanto los jóvenes están muy ansiosos de educarse para llegar a ser maestros, oficinistas, comerciantes, abogados, y para ocupar casi cualquier posición que no requiera esfuerzo manual. Las jóvenes consideran las tareas domésticas como deshonrosas. Y aunque el trabajo físico requerido para cumplir las tareas domésticas, si no es demasiado severo, está calculado para promover la salud, ellas buscarán una educación que las capacite para llegar a ser maestras u oficinistas, o aprenderán algún oficio que las confine puertas adentro para tener un empleo sedentario. La frescura de la salud desaparece de sus mejillas, y la enfermedad hace presa de ellas, porque están desprovistas de ejercicio físico y por lo general sus hábitos están pervertidos. ¡Todo esto porque es algo de moda! Disfrutan de una vida delicada, sin entender que es sinónimo de debilidad y decadencia.

Es verdad que hay cierto grado de excusa para que las jóvenes no elijan los quehaceres domésticos como su ocupación, puesto que los que emplean a jóvenes para la cocina generalmente las tratan como sirvientas. Frecuentemente sus empleadores no las respetan y las consideran indignas de ser miembros de sus familias. No les otorgan los privilegios que les dan a la modista, la copista o la profesora de música. Pero no puede haber una ocupación más importante que la de atender los quehaceres domésticos. Cocinar bien, presentar alimentos saludables sobre la mesa en una manera atractiva requiere inteligencia y experiencia. La persona que prepara el alimento que ha de colocarse en nuestros estómagos, para convertirse en sangre que nutra el sistema, ocupa una posición sumamente importante y elevada. La posición de copista, modista o profesora de música no puede igualarse en importancia a la de la cocinera.

Lo que precede es una declaración de lo que podría haberse hecho mediante un sistema adecuado de educación. El tiempo es demasiado corto ahora para llevar a cabo lo que podría haberse hecho en generaciones pasadas, pero podemos hacer mucho, aun en estos últimos días, para corregir los males existentes en la educación de la juventud. Y debido a que el tiempo es corto, deberíamos trabajar en serio, ardorosamente, para darles a los jóvenes esa educación que es compatible con nuestra fe. Somos reformadores. Deseamos que nuestros hijos estudien para obtener el máximo beneficio. A fin de lograrlo, se les debería dar ocupaciones que pongan sus músculos en ejercicio. El trabajo diario, sistemático, debiera constituir una parte de la educación de la juventud, aun en esta hora tardía. Puede ganarse mucho actualmente al vincular el trabajo con los colegios. Al seguir este plan los estudiantes obtendrán elasticidad de espíritu y vigor de pensamiento, y podrán realizar más trabajo mental en un tiempo dado que lo que podrían hacer sólo mediante el estudio. Y pueden dejar el colegio con su constitución física intacta y con fuerza y valor para perseverar en cualquier posición en la cual la providencia de Dios quiera colocarlos.

Debido a que el tiempo es breve, deberíamos trabajar con diligencia y doblada energía. Quizás nuestros hijos nunca puedan entrar a una universidad, pero pueden obtener una educación en ramas esenciales del saber a la que podrán recurrir con el fin de darle un uso práctico, a la vez que cultivan su mente y emplean bien sus facultades. Muchos jóvenes que han cursado estudios universitarios no han obtenido esa verdadera educación de la que pueden valerse con fines prácticos. Pueden decir que han conseguido un título universitario, pero en realidad no son más que unos ignorantes con un diploma.

Hay muchos jóvenes cuyos servicios Dios aceptaría si se consagraran a él sin reservas. Si ellos ejercitaran sus facultades mentales en el servicio de Dios, que [actualmente] usan para servirse ellos mismos y adquirir propiedades, llegarían a ser obreros empeñosos, perseverantes y exitosos en la viña del Señor. Muchos de nuestros jóvenes debieran dirigir su atención al estudio de las Escrituras, para que Dios pueda usarlos en su causa. Pero no llegan a ser tan inteligentes en el conocimiento espiritual como en las cosas temporales; por lo tanto fallan en hacer la obra de Dios que podrían llevar a cabo aceptablemente. Hay muy pocos para amonestar a los pecadores y ganar almas para Cristo, cuando debería haber muchos. Nuestros jóvenes generalmente son versados en los asuntos mundanales, pero no son entendidos en las cosas del reino de Dios. Podrían conducir sus mentes por un cauce celestial, divino, y caminar en la luz, yendo de un grado de luz y fuerza a otro hasta que pudieran dirigir a los pecadores a Cristo y señalar a los incrédulos y desanimados una huella brillante hacia el cielo. Y cuando la lucha termine, podrían ser bienvenidos al gozo de su Señor.

Los jóvenes no debieran emprender el trabajo de explicar las Escrituras y dar conferencias sobre las profecías cuando no conocen las verdades importantes de la Biblia que tratan de explicar a otros. Quizás sean deficientes en las ramas comunes de la educación y por lo tanto fracasan al tratar de alcanzar la medida de bien que podrían hacer si hubieran tenido las ventajas de un buen colegio. La ignorancia no aumentará la humildad ni la espiritualidad de ningún profeso seguidor de Cristo. Las verdades de la Palabra divina pueden ser apreciadas mejor por un cristiano intelectual. Cristo puede ser mejor glorificado por aquellos que le sirven inteligentemente. El gran objetivo de la educación es capacitarnos para usar las facultades que Dios nos ha dado de tal manera que representemos mejor la religión de la Biblia y promovamos la gloria de Dios.

Estamos en deuda para con Aquel que nos dio la existencia, por todos los talentos que nos ha confiado; y le debemos a nuestro Creador la obligación de cultivar y mejorar los talentos que nos ha encomendado. La educación disciplinará la mente, desarrollará sus facultades, y las orientará en forma inteligente, para que podamos ser útiles en promover la gloria de Dios. Necesitamos un colegio donde a los que acaban de entrar en el ministerio se les puedan enseñar por lo menos las ramas corrientes de la educación y donde también puedan aprender más perfectamente las verdades de Dios para este tiempo. En relación con estas escuelas, deberían darse conferencias sobre las profecías. Aquellos que realmente tienen buenas aptitudes, como las que Dios acepta para que trabajen en su viña, se beneficiarían grandemente con sólo unos pocos meses de instrucción en una institución tal.