El mensaje a la iglesia de Laodicea es una denuncia sorprendente y se aplica al actual pueblo de Dios.
"Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo". (Apocalipsis 3:14-17)
El Señor nos muestra aquí que el mensaje que deben dar a su pueblo los ministros que él ha llamado para que amonesten a la gente no es un mensaje de paz y seguridad. No es meramente teórico, sino práctico en todo detalle. En el mensaje a los laodicenses, los hijos de Dios son presentados en una posición de seguridad carnal. Están tranquilos, creyéndose en una exaltada condición de progreso espiritual. "Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo".
¡Qué mayor engaño puede penetrar en las mentes humanas que la confianza de que en ellos todo está bien cuando todo anda mal! El mensaje del Testigo Fiel encuentra al pueblo de Dios sumido en un triste engaño, aunque crea sinceramente dicho engaño. No sabe que su condición es deplorable a la vista de Dios. Aunque aquellos a quienes se dirige el mensaje del Testigo Fiel se lisonjean de que se encuentran en una exaltada condición espiritual, dicho mensaje quebranta su seguridad con la sorprendente denuncia de su verdadera condición de ceguera, pobreza y miseria espirituales. Este testimonio tan penetrante y severo no puede ser un error, porque es el Testigo Fiel el que habla y su testimonio debe ser correcto.
A los que se sienten seguros por causa de sus progresos y se creen ricos en conocimiento espiritual, les cuesta recibir el mensaje que declara que están engañados y necesitan toda gracia espiritual. El corazón que no ha sido santificado es engañoso "más que todas las cosas, y perverso". (Jeremías 17:9) Se me mostró que muchos se ilusionan creyéndose buenos cristianos, aunque no tienen un solo rayo de la luz de Jesús. No tienen una viva experiencia personal en la vida divina. Necesitan humillarse profunda y cabalmente delante de Dios antes de sentir su verdadera necesidad de realizar esfuerzos fervientes y perseverantes para obtener los preciosos dones del Espíritu.
Dios conduce a su pueblo paso a paso. La vida cristiana es una constante batalla y una marcha. No hay descanso de la lucha. Es mediante esfuerzos constantes e incesantes como nos mantenemos victoriosos sobre las tentaciones de Satanás. Como pueblo, estamos triunfando en la claridad y fuerza de la verdad. Somos plenamente sostenidos en nuestra posición por una abrumadora cantidad de claros testimonios bíblicos. Pero somos muy deficientes en humildad, paciencia, fe, amor, abnegación, vigilancia y espíritu de sacrificio según la Biblia. Necesitamos cultivar la santidad bíblica. El pecado prevalece entre el pueblo de Dios. El claro mensaje de reprensión enviado a los laodicenses no es recibido. Muchos se aferran a sus dudas y pecados predilectos, a la par que están tan engañados que hablan y sienten como si nada necesitaran. Piensan que es innecesario el testimonio de reproche del Espíritu de Dios, o que no se refiere a ellos. Los tales se hallan en la mayor necesidad de la gracia de Dios y de discernimiento espiritual para poder descubrir su falta de conocimiento espiritual. Les falta casi toda cualidad necesaria para perfeccionar un carácter cristiano. No tienen el conocimiento práctico de la verdad bíblica que induce a la humildad en la vida y a conformar la voluntad a la de Cristo. No viven obedeciendo a todos los requerimientos de Dios.
No es suficiente el simple hecho de profesar creer la verdad. Todos los soldados de la cruz de Cristo se obligan virtualmente a entrar en la cruzada contra el adversario de las almas, a condenar lo malo y sostener la justicia. Pero el mensaje del Testigo Fiel revela el hecho de que nuestro pueblo está sumido en un terrible engaño, que impone la necesidad de amonestarlo para que interrumpa su sueño espiritual y se levante a cumplir una acción decidida.
En mi última visión se me mostró que este mensaje decidido del Testigo Fiel no ha cumplido aún el designio de Dios. La gente duerme en sus pecados. Continúa declarándose rica, y sin necesidad de nada. Muchos preguntan: ¿Por qué se dan todos estos reproches? ¿Por qué los Testimonios nos acusan continuamente de apostasía y graves pecados? Amamos la verdad; estamos prosperando; no necesitamos esos testimonios de amonestación y reproche. Pero miren sus corazones murmuradores y comparen su vida con las enseñanzas prácticas de la Biblia; humillen sus almas delante de Dios; ilumine la gracia de Dios las tinieblas; y caerán las escamas de sus ojos y se percatarán de su verdadera pobreza y miseria espirituales. Sentirán la necesidad de comprar oro, que es la fe y el amor puro; ropa blanca, que es el carácter inmaculado, purificado en la sangre de su amado Redentor; y colirio, que es la gracia de Dios, y que les dará un claro discernimiento de las cosas espirituales para descubrir el pecado. Estas cosas son más preciosas que el oro de Ofir.
Se me ha mostrado que la mayor razón por la cual los hijos de Dios se encuentran ahora en este estado de ceguera espiritual, es que no quieren recibir la corrección. Muchos han despreciado los reproches y amonestaciones que se les dirigieron. El Testigo Fiel condena la tibieza de los hijos de Dios, que confiere a Satanás gran poder sobre ellos en este tiempo de espera y vigilancia. Los egoístas, los orgullosos y los amantes del pecado se ven siempre asaltados por dudas. Satanás sabe sugerir dudas e idear objeciones contra el testimonio directo que Dios envía, y muchos piensan que es una virtud, un indicio de inteligencia ser incrédulos, dudar y argüir. Los que desean dudar tendrán bastante oportunidad de hacerlo. Dios no se propone suprimir todo motivo de incredulidad. Él da evidencias que deben ser investigadas cuidadosamente con mente humilde y espíritu dispuesto a recibir enseñanza; y todos deben decidir por el peso de las evidencias.
La vida eterna es de valor infinito y nos costará todo lo que poseemos. Se me mostró que no estimamos debidamente las cosas eternas. Todo lo que es digno de posesión, aun en este mundo, debe obtenerse mediante esfuerzo y a veces por el sacrificio más penoso. Y ello es tan sólo para obtener un tesoro perecedero. ¿Estaremos menos dispuestos a soportar conflictos y trabajos y a hacer esfuerzos fervientes y grandes sacrificios, para obtener un tesoro que es de valor incalculable y una vida que se mide con la del Infinito? ¿Puede el cielo costarnos demasiado?
La fe y el amor son tesoros áureos, elementos que faltan en gran manera entre el pueblo de Dios. Se me ha mostrado que la incredulidad en los testimonios de amonestación, estímulo y reproche está apartando la luz del pueblo de Dios. La incredulidad les cierra los ojos para que ignoren su verdadera condición. El Testigo Fiel describe así su ceguera: "Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo". (Apocalipsis 3:17)
La fe en la pronta venida de Cristo se está desvaneciendo. "Mi señor tarda en venir" (Mateo 24:48), es no sólo lo que se dice en el corazón, sino que se expresa en palabras y muy definidamente en las obras. En este tiempo de vigilia, el estupor anubla los sentidos del pueblo de Dios con respecto a las señales de los tiempos. La terrible iniquidad que tanto abunda requiere la mayor diligencia y el testimonio vivo para impedir que el pecado penetre en la iglesia. La fe ha estado disminuyendo en grado temible, y únicamente el ejercicio puede hacerla aumentar.
Cuando nació el mensaje del tercer ángel, los que se dedicaban a la obra de Dios tenían algo que arriesgar, tenían que hacer sacrificios. Empezaron esta obra en la pobreza y sufrieron las mayores privaciones y oprobios. Arrostraban una oposición resuelta que los impulsaba hacia Dios en su necesidad y mantenía viva su fe. Nuestro actual plan de la benevolencia sistemática sostiene ampliamente a nuestros predicadores y no hay necesidad de que ellos ejerzan fe en que serán sostenidos. Los que ahora emprenden la predicación de la verdad no tienen nada que arriesgar. No corren peligros, ni tienen que hacer sacrificios especiales. El sistema de la verdad está listo y a mano, y se provee a los obreros de publicaciones que defienden las verdades que ellos promulgan.
Algunos jóvenes se inician en la obra sin tener un sentimiento real de su exaltado carácter. No tienen que soportar privaciones, penurias ni severos conflictos que requerirían el ejercicio de la fe. No cultivan la abnegación práctica ni albergan un espíritu de sacrificio. Algunos se están poniendo orgullosos y engreídos, y no tienen verdadera preocupación por la obra. El Testigo Fiel dice a estos ministros: "Sé, pues, celoso, y arrepiéntete" (Apocalipsis 3:19) Algunos de ellos se ensoberbecen tanto que son realmente un estorbo y una maldición para la preciosa causa de Dios. No ejercen una influencia salvadora sobre los demás. Estos hombres necesitan convertirse cabalmente a Dios y ser santificados por las verdades que presentan a otros.
Testimonios directos en la iglesia
Muchos se sienten impacientes e irritados porque son frecuentemente molestados por amonestaciones y reproches que les hacen acordar de sus pecados. Dice el Testigo Fiel: "Yo conozco tus obras". (Apocalipsis 3:15) Los motivos, los propósitos, la incredulidad, las sospechas y los celos, pueden ocultarse de los hombres, pero no de Cristo. El Testigo Fiel viene como consejero: "Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono". (Apocalipsis 3:18-21)
Los que son reprendidos por el Espíritu de Dios no deben levantarse contra el humilde instrumento. Es Dios, y no un mortal sujeto a error, quien ha hablado para salvarlos de la ruina. Los que desprecian la amonestación serán dejados en las tinieblas y se engañarán ellos mismos. Pero los que la escuchen y se dediquen celosamente a la obra de apartar sus pecados de sí a fin de tener las gracias necesarias, estarán abriendo la puerta de su corazón para que el amado Salvador pueda entrar y morar con ellos. Esta clase de personas se encontrará siempre en perfecta armonía con el testimonio del Espíritu de Dios.
Los ministros que predican la verdad presente no deben descuidar el solemne mensaje dirigido a los laodicenses. El testimonio del Testigo Fiel no es un mensaje suave. El Señor no nos dice: "Estáis más o menos bien; habéis soportado castigos y reproches que nunca merecisteis; habéis sido innecesariamente desalentados por la severidad; no sois culpables de los males y pecados por los cuales se os reprendió".
El Testigo Fiel declara que cuando uno supone que está en buenas condiciones de prosperidad, realmente lo necesita todo. No es suficiente que los ministros presenten temas teóricos; deben también presentar los temas prácticos. Deben estudiar las lecciones prácticas que Cristo dio a sus discípulos, y hacer una detenida aplicación de las mismas a sus propias almas y a las de la gente. Porque Cristo da este testimonio de reprensión, ¿supondremos que le faltan sentimientos de tierno amor hacia su pueblo? ¡Oh, no! El que murió para redimir al hombre de la muerte, ama con amor divino, y a aquellos a quienes ama los reprende. "Yo reprendo y castigo a todos los que amo". Pero muchos no quieren recibir el mensaje que el cielo les manda gracias a su misericordia. No pueden soportar que se les hable de su negligencia en el cumplimiento del deber, ni de sus malas acciones, de su egoísmo, orgullo y amor al mundo.
Se me mostró que Dios ha colocado sobre mi esposo y sobre mí la obra especial la de dar un testimonio claro a su pueblo, y alzar la voz en alto y no detenernos, para mostrar al pueblo sus transgresiones y a la casa de Israel sus pecados. Pero hay algunos que no aceptarán el mensaje de reprensión, y levantarán las manos para escudar a aquellos a quienes Dios reprobaría y corregiría. Siempre se los encuentra simpatizando con las personas a quienes Dios quisiera hacerles sentir su verdadera pobreza.
La palabra del Señor, hablada mediante sus siervos, es recibida por muchos con objeciones y temores. Y muchos diferirán su obediencia a las advertencias y reprensiones dadas, esperando hasta que toda sombra de incertidumbre sea quitada de sus mentes. La incredulidad que demanda conocimiento perfecto [antes de obedecer] nunca cederá a la evidencia que Dios se complace en dar. Él requiere de su pueblo una fe que descansa sobre el peso de la evidencia, no sobre un conocimiento perfecto. Los seguidores de Cristo que aceptan la luz que Dios les envía, deben obedecer la voz de Dios que les habla, cuando hay muchas otras voces que protestan contra ella. Distinguir la voz de Dios requiere discernimiento.
Aquellos que no actúan cuando el Señor los llama, sino que esperan tener evidencias más seguras y oportunidades más favorables, caminarán en tinieblas, porque la luz será retirada. La evidencia dada un día, si es rechazada, puede ser que nunca se repita. Muchos son tentados respecto a nuestra obra y la ponen en duda. Algunos, en su condición tentada, le echan la culpa de las dificultades y perplejidades del pueblo de Dios a los testimonios de reproche que les hemos dado. Piensan que el problema está con los que comunican el mensaje de advertencia, que señalan los pecados del pueblo y corrigen sus errores. Muchos son engañados por el adversario de las almas. Piensan que las labores de los esposos White serían aceptables si no estuvieran continuamente condenando el error y reprendiendo el pecado. Se me mostró que Dios nos ha impuesto este trabajo, y cuando se nos impide reunirnos con su pueblo y dar nuestro testimonio y contrarrestar las conjeturas y celos de los no consagrados, entonces Satanás presiona muy fuertemente con sus tentaciones. Las personas que siempre toman el lado de las objeciones y las dudas, se sienten libres para sugerir sus dudas e insinuar su incredulidad. Algunos tienen dudas santurronas y aparentemente muy concienzudas y piadosas, que dejan caer cautelosamente, pero que tienen diez veces más poder para fortalecer a los que están equivocados, y reducir nuestra influencia y debilitar la confianza del pueblo de Dios en nuestra obra, que si las presentaran más francamente. Vi que estas pobres almas están engañadas por Satanás. Se hacen la ilusión de que están en lo correcto, que disfrutan del favor de Dios y que son ricos en discernimiento espiritual, cuando son pobres, ciegos y miserables. Están haciendo la obra de Satanás, pero piensan que tienen un celo por Dios.
Algunos no recibirán el testimonio que Dios nos ha dado para transmitir, lisonjeándose de que nosotros podemos estar engañados y que ellos pueden estar en lo correcto. Piensan que el pueblo de Dios no necesita reproches ni que se lo trate en forma directa, pero que Dios está con ellos. Estos tentados, cuyas almas han estado siempre en guerra con la fiel reprensión del pecado, clamarán: Háblennos cosas agradables. ¿Qué harán ellos con el mensaje del Testigo Fiel a los laodicenses? No podemos engañarnos aquí. Los siervos de Dios deben dar este mensaje a una iglesia tibia. Debe despertar a su pueblo de su seguridad y de su engaño peligroso respecto a su verdadera posición ante Dios. Este testimonio, si es recibido, despertará a la acción y conducirá a la humillación propia y la confesión de los pecados. El Testigo Verdadero dice: "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente". (Apocalipsis 3:15) Y nuevamente: "Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete". (Vers. 19) Luego viene la promesa: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono". (Vers. 20, 21)
El pueblo de Dios debe ver sus errores y despertar a un arrepentimiento celoso y eliminar esos pecados que los han llevado a esa condición deplorable de pobreza, ceguera, miseria y engaño terrible. Se me mostró que el testimonio directo debe subsistir en la iglesia. Sólo esto responderá al mensaje a los laodicenses. Deben reprobarse los errores, el pecado debe llamarse pecado, y la iniquidad debe enfrentarse presta y decididamente, y ser desechada de entre nosotros como pueblo.
La lucha contra el espíritu de Dios
Aquellos que tienen un espíritu de oposición contra la obra que por veintiséis años el Espíritu de Dios nos ha impulsado a hacer, y que derribarían nuestro testimonio, vi que no están peleando contra nosotros, sino contra Dios, quien ha puesto sobre nosotros la carga de un trabajo que no ha dado a otros. Aquellos que ponen en tela de juicio y emplean subterfugios, y piensan que es una virtud dudar, y que se desaniman; aquellos que han sido los medios para hacer difícil nuestro trabajo con el fin de debilitar nuestra fe, esperanza y valor, han sido los que suponen lo malo, que insinúan acusaciones suspicaces y vigilan celosamente buscando una ocasión contra nosotros. Dan por sentado que porque tenemos debilidades humanas, esto constituye una evidencia positiva de que estamos equivocados y ellos están en lo correcto. Si pueden encontrar una apariencia de algo que pueden usar para perjudicarnos, lo hacen con un espíritu de triunfo y están listos para señalar nuestro trabajo de reprender el error y condenar el pecado, y denunciarlo como un espíritu duro y dictatorial.
Pero si bien no aceptamos su versión de nuestro caso como la razón de nuestras aflicciones, si bien sostenemos que Dios nos ha asignado un trabajo más difícil que el que ha dado a otros, reconocemos con humildad de alma y con arrepentimiento que nuestra fe y valor han sido severamente probados y que a veces no hemos confiado enteramente en aquel que nos ha fijado nuestro trabajo. Cuando nuevamente reunimos valor, después de dolorosos chascos y pruebas, lamentamos profundamente que alguna vez hayamos desconfiado de Dios, cedido a la debilidad humana, y permitido que el desánimo nublara nuestra fe y disminuyera nuestra confianza en Dios. Se me ha mostrado que los siervos de Dios de la antigüedad sufrieron chascos y desalientos así como nosotros, pobres mortales. Estábamos en buena compañía; no obstante, esto no nos excusó.
Como mi esposo ha permanecido a mi lado para sostenerme en mi trabajo y ha dado un testimonio claro al unísono con la obra del Espíritu de Dios, muchos sintieron que era él quien los estaba injuriando personalmente, cuando fue el Señor quien depositó la carga sobre él y quien, a través de su siervo, los estaba reprendiendo y tratando de llevarlos [a un sitio en su experiencia espiritual] donde se arrepintieran de sus errores y tuvieran el favor de Dios.
Aquellos a quienes Dios ha escogido para una obra importante siempre han sido recibidos con desconfianza y sospechas. Antiguamente, cuando Elías fue enviado con un mensaje de Dios al pueblo, no prestaron atención a la advertencia. Pensaron que él era innecesariamente severo. Hasta pensaron que debía haber perdido el juicio porque los denunciaba a ellos, el pueblo favorecido de Dios, como pecadores, y sus delitos como de un carácter tan grave que los juicios de Dios se levantarían contra ellos. Satanás y su hueste siempre se han unido contra aquellos que llevan el mensaje de amonestación y que reprenden los pecados. Los no consagrados también se unirán con el adversario de las almas para hacer tan difícil como sea posible el trabajo de los fieles siervos de Dios.
Si mi esposo ha sido presionado en forma excesiva y se ha desanimado y abatido, y si a veces no hemos visto nada deseable en la vida que pudiera atraernos, esto no es nada extraño ni nuevo. Elías, uno de los grandes y poderosos profetas de Dios, cuando huyó por su vida de la ira de la furiosa Jezabel, como fugitivo cansado y agotado por el viaje, deseó morir en vez de vivir. Su chasco amargo respecto a la fidelidad de Israel había aplastado su espíritu, y sintió que no podía confiar más en el hombre. En el día de la aflicción y la oscuridad de Job, él declaró estas palabras: "Perezca el día en que yo nací". (Job 3:3)
Aquellos que no están acostumbrados a sentir en lo más profundo [el celo por la obra de Dios], que no se han visto abrumados por las cargas como un carro bajo las espigas, y que nunca tuvieron sus intereses tan estrechamente identificados con la causa y la obra de Dios que ésta pareciera ser parte de su mismo ser y más cara para ellos que la vida, no pueden apreciar los sentimientos de mi esposo más de lo que Israel pudo apreciar los sentimientos de Elías. Lamentamos profundamente haber estado descorazonados, cualesquiera hayan sido las circunstancias.
El caso de Acab, una advertencia
Bajo el gobierno pervertido de Acab, Israel se apartó de Dios y corrompió sus caminos ante él. "Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él. Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró. E hizo altar a Baal, en el templo de Baal que él edificó en Samaria. Hizo también Acab una imagen de Asera, haciendo así Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel". (1 Reyes 16:30-33)
Acab era débil en fuerza moral. No tenía un sentido elevado de las cosas sagradas: era egoísta y sin principios. Su unión matrimonial con una mujer de carácter resuelto y temperamento positivo, que estaba dedicada a la idolatría, los convirtió a ambos en agentes especiales de Satanás para llevar al pueblo de Dios a la idolatría y a una apostasía terrible. El espíritu decidido de Jezabel moldeó el carácter de Acab. Su naturaleza egoísta era incapaz de apreciar las misericordias de Dios hacia su pueblo y sus obligaciones para con Dios como el guardián y dirigente de Israel. El temor de Dios estaba disminuyendo cada día en Israel. Las manifestaciones blasfemas de su idolatría ciega se veían entre el pueblo de Dios. No había nadie que se atreviera a exponer su vida oponiéndose abiertamente a la idolatría blasfema que prevalecía. Los altares de Baal, y los sacerdotes de Baal que hacían sacrificios al sol, la luna y las estrellas, eran conspicuos por todas partes. Habían consagrado templos y bosquecillos donde se colocaban las obras de los hombres para que fueran adoradas. Los beneficios que Dios daba a su pueblo no provocaban en ellos gratitud al Dador. Todas las mercedes del cielo -- los arroyos desbordantes, las corrientes de aguas vivas, el suave rocío, las lluvias que refrescaban la tierra y hacían que los campos produjeran abundantemente --, las atribuían al favor de sus dioses.
El alma fiel de Elías estaba afligida. Se despertó su indignación y sintió celo por la gloria de Dios. Vio que Israel se había hundido en una apostasía terrible. Y cuando recordó las grandes cosas que Dios había hecho por ellos, se sintió abrumado de tristeza y asombro. Pero todo esto fue olvidado por la mayoría de las personas. Fue ante el Señor y, con su alma atormentada de angustia, le rogó que salvara a su pueblo, si fuera necesario mediante juicios. Le suplicó a Dios que retirara de su pueblo ingrato el rocío y la lluvia, los tesoros del cielo, para que el Israel apóstata pudiera esperar en vano que sus dioses, sus ídolos de oro, madera y piedra, el sol, la luna y las estrellas, regaran y enriquecieran la tierra, y la hicieran producir abundantemente. El Señor le dijo a Elías que había oído su oración y que retiraría el rocío y la lluvia de su pueblo hasta que ellos se volvieran a él con arrepentimiento.
Pecado y castigo de Acán
Dios había protegido especialmente a su pueblo para que no se mezclara con las naciones idólatras que lo rodeaban, y así sus corazones fueran seducidos por los atractivos bosquecillos y lugares sagrados, los templos y altares que eran arreglados en la manera más costosa y seductora a fin de pervertir los sentidos, de tal manera que Dios fuera suplantado en la mente de la gente.
La ciudad de Jericó estaba entregada a la idolatría más extravagante. Los habitantes eran muy ricos, pero todas las riquezas que Dios les había dado las consideraban como el don de sus dioses. Tenían oro y plata en abundancia; pero, como el pueblo antediluviano, eran corruptos y blasfemos, e insultaban y provocaban al Dios del cielo mediante sus obras malvadas. Los juicios de Dios se despertaron contra Jericó, que era una fortaleza. Pero el mismo Capitán de la hueste del Señor vino del cielo para dirigir a los ejércitos celestiales en un ataque a la ciudad. Ángeles de Dios asieron las masivas murallas y las derribaron. Dios había dicho que la ciudad de Jericó debía ser maldita y que todos deberían perecer excepto Rahab y su familia. Se debía salvar a éstos por el favor que Rahab había hecho a los mensajeros del Señor. La palabra del Señor al pueblo fue: "Vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis". (Josué 6:18) "En aquel tiempo hizo Josué un juramento, diciendo: Maldito delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. Sobre su primogénito eche los cimientos de ella, y sobre su hijo menor asiente sus puertas". (Vers. 26)
Dios fue muy exigente en cuanto a Jericó, no fuera que el pueblo se encantara con las cosas que los habitantes habían adorado y sus corazones se apartaran de Dios. Previno a su pueblo con órdenes muy absolutas; sin embargo, a pesar de la orden solemne de Dios mediante la boca de Josué, Acán se atrevió a transgredirla. Su codicia lo condujo a tomar de los tesoros que Dios le había prohibido que tocara porque la maldición de Dios estaba sobre ellos. Y debido al pecado de este hombre, el Israel de Dios fue tan débil como agua ante sus enemigos.
Josué y los ancianos de Israel estaban en gran aflicción. Se postraron ante el arca de Dios en la humillación más abyecta porque el Señor estaba airado con su pueblo. Oraron y lloraron ante Dios. El Señor habló a Josué: "Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros". (Josué 7:10-12)
El deber de reprender el pecado
Se me ha mostrado que Dios ilustra aquí cómo considera el pecado de los que profesan ser el pueblo que guarda sus mandamientos. Aquellos a quienes él ha honrado especialmente haciéndoles presenciar las notables manifestaciones de su poder, como al antiguo Israel, y que aun así se atreven a despreciar sus expresas indicaciones, serán objeto de su ira. Quiere enseñar a su pueblo que la desobediencia y el pecado le ofenden excesivamente, y que no se los debe considerar livianamente. Nos muestra que cuando su pueblo es hallado en pecado, debe inmediatamente tomar medidas decisivas para apartar el pecado de sí, a fin de que el desagrado de Dios no descanse sobre él. Pero si los que ocupan puestos de responsabilidad pasan por alto los pecados del pueblo, su desagrado pesará sobre ellos, y el pueblo de Dios será tenido en conjunto por responsable de esos pecados. En su trato con su pueblo en lo pasado, el Señor reveló la necesidad de purificar la iglesia del mal. Un pecador puede difundir tinieblas que privarán de la luz de Dios a toda la congregación. Cuando el pueblo comprende que las tinieblas se asientan sobre él y no conoce las causas, debe buscar a Dios con gran humillación, hasta que se hayan descubierto y desechado los males que agravian su Espíritu.
El prejuicio que se ha levantado contra nosotros porque hemos reprendido los males cuya existencia Dios me reveló, y la acusación que se ha suscitado de que somos duros y severos, son injustos. Dios nos ordena hablar, y no queremos callar. Si hay males evidentes entre su pueblo, y si los hijos de Dios los pasan por alto con indiferencia, en realidad éstos sostienen y justifican al pecador, son igualmente culpables y causarán como aquél el desagrado de Dios, porque serán hechos responsables de los pecados de los culpables. Se me han mostrado en visión muchos casos que provocaron el desagrado de Dios por la negligencia de sus siervos al tratar con los males y pecados que existían entre ellos. Los que excusaron estos males fueron considerados por el pueblo como personas de disposición muy amable, simplemente porque rehuían el desempeño de un claro deber bíblico. La tarea no era agradable para sus sentimientos; por lo tanto la eludían.
El espíritu de odio que ha existido entre algunos porque fueron reprendidos los males que reinaban entre el pueblo de Dios, ha ocasionado ceguera y un terrible engaño para sus almas, haciéndoles imposible discriminar entre lo bueno y lo malo. Los tales han apagado su propia visión espiritual. Pueden presenciar los males, pero no se sienten como se sentía Josué, ni se humillan al advertir el peligro de las almas.
El verdadero pueblo de Dios, que toma a pecho el espíritu de la obra del Señor y la salvación de las almas, verá siempre al pecado en su verdadero carácter pecaminoso. Estará siempre de parte de los que denuncian claramente los pecados que tan fácilmente asedian a los hijos de Dios. Especialmente en la obra final que se hace en favor de la iglesia, en el tiempo del sellamiento de los ciento cuarenta y cuatro mil que han de subsistir sin defecto delante del trono de Dios, sentirán muy profundamente los yerros de los que profesan ser hijos de Dios. Esto lo expone con mucho vigor la ilustración que presenta el profeta acerca de la última obra, bajo la figura de los hombres que tenían sendas armas destructoras en las manos. Entre ellos había uno vestido de lino que tenía a su lado un tintero. "Y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella". (Ezequiel 9:4)
¿Quiénes siguen el consejo de Dios en este tiempo? ¿Son los que excusan virtualmente los yerros de entre el profeso pueblo de Dios, y quienes murmuran en su corazón, si no abiertamente, contra los que quisieran reprender el pecado? ¿Son aquellos que se les oponen y simpatizan con los que contemporizan con el mal? No, en verdad. A menos que se arrepientan, y dejen la obra satánica de oprimir a los que tienen la preocupación de la obra, y de dar la mano a los pecadores de Sion, nunca recibirán el sello de la aprobación de Dios. Caerán en la destrucción general de los impíos, representada por la obra de los hombres que llevaban armas. Nótese esto con cuidado: Los que reciban la marca pura de la verdad, desarrollada en ellos por el poder del Espíritu Santo y representada por el sello del hombre vestido de lino, son los que "gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen" en la iglesia. Su amor por la pureza y el honor y la gloria de Dios es tal, y tienen una visión tan clara del carácter excesivamente pecaminoso del pecado, que se los representa agonizando, suspirando y llorando. Léase el capítulo noveno de Ezequiel.
Pero la matanza general de todos los que no ven así el amplio contraste entre el pecado y la justicia, y no tienen los sentimientos de aquellos que siguen el consejo de Dios y reciben la señal, está descrita en la orden dada a los cinco hombres con armas: "Pasad por la ciudad en pos de él, y matad; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad a viejos, jóvenes y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno; pero a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi santuario". (Ezequiel 9:5, 6)
En el caso del pecado de Acán, Dios dijo a Josué: "Ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros". (Josué 7:12) ¿Cómo se compara este caso con la conducta seguida por los que no quieren alzar la voz contra el pecado y el mal, sino que siempre simpatizan con aquellos que perturban el campamento de Israel con sus pecados? Dios dijo a Josué: "No podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros". (Vers. 13) Pronunció el castigo que debía seguir a la transgresión de su pacto.
Josué inició entonces una diligente búsqueda para descubrir al culpable. Consideró a Israel por tribus, luego por familias, y al fin individualmente; y Acán fue descubierto como el culpable. Pero, a fin de que el asunto fuera claro para todo Israel y que no hubiera ocasión de murmurar y decir que se había hecho sufrir a un inocente, Josué obró con método. Sabía que Acán era el transgresor y que había ocultado su pecado y provocado la ira de Dios contra su pueblo. Indujo discretamente a Acán a que confesara su pecado, a fin de que el honor y la justicia de Dios fueran vindicados delante de Israel.
"Entonces Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras.
"Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello. Josué entonces envió mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda; y he aquí estaba escondido en su tienda, y el dinero debajo de ello. Y tomándolo de en medio de la tienda, lo trajeron a Josué y a todos los hijos de Israel, y lo pusieron delante de Jehová. Entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán hijo de Zera, el dinero, el manto, el lingote de oro, sus hijos, sus hijas, sus bueyes, sus asnos, sus ovejas, su tienda y todo cuanto tenía, y lo llevaron todo al valle de Acor. Y le dijo Josué: ¿Por qué nos has turbado? Túrbete Jehová en este día. Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos". (Josué 7:19-25)
El Señor dijo a Josué que Acán no solamente había tomado las cosas que él les había encargado positivamente que no se tocaran, para no incurrir en maldición, sino que también las había ocultado. El Señor había dicho que Jericó y todos sus despojos debían ser consumidos, excepto el oro y la plata, que habían de reservarse para la tesorería del Señor. La victoria que fue la toma de Jericó no se obtuvo por la guerra, ni porque el pueblo se expusiera a peligros. El Capitán del ejército de Jehová había conducido las huestes del cielo. La batalla había sido del Señor; era él quien la había peleado. Los hijos de Israel no asestaron un solo golpe. La victoria y la gloria pertenecían al Señor, y los despojos eran suyos. Indicó que todo debía ser consumido excepto el oro y la plata que se reservaban para su tesorería. Acán comprendía bien la reserva hecha y sabía que los tesoros de oro y plata que él codiciaba pertenecían al Señor. Robó a la tesorería del Señor para su propio beneficio.
Codicia entre el pueblo de Dios
Vi que muchos que profesan estar guardando los mandamientos de Dios se están apropiando para su propio uso de los medios que el Señor les ha confiado y que debieran entrar en su tesorería. Le roban a Dios en los diezmos y las ofrendas. Encubren y retienen lo que es de Dios para su propio perjuicio. Acarrean escasez y pobreza para sí y oscuridad sobre la iglesia debido a su codicia, su encubrimiento y el hecho de robar a Dios en los diezmos y en las ofrendas.
Vi que muchas almas se hundirán en tinieblas a causa de su codicia. El testimonio claro y directo debe vivir en la iglesia, o la maldición de Dios descansará sobre su pueblo tan seguramente como lo hizo sobre el antiguo Israel debido a sus pecados. Dios considera a su pueblo como un cuerpo, responsable por los pecados que existen en los individuos que están entre ellos. Si los dirigentes de la iglesia descuidan la investigación diligente de los pecados que traen el desagrado de Dios sobre el cuerpo, llegan a ser responsables por estos pecados. Pero el trato con las mentes es la obra más delicada en la que jamás se hayan ocupado los hombres. No todos son idóneos para corregir a los que yerran. No tienen sabiduría para tratar el caso justamente, al mismo tiempo que aman la misericordia. No están inclinados a ver la necesidad de mezclar el amor y la tierna compasión con las reprensiones fieles. Algunos son siempre innecesariamente severos, y no sienten la necesidad de la orden del apóstol: "A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor". (Judas 22, 23)
Hay muchos que no tienen la discreción de Josué ni sienten obligación especial de investigar errores y tratar prestamente con los pecados que hay entre ellos. Que los tales no estorben a los que tienen la carga de esta obra sobre ellos; que no se interpongan en el camino de los que tienen que cumplir este deber. Algunos hacen hincapié en cuestionar y dudar y encontrar faltas porque otros hacen la obra que Dios no ha depositado sobre ellos. Los tales se interponen directamente en el camino para estorbar a aquellos sobre quienes Dios ha puesto la carga de reprender y corregir los pecados prevalecientes a fin de que el desagrado divino se aparte de su pueblo. Si un caso como el de Acán estuviera entre nosotros, habría muchos que acusarían de tener un espíritu perverso y criticón a los que pudieran desempeñar el papel de Josué de investigar el error. No se debe jugar con Dios, y un pueblo perverso no debe menospreciar con impunidad sus advertencias.
Se me mostró que la manera en que Acán hizo su confesión fue similar a las confesiones que algunos entre nosotros han hecho y harán. Ocultan sus errores y rehúsan hacer una confesión voluntaria hasta que Dios los descubre, y entonces reconocen sus pecados. Unas pocas personas siguen adelante en un curso de conducta equivocado hasta que se endurecen. Incluso pueden saber que la iglesia está afligida, así como Acán sabía que Israel se había debilitado ante sus enemigos debido a su culpa. Sin embargo sus conciencias no los condenan. No desagraviarán a la iglesia humillando ante Dios sus corazones orgullosos y rebeldes y poniendo a un lado sus errores. El desagrado de Dios está sobre su pueblo, y él no manifestará su poder en medio de ellos mientras existan pecados entre ellos que sean incitados por aquellos que están en puestos de responsabilidad. Aquellos que trabajan en el temor de Dios para liberar a la iglesia de estorbos y para corregir errores penosos, a fin de que el pueblo de Dios pueda ver la necesidad de aborrecer el pecado y prosperar en pureza, y para que el nombre de Dios pueda ser glorificado, siempre enfrentarán influencias opuestas por parte de los no consagrados. Sofonías describe así la verdadera condición de esta clase y los juicios terribles que vendrán sobre ellos.
"Acontecerá en aquel tiempo que yo escudriñaré a Jerusalén con linterna, y castigaré a los hombres que reposan tranquilos como el vino asentado, los cuales dicen en su corazón: Jehová ni hará bien ni hará mal". (Sofonías 1:12) "Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente. Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, día de trompeta y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres. Y atribularé a los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová; y la sangre de ellos será derramada como polvo, y su carne como estiércol. Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová, pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra". (Cap. 1:14-18)
Confesiones hechas demasiado tarde
Cuando finalmente venga una crisis, como seguramente ocurrirá, y Dios hable en favor de su pueblo, aquellos que han pecado, que han sido una nube de oscuridad y que se han interpuesto directamente en el camino de las providencias de Dios por su pueblo, pueden llegar a alarmarse ante el extremo al que han ido murmurando y acarreando desánimo sobre la causa; y, como Acán, aterrorizarse, reconociendo que han pecado. Pero sus confesiones son demasiado tardías y no son del tipo correcto para beneficiarlos, aunque pueden desagraviar a la causa de Dios. Los tales no hacen sus confesiones como resultado de una convicción de su verdadero estado y un sentido de cuánto ha desagradado a Dios su curso de conducta. Dios puede darle a este grupo otra prueba, y hacerles ver que no están mejor preparados para subsistir libres de toda rebelión y pecado que antes que fueran hechas sus confesiones. Siempre se inclinan por estar del lado de lo malo. Y cuando se les hace un llamado a los que estarán del lado del Señor para que den un paso resuelto a fin de vindicar lo correcto, ellos manifestarán su verdadera posición. Aquellos que casi toda su vida han estado controlados por un espíritu tan ajeno al Espíritu de Dios como el de Acán tendrán una actitud muy pasiva cuando llegue el momento de una acción decidida de parte de todos. No afirmarán estar en ninguno de los dos lados. El poder de Satanás los ha retenido por tanto tiempo que parecerán ciegos y sin ninguna inclinación a colocarse en defensa de lo correcto. Si no toman un decidido curso de conducta de parte del lado equivocado, no es porque tengan un sentido claro de lo correcto, sino porque no se atreven a hacerlo.
Dios no será burlado. Es en la hora de lucha cuando los verdaderos colores debieran lanzarse al viento. Es entonces cuando los portadores de las normas necesitan ser firmes y permitir que se conozca su verdadera posición. Es entonces cuando se pone a prueba la habilidad de cada verdadero soldado en favor de lo correcto. Los que esquivan el deber jamás podrán exhibir los laureles de la victoria. Aquellos que son fieles y leales no encubrirán el hecho de serlo, sino que pondrán corazón y fuerza en el trabajo, y arriesgarán todo lo que tengan en la lucha, no importa el resultado de la batalla. Dios es un Dios que odia el pecado. Y a aquellos que animan al pecador diciendo: Todo está bien contigo, Dios los maldecirá.
Dios aceptará las confesiones de pecado hechas en el momento correcto para auxiliar a su pueblo. Pero hay entre nosotros aquellos que harán confesiones, como lo hizo Acán, demasiado tarde como para salvarse. Dios puede probarlos y darles otra prueba con el propósito de evidenciar a su pueblo que los tales no soportarán una prueba que viene de Dios. No están en armonía con lo correcto. Desprecian el testimonio directo que llega al corazón, y se regocijarían de ver silenciado a todo el que reprende.
Elías reprende al rey Acab
El pueblo de Israel había perdido gradualmente su temor y reverencia hacia Dios hasta que no le dieron importancia a su palabra dada mediante Josué. "En su tiempo [de Acab] Hiel de Bet-el reedificó a Jericó. A precio de la vida de Abiram su primogénito echó el cimiento, y a precio de la vida de Segub su hijo menor puso sus puertas, conforme a la palabra que Jehová había hablado por Josué hijo de Nun". (1 Reyes 16:34)
Mientras Israel estaba apostatando, Elías permanecía como un profeta de Dios leal y verdadero. Su alma fiel se angustiaba grandemente al ver que la incredulidad y la infidelidad estaban separando rápidamente a los hijos de Israel de Dios, y oraba que Dios salvara a su pueblo. Imploraba que el Señor no desechara completamente a su pueblo pecador, sino que los despertara al arrepentimiento aunque fuese necesario mediante juicios y que no les permitiera ir todavía a mayores extremos en el pecado, provocando así a Dios para destruirlos como nación.
Elías recibió el mensaje del Señor de ir ante Acab para denunciar los juicios de Dios a causa de los pecados de Israel. Elías viajó día y noche hasta que llegó al palacio de Acab. No solicitó ser admitido en el palacio, ni aguardó que se lo anunciara formalmente. En forma completamente inesperada para Acab, Elías comparece ante el asombrado rey de Samaria con la burda vestimenta usada generalmente por los profetas. No pide disculpas por su abrupta aparición, sin ser invitado; pero, levantando sus manos al cielo, afirma solemnemente por el Dios viviente que hizo los cielos y la tierra, los juicios que vendrían sobre Israel: "No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra". (1 Reyes 17:1)
Esta sorprendente denuncia de los juicios de Dios debido a los pecados de Israel cayó como un rayo sobre el rey apóstata. Parecía estar paralizado de asombro y terror; y antes que el rey pudiera recuperarse de su sorpresa, Elías, sin aguardar para ver el efecto de su mensaje, desapareció tan abruptamente como había venido. Su obra fue hablar la palabra de infortunio de parte de Dios, e instantáneamente se retiró. Su palabra había encerrado los tesoros del cielo, y su palabra era la única llave que podría abrirlos nuevamente.
El Señor sabía que no habría seguridad para su siervo entre los hijos de Israel. No lo pondría bajo la custodia del Israel apóstata, pero lo envió a encontrar refugio en una nación pagana. Lo guió a la casa de una mujer viuda, que estaba en tal pobreza que apenas podía sostenerse con vida con la comida más escasa. Una mujer pagana que vivía a la altura de la mejor luz que tenía, estaba en una condición más aceptable ante Dios que las viudas de Israel, que habían sido bendecidas con privilegios especiales y gran luz, y que sin embargo no vivían de acuerdo con la luz que Dios les había dado. Como los hebreos habían rechazado la luz, fueron dejados en tinieblas, y Dios no confiaría a su siervo entre su pueblo que había provocado la ira divina.
Ahora el apóstata Acab y la pagana Jezabel tienen una oportunidad para probar el poder de sus dioses y demostrar que la palabra de Elías es falsa. Los profetas de Jezabel se cuentan por centenares. Contra ellos permanece Elías, solo. Su palabra ha cerrado el cielo. Si Baal puede dar rocío y lluvia, y hacer que la vegetación prospere; si puede hacer que los arroyos y corrientes de agua corran como de costumbre, independiente de los tesoros del cielo en las lluvias, entonces que el rey de Israel lo adore y el pueblo lo declare Dios.
Elías era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras. Su misión ante Acab y la terrible denuncia que le hizo de los juicios de Dios, requirieron valor y fe. En su camino a Samaria las corrientes de aguas que fluían sin cesar, los cerros cubiertos de verdor, los bosques de árboles imponentes y florecientes -- todo aquello sobre lo cual descansaba su vista florecía en belleza y gloria --, sugerían en forma natural sentimientos de incredulidad. ¿Cómo pueden todas estas cosas en la naturaleza, ahora tan florecientes, ser quemadas por la sequía? ¿Cómo pueden secarse estos arroyos que riegan la tierra y que, por lo que se sabe, nunca han dejado de correr? Pero Elías no dio cabida a la incredulidad. Emprendió su misión con peligro de su vida. Creía plenamente que Dios humillaría a su pueblo apóstata y que a través de la aflicción de sus juicios los conduciría a la humillación y el arrepentimiento. Todo lo arriesgó en la misión que tenía delante de sí.
Mientras Acab se recobra en parte de su asombro ante las palabras de Elías, el profeta ha desaparecido. [El rey] hace investigaciones diligentes en cuanto a él, pero nadie lo ha visto ni puede dar ninguna información sobre él. Acab le informa a Jezabel del mensaje de infortunio que Elías ha declarado en su presencia, y ella expresa a los sacerdotes de Baal el odio que tiene contra el profeta. Ellos se le unen en denunciar y maldecir al profeta de Jehová. Las noticias de las denuncias del profeta se extienden por todo el país, despertando los temores de algunos y la ira de muchos.
Después de unos pocos meses la tierra, al no ser refrigerada por el rocío ni la lluvia, se reseca y la vegetación se marchita. Las corrientes de agua que por lo sabido nunca habían dejado de correr, reducen su cauce, y los arroyos se secan. Los profetas de Jezabel ofrecen sacrificios a sus dioses y los invocan día y noche para refrescar la tierra con el rocío y la lluvia. Pero los encantamientos y los engaños practicados anteriormente por ellos con el objeto de engañar al pueblo no consiguen ahora su propósito. Los sacerdotes han hecho todo lo posible por apaciguar la ira de sus dioses; con una perseverancia y celo digno de mejor causa se han dilatado alrededor de sus altares paganos, mientras que las llamas de los sacrificios arden en todos los lugares altos, y los gritos y ruegos terribles de los sacerdotes de Baal se oyen noche tras noche por toda la Samaria condenada. Pero las nubes no aparecen en el cielo para interceptar los ardientes rayos del sol. La palabra de Elías permanece firme, y nada que puedan hacer los sacerdotes de Baal la cambiará.
Pasa todo un año y comienza otro, y sin embargo no llueve. La tierra parece quemada como por fuego. Campos antes florecientes están como el ardiente desierto. El aire se vuelve seco y sofocante, y las tormentas de polvo ciegan los ojos y casi cortan la respiración. Los bosquecillos de Baal están sin hojas y los árboles del bosque no dan sombra, sino que parecen como esqueletos. El hambre y la sed hacen sus estragos con terrible mortandad entre hombres y bestias. Todas estas evidencias de la justicia y los juicios de Dios no despiertan a Israel al arrepentimiento. Jezabel está llena de una locura insana. No se doblegará ni cederá ante el Dios del cielo. Los profetas de Baal, Acab, Jezabel y casi todo Israel culpan de su calamidad a Elías. Acab ha enviado [mensajeros] a cada reino y nación en busca del extraño profeta y ha exigido un juramento a los reinos y naciones [que rodean a] Israel indicando que no saben nada en cuanto a él. Elías había cerrado el cielo con su palabra y había llevado la llave consigo, y no se lo podía encontrar.
Al no poder hacer sentir a Elías su poder asesino, Jezabel resuelve que se vengará destruyendo a los profetas de Dios en Israel. Ninguno que profese ser un profeta de Dios vivirá. Esta mujer resuelta y enfurecida ejecuta su obra de locura asesinando a los profetas del Señor. Los sacerdotes de Baal y casi todo Israel están tan engañados que piensan que si los profetas de Dios fueran asesinados, se verían libres de la calamidad bajo la cual estaban sufriendo.
Pero transcurre el segundo año, y los cielos sin misericordia no dan lluvia en absoluto. La sequía y el hambre están haciendo su triste obra, y sin embargo los israelitas apóstatas no humillan ante Dios sus corazones orgullosos y pecadores, sino que murmuran y se quejan contra el profeta de Dios que trajo este terrible estado de cosas sobre ellos. Padres y madres ven perecer a sus hijos, incapaces de socorrerlos. Y sin embargo la gente está en una oscuridad tan terrible que no pueden ver que la justicia de Dios se ha despertado contra ellos a causa de sus pecados y que esta terrible calamidad ha sido enviada por misericordia hacia ellos a fin de evitar que nieguen y olviden completamente al Dios de sus padres.
A Israel le costó sufrimiento y gran aflicción ser guiados a ese arrepentimiento que era necesario a fin de recuperar su fe perdida y un sentido claro de su responsabilidad ante Dios. Su apostasía era más terrible que la sequía o el hambre. Elías esperó y oró con fe a través de los largos años de sequía y hambre para que los corazones de Israel, a través de su aflicción, pudieran volverse de su idolatría a la lealtad a Dios. Pero pese a todos sus sufrimientos, se mantuvieron firmes en su idolatría y consideraban al profeta de Dios como la causa de su calamidad. Y si ellos hubieran podido tener a Elías en sus manos lo habrían entregado a Jezabel, para que ella pudiera satisfacer sus ansias de venganza quitándole la vida. Debido a que Elías se atrevió a declarar la palabra de infortunio que Dios le había ordenado, se convirtió en el objeto de su odio. No podían ver la mano de Dios en los juicios bajo los cuales estaban sufriendo a causa de sus pecados, sino que le echaban la culpa a Elías por ellos. No aborrecían los pecados que los habían puesto bajo la vara de castigo, sino que odiaban al profeta fiel, el instrumento de Dios para denunciar sus pecados y la calamidad.
"Pasados muchos días, vino palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra". (1 Reyes 18:1) Elías no vacila en emprender su peligroso viaje. Por tres años había sido odiado y buscado de ciudad en ciudad por mandato del rey, y toda la nación había jurado que no se lo había podido encontrar. Y ahora, por la palabra de Dios, él mismo se va a presentar ante Acab.
Durante la apostasía de todo Israel, y si bien su señor es un adorador de Baal, el gobernador de la casa de Acab ha demostrado ser fiel a Dios. Arriesgando su propia vida ha preservado a los profetas de Dios ocultándolos de cincuenta en cincuenta en cuevas y alimentándolos. Mientras el siervo de Acab está buscando por todo el reino manantiales y corrientes de agua, Elías se presenta ante él. Abdías reverenciaba al profeta de Dios, pero cuando Elías lo envía con un mensaje al rey, se siente grandemente aterrorizado. Ve que él mismo y también Elías corren peligro de muerte. Ruega fervientemente que su vida no sea sacrificada; pero Elías le asegura con un juramento que ese día verá a Acab. El profeta no irá donde Acab sino como uno de los mensajeros de Dios, para infundir respeto, y envía un mensaje mediante Abdías: "Aquí está Elías". (1 Reyes 18:8) Si Acab quiere ver a Elías, ahora tiene la oportunidad de ir a él. Elías no irá ante Acab.
Con asombro mezclado con terror el rey oye el mensaje de que Elías, a quien teme y odia, está viniendo para encontrarse con él. Por largo tiempo ha buscado al profeta para poder destruirlo, y sabe que Elías no expondría su vida para venir a él a menos que estuviera protegido o que trajese una terrible denuncia. Recuerda el brazo seco de Jeroboam y concluye que no es seguro levantar su mano contra el mensajero de Dios. Y con temor y temblor, y con una comitiva numerosa y un imponente despliegue de ejércitos, se apresura para encontrarse con Elías. Y al encontrarse cara a cara con el hombre a quien ha buscado por tanto tiempo, no se atreve a herirlo. El rey, tan apasionado y tan lleno de odio contra Elías, parece carecer de virilidad y poder en su presencia. Al encontrarse con el profeta no puede refrenarse de hablar el lenguaje de su corazón: "¿Eres tú el que turbas a Israel?" (1 Reyes 18:17) Elías, indignado y con celo por el honor y la gloria de Dios, responde con audacia a la acusación de Acab: "Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales". (Vers. 18)
El profeta, como mensajero de Dios, ha reprendido los pecados del pueblo, denunciándoles los juicios de Dios a causa de su maldad. Y ahora, solo y consciente de su inocencia, firme en su integridad y rodeado por una comitiva de hombres armados, Elías no muestra timidez ni manifiesta la menor reverencia hacia el rey. El hombre con quien Dios ha hablado y que tiene un sentido claro de cómo Dios considera al hombre en su depravación pecaminosa, no tiene por qué disculparse ante Acab ni rendirle homenaje. Como mensajero de Dios, Elías ahora ordena y Acab obedece inmediatamente como si Elías fuera el monarca y él el súbdito.
El sacrificio en el Monte Carmelo
Elías exige que todo Israel y también todos los profetas de Baal se congreguen en el monte Carmelo. La tremenda solemnidad en el porte del profeta le da el aspecto de alguien que comparece ante la presencia del Señor Dios de Israel. La condición de Israel en su apostasía demanda un proceder firme, un lenguaje severo y una autoridad dominante. Dios prepara el mensaje adecuado al tiempo y la ocasión. A veces pone su Espíritu en sus mensajeros para que den la voz de alarma día y noche, como hizo su mensajero Juan el Bautista: "Enderezad el camino del Señor". (Juan 1:23) Luego, nuevamente se necesitan hombres de acción que no se desviarán del deber, sino cuya energía se despertará y demandará: "¿Quién está del lado del Señor?", que venga con nosotros. Dios tendrá un mensaje adecuado para enfrentar a su pueblo en sus diversas condiciones.
Se mandan veloces mensajeros a todo el reino con el mensaje de Elías. Se envían representantes desde las ciudades, pueblos, villas y familias. Todos parecen estar de prisa en respuesta a la invitación, como si fuera a ocurrir algún milagro maravilloso. De acuerdo con la orden de Elías, Acab reúne a los profetas de Baal en el Carmelo. El corazón del líder apóstata de Israel está impresionado, y sigue temblorosamente las indicaciones del severo profeta de Dios.
El pueblo se reúne en el monte Carmelo, un lugar hermoso cuando el rocío y la lluvia caían sobre él haciendo que floreciera, pero ahora su belleza está languideciendo bajo la maldición de Dios. Sobre este monte, donde se destacaban los bosquecillos y las flores, los profetas de Baal habían erigido altares para su adoración pagana. Esta montaña era sobresaliente; con vista a los países circunvecinos, era visible desde una gran parte del reino. Como Dios había sido deshonrado en forma notable por la adoración idólatra que allí se llevaba a cabo, Elías escogió este lugar como el más conspicuo para exhibir el poder de Dios y vindicar su honor.
Los profetas de Jezabel, que ascendían a ochocientos cincuenta, como un regimiento de soldados preparados para la batalla, desfilan como un solo cuerpo con música instrumental y un despliegue impresionante. Pero había aprensión en sus corazones al recordar que a la palabra de este profeta de Jehová la tierra de Israel se había visto privada de rocío y lluvia durante tres años. Sienten que se acerca una crisis segura. Habían confiado en sus dioses, pero no pudieron desdecir las palabras de Elías y demostrar que era un profeta falso. Sus dioses eran indiferentes a sus gritos frenéticos, oraciones y sacrificios.
Temprano por la mañana, Elías está en el monte Carmelo, rodeado por el Israel apóstata y los profetas de Baal. Un hombre solo en esa vasta multitud, permanece impertérrito. Aquel a quien todo el reino culpaba de su desgracia se encuentra delante de ellos, sin amedrentarse ni ser acompañado por ejércitos visibles o un despliegue imponente. Allí está de pie, vestido en su manto burdo, con una expresión de pavorosa solemnidad en su rostro, plenamente consciente de su sagrada comisión como siervo de Dios para ejecutar sus órdenes. Elías fija sus ojos sobre el pico más elevado de las montañas donde había estado el altar de Jehová cuando la montaña estaba cubierta de flores y de árboles vigorosos. El azote de Dios está ahora sobre el monte; toda la desolación de Israel se encuentra a plena vista del altar de Jehová, descuidado y derribado, y también son visibles los altares de Baal. Acab permanece a la cabeza de los sacerdotes de Baal y todos esperan las palabras de Elías en una expectación ansiosa y llena de temor.
A plena luz del sol, rodeado por miles -- hombres de guerra, profetas de Baal y el monarca de Israel --, está este hombre indefenso, Elías, aparentemente solo, aunque en realidad no lo está. La hueste más poderosa del cielo lo rodea. Ángeles excelsos en fortaleza han venido del cielo para proteger al profeta fiel y justo. Con voz severa y dominante Elías exclama: "¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra". (1 Reyes 18:21) Nadie en esa vasta asamblea se atrevió a expresar una palabra en favor de Dios y revelar su lealtad a Jehová.
¡Qué engaño asombroso y qué terrible ceguedad habían cubierto a Israel como un oscuro manto! Esta ceguera y apostasía no los habían rodeado repentinamente; habían descendido gradualmente sobre ellos al no prestar atención al mensaje de reprensión y advertencia que el Señor les había enviado a causa de su orgullo y sus pecados. Y ahora, en esta terrible crisis, en la presencia de los sacerdotes idólatras y el rey apóstata, permanecían neutrales. Si Dios aborrece un pecado más que otro, del cual su pueblo es culpable, es el de no hacer nada en caso de una emergencia. La indiferencia y la neutralidad en una crisis religiosa son consideradas por Dios como un grave delito, igual al peor tipo de hostilidad contra Dios.
Todo Israel permanece callado. Nuevamente se oye la voz de Elías que se dirige a ellos: "Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho. Entonces Elías dijo a los profetas de Baal: Escogeos un buey, y preparadlo vosotros primero, pues que sois los más; e invocad el nombre de vuestros dioses, mas no pongáis fuego debajo. Y ellos tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Pero no había voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho". (1 Reyes 18:22-26)
La propuesta de Elías es razonable. El pueblo no se atreve a eludirla y encuentra valor para responder: Bien dicho. Los profetas de Baal no se animan a disentir o a eludir el asunto. Dios ha dirigido esta prueba y preparado confusión para los autores de la idolatría y un triunfo extraordinario para su nombre. Los sacerdotes de Baal no se atreven a hacer otra cosa que aceptar las condiciones. Con terror y con corazones culpables, aunque aparentemente audaces y desafiantes, construyeron su altar, colocaron sobre él la leña y la víctima, y luego iniciaron sus encantamientos, sus repeticiones monótonas y gritos, característicos de la adoración pagana. Sus gritos estridentes repercutían por los bosques y montañas: "¡Baal, respóndenos!" (Vers. 26) Los sacerdotes reunidos como un ejército en torno a sus altares, saltando, y retorciéndose, y gritando, y pataleando, y haciendo gestos antinaturales, y tirándose el cabello, y cortándose la carne, manifiestan aparente sinceridad.
Pasa la mañana y llega el mediodía, y todavía no hay señal de que sus dioses se compadezcan de los sacerdotes de Baal, los engañados adoradores de ídolos. Ninguna voz responde a sus frenéticos clamores. Los sacerdotes procuran continuamente idear una manera, por engaño, por la que puedan encender un fuego sobre los altares y dar la gloria a Baal. Pero el firme ojo de Elías vigila cada movimiento. Ochocientas voces quedan enronquecidas. Sus vestimentas están cubiertas de sangre, y sin embargo su frenética excitación no disminuye. Sus súplicas se mezclan con maldiciones a su dios sol que no envía fuego a sus altares. Elías permanece alerta, observando con ojo de lince para que no se practique ningún engaño; porque él sabe que si por algún ardid pudieran encender fuego sobre su altar, lo habrían despedazado ahí mismo. Desea mostrarle al pueblo la necedad de sus dudas y vacilaciones entre dos opiniones cuando tienen las obras maravillosas del poder majestuoso de Dios en su favor e innumerables evidencias de sus misericordias infinitas y de su amante bondad hacia ellos.
"Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle. Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos. Pasó el mediodía, y ellos siguieron gritando frenéticamente hasta la hora de ofrecerse el sacrificio, pero no hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni escuchase". (1 Reyes 18:27-29)
Cuán gustosamente Satanás, que cayó como un rayo del cielo, habría acudido en auxilio de aquellos a quienes había engañado, cuyas mentes ha controlado y que están enteramente dedicados a su servicio. Gustosamente habría mandado un relámpago para encender sus sacrificios; pero Jehová ha puesto límites a Satanás. Ha restringido su poder, y todos sus ardides no pueden hacer llegar una chispa a los altares de Baal. La tarde sigue avanzando. Los profetas de Baal están cansados, desfallecientes y confusos. Uno sugiere una cosa y otro otra, hasta que cesan sus esfuerzos. Sus gritos y maldiciones ya no repercuten en el monte Carmelo. Débiles y desesperados se retiran de la contienda.
El pueblo ha presenciado las terribles demostraciones de los sacerdotes irrazonables y frenéticos. Han contemplado cómo saltaban sobre el altar, como si quisieran asir los rayos ardientes del sol a fin de cumplir su propósito. Se han cansado de las manifestaciones demoníacas, de idolatría pagana, y están ansiosos de oír lo que Elías va a decir.
Ha llegado ahora el turno de Elías. "Entonces dijo Elías a todo el pueblo: Acercaos a mí. Y todo el pueblo se le acercó; y él arregló el altar de Jehová que estaba arruinado. Y tomando Elías doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido dada palabra de Jehová diciendo, Israel será tu nombre, edificó con las piedras un altar en el nombre de Jehová; después hizo una zanja alrededor del altar, en que cupieran dos medidas de grano. Preparó luego la leña, y cortó el buey en pedazos, y lo puso sobre la leña. Y dijo: Llenad cuatro cántaros de agua, y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña. Y dijo: Hacedlo otra vez; y otra vez lo hicieron. Dijo aún: Hacedlo la tercera vez; y lo hicieron la tercera vez, de manera que el agua corría alrededor del altar, y también se había llenado de agua la zanja. Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos. Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!" (1 Reyes 18:30-39)
A la hora del sacrificio vespertino, Elías repara el altar de Dios que la apostasía de Israel había permitido que los sacerdotes de Baal derribaran. No pide a nadie del pueblo que le ayude en su laboriosa tarea. Los altares de Baal están todos preparados; pero él se dirige al altar derribado de Dios, que para él es más sagrado y precioso en sus feas ruinas que todos los magníficos altares de Baal.
Elías revela su respeto por el pacto que el Señor había hecho con su pueblo, aunque ellos habían apostatado. Con calma y solemnidad repara con doce piedras el altar derribado, de acuerdo con el número de las doce tribus de Israel. Los chasqueados sacerdotes de Baal, agotados por sus esfuerzos vanos y frenéticos, están sentados o yacen postrados en tierra, esperando para ver qué hará Elías. Están llenos de temor y odio hacia el profeta por proponer una prueba que ha expuesto su debilidad y la ineficacia de sus dioses.
El pueblo de Israel permanece hechizado, pálido, ansioso y casi sin aliento y llenos de temor, mientras Elías invoca a Jehová, el Creador de los cielos y la tierra. El pueblo ha presenciado el frenesí fanático e irrazonable de los profetas de Baal. En contraste tienen ahora el privilegio de presenciar el porte calmo y que inspira temor de Elías. Les recuerda su depravación, que ha despertado la ira de Dios contra ellos, y entonces los llama a humillar sus corazones y a retornar al Dios de sus padres, a fin de que pueda retirarse la maldición que descansaba sobre ellos. Acab y sus sacerdotes idólatras contemplan la escena con asombro mezclado de terror. Esperan el resultado en un silencio ansioso, solemne.
Después que la víctima es colocada sobre el altar, Elías ordena al pueblo que riegue con agua el sacrificio y el altar, y que llene de agua la zanja en torno al altar. Luego se postra reverentemente ante el Dios invisible, levanta las manos al cielo y ofrece una oración serena y sencilla, desprovista de gestos violentos o de contorsiones del cuerpo. No resuenan gritos sobre las alturas del Carmelo. Un silencio solemne, que es opresivo para los sacerdotes de Baal, descansa sobre todos. En su oración, Elías no usa expresiones extravagantes. Ora a Jehová como si estuviera cerca, presenciando toda la escena, y oyendo su oración sincera y ferviente, aunque sencilla. Los sacerdotes de Baal habían gritado, y echado espuma por la boca, y saltado, y orado muy largamente, desde la mañana hasta cerca del anochecer. La oración de Elías es muy corta, ferviente, reverente y sincera. Apenas acabó su oración, descendieron del cielo llamas de fuego en una manera notable, como un brillante relámpago, encendiendo la madera para el sacrificio y consumiendo la víctima, lamiendo el agua de la zanja y devorando hasta las piedras del altar. El resplandor de la llamarada ilumina la montaña y hiere los ojos de la multitud. El pueblo del reino de Israel que no está reunido en el monte observa con interés a los allí congregados. Ven cuando el fuego desciende y están asombrados ante el espectáculo. Se asemeja a la columna de fuego en el Mar Rojo, que por la noche separó a los hijos de Israel de la hueste egipcia.
La gente que está sobre el monte se postra llena de terror y asombro ante el Dios invisible. No pueden mirar el brillante fuego consumidor enviado desde el cielo. Temen que serán consumidos en su apostasía y sus pecados, y gritan a una voz, lo cual resuena en la montaña y repercute en la llanura con terrible claridad: "¡Jehová es el Dios! ¡Jehová es el Dios!" Por fin Israel despierta, desengañado. Ven su pecado y cuán grandemente han deshonrado a Dios. Se despierta su ira contra los profetas de Baal. Con terror, Acab y los sacerdotes de Baal presencian la exhibición maravillosa del poder de Jehová. Nuevamente se oye la voz de Elías en una orden sorprendente dirigida al pueblo: "Prended a los profetas de Baal, para que no escape ninguno". (1 Reyes 18:40) El pueblo está listo para obedecer su palabra. Se apoderan de los profetas falsos que los han engañado y los llevan al arroyo de Cisón; allí, con su propia mano, Elías da muerte a estos sacerdotes idólatras.
Los juicios de Dios han sido ejecutados sobre los sacerdotes falsos y el pueblo ha confesado sus pecados y reconocido al Dios de sus padres; y ahora iba a retirarse la agostadora maldición de Dios y él renovaría sus bendiciones sobre su pueblo y refrescaría otra vez la tierra con rocío y lluvia.
Elías se dirige a Acab: "Sube, come y bebe; porque una lluvia grande se oye". (1 Reyes 18:41) Mientras Acab se levantó para comer, Elías subió del terrible sacrificio para ir a la cumbre del monte Carmelo a fin de orar. Su obra de matar a los sacerdotes paganos no lo había incapacitado para el solemne ejercicio de la oración. Había cumplido la voluntad de Dios. Después que él, como instrumento de Dios, hubo hecho todo lo que podía para eliminar la causa de la apostasía de Israel dando muerte a los sacerdotes idólatras, no pudo hacer más. Intercede luego en favor del Israel pecador y apóstata. En la posición más dolorosa, con su rostro postrado entre las rodillas, suplica muy fervientemente a Dios que envíe lluvia. Seis veces seguidas envía a su siervo para ver si hay alguna señal visible de que Dios ha oído su oración. No se impacienta ni pierde la fe porque el Señor no le da inmediatamente una evidencia de que su oración es oída. Continúa en ferviente oración, enviando a su siervo siete veces para ver si Dios ha otorgado alguna señal. Su siervo regresa la sexta vez desde su lugar que dominaba el mar con el informe desalentador de que no hay ninguna señal de nubes que se estén formando en los cielos con aspecto de bronce. La séptima vez le informa a Elías que se ve una pequeña nube del tamaño aproximado de la mano de un hombre. Esto es suficiente para satisfacer la fe de Elías. No espera que los cielos se ennegrezcan para que el asunto esté asegurado. En esa pequeña nube que se levanta su fe oye el sonido de una lluvia abundante. Sus obras están en armonía con su fe. Envía un mensaje a Acab mediante su siervo: "Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje". (1 Reyes 18:44)
La humildad de Elías
Aquí Elías arriesgó algo basándose en su fe. No esperó que hubiera evidencias visibles. "Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran lluvia. Y subiendo Acab, vino a Jezreel. Y la mano de Jehová estuvo sobre Elías, el cual ciñó sus lomos, y corrió delante de Acab hasta llegar a Jezreel". (1 Reyes 18:45, 46)
Durante el día Elías había pasado por momentos de gran agitación y trabajo; pero el Espíritu del Señor vino sobre él porque había sido obediente y había hecho la voluntad divina al ejecutar a los sacerdotes idólatras. Algunos estarán listos para decir: ¡Qué hombre duro y cruel debe haber sido Elías! Y cualquiera que defiende el honor de Dios a cualquier riesgo atraerá sobre sí censura y condenación por parte de un grupo grande.
La lluvia comenzó a descender. Era de noche y la lluvia enceguecedora le impedía a Acab ver su camino. Elías, fortalecido por el Espíritu y el poder de Dios, se ciñó su burda vestimenta y corrió delante del carruaje de Acab, guiándole en su camino hasta la entrada de la ciudad. El profeta de Dios había humillado a Acab delante de su pueblo. Había dado muerte a sus sacerdotes idólatras, y ahora quería mostrarle a Israel que reconocía a Acab como su rey. Como un acto de homenaje especial guió su carro, corriendo delante de él hasta la entrada de la puerta de la ciudad.
Aquí hay una lección para los jóvenes que profesan ser siervos de Dios, llevando su mensaje, y que se consideran muy encumbrados. No pueden señalar nada notable en su experiencia, como podía hacerlo Elías, sin embargo se consideran demasiado grandes como para cumplir deberes que estiman humildes. No descenderán de su dignidad ministerial para prestar un servicio necesario, temiendo que estarán realizando el trabajo de un siervo. Todos ellos debieran aprender del ejemplo de Elías. Su palabra privó a la tierra de los tesoros del cielo, el rocío y la lluvia, durante tres años. Sólo su palabra fue la llave para abrir el cielo y traer la lluvia. Fue honrado por Dios cuando ofreció su sencilla oración en la presencia del rey y los miles de Israel, en respuesta a la cual fulguró fuego del cielo que encendió el fuego sobre el altar del sacrificio. Su mano ejecutó el juicio de Dios al matar a ochocientos cincuenta sacerdotes de Baal; sin embargo, después del trabajo agotador y del triunfo más notable del día, el que pudo traer las nubes y la lluvia y el fuego del cielo estuvo dispuesto a cumplir el servicio de un criado y correr delante del carro de Acab en medio de la oscuridad y el viento y la lluvia para servir al soberano a quien no había temido reprender de frente a causa de sus pecados y delitos. El rey traspuso las puertas de la ciudad. Elías se envolvió en su manto y se acostó sobre la tierra desnuda.
Elías se desanima
Después que Elías hubo mostrado ese valor indómito en una contienda entre la vida y la muerte, después que hubo triunfado sobre el rey, los sacerdotes y el pueblo, supondríamos en forma natural que nunca podría ceder ante el desaliento ni caer en la timidez por el temor.
Después de su primera aparición ante Acab, denunciándole los juicios de Dios a causa de su apostasía y de la de Israel, Dios dirigió su camino desde los dominios de Jezabel a un lugar de seguridad en las montañas, junto al arroyo de Querit. Allí honró a Elías enviándole comida de mañana y de tarde mediante un ángel del cielo. Luego, cuando el arroyo se secó, lo envió a la viuda de Sarepta, y obró un milagro cotidiano al mantener con alimento a la familia de la viuda y a Elías. Después de haber sido bendecido con evidencias tan grandes del amor y el cuidado de Dios, supondríamos que Elías nunca desconfiaría de él. Pero el apóstol nos dice que era un hombre con pasiones semejantes a las nuestras y sujeto, como nosotros, a tentaciones.
Acab relató a su esposa los sucesos maravillosos del día y la extraordinaria manifestación del poder de Dios mostrando que Jehová, el Creador de los cielos y la tierra, era Dios; también contó que Elías había dado muerte a los profetas de Baal. Al oír esto, Jezabel, que estaba endurecida en el pecado, se enfureció. Audaz y desafiante, y resuelta en su idolatría, le declaró a Acab que Elías no debía vivir.
Esa noche un mensajero despertó al cansado profeta y le transmitió las palabras de Jezabel, dadas en el nombre de sus dioses paganos, que ella, en la presencia de Israel, le haría a Elías lo que él les había hecho a los sacerdotes de Baal. Elías debería haber enfrentado esta amenaza y juramento de Jezabel implorando protección al Dios del cielo, quien lo había comisionado para hacer la obra que había hecho. Debería haberle dicho al mensajero que el Dios en quien confiaba lo protegería contra el odio y las amenazas de Jezabel. Pero la fe y el valor de Elías parecen abandonarlo. Se levanta aturdido de su sueño. Cae la lluvia del cielo y por todos lados hay tinieblas. Pierde de vista a Dios y huye por su vida como si la vengadora que buscaba su sangre estuviera cerca de él. Deja a su siervo tras sí en el camino, y a la mañana está lejos de donde vive la gente, solo en un desierto lúgubre.
"Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado. Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres. Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido; y he aquí luego un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, come. Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua; y comió y bebió, y volvió a dormirse. Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta. Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?" (1 Reyes 19:3-9)
Elías debería haber confiado en Dios, quien le había advertido cuándo huir y dónde encontrar asilo del odio de Jezabel, seguro contra la búsqueda diligente de Acab. Esta vez el Señor no le había indicado que huyera. Él no había esperado que el Señor le hablara. Actuó precipitadamente. Si hubiera esperado con fe y paciencia, el Señor habría escudado a su siervo y le habría dado otra notable victoria en Israel al enviar sus juicios contra Jezabel.
Cansado y postrado, Elías se sienta para descansar. Está desanimado y con disposición para murmurar. Dice: "Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres". Siente que la vida ya no es deseable. Después del notable despliegue del poder de Dios en la presencia de Israel, esperaba que ellos serían leales y fieles a Dios. Esperaba que Jezabel ya no tendría influencia sobre el espíritu de Acab y que se produciría un cambio general en el reino de Israel. Y cuando se le entregó el mensaje amenazador de Jezabel, olvidó que Dios era el mismo Dios todopoderoso y compasivo que cuando le oró pidiendo fuego del cielo, vino, y cuando pidió lluvia, vino. Dios había concedido cada pedido; sin embargo Elías es un fugitivo lejos de las moradas de los hombres, deseoso de no volver a ver rostro humano alguno.
¿Cómo consideraba Dios a su siervo sufriente? ¿Se olvidó de él a causa del desaliento y la desesperación que lo dominaban? Oh, no. Elías estaba postrado por el desánimo. Todo el día se había afanado sin comer. Cuando guió el carro de Acab, corriendo delante de él hasta la puerta de la ciudad, su valor era grande. Tenía elevadas esperanzas de que Israel como nación retornara a su lealtad a Dios y gozara nuevamente del favor divino. Pero una reacción como la que con frecuencia sigue a una exaltación de la fe y a un éxito notable y glorioso, oprimía a Elías. Había sido exaltado a la cumbre del Pisga, para ser humillado al valle más humilde en su fe y sentimientos. Pero la mirada de Dios estaba aún sobre su siervo. El Señor no lo amó menos cuando se sintió con el corazón quebrantado y abandonado de Dios y de los hombres, que cuando, en respuesta a su oración, el fuego fulguró desde el cielo iluminando el monte Carmelo. Los que no han llevado responsabilidades pesadas, o que no han estado habituados a sentir profundo [celo por la causa de Dios], no pueden entender los sentimientos de Elías y no están en condiciones de prodigarle la compasiva ternura que él merece. Dios conoce y puede leer la dolorosa angustia del corazón bajo la tentación y el arduo conflicto.
Mientras Elías duerme bajo un enebro, un toque suave y una voz agradable lo despiertan. Se sobresalta inmediatamente aterrorizado, disponiéndose a huir, como si el enemigo que estaba en busca de su vida ciertamente lo hubiera encontrado. Pero en el rostro compasivo y lleno de amor que se inclina sobre él no ve la faz de un enemigo, sino la de un amigo. Un ángel ha sido enviado desde el cielo con alimento para sustentar al fiel siervo de Dios. Su voz le dice a Elías: "Levántate, come". (1 Reyes 19:5) Después que Elías hubo participado del refrigerio preparado para él, volvió a dormirse. Por segunda vez el ángel de Dios atiende las necesidades de Elías. Toca al hombre cansado, agotado, y con compasiva ternura le dice: "Levántate y come, porque largo camino te resta". (1 Reyes 19:7) Elías fue fortalecido y prosiguió su camino a Horeb. Estaba en un desierto. Por la noche se alojó en una cueva para resguardarse de las bestias salvajes.
Allí Dios, mediante uno de sus ángeles, se encontró con Elías y le preguntó: "¿Qué haces aquí, Elías?" (1 Reyes 19:9) Te envié al arroyo de Querit, te envié a la viuda de Sarepta, te envié a Samaria con un mensaje para Acab, ¿pero quién te envió a hacer este largo viaje hasta el desierto? ¿Y qué diligencia tienes que hacer aquí? Elías le expresa al Señor la amargura de su alma: "Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías? Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida". (1 Reyes 19:10-14)
Luego el Señor se manifiesta a Elías, mostrándole que la serena confianza en Dios y la firme dependencia de él siempre hallarán en él un pronto auxilio en tiempo de necesidad.
Se me ha mostrado que mi esposo ha errado al dar paso al desánimo y la desconfianza en Dios. Vez tras vez Dios se le ha revelado mediante evidencias notables de su cuidado, amor y poder. Pero cuando él ha visto que su interés y celo por Dios y su causa no han sido comprendidos o apreciados, a veces ha dado lugar al desaliento y la desesperación. Dios nos ha dado a mi esposo y a mí un trabajo especial e importante que hacer en su causa: reprender y aconsejar a su pueblo. Cuando vemos que se menosprecian nuestras reprensiones y que se nos paga con odio en vez de comprensión, entonces frecuentemente nos desprendemos de nuestra fe y confianza en el Dios de Israel; y, como Elías, hemos cedido al abatimiento y la desesperación. Éste ha sido el gran error en la vida de mi esposo: desanimarse porque sus hermanos lo han abrumado con pruebas en vez de ayudarle. Y cuando sus hermanos ven, en la tristeza y desaliento de mi esposo, el efecto de su incredulidad y falta de comprensión, algunos están listos para gozarse por haberlo derrotado y aprovecharse de su estado de desaliento, y sienten que, después de todo, Dios no puede estar con el hermano White o de lo contrario él no manifestaría debilidad en esta situación. Les recomiendo a estas personas que consideren la obra de Elías y su abatimiento y desánimo. Elías, aunque un profeta de Dios, fue un hombre de pasiones semejantes a las nuestras. Tenemos que contender contra las debilidades de los sentimientos mortales. Pero si confiamos en Dios, él nunca nos desamparará ni dejará. Bajo todas las circunstancias podemos confiar firmemente en Dios de que él nunca nos dejará ni abandonará mientras preservemos nuestra integridad.
Mi esposo puede cobrar ánimo en su aflicción sabiendo que tiene un compasivo Padre celestial que lee los motivos y comprende los propósitos del alma. Aquellos que están al frente del conflicto y que son guiados por el Espíritu de Dios para hacer una obra especial para él, frecuentemente sentirán una reacción cuando desaparece la presión, y a veces puede presionarles duramente el desaliento y sacudir la fe más heroica y debilitar la mente más firme. Dios comprende todas nuestras debilidades. Él puede compadecerse y amar cuando los corazones de los hombres pueden ser tan duros como el pedernal. Esperar pacientemente y confiar en Dios cuando todo parece oscuro es la lección que mi esposo debe aprender más plenamente. Dios no le fallará en su integridad.