Testimonios para la Iglesia, Tomo 3

Capítulo 31

La gran rebelión

Coré, Datán y Abiram se rebelaron contra Moisés y Aarón, y por ende contra el Señor. El Señor había colocado responsabilidades especiales sobre Moisés y Aarón al seleccionarlos para el sacerdocio y al conferirles la dignidad y la autoridad de dirigir la congregación de Israel. Moisés se sentía afligido por la continua rebelión de los hebreos. Como dirigente visible y designado por Dios, había estado relacionado con los israelitas durante tiempos de peligro, y había soportado sus descontentos, sus celos y murmuraciones sin represalias y sin tratar de verse libre de su cargo difícil.

Cuando los hebreos fueron colocados en escenas de peligro o en las que se restringía su apetito, en vez de confiar en Dios, que había hecho cosas maravillosas para ellos, murmuraban contra Moisés. El Hijo de Dios, aunque invisible para la congregación, era el dirigente de los israelitas. Su presencia iba delante de ellos y conducía todos sus viajes, mientras que Moisés era su líder visible, quien recibía instrucciones del Ángel, que era Cristo.

Idolatría ruin

En ausencia de Moisés, la congregación le demandó a Aarón que les hiciera dioses que fuesen delante de ellos y los guiaran de regreso a Egipto. Esto era un insulto a su Dirigente principal, el Hijo del Dios infinito. Sólo unas pocas semanas antes, habían estado temblando de pavor y terror delante del monte, escuchando las palabras del Señor: "No tendrás dioses ajenos delante de mí". (Éxodo 20:3) La gloria que santificó el monte cuando se oyó la voz que lo sacudió hasta sus fundamentos, todavía se cernía sobre la montaña a la vista de la congregación; pero los hebreos apartaron sus ojos y pidieron otros dioses. Moisés, su dirigente visible, se hallaba conversando con Dios en el monte. Olvidaron la promesa y la advertencia de Dios: "He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él". (Éxodo 23:20, 21)

Los hebreos fueron cruelmente incrédulos y vilmente ingratos en su pedido profano: "Haznos dioses que vayan delante de nosotros". (Éxodo 32:1) Si bien Moisés estaba ausente, la presencia del Señor permaneció con ellos; los israelitas no fueron abandonados. El maná continuó cayendo, y mañana y noche eran alimentados por una mano divina. La columna de nube durante el día y la columna de fuego por la noche significaban la presencia de Dios, la que era un memorial viviente ante ellos. La presencia divina no dependía de la presencia de Moisés. Pero al mismo tiempo en que él intercedía ante el Señor en el monte en su favor, ellos se precipitaban para cometer errores vergonzosos, para caer en la transgresión de la ley que les había sido dada tan recientemente en forma grandiosa.

Aquí vemos la debilidad de Aarón. Si él hubiera permanecido con verdadero valor moral y hubiera rechazado firmemente a los dirigentes en este vergonzoso pedido, sus palabras oportunas habrían evitado esa terrible apostasía. Pero su deseo de ser popular con la congregación y su temor de incurrir en su desagrado, lo condujeron a sacrificar cobardemente la lealtad de los hebreos en ese momento decisivo. Levantó un altar, hizo un ídolo, y proclamó un día para consagrar esa imagen como un objeto de adoración y para anunciar ante todo Israel: "Estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto". (Éxodo 32:4) Mientras la cumbre del monte todavía está iluminada por la gloria de Dios, él presencia serenamente el regocijo y las danzas en torno a esta imagen sin sentido; y el Señor envía a Moisés para que descienda del monte a fin de reprender al pueblo. Pero Moisés no consintió en dejar el monte hasta que sus ruegos en favor de Israel fueron oídos y hasta que se le concedió su pedido de que Dios los perdonara.

Las tablas de la ley rotas

Moisés vino del monte con el precioso documento en sus manos, una promesa de Dios al hombre bajo la condición de la obediencia. Moisés era el hombre más manso de la tierra, pero cuando vio la apostasía de Israel se airó y sintió celos por la gloria de Dios. En su indignación arrojó al suelo la preciosa promesa de Dios, que le era más cara que la vida. Vio la Ley quebrantada por los hebreos, y en su celo por Dios, para desacreditar el ídolo que estaban Sadorando, sacrificó las tablas de piedra. Aarón se mantuvo allí, sereno, soportando pacientemente la censura severa de Moisés. Todo esto podría haberse evitado con una palabra de Aarón en el momento debido. Una decisión leal, noble, en favor de lo recto en la hora de peligro de Israel habría balanceado sus mentes en la dirección correcta.

¿Condena Dios a Moisés? No, no; la gran bondad de Dios perdona el arrebato y el celo de Moisés, porque todo fue hecho a causa de su fidelidad [a Dios] y por su chasco y dolor ante el espectáculo que contemplaron sus ojos frente a la evidencia de la apostasía de Israel. El hombre que podría haber salvado a los hebreos en la hora de su peligro está en calma. No muestra indignación a causa de los pecados del pueblo, ni se reprocha a sí mismo ni manifiesta remordimiento bajo la sensación de sus errores; pero procura justificar su conducta en un grave pecado. Hace responsable al pueblo por su debilidad al ceder a sus exigencias. No estaba dispuesto a soportar la murmuración de Israel y a resistir bajo la presión de sus clamores y deseos irrazonables, como lo había hecho Moisés. Entró sin protestar en el espíritu y los sentimientos del pueblo, y luego trató de hacerlos responsables. La congregación de Israel pensó que Aarón era un dirigente mucho más agradable que Moisés. No era tan inflexible. Pensaban que Moisés mostraba un muy mal espíritu y sus simpatías se inclinaron por Aarón, a quien Moisés censuró tan severamente. Pero Dios perdonó la imprudencia del celo honesto de Moisés mientras que consideró a Aarón responsable por su debilidad pecaminosa y su falta de integridad bajo la presión de las circunstancias. A fin de salvar su persona, Aarón sacrificó a miles de israelitas. Los hebreos sintieron el castigo de Dios por este acto de apostasía, pero poco después estuvieron nuevamente llenos de descontento y rebelión.

El pueblo murmura

Cuando los ejércitos de Israel prosperaban, se apropiaban de toda la gloria; pero cuando eran probados por el hambre o la guerra le achacaban a Moisés todas sus dificultades. El poder de Dios que se manifestó en una manera notable en su liberación de Egipto, y que de tanto en tanto era visto a lo largo de sus viajes, debiera haberlos inspirado con fe y cerrado sus labios para siempre para que no salieran de ellos expresiones de ingratitud. Pero el menor indicio de que surgiría una necesidad, el mínimo temor de un peligro de cualquier causa, contrabalanceaban los beneficios en su favor y los hacía pasar por alto las bendiciones recibidas en sus tiempos de mayor peligro. La experiencia por la que pasaron en el asunto de la adoración del becerro de oro debiera haber producido una impresión tan profunda en sus mentes que nunca tendría que haberse borrado. Pero aunque las huellas del desagrado de Dios estaban frescas ante ellos en sus filas raleadas y en el número que faltaba debido a sus reiteradas ofensas contra el Ángel que los estaba conduciendo, no tomaron a pecho estas lecciones ni redimieron su pasado fracaso mediante una obediencia fiel; y nuevamente fueron vencidos por las tentaciones de Satanás.

Los mejores esfuerzos del hombre más manso de la tierra no pudieron sofocar su insubordinación. El interés abnegado de Moisés fue retribuido con celos, sospechas y calumnias. Su humilde vida de pastor de ovejas era por lejos más pacífica y feliz que su puesto actual como pastor de esa vasta congregación de espíritus turbulentos. Sus celos irrazonables eran más difíciles de manejar que los lobos fieros del desierto. Pero Moisés no osó elegir su propio camino y hacer lo que más le agradaba. A la orden de Dios había dejado el cayado del pastor y en su lugar había recibido una vara de poder. No se atrevía a deponer este cetro y renunciar a su posición hasta que Dios lo despidiera.

Es la obra de Satanás tentar las mentes. Insinuará sus sugestiones arteras y agitará dudas, cuestionamientos, incredulidad y desconfianza de las palabras y acciones del que lleva responsabilidades y que está tratando de implementar los planes de Dios en sus labores. Es el propósito especial de Satanás volcar sobre y alrededor de los siervos elegidos de Dios, dificultades, perplejidades y oposición, de modo que se vean obstaculizados en su trabajo y, que si es posible, se desanimen. Los celos, las luchas y las conjeturas malignas contrarrestarán, en gran medida, los mejores esfuerzos que los siervos de Dios, asignados a una obra especial, sean capaces de realizar.

El plan de Satanás es sacarlos del puesto del deber trabajando mediante sus agentes. Usará como sus instrumentos a todos los que pueda instigar a albergar desconfianza y sospechas. La forma de Moisés de asumir las cargas que él sobrellevaba en el Israel de Dios, no era apreciada. Hay en la naturaleza del hombre, cuando no está bajo la influencia directa del Espíritu de Dios, una inclinación a la envidia, los celos y la desconfianza cruel, la cual, si no es subyugada, conducirá a un deseo de socavar y denigrar a otros, mientras que espíritus egoístas tratarán de afirmarse en ellos mismos sobre sus ruinas.

Coré, Datán y Abiram

Por instrucción de Dios se habían confiado honores especiales a estos hombres. Habían pertenecido a ese grupo que, con los setenta ancianos, subieron con Moisés al monte y contemplaron la gloria de Dios. Vieron la luz gloriosa que cubría la forma divina de Cristo. La base de esta nube tenía una apariencia semejante a "un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno". (Éxodo 24:10) Estos hombres estuvieron en la presencia de la gloria del Señor y comieron y bebieron sin ser destruidos por la pureza y la gloria no superada que se reflejaba sobre ellos. Pero se había producido un cambio. Habían albergado una tentación, insignificante al principio; y al ser estimulada, se había fortalecido hasta que la imaginación fue controlada por el poder de Satanás. Estos hombres, en base a la excusa más frívola, se atrevieron a llevar adelante su obra de deslealtad. Al principio insinuaron y expresaron dudas, que fueron acogidas con tanta facilidad por muchas mentes que se atrevieron a ir aún más lejos. Y al confirmarse más y más en sus sospechas por lo que decían unos y otros, cada uno expresando lo que pensaba de ciertas cosas que habían llegado a su conocimiento, estas almas engañadas realmente creyeron que tenían un celo por el Señor en el asunto y que no tendrían excusa a menos que cumplieran plenamente su propósito de hacerle ver y sentir a Moisés la absurda posición que ocupaba respecto a Israel. Un poco de levadura de desconfianza y disensión, envidia y celos estaba leudando el campamento de Israel.

Coré, Datán y Abiram comenzaron primero su obra cruel con los hombres a quienes Dios había confiado responsabilidades sagradas. Tuvieron éxito en apartar de su lealtad a Dios a doscientos cincuenta príncipes que eran famosos en la congregación, hombres de renombre. Con estos hombres fuertes e influyentes de su lado, se sintieron seguros de que harían un cambio radical en el estado de cosas. Pensaron que podrían transformar el gobierno de Israel y mejorarlo grandemente respecto a su presente administración.

Coré no estaba satisfecho con el puesto que ocupaba. Estaba vinculado con el servicio del tabernáculo, sin embargo deseaba ser exaltado al sacerdocio. Dios había establecido a Moisés como principal gobernador, y el sacerdocio fue dado a Aarón y sus hijos. Coré decidió forzar a Moisés a cambiar el estado de cosas, de modo que él pudiera ser elevado a la dignidad del sacerdocio. Para estar más seguro de lograr su propósito, atrajo a su rebelión a Datán y Abiram, descendientes de Rubén. Ellos razonaron que, siendo descendientes del hijo mayor de Jacob, la principal autoridad, que Moisés usurpó, les pertenecía a ellos; y con Coré, resolvieron obtener el oficio del sacerdocio. Estos tres trabajaron muy activamente en una obra maligna e influenciaron a doscientos cincuenta hombres de renombre, que también estaban decididos a tener una parte en el sacerdocio y el gobierno, para que se les unieran.

Dios había honrado a los levitas para que prestaran servicio en el tabernáculo porque no tuvieron parte en hacer y adorar el becerro de oro y debido a su fidelidad en ejecutar la orden de Dios sobre los idólatras. También se les asignó a los levitas el oficio de erigir el tabernáculo y de acampar alrededor de él, mientras que las huestes de Israel armaban sus tiendas a una distancia del mismo. Y cuando viajaban, los levitas desarmaban el tabernáculo y lo transportaban junto con el arca y todos los artículos sagrados del mobiliario. Debido a que Dios honró así a los levitas, este grupo sintió ambición por un cargo todavía más elevado, a fin de poder tener mayor influencia sobre la congregación. "Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?" (Números 16:3)

Adulación y falsa simpatía

No hay nada que agrade más a la gente que ser alabada y adulada cuando están en tinieblas y equivocados, y merecen reproche. Coré atrajo la atención de la gente, y luego sus simpatías, al representar a Moisés como un dirigente dominante. Dijo que él era demasiado duro, demasiado exigente, demasiado dictatorial, y que reprobaba a la gente como si fueran pecadores cuando eran un pueblo santo, santificados al Señor, y el Señor estaba entre ellos. Coré repasó los incidentes en la experiencia de ellos en los viajes por el desierto, donde habían sido llevados a lugares difíciles, y donde muchos de ellos habían muerto a causa de su murmuración y desobediencia, y con sus sentidos pervertidos pensaban que veían muy claramente que todos sus problemas podrían haberse evitado si Moisés hubiera seguido un curso diferente de acción. Era demasiado inflexible, demasiado exigente, y llegaron a la conclusión de que todos sus desastres en el desierto eran imputables a él. Coré, el espíritu dirigente, profesaba tener gran sabiduría para discernir la verdadera razón de sus pruebas y aflicciones.

En esta obra de deslealtad había mayor armonía y unión de puntos de vista y de sentimientos entre estos elementos discordantes que las que jamás se había conocido que existieran antes. El éxito de Coré en ganar para su lado a la mayor parte de la congregación de Israel lo indujo a estar seguro de que era sabio y correcto en su juicio, y que Moisés ciertamente estaba usurpando autoridad, lo que amenazaba la prosperidad y la salvación de Israel. Él sostenía que Dios le había revelado el asunto a él y le había impuesto la carga de cambiar el gobierno de Israel antes que fuera demasiado tarde. Declaró que la congregación no estaba en falta; ellos eran justos. Sostuvo que este gran clamor en cuanto a la murmuración de Israel que trajo sobre ellos la ira de Dios fue toda una equivocación; y que el pueblo sólo quería tener sus derechos; querían independencia individual.

Cuando se imponían a su memoria los recuerdos de la paciencia abnegada de Moisés, y se les presentaban sus esfuerzos desinteresados en su favor cuando estaban en la cautividad de la esclavitud, sus conciencias de algún modo se sentían perturbadas. Algunos no estaban enteramente del lado de Coré en sus puntos de vista sobre Moisés y trataron de hablar en su favor. Coré, Datán y Abiram debían dar alguna razón ante el pueblo de por qué Moisés había mostrado desde el principio un interés tan grande por la congregación de Israel. Sus mentes egoístas, que habían sido degradadas como instrumentos de Satanás, sugirieron que ellos finalmente habían encontrado el propósito del aparente interés de Moisés. Había planeado mantenerlos vagando en el desierto hasta que todos, o casi todos, perecieran y él tomara posesión de sus bienes.

Coré, Datán y Abiram, y los doscientos cincuenta príncipes que se les habían unido, primero se volvieron celosos, luego envidiosos y después rebeldes. Habían hablado en cuanto al cargo de Moisés como gobernante del pueblo hasta que imaginaron que era un puesto muy envidiable que cualquiera de ellos podía ocupar tan bien como él. Y se entregaron al descontento hasta que realmente se engañaron y pensaron que Moisés y Aarón se habían colocado en la posición que ocupaban en Israel. Dijeron que Moisés y Aarón se exaltaron por encima de la congregación del Señor al tomar sobre ellos el sacerdocio y el gobierno, y que este oficio no debía conferirse sólo a su casa. Dijeron que era suficiente para ellos si estaban en un mismo nivel con sus hermanos, porque no eran más santos que el pueblo, quienes estaban igualmente favorecidos con la presencia y la protección peculiar de Dios.

Se prueba el carácter

Mientras Moisés escuchaba las palabras de Coré, se llenó de angustia y cayó sobre su rostro ante el pueblo. "Y habló a Coré y a todo su séquito, diciendo: Mañana mostrará Jehová quién es suyo, y quién es santo, y hará que se acerque a él; al que él escogiere, él lo acercará a sí. Haced esto: tomaos incensarios, Coré y todo su séquito, y poned fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a quien Jehová escogiere, aquel será el santo; esto os baste, hijos de Leví. Dijo más Moisés a Coré: Oíd ahora, hijos de Leví: ¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estéis delante de la congregación para ministrarles, y que te hizo acercar a ti, y a todos tus hermanos los hijos de Leví contigo? ¿Procuráis también el sacerdocio? Por tanto, tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová; pues Aarón, ¿qué es, para que contra él murmuréis?" (Números 16:5-11) Moisés les dijo que Aarón no había asumido ningún cargo por sí mismo, sino que Dios lo había colocado en el oficio sagrado.

Datán y Abiram dijeron: "¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos". (Vers. 13, 14)

Acusaron a Moisés de ser la causa por la cual ellos no habían entrado en la Tierra Prometida. Dijeron que Dios no los había tratado de ese modo, y que él no había dicho que debían morir en el desierto, y que nunca creerían que él había dicho eso; era Moisés el que lo había dicho, no el Señor; y esto fue enteramente arreglado por Moisés para nunca conducirlos a la tierra de Canaán. Dijeron que él los condujo desde una tierra que fluía leche y miel. En su ciega rebelión olvidaron sus sufrimientos en Egipto y las plagas desoladoras que habían caído sobre la tierra. Y ahora acusan a Moisés de traerlos de una buena tierra para matarlos en el desierto, para poder enriquecerse con sus posesiones. Le preguntan a Moisés, en una manera insolente, si pensaba que ninguno de la hueste de Israel tenía suficiente sabiduría como para entender sus motivos y descubrir su impostura, o si pensaba que todos se someterían para que él los condujera como hombres ciegos de la manera que se le antojara, algunas veces hacia Canaán, luego nuevamente de regreso hacia el Mar Rojo y Egipto. Dijeron estas palabras delante de la congregación, y se negaron rotundamente a seguir reconociendo la autoridad de Moisés y Aarón.

Moisés se sintió muy conmovido ante estas acusaciones injustas. Apeló a Dios ante el pueblo para que dijera si alguna vez había actuado arbitrariamente, y le imploró que fuera su juez. El pueblo en general estaba descontento y había sido influenciado por las tergiversaciones de Coré. "Dijo Moisés a Coré: Tú y todo tu séquito, poneos mañana delante de Jehová; tú, y ellos, y Aarón; y tomad cada uno su incensario y poned incienso en ellos, y acercaos delante de Jehová cada uno con su incensario, doscientos cincuenta incensarios; tú también, y Aarón, cada uno con su incensario. Y tomó cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, y echaron en ellos incienso, y se pusieron a la puerta del tabernáculo de reunión con Moisés y Aarón". (Números 16:16-18)

Coré y su compañía, que llenos de confianza propia aspiraban al sacerdocio, tomaron los incensarios y se pararon a la puerta del tabernáculo con Moisés. Coré había cultivado su envidia y rebelión hasta que se autoengañó, y realmente pensaba que la congregación era muy justa y que Moisés era un gobernante tiránico, que se explayaba continuamente sobre la necesidad de la congregación de ser santos, cuando no había necesidad de ello, porque eran santos.

Estos rebeldes habían adulado al pueblo en general y lo habían inducido a creer que eran justos y que todos sus problemas procedían de Moisés, su gobernante, que continuamente estaba recordándoles sus pecados. El pueblo pensaba que si Coré podía dirigirlos y animarlos explayándose en sus actos justos en vez de recordarles sus fracasos, tendrían un viaje muy pacífico y próspero, y sin la menor duda los dirigiría, no hacia atrás y hacia adelante en el desierto, sino a la Tierra Prometida. Dijeron que era Moisés quien les había dicho que no podían entrar en esa tierra, y que el Señor no había dicho así.

Los rebeldes perecen

Coré, en su exaltada autoconfianza, reunió a toda la congregación de Israel contra Moisés y Aarón, "a la puerta del tabernáculo de reunión; entonces la gloria de Jehová apareció a toda la congregación. Y Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo: Apartaos de entre esta congregación, y los consumiré en un momento. Y ellos se postraron sobre sus rostros, y dijeron: Dios, Dios de los espíritus de toda carne, ¿no es un solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación?

"Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a la congregación y diles: Apartaos de en derredor de la tienda de Coré, Datán y Abiram. Entonces Moisés se levantó y fue a Datán y Abiram, y los ancianos de Israel fueron en pos de él. Y él habló a la congregación, diciendo: Apartaos ahora de las tiendas de estos hombres impíos, y no toquéis ninguna cosa suya, para que no perezcáis en todos sus pecados. Y se apartaron de las tiendas de Coré, de Datán y de Abiram en derredor; y Datán y Abiram salieron y se pusieron a las puertas de sus tiendas, con sus mujeres, sus hijos y sus pequeñuelos. Y dijo Moisés: En esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciese todas estas cosas, y que no las hice de mi propia voluntad. Si como mueren todos los hombres murieren éstos, o si ellos al ser visitados siguen la suerte de todos los hombres, Jehová no me envió. Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová". (Números 16:19-30) Cuando Moisés cesó de hablar, la tierra se abrió, y sus tiendas, y todo lo perteneciente a ellos, fue tragado. Descendieron vivos al abismo, la tierra se cerró sobre ellos, y perecieron de entre la congregación.

Cuando los hijos de Israel oyeron el grito de los que perecían, huyeron a gran distancia de ellos. Sabían que en parte eran culpables, porque habían aceptado las acusaciones contra Moisés y Aarón, y temían que también perecerían con ellos. Pero el juicio de Dios aún no había terminado. Vino un fuego de la nube de gloria y consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían incienso. Éstos eran príncipes; esto es, hombres generalmente de buen juicio y de influencia en la congregación, hombres de renombre. Eran altamente estimados, y su juicio había sido buscado en asuntos difíciles. Pero fueron afectados por una influencia errónea, y se volvieron envidiosos, celosos y rebeldes. No perecieron con Coré, Datán y Abiram porque no fueron los primeros en la rebelión. Fueron los primeros en ver el fin de los cabecillas en la rebelión, y tuvieron una oportunidad para arrepentirse de su crimen. Pero no se resignaron ante la destrucción de esos hombres malvados, y la ira de Dios vino sobre ellos y también los destruyó.

"Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: Di a Eleazar hijo del sacerdote Aarón, que tome los incensarios de en medio del incendio, y derrame más allá el fuego; porque son santificados los incensarios de estos que pecaron contra sus almas; y harán de ellos planchas batidas para cubrir el altar; por cuanto ofrecieron con ellos delante de Jehová, son santificados, y serán como señal a los hijos de Israel". (Números 16:36-38)

La rebelión no está curada

Después de esta terrible exhibición del juicio de Dios el pueblo regresó a sus tiendas. Estaban aterrorizados, pero no humillados. Habían sido profundamente influenciados por el espíritu de rebelión, y Coré y su compañía los habían inducido a creer que eran personas muy buenas y que Moisés los había tratado en forma injusta y abusiva. Sus mentes estaban tan enteramente imbuidas con el espíritu de aquellos que habían perecido que les era difícil liberarse de su prejuicio ciego. Si admitían que Coré y su compañía eran todos impíos y Moisés justo, entonces se verían forzados a recibir como la palabra de Dios lo que ellos no estaban dispuestos a creer, que ciertamente todos debían morir en el desierto. No estaban dispuestos a someterse a esto y trataron de creer que todo era una impostura, que Moisés los había engañado. Los hombres que habían perecido les habían hablado palabras agradables y habían manifestado interés especial y amor por ellos, y pensaron que Moisés era un hombre intrigante. Llegaron a la conclusión de que no podían estar equivocados; que, después de todo, esos hombres que habían perecido eran hombres buenos, y de algún modo Moisés había sido la causa de su destrucción.

Satanás puede conducir a las almas engañadas a grandes extremos. Puede pervertir su juicio, su vista y su oído. Así ocurrió en el caso de los israelitas. "El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová". (Números 16:41) El pueblo estaba chasqueado de que el asunto se hubiera definido en favor de Moisés y Aarón. La apariencia de Coré y su compañía, todos ejerciendo impíamente el oficio de sacerdotes con sus incensarios, impresionó al pueblo y lo llenó de admiración. No vieron que estos hombres estaban afrentando atrevidamente a la divina Majestad. Cuando fueron destruidos, el pueblo se aterrorizó; pero después de un corto tiempo vinieron todos en forma tumultuosa ante Moisés y Aarón, y los acusaron de la sangre de aquellos que habían perecido por la mano de Dios.

"Y aconteció que cuando se juntó la congregación contra Moisés y Aarón, miraron hacia el tabernáculo de reunión, y he aquí la nube lo había cubierto, y apareció la gloria de Jehová. Y vinieron Moisés y Aarón delante del tabernáculo de reunión. Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento. Y ellos se postraron sobre sus rostros". (Números 16:42-45) Pese a la rebelión de Israel y a su conducta cruel hacia Moisés, él todavía manifestó por ellos el mismo interés que antes. Cayendo sobre su rostro ante el Señor, le imploró que perdonase al pueblo. Mientras estaba orando para que el Señor perdonara los pecados de su pueblo, Moisés le pidió a Aarón que hiciera expiación por el pecado de ellos mientras él permanecía ante el Señor, para que sus oraciones pudieran ascender con el incienso y ser aceptas ante Dios, y para que no toda la congregación pereciera en su rebelión.

"Y dijo Moisés a Aarón: Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado. Entonces tomó Aarón el incensario, como Moisés dijo, y corrió en medio de la congregación; y he aquí que la mortandad había comenzado en el pueblo; y él puso incienso, e hizo expiación por el pueblo, y se puso entre los muertos y los vivos; y cesó la mortandad. Y los que murieron en aquella mortandad fueron catorce mil setecientos, sin los muertos por la rebelión de Coré. Después volvió Aarón a Moisés a la puerta del tabernáculo de reunión, cuando la mortandad había cesado". (Números 16:46-50)

Una lección para nuestro tiempo

En el caso de Coré, Datán y Abiram tenemos una lección de advertencia no sea que sigamos su ejemplo: "Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos". (1 Corintios 10:9-11)

Tenemos evidencia en la Palabra de Dios de la propensión de su pueblo a ser grandemente engañado. Hay muchos casos donde lo que puede parecer un celo sincero por el honor de Dios tiene su origen en haber dejado desprotegida el alma para que el enemigo tiente e impresione la mente con un sentido pervertido del verdadero estado de las cosas. Y podemos esperar que ocurran tales cosas en estos últimos días, porque Satanás está tan ocupado ahora como lo estaba en la congregación de Israel. No se entienden la crueldad y fuerza del prejuicio. Después que la congregación tuvo la evidencia ante su vista de la destrucción de estos líderes en la rebelión, no desapareció el poder de la sospecha y la desconfianza que se había permitido que entrara en sus almas. Vieron la tierra abierta y a los líderes de la rebelión descender a las entrañas de la tierra. Esta terrible exhibición de poder seguramente debía haberlos curado y conducido al más profundo arrepentimiento por haber injuriado a Moisés.

Aquí Dios le dio a todo Israel una oportunidad para ver y sentir la pecaminosidad de su conducta, lo que debería haberlos conducido al arrepentimiento y la confesión. Les dio a los engañados evidencias abrumadoras de que eran pecadores y que su siervo Moisés tenía razón. Tuvieron la oportunidad de pasar una noche reflexionando sobre el terrible castigo del Cielo que habían presenciado. Pero la razón estaba pervertida. Coré había instigado la rebelión, y doscientos cincuenta príncipes se le habían unido en esparcir el desafecto. Toda la congregación, en mayor o en menor medida, estaba afectada por los celos, las acusaciones y el odio prevalecientes contra Moisés, Una lección para nuestro tiempo 365 lo cual había atraído el desagrado de Dios de un modo sumamente manifiesto. Sin embargo, nuestro bondadoso Dios se muestra como un Dios de justicia y de misericordia. Hizo una distinción entre los instigadores -- los líderes en la rebelión -- y aquellos que habían sido engañados o inducidos por ellos. Se compadeció de la ignorancia y la insensatez de aquellos que habían sido engañados.

Dios le dijo a Moisés que ordenara a la congregación apartarse de las tiendas de los hombres a quienes ellos habían elegido en el lugar de Moisés. Los mismos hombres cuya destrucción ellos planeaban fueron los instrumentos en las manos de Dios para salvar sus vidas en esa ocasión. Dijo Moisés: "Apartaos de en derredor de la tienda de Coré". (Números 16:24) También estaban en alarmante peligro de ser destruidos en sus pecados por la ira de Dios, porque eran partícipes de los crímenes de los hombres a quienes les habían dado su apoyo y con quienes se habían asociado.

Si mientras Moisés trataba de probar el caso ante la congregación de Israel, aquellos que habían iniciado la rebelión se hubieran arrepentido y buscado el perdón de Dios y de su siervo ofendido, aun entonces la venganza de Dios se habría detenido. Pero allí frente a sus tiendas estaban atrevidamente Coré, el instigador de la rebelión, y sus simpatizantes, desafiando la ira de Dios, como si Dios nunca hubiera actuado mediante su siervo Moisés. Mucho menos estos rebeldes actuaron como si tan recientemente no hubiesen sido honrados por Dios, siendo llevados con Moisés casi directamente a su presencia, y contemplado su gloria no superada. Estos hombres vieron a Moisés descender del monte después que había recibido las segundas tablas de piedra y mientras su rostro resplandecía tanto con la gloria de Dios que el pueblo no se le aproximaba, sino que huía de él. Él los llamaba, pero ellos parecían aterrorizados. Les presentó las tablas de piedra y les dijo: He intercedido en favor de ustedes y he apartado de ustedes la ira de Dios. Declaré que si Dios debía abandonar y destruir su congregación, mi nombre también podría ser borrado de su libro. He aquí, él contestó mis ruegos, y estas tablas de piedra que sostengo en mi mano son la garantía que me ha dado la reconciliación con su pueblo.

El pueblo percibe que ésta es la voz de Moisés; que aunque está transformado y glorificado, todavía es Moisés. Le dicen que no pueden mirar su rostro, porque la luz radiante que hay en su semblante les es sumamente dolorosa. Su rostro es como el sol; no pueden mirarlo. Cuando Moisés advierte la dificultad, cubre su rostro con un velo. No arguye que la luz y la gloria que están sobre su rostro es el reflejo de la gloria de Dios que él ha puesto sobre su persona, y que el pueblo debe soportarla, sino que cubre su gloria. La pecaminosidad del pueblo hace que les sea doloroso contemplar su rostro glorificado. Así ocurrirá cuando los santos de Dios sean glorificados justo antes del segundo advenimiento de nuestro Señor. Los impíos se apartarán y retraerán del espectáculo, porque la gloria en los rostros de los santos les causará dolor. Pero toda esta gloria sobre Moisés, todo este sello divino que se vio en el humilde siervo de Dios, es olvidado.

Se desprecia la misericordia

Los hebreos tuvieron una oportunidad para reflexionar sobre la escena que habían presenciado cuando la ira de Dios cayó sobre las personas más prominentes en esta gran rebelión. Se manifestaron la bondad y la misericordia de Dios al no exterminar completamente a este pueblo ingrato cuando se encendió su ira contra los más responsables. Le dio tiempo para arrepentirse a la congregación que había permitido que se la engañara. El hecho de que el Señor, su Dirigente invisible, mostrara tanta paciencia y misericordia en este caso se registra claramente como evidencia de su buena voluntad para perdonar a los ofensores más graves cuando tienen un sentido de su pecado y vuelven a él con arrepentimiento y humillación. La congregación había sido detenida en su conducta presuntuosa por el despliegue de la venganza del Señor; pero no estaban convencidos de que eran grandes pecadores contra él, que merecían su ira por su conducta rebelde.

Difícilmente pueden los hombres causar un insulto mayor a Dios que al despreciar y rechazar los instrumentos que él ha designado para que los dirijan. No sólo habían hecho esto, sino que se habían propuesto dar muerte a Moisés y Aarón. Estos hombres huyeron de las tiendas de Coré, Datán y Abiram por temor a la destrucción; pero su rebelión no había sido curada. No estaban afligidos ni desesperados a causa de su culpa. No sentían el efecto de una conciencia reavivada, convicta, porque habían abusado de sus privilegios más preciosos y pecado contra la luz y el conocimiento. Podemos aprender aquí lecciones preciosas de la paciencia de Jesús, el Ángel que fue delante de los hebreos en el desierto.

Su Dirigente invisible los salvaría de una destrucción ignominiosa. Se prolonga para ellos el perdón. Pueden encontrar perdón aun si ahora se arrepienten. La venganza de Dios ha llegado ahora cerca de ellos y los ha llamado al arrepentimiento. Una intervención especial, irresistible, desde el cielo ha detenido su presuntuosa rebelión. Si responden ahora a la mediación de la providencia de Dios, pueden salvarse. Pero el arrepentimiento y la humillación de la congregación deben ser proporcionales a su transgresión. La revelación del poder notable de Dios los ha colocado más allá de la incertidumbre. Si lo aceptan, pueden tener un conocimiento de la verdadera posición y la sagrada investidura de Moisés y Aarón. Pero su descuido en considerar las evidencias que Dios les había dado fue fatal. No comprendieron la importancia de una acción inmediata de su parte para buscar el perdón de Dios por sus graves pecados.

Esa noche de prueba para los hebreos no la pasaron confesando y arrepintiéndose de sus pecados, sino ideando alguna manera para resistir las evidencias que les mostraban que eran grandes pecadores. Todavía acariciaban su odio envidioso hacia los hombres nombrados por Dios y se fortalecieron en su conducta alocada de resistir la autoridad de Moisés y Aarón. Satanás estaba cerca para pervertir el juicio y guiarlos a ciegas a la destrucción. Sus mentes se habían envenenado completamente con desafecto, y habían llegado a la conclusión fuera de toda duda de que Moisés y Aarón eran hombres malvados, y que eran responsables por la muerte de Coré, Datán y Abiram, a quienes consideraban que habrían sido los salvadores de los hebreos al traer un mejor orden de cosas, donde la alabanza tomaría el lugar de la reprensión, y la paz el lugar de la ansiedad y el conflicto.

El día anterior, todo Israel había huido alarmado ante los gritos de los pecadores condenados que descendieron al abismo; porque dijeron: "No nos trague también la tierra". (Números 16:34) "El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová". (Vers. 41) En su indignación estaban listos para atacar violentamente a los hombres designados por Dios, quienes, según ellos creían, habían cometido un gran error al matar a aquellos que eran buenos y santos.

Pero la presencia del Señor se manifestó en su gloria sobre el tabernáculo, y el rebelde Israel fue detenido en su curso demente y presuntuoso. La voz del Señor desde su terrible gloria les habla ahora a Moisés y Aarón con la misma orden que les había dado el día anterior para dirigirse a la congregación de Israel: "Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento". (Números 16:45)

Aquí encontramos una impresionante exhibición de la ceguera que envuelve a las mentes humanas que se apartan de la luz y la evidencia. Vemos la fuerza de la rebelión que se ha arraigado, y cuán difícil es someterla. Seguramente los hebreos habían tenido la evidencia más convincente en la destrucción de los hombres que los habían engañado; pero todavía resistieron en forma audaz y desafiante, y acusaron a Moisés y Aarón de matar a hombres buenos y santos. "Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación". (1 Samuel 15:23)

Moisés no sentía la culpa del pecado y no se alejó rápidamente ante la palabra del Señor para dejar que la congregación pereciera, como los hebreos que habían huido de las tiendas de Coré, Datán y Abiram el día anterior. Moisés se dilató, porque él no podía consentir en dejar que pereciera toda esa vasta multitud, aunque sabía que merecían el castigo de Dios por su persistente rebelión. Se postró ante Dios porque el pueblo no sentía la necesidad de humillarse; hizo mediación por ellos porque no sentían necesidad de intercesión en su favor.

Moisés aquí simboliza a Cristo. En este momento crítico Moisés manifestó el interés del verdadero Pastor por el rebaño que está a su cuidado. Imploró que la ira de un Dios ofendido no destruyera completamente al pueblo de su elección. Y por su intercesión detuvo el brazo de la venganza, para que no fuera exterminado completamente el Israel desobediente y rebelde. Le dio instrucciones a Aarón en cuanto a qué hacer en esa terrible crisis cuando la ira de Dios se había manifestado y había comenzado la plaga. Aarón se mantuvo de pie con su incensario, agitándolo ante el Señor, mientras la intercesión de Moisés ascendía con el humo del incienso. Moisés no se atrevió a cesar sus ruegos. Se aferró a la fuerza del Ángel, como hiciera Jacob en su lucha nocturna, y como Jacob, prevaleció. Aarón estaba entre los vivos y los muertos cuando llegó la misericordiosa respuesta: He oído tu oración, y no consumiré completamente. Los mismos hombres a quienes la congregación despreciaba y a quienes habrían dado muerte fueron los que intercedieron en su favor para que la espada vengadora de Dios pudiera enfundarse y el Israel pecador fuera perdonado.

Despreciadores de los reproches

El apóstol Pablo afirma claramente que lo experimentado por los israelitas en sus viajes fue registrado para beneficio de los que viven en esta época, aquellos en quienes los fines de los siglos han parado. No consideramos que nuestros peligros sean menores que aquellos que corrieron los hebreos, sino mayores. Seremos tentados a manifestar celos y a murmurar, y habrá rebelión abierta, según se registra acerca del antiguo Israel. Habrá siempre un espíritu tendiente a levantarse contra la reprensión de pecados y males. Pero, ¿deberá callarse la voz de reprensión por causa de esto? En tal caso, no estaremos en mejor condición que las diversas denominaciones del país que temen mencionar los errores y pecados predominantes en el pueblo.

Aquellos a quienes Dios apartó como ministros de la justicia tienen solemnes responsabilidades en lo que se refiere a reprender los pecados del pueblo. Pablo ordenó a Tito: "Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie". (Tito 2:15) Siempre habrá quienes desprecien al que se atreva a reprender el pecado; pero hay ocasiones en que debe darse la reprensión. Pablo incitó a Tito a que reprendiese severamente a ciertas clases de personas, para que fuesen sanas en la fe. Los hombres y las mujeres de diferentes temperamentos que se reúnen para formar la iglesia, tienen peculiaridades y defectos. A medida que éstos se desarrollen, requerirán reprensión. Si los que se hallan en puestos importantes no los reprendieran nunca ni exhortasen, pronto se produciría una condición de desmoralización que deshonraría grandemente a Dios. Pero, ¿cómo será dada la reprensión? Dejemos contestar al apóstol: "Con toda paciencia y doctrina". (2 Timoteo 4:2) Los buenos principios deben aplicarse a la persona que necesite reprensión, pero nunca se deben pasar por alto, con indiferencia, los males que haya entre el pueblo de Dios.

Habrá hombres y mujeres que desprecien la reprensión y que siempre se rebelarán contra ella. No es agradable que se nos presenten las cosas malas que hacemos. En casi cualquier caso en que sea necesaria la reprensión, habrá quienes pasen completamente por alto el hecho de que el Espíritu del Señor ha sido contristado y su causa cubierta de oprobio. Estos se compadecerán de los que merecían reprensión, porque se han herido sus sentimientos personales. Toda esta compasión no santificada hace que los que la manifiestan participen de la culpa del que fue reprendido. En nueve casos de cada diez, si se hubiera permitido que la persona reprendida comprendiera su mala conducta, se le habría ayudado a reconocerla y por lo tanto se habría reformado. Pero los simpatizantes entrometidos y no santificados atribuyen falsos motivos al que reprende y a la naturaleza del reproche, y, simpatizando con la persona reprendida, la inducen a pensar que realmente se la maltrató y sus sentimientos se rebelan contra el que no ha hecho sino cumplir con su deber. Los que cumplen fielmente sus deberes desagradables, conociendo su responsabilidad ante Dios, recibirán su bendición. Dios exige que sus siervos estén siempre dispuestos a hacer su voluntad con fervor. En el encargo que da el apóstol a Timoteo, le exhorta así: "Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina". (2 Timoteo 4:2)

Los hebreos no estaban dispuestos a someterse a las instrucciones y restricciones del Señor. Querían simplemente hacer su voluntad, seguir los impulsos de su propia mente y ser dominados por su propio juicio. Si se les hubiera concedido esta libertad, no habrían proferido queja contra Moisés; pero se amotinaron bajo la restricción.

Dios quiere que su pueblo sea disciplinado y que obre con armonía, a fin de que lo vea todo unánimemente y tenga un mismo sentir y criterio. Para producir este estado de cosas, hay mucho que hacer. El corazón carnal debe ser subyugado y transformado. Dios quiere que haya siempre un testimonio vivo en la iglesia. Será necesario reprender y exhortar, y a algunos habrá que hacerles severos reproches, según lo exija el caso. Oímos el argumento: "¡Oh, yo soy tan sensible que no puedo soportar el menor reproche!" Si estas personas presentaran su caso correctamente, dirían: "Soy tan voluntarioso, tan pagado de mí mismo, tan orgulloso que no tolero que se me den órdenes; no quiero que se me reprenda. Abogo por los derechos del juicio individual; tengo derecho a creer y hablar según me plazca". El Señor no desea que renunciemos a nuestra individualidad. Pero, ¿qué hombre es juez adecuado para saber hasta dónde debe llevarse este asunto de la independencia individual?

Pedro recomienda a sus hermanos: "Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes". (1 Pedro 5:5) También el apóstol Pablo exhorta a sus hermanos filipenses a tener unidad y humildad: "Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús". (Filipenses 2:1-5). Y Pablo vuelve a exhortar así a sus hermanos: "El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros". (Romanos 12:9, 10) "Someteos unos a otros en el temor de Dios". (Efesios 5:21)

La historia de los israelitas nos presenta el grave peligro del engaño. Muchos no se dan cuenta del carácter pecaminoso de su propia naturaleza ni de lo que es la gracia del perdón. Están en las tinieblas de su naturaleza, sujetos a tentaciones y gran engaño. Viven lejos del Señor; y sin embargo están muy satisfechos de su vida cuando Dios aborrece su conducta. Esta clase de personas guerreará siempre contra la dirección del Espíritu de Dios, especialmente con la reprensión. No quiere ser perturbada. Ocasionalmente experimenta temores egoístas y buenos propósitos y a veces pensamientos de ansiedad y convicción; pero no tiene experiencia profunda porque no está ligada con la Roca eterna. Esta clase de personas no ve nunca la necesidad del testimonio claro. El pecado no le parece tan grave, porque no anda en la luz como Cristo está en la luz.

Hay aún otra clase de personas que tiene gran luz y convicción especial, y una verdadera experiencia en la obra del Espíritu de Dios. Pero la han vencido las múltiples tentaciones de Satanás. No aprecia la luz que Dios le ha dado. No escucha las amonestaciones y reprenDespreciadores siones del Espíritu de Dios. Está bajo condenación. Dichas personas resistirán siempre el testimonio recto, porque éste las condena.

Dios quiere que su pueblo sea una unidad; que sus hijos tengan un mismo parecer, un mismo ánimo y un mismo criterio. Esto no puede lograrse sin un testimonio claro, recto y vivo en la iglesia. La oración de Cristo era que los discípulos fueran uno, como él era uno con su Padre. "Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado". (Juan 17:20-23)