Testimonios para la Iglesia, Tomo 3

Capítulo 32

Una súplica a los jóvenes

Estimados jóvenes: De vez en cuando el Señor me ha dado testimonios de amonestación para vosotros. Os alentará si queréis entregarle los mejores y más santos afectos de vuestro corazón. A medida que estas amonestaciones reviven distintamente delante de mí, comprendo vuestros peligros en una forma que yo sé que vosotros no discernís. La escuela situada en Battle Creek reúne a muchos jóvenes de diferente idiosincrasia. Si estos jóvenes no están consagrados a Dios ni son obedientes a su voluntad, y no andan humildemente en los caminos de sus mandamientos, la fundación de una escuela en Battle Creek causará gran desaliento a la iglesia. Esa escuela puede ser una bendición o una maldición. Os suplico a vosotros que habéis tomado el nombre de Cristo que os apartéis de toda iniquidad y que desarrolléis un carácter que Dios pueda aprobar.

Pregunto: ¿Creéis que los testimonios de reprensión que os han sido dados provienen de Dios? Si realmente creéis que la voz de Dios os ha hablado, señalando vuestros peligros, ¿prestáis atención a los consejos dados? ¿Mantenéis estos Testimonios frescos en vuestra mente leyéndolos a menudo y con oración en vuestro corazón? El Señor os ha hablado, niños y jóvenes, vez tras vez; pero habéis sido tardos en escuchar sus amonestaciones. Si la rebeldía no hubiera endurecido vuestro corazón contra lo que Dios ha dicho acerca de vuestro carácter y de vuestros peligros y contra la conducta que se os ha trazado, algunos de vosotros habríais prestado atención a lo que se requiere de vosotros para que podáis obtener fuerza espiritual y ser una bendición en la escuela, la iglesia y entre todos aquellos con quienes tratáis.

Jóvenes y niñas, sois responsables ante Dios por la luz que os ha dado. Esta luz y estas amonestaciones, si no las escucháis, se levantarán en el juicio contra vosotros. Se os han señalado claramente los peligros que corréis; se os han dirigido palabras de cautela y habéis sido guardados por todos lados y rodeados de advertencias. Habéis escuchado en la casa de Dios las verdades más solemnes y escrutadoras del corazón, presentadas por los siervos del Señor con la manifestación de su Espíritu. ¿Qué peso han tenido sobre vuestro corazón estas solemnes súplicas? ¿Qué influencia ejercen sobre vuestro carácter? Se os pedirá cuenta de cada una de estas súplicas y advertencias. Se levantarán en el juicio para condenar a los que viven en la vanidad, liviandad y orgullo.

Amados jóvenes amigos, lo que sembráis, segaréis. Ahora es el tiempo de la siembra para vosotros. ¿Cuál será la mies? ¿Qué estáis sembrando? Cada palabra que pronunciáis, cada acto que ejecutáis es una semilla que dará fruto, bueno o malo, y resultará en gozo o pesar para el que la siembre. Según la semilla que se siembre, será la cosecha. Dios os ha dado gran luz y muchos privilegios. Después que ha sido dada esta luz, después que vuestros peligros os han sido presentados claramente, la responsabilidad recae sobre vosotros. La manera en que empleéis la luz que Dios os da, hará inclinar la balanza para vuestra felicidad o desgracia. Vosotros mismos estáis moldeando vuestros destinos.

Todos ejercéis influencia para bien o para mal sobre la mente y el carácter de los demás. Y en los registros del cielo queda escrito exactamente qué clase de influencia ejercéis. Un ángel os acompaña, y toma nota de vuestras palabras y acciones. Cuando os levantáis por la mañana, ¿sentís vuestra impotencia y vuestra necesidad de fuerza divina? ¿Y dais a conocer humildemente, de todo corazón, vuestras necesidades a vuestro Padre celestial? En tal caso, los ángeles notan vuestras oraciones, y si éstas no han salido de labios fingidores, cuando estéis en peligro de pecar inconscientemente y de ejercer una influencia que induciría a otros a hacer el mal, vuestro ángel custodio estará a vuestro lado, para induciros a seguir una conducta mejor, escoger las palabras que habéis de pronunciar, y para influir en vuestras acciones.

Si no os consideráis en peligro y si no oráis por ayuda y fortaleza para resistir las tentaciones, os extraviaréis seguramente; vuestro descuido del deber quedará anotado en el libro de Dios en el cielo, y seréis hallados faltos en el día de la prueba. Hay en derredor de vosotros algunas personas que han recibido instrucción religiosa, y otros que han sido complacidos, mimados, adulados y alabados, hasta el punto de haber quedado literalmente echados a perder para la vida práctica. Hablo de personas a quienes conozco. Su carácter se ha torcido tanto por la indulgencia, la adulación y la indolencia que son inútiles para esta vida. Siendo así, ¿qué se puede esperar de ellos para aquella vida donde todo es pureza y santidad, y donde todos tendrán un carácter armonioso? He orado por estas personas; les he hablado personalmente. Pude ver la influencia que ejercerían sobre otras mentes, al inducirlas a ser vanidosas, a desvivirse por la indumentaria y a descuidar sus intereses eternos. La única esperanza que hay para esta clase de personas consiste en que presten atención a sus caminos, humillen su corazón vano y orgulloso delante de Dios, confiesen sus pecados y se conviertan.

La vanidad en el vestir como el amor a la diversión es una gran tentación para los jóvenes. Dios tiene sobre éstos derechos sagrados. Exige todo el corazón, toda el alma, todos los afectos. La respuesta que se da a veces a esta declaración es: "¡Oh, no profeso el cristianismo!" ¿Qué importa si no lo hacéis? ¿No tiene Dios sobre vosotros los mismos derechos que sobre el que profesa ser su hijo? Debido a que os atrevéis a descuidar las cosas sagradas, ¿pasará el Señor por alto vuestro pecado de negligencia y rebelión? Cada día en que despreciéis el derecho de Dios y toda oportunidad de misericordia que menospreciéis, serán cargados a vuestra cuenta y aumentarán la lista de pecados que se presentará contra vosotros en el día en que se investiguen las cuentas de cada alma. Me dirijo a vosotros, jóvenes y niñas, sea que profeséis o no el cristianismo. Dios exige vuestros afectos, vuestra gozosa obediencia y devoción. Tenéis ahora un corto tiempo de gracia y podéis aprovechar esta oportunidad para entregaros incondicionalmente a Dios.

La obediencia y la sumisión a los requerimientos de Dios son las condiciones que expone el apóstol inspirado, por las cuales llegamos a ser hijos de Dios y miembros de la familia real. Jesús ha rescatado por su propia sangre, del abismo y la ruina a la cual Satanás los obligaba a ir, a todo niño y joven, y a todo hombre y mujer. Debido a que los pecadores no aceptarán la salvación que se les ofrece gratuitamente, ¿quedarán libres de sus obligaciones? El hecho de que decidan permanecer en pecado y audaz transgresión, no reduce su culpabilidad. Jesús pagó un precio por ellos y le pertenecen. Son su propiedad; y si no quieren obedecer a Aquel que dio su vida por ellos, y dedican su tiempo, fortaleza y talento al servicio de Satanás, están ganando su salario, que es la muerte. La gloria inmortal y la vida eterna son la recompensa que nuestro Redentor ofrece a los que quieran obedecerle. Gracias a él, es posible que ellos perfeccionen su carácter cristiano mediante su nombre y venzan por su cuenta como él venció en su favor. Les ha dado un ejemplo en su propia vida, mostrándoles cómo pueden vencer. "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro". (Romanos 6:23)

Los derechos de Dios son igualmente válidos para todos. Los que prefieren descuidar la gran salvación que se les ofrece gratuitamente; los que prefieren servirse ellos mismos y permanecer siendo enemigos de Dios, enemigos del Redentor que se sacrificó a sí mismo, están ganando su paga. Están sembrando para la carne y de la carne cosecharán corrupción.

Los que se han revestido de Cristo por el bautismo, demostrando por este acto que se separan del mundo y que se han comprometido a andar en novedad de vida, no deben levantar ídolos en su corazón. Los que se regocijaron una vez en la evidencia de que sus pecados eran perdonados, que gustaron el amor del Salvador, y que luego persisten en unirse con los enemigos de Cristo, rechazando la perfecta justicia que Jesús les ofrece y escogiendo los camihos que él ha condenado, serán juzgados más severamente que los paganos que nunca tuvieron la luz, y que nunca conocieron a Dios ni su ley. Los que se niegan a seguir la luz que Dios les ha dado, prefiriendo las diversiones, vanidades y locuras del mundo y negándose a conformar su conducta con los santos y justos requerimientos de la ley de Dios, son culpables de los más graves pecados a la vista de Dios. Su culpabilidad y su paga serán proporcionales a la luz y a los privilegios que tuvieron.

Vemos al mundo absorto en sus propias diversiones. Los primeros y principales pensamientos de la gran mayoría, especialmente de las mujeres, se dedican a la ostentación. El amor a la indumentaria y los placeres está destruyendo la felicidad de millares. Y algunos de los que profesan amar y guardar los mandamientos de Dios imitan a esa clase de personas, tanto como les es posible hacerlo sin perder el nombre de cristianos. Algunos de los jóvenes tienen tanta afición a la ostentación, que hasta están dispuestos a renunciar al nombre de cristianos para seguir su inclinación a la vanidad y la indumentaria, y el amor a los placeres. La abnegación en el vestir es parte de nuestro deber cristiano. El vestir sencillamente y abstenerse de ostentar joyas y adornos de toda clase está de acuerdo con nuestra fe. ¿Pertenecemos al número de aquellos que ven la insensatez de los mundanos al entregarse a la extravagancia en el vestir y al amor de las diversiones? En tal caso, debiéramos pertenecer a la clase que rehúye todo lo que sanciona este espíritu que se posesiona de la mente y del corazón de quienes viven para este mundo solamente y no piensan ni se interesan en el venidero.

Jóvenes cristianos, he visto en algunos de vosotros un amor a los vestidos y a la ostentación que me ha apenado. En algunos que han sido bien instruidos, que tuvieron privilegios religiosos desde su infancia y se vistieron de Cristo por el bautismo, confesando así que morían al mundo, he visto tal vanidad en la indumentaria y liviandad en la conducta, que han agraviado al amado Salvador y ocasionado oprobio para la causa de Dios. He notado con pena vuestra decadencia religiosa y vuestra disposición a adornar vuestra vestimenta. Algunos han tenido la mala suerte de llegar a poseer cadenas o alfileres de oro, o ambas cosas, y han manifestado el mal gusto de exhibirlos, para atraer la atención. No puedo sino asociar estos caracteres con el vano pavo real que ostenta sus vistosas plumas para ser admirado. Es todo lo que esta pobre ave tiene para atraer la atención, porque su graznido y su forma no son nada atrayentes.

Los jóvenes pueden esforzarse por destacarse en la búsqueda del adorno de un espíritu manso y humilde, joya de inestimable valor que puede llevarse con gracia divina. Este adorno poseerá atracción para muchos en este mundo y será considerado de gran valor por los ángeles del cielo, y sobre todo por nuestro Padre celestial; quienes lo llevan serán huéspedes idóneos de sus atrios. Los jóvenes tienen facultades que, debidamente cultivadas, los capacitarían para ocupar casi cualquier puesto de confianza. Si se propusieran obtener una educación para ejercitar y desarrollar las facultades que Dios les ha dado a fin de ser útiles y beneficiar a otros, su mente no se atrofiaría. Manifestarían profundidad de pensamiento y firmeza de principios, y ganarían influencia y respeto. Ejercerían sobre los demás una influencia elevadora, que induciría a las almas a ver y reconocer el poder de una vida cristiana inteligente. Los que se interesan más en el ostentoso adorno de sus personas que en educar la mente y ejercitar sus facultades para tener mayor utilidad, y glorificar a Dios, no comprenden su responsabilidad ante Dios. Se sentirán inclinados a ser superficiales en todo lo que emprendan, limitarán su utilidad y atrofiarán su intelecto.

Me siento hondamente apenada por los padres de estos jóvenes, como también por los hijos. La responsabilidad de la deficiente preparación de los hijos tendrá que recaer sobre alguien. Los padres que han mimado y complacido a sus hijos, en vez de refrenarlos juiciosamente de acuerdo a los buenos principios, pueden ver los caracteres que han formado. Según la preparación, es el carácter.

El fiel Abraham

Mis pensamientos se remontan al fiel Abraham, quien, en obediencia a la orden divina que le fuera dada en visión nocturna en Beerseba, prosigue su viaje junto con Isaac. Ve delante de sí la montaña que Dios le había prometido señalar como lugar donde debe ofrecer su sacrificio. Saca la leña del hombro de su siervo, y la pone sobre Isaac, el que ha de ser ofrecido. Ciñe su alma con firmeza y severidad llena de agonía, dispuesto a realizar la obra que Dios le exige que haga. Con corazón angustiado y mano enervada, toma el fuego, mientras que Isaac le pregunta: "Padre mío... He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?" (Génesis 22:7) Pero, oh, Abraham no puede decírselo en ese momento. El padre y el hijo construyen el altar, y llega para Abraham el terrible momento de dar a conocer a Isaac lo que ha hecho agonizar su alma durante todo el largo viaje, a saber, que Isaac mismo es la víctima. Isaac ya no es un niño; es un joven adulto. Podría rehusar someterse al designio de su padre, si quisiera hacerlo. No acusa a su padre de locura, ni siquiera procura cambiar su propósito. Se somete. Cree en el amor de su padre y sabe que no haría el terrible sacrificio de su único hijo si Dios no se lo hubiera ordenado. Isaac queda atado por las manos temblorosas y amantes de su padre compasivo, porque Dios lo ha dicho. El hijo se somete al sacrificio, porque cree en la integridad de su padre. Pero, cuando está listo, cuando la fe del padre y la sumisión del hijo han sido plenamente probadas, el ángel de Dios detiene la mano alzada de Abraham que está por matar a su hijo, y le dice que basta. "Conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único". (Vers. 12)

Este acto de fe de Abraham ha sido registrado para nuestro beneficio. Nos enseña la gran lección de confiar en los requerimientos de Dios, por severos y crueles que parezcan; y enseña a los hijos a someterse enteramente a sus padres y a Dios. Por la obediencia de Abraham se nos enseña que nada es demasiado precioso para darlo a Dios.

Isaac prefiguró al Hijo de Dios, que iba a ser ofrecido por los pecados del mundo. Dios quería inculcar en Abraham el evangelio de la salvación del hombre. Para ello y a fin de que la verdad fuese una realidad para él como también para probar su fe, le pidió que quitara la vida a su amado Isaac. Todo el pesar y la agonía que soportó Abraham por esta sombría y temible prueba, tenía por propósito grabar profundamente en él la comprensión del plan de redención en favor del hombre caído. Se le hizo entender mediante su propia experiencia cuán inmensa era la abnegación del Dios infinito al dar a su propio Hijo para que muriese a fin de rescatar al hombre de la ruina completa. Para Abraham, ninguna tortura mental podía igualarse con la que sufrió al obedecer la orden divina de sacrificar a su hijo.

Dios entregó a su Hijo a una vida de humillación, pobreza, trabajo, odio, y a la muerte agonizante de la crucifixión. Pero, no había ningún ángel que comunicara el gozoso mensaje: "Basta; no necesitas morir, mi muy amado Hijo". Legiones de ángeles aguardaban tristemente, esperando que, como en el caso de Isaac, Dios impidiera en el último momento su muerte ignominiosa. Pero no se les permitió a los ángeles llevar un mensaje tal al amado Hijo de Dios. La humillación que sufrió en el tribunal y en el camino al Calvario, prosiguió. Fue escarnecido, ridiculizado, escupido. Soportó las burlas, los desafíos y el vilipendio de los que le odiaban, hasta que en la cruz doblegó su frente y murió.

¿Podría Dios habernos dado prueba mayor de su amor que al dar así a su Hijo para que pasase por estas escenas de sufrimiento? Y como el don de Dios al hombre fue el don gratuito de su amor infinito, así sus derechos a nuestra confianza, nuestra obediencia, todo nuestro corazón y la riqueza de nuestros afectos, son correspondientemente infinitos. Requiere todo lo que el hombre puede dar. La sumisión de nuestra parte debe ser proporcional al don de Dios. Debe ser completa, sin ninguna reserva. Todos somos deudores de Dios. Él tiene sobre nosotros derechos que no podemos satisfacer sin entregarnos en sacrificio pleno y de buen grado. Exige nuestra obediencia pronta y voluntaria, y no aceptará nada que no llegue a esto. Tenemos ahora oportunidad de asegurarnos el amor y el favor de Dios. Éste puede ser el último año de vida de algunos de los que leen esto. ¿Hay, entre los jóvenes que leen esta súplica, quienes prefieran los placeres de este mundo a la paz que Cristo da a quien busca fervientemente su voluntad y la hace alegremente?

Dios pesa nuestros caracteres, conducta y motivos en la balanza del santuario. Será algo terrible si nuestro Redentor, quien murió en la cruz para atraer nuestros corazones a él, nos declara faltos de amor y obediencia. Dios nos ha concedido dones grandes y preciosos. Nos ha dado luz y un conocimiento de su voluntad para que no necesitemos errar o andar en tinieblas. Ser pesado en la balanza y ser hallado falto en el día del juicio y recompensa finales, será terrible, un error espantoso que nunca podrá ser corregido. Amigos jóvenes, ¿se recorrerá en vano el libro de Dios para buscar vuestros nombres?

Dios os ha señalado una obra que debéis hacer para él, y que os hará colaboradores con él. En todo vuestro derredor hay almas que salvar. Hay personas a quienes podéis estimular y bendecir por vuestros fervientes esfuerzos. Podéis apartar las almas del pecado y llevarlas a la justicia. Cuando comprendáis vuestra responsabilidad para con Dios, sentiréis la necesidad de ser fieles en la oración, fieles en cuanto a velar contra las tentaciones de Satanás. Si sois verdaderamente cristianos, os sentiréis más inclinados a lamentaros por las tinieblas morales del mundo que a participar de su liviandad y ostentación. Estaréis entre aquellos que suspiran y lloran por las abominaciones que se cometen en la tierra. Resistiréis las tentaciones de Satanás a participar de la vanidad y de los adornos ostentosos. Sólo una mente estrecha y un intelecto atrofiado pueden satisfacerse con esas cosas triviales y descuidar las altas responsabilidades.

Los jóvenes de nuestra época pueden trabajar con Cristo si quieren; y al trabajar, su fe se fortalecerá, y aumentará su conocimiento de la voluntad divina. Cada verdadero propósito y acto correcto será registrado en el libro de la vida. Ojalá pudiera yo despertar a los jóvenes para que vean y sientan cuán pecaminoso es vivir para su propia satisfacción, y atrofiar su intelecto con las cosas vanas de esta vida. Si quisieran elevar sus pensamientos y palabras por encima de los atractivos frívolos de este mundo, y tener por propósito glorificar a Dios, su paz, que supera todo entendimiento, les pertenecerá.

Humillación de Cristo

¿Nuestro Ejemplo no holló un camino duro, abnegado, sacrificado, humilde en nuestro favor a fin de salvarnos? Él enfrentó dificultades, experimentó chascos, y sufrió oprobios y aflicción en su obra de salvarnos. ¿Y rehusaremos andar donde el Rey de gloria nos ha enseñado el camino? ¿Nos quejaremos de las penurias y pruebas en la obra de vencer en nuestro favor, cuando recordamos los sufrimientos de nuestro Redentor en el desierto de la tentación, en el Huerto de Getsemaní y en el Calvario? Todo esto fue soportado para mostrarnos el camino y para traernos la ayuda divina que debemos tener o perecer. Si la juventud quiere ganar la vida eterna, no necesita pensar que puede seguir sus propias inclinaciones. El premio les costará algo, sí, todo. Ahora pueden tener a Jesús o el mundo. ¡Cuántos queridos jóvenes sufrirán privaciones, cansancio, trabajos y ansiedad a fin de satisfacerse ellos mismos y de alcanzar un propósito en esta vida! No piensan en quejarse de las penurias y dificultades que enfrentan a fin de servir sus propios intereses. ¿Por qué, entonces, debieran rehuir la lucha, la abnegación o cualquier sacrificio a fin de obtener la vida eterna?

Cristo vino de las cortes de gloria a este mundo contaminado por el pecado y se humilló al tomar la humanidad. Se identificó con nuestras debilidades y fue tentado en todo según nuestra semejanza. Cristo perfeccionó un carácter justo aquí en la tierra, no en su propio favor, porque su carácter era puro y sin mancha, sino en favor del hombre caído. Él ofrece su carácter al hombre si éste lo acepta. Mediante el arrepentimiento de sus pecados, la fe en Cristo y la obediencia a la perfecta Ley de Dios, se le imputa al pecador la justicia de Cristo; él llega a ser su justicia, y su nombre es registrado en el libro de la vida del Cordero. Se convierte en un hijo de Dios, un miembro de la familia real.

Jesús pagó un precio infinito para redimir al mundo, y se le entregó en sus manos la raza humana; llegó a ser su propiedad. Sacrificó su honor, sus riquezas y su hogar glorioso en la cortes reales y se convirtió en el hijo de José y María. José era uno de los artesanos más humildes de su tiempo. Jesús también trabajó, vivió una vida de privaciones y afanes. Cuando comenzó su ministerio, después de su bautismo, soportó un ayuno agonizante de casi seis semanas. No fueron meramente los dolorosos retortijones del hambre lo que hizo que sus sufrimientos fueran indeciblemente severos, sino que fue la culpa de los pecados del mundo lo que lo abrumaba muy pesadamente. El que no conocía pecado fue hecho pecado por nosotros. Con este terrible peso de culpa sobre sí a causa de nuestros pecados resistió la prueba terrible del apetito, y del amor al mundo y al honor, y del orgullo de la ostentación que conduce a la presunción. Cristo soportó estas tres grandes tentaciones capitales y venció en favor del hombre, obrando para él un carácter justo, porque sabía que el hombre no podía lograrlo por sí mismo. Sabía que Satanás iba a asaltar a la raza humana en estos tres puntos. El enemigo había vencido a Adán y se había propuesto seguir adelante con su obra hasta completar la ruina del hombre. Cristo entró en el campo de batalla en favor del hombre a fin de vencer a Satanás en su lugar, porque sabía que el hombre no podría vencerlo por cuenta propia. Cristo preparó el camino para el rescate del hombre mediante su propia vida de sufrimiento, abnegación y sacrificio, y mediante su humillación y muerte final. Le trajo ayuda al hombre para que éste, siguiendo el ejemplo de Cristo, pudiera vencer en su favor, así como Cristo había vencido para él.

"¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios". (1 Corintios 6:19, 20) "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es". (1 Corintios 3:16, 17) "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso". (2 Corintios 6:14-18)

¡Cuán misericordiosa y tiernamente obra nuestro Padre celestial con sus hijos! Los guarda de mil peligros que ellos no ven, y los protege contra las artes sutiles de Satanás, para que no sean destruidos. Debido a que nuestra corta visión no discierne el cuidado protector de Dios mediante sus ángeles, no procuramos contemplar y apreciar el interés siempre vigilante que nuestro bondadoso y benevolente Creador tiene en la obra de sus manos; y no nos mostramos agradecidos por la multitud de mercedes que nos concede diariamente.

Los jóvenes ignoran los muchos peligros a los cuales están expuestos diariamente. No podrían nunca conocerlos plenamente a todos; pero si velan y oran Dios mantendrá sus conciencias sensibles y claras sus percepciones, para que disciernan las operaciones del enemigo y sean fortalecidos contra sus ataques. Pero muchos de los jóvenes han seguido durante tanto tiempo sus propias inclinaciones, que el deber es una palabra que no tiene significado para ellos. No comprenden los altos y santos deberes que han de cumplir para beneficiar a otros y glorificar a Dios; y descuidan en absoluto su cumplimiento.

Si los jóvenes tan sólo pudieran despertarse y sentir profundamente su necesidad de fuerza divina para resistir las tentaciones de Satanás, obtendrían preciosas victorias y una experiencia valiosa en la guerra cristiana. ¡Cuán pocos de los jóvenes piensan en la exhortación del inspirado apóstol Pedro: "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe". (1 Pedro 5:8, 9) En la visión dada a Juan, él vio el poder de Satanás sobre los hombres, y exclamó: "¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo". (Apocalipsis 12:12)

La única seguridad de los jóvenes estriba en velar y orar humildemente, sin cesar. No deben hacerse la ilusión de que pueden ser cristianos sin esto. Satanás oculta sus tentaciones y designios bajo un manto de luz, como cuando se acercó a Cristo en el desierto. Se presentó entonces como uno de los ángeles celestiales. El adversario de nuestras almas se acercará como huésped celestial; y el apóstol recomienda como nuestra única seguridad la sobriedad y la vigilancia. Los jóvenes que se entregan a la negligencia y la liviandad y que descuidan los deberes cristianos, caen continuamente bajo las tentaciones del enemigo, en vez de vencer como Cristo venció.

El servicio de Cristo no es pesada rutina para el alma plenamente consagrada. La obediencia a nuestro Salvador no nos resta felicidad ni verdadero placer en esta vida, sino que ejerce un poder refinador y elevador sobre nuestro carácter. El estudio diario de las preciosas palabras de vida halladas en la Biblia fortalece el intelecto y nos permite conocer las obras grandiosas y gloriosas de Dios en la naturaleza. Por el estudio de las Escrituras obtenemos un conocimiento correcto de cómo vivir a fin de disfrutar la mayor felicidad sin sombra. El que estudia la Biblia se arma también de argumentos bíblicos para hacer frente a las dudas de los incrédulos y eliminarlas por la clara luz de la verdad. Los que han escudriñado las Escrituras pueden estar siempre fortalecidos contra las tentaciones de Satanás, cabalmente equipados para toda buena obra, y preparados para dar una razón de la esperanza que hay en ellos a todo aquel que así lo demande.

Demasiado a menudo se deja en las mentes la impresión de que la religión es degradante y que es un acto de condescendencia de parte de los pecadores aceptar las normas de la Biblia como su regla de vida. Piensan que sus requerimientos son toscos y que, al aceptarlos, deben renunciar a todos sus gustos por lo que es hermoso y en cambio tienen que aceptar lo que es humillante y degradante. Satanás nunca lanza un engaño mayor sobre las mentes que éste. La religión pura de Jesús requiere de sus seguidores la sencillez de la belleza natural y el pulimento del refinamiento natural y la pureza elevada antes que lo artificial y lo falso.

Aunque la religión pura se considera exigente en sus demandas y, especialmente entre los jóvenes, se la contrasta desfavorablemente con el brillo y el oropel falso del mundo, y los requerimientos de la Biblia son considerados como pruebas humillantes, que niegan el yo y le roban todos los encantos a la vida, la religión de la Biblia siempre tiene una tendencia a elevar y refinar. Y si los profesos seguidores de Cristo practicaran en sus vidas los principios de la religión pura, la religión de Cristo sería aceptable para las mentes más refinadas. La religión de la Biblia no contiene nada que pudiera ser discordante para los sentimientos más delicados. En todos sus preceptos y requerimientos es tan pura como el carácter de Dios y tan elevada como su trono.

El Redentor del mundo nos ha advertido contra el orgullo de la vida, pero no contra su gracia y belleza natural. Señaló toda la belleza resplandeciente de las flores del campo y de los lirios serenos en su pureza inmaculada sobre la superficie del lago, y dijo: "Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos". (Mateo 6:28, 29) Aquí Dios muestra que a pesar de que las personas se esfuercen mucho y se afanen hasta el cansancio para ser objetos de admiración por sus adornos externos, todos sus atavíos artificiales, que valoran tan altamente, no se comparan con las flores sencillas del campo por su encanto natural. Aun estas simples flores, con el adorno de Dios, sobrepujan en belleza al magnífico atavío de Salomón. "Ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos". (Vers. 29)

Aquí hay una importante lección para todo seguidor de Cristo. El Redentor del mundo habla a la juventud. ¿Escucharán ustedes sus palabras de instrucción celestial? Él les presenta temas de reflexión que ennoblecerán, elevarán, refinarán y purificarán, pero que nunca degradarán o empequeñecerán el intelecto. Su voz les está hablando: "Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder". (Mateo 5:14) "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Vers. 16) Si la luz de Dios está en ustedes, brillará para otros. No se puede ocultar jamás.

Queridos jóvenes, la tendencia que tienen a vestirse de acuerdo con la moda y a exhibir encajes y objetos de oro y elementos artificiales, no recomendará a otros la religión o la verdad que ustedes profesan. La gente de criterio considerará los intentos de ustedes de hermosear lo externo como prueba de mentes débiles y corazones orgullosos. La vestimenta sencilla y modesta será una recomendación a favor de mis hermanas jóvenes. No pueden hacer brillar su luz sobre otros más efectivamente que mediante la sencillez en la vestimenta y en la conducta. Pueden mostrarles a todos que, en comparación con las cosas eternas, colocan la estima debida en las cosas de esta vida.

Ahora es su oportunidad dorada para formar caracteres puros y santos para el cielo. No pueden darse el lujo de dedicar estos momentos preciosos al arreglo personal, el encrespamiento del cabello y a hermosear lo externo a expensas del adorno interior. "Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios". (1 Pedro 3:3, 4)

Dios, que creó hermoso y encantador todo aquello sobre lo cual descansa el ojo, es un amante de lo bello. Él les muestra cómo estima la verdadera belleza. A su vista, el adorno de un espíritu afable y apacible es de gran precio. ¿No trataremos seriamente de obtener lo que Dios estima como más valioso que vestidos costosos o perlas u oro? El adorno interior, la gracia de la mansedumbre y un espíritu en armonía con los ángeles celestiales, no disminuirá la verdadera dignidad del carácter ni nos hará menos encantadores aquí en este mundo.

La religión pura e incontaminada ennoblece a su poseedor. Usted siempre encontrará en el verdadero cristiano una alegría manifiesta, una santa y feliz confianza en Dios, una sumisión a sus providencias, que refrigera el alma. Mediante el cristiano, pueden verse el amor y la benevolencia de Dios en cada dádiva que recibe. Las bellezas de la naturaleza son un tema para la contemplación. Al estudiar la hermosura natural que nos rodea, la mente es transportada mediante la naturaleza al Autor de todo lo bello. Todas las obras de Dios hablan a nuestros sentidos, magnificando su poder, exaltando su sabiduría. Cada cosa creada tiene en ella encantos que interesan al hijo de Dios y moldean su gusto para considerar estas evidencias preciosas del amor de Dios por encima de las obras de la habilidad humana.

El profeta, en palabras de resplandeciente fervor, magnifica a Dios en sus obras creadas: "Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?" (Salmos 8:3, 4) "¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra! Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas". (Salmos 8:9; 9:1)

Es la ausencia de religión lo que hace sombría la senda de tantos profesores de religión. Están aquellos que pueden pasar por cristianos, pero que son indignos de ese nombre. No poseen caracteres cristianos. Cuando su cristianismo es puesto a prueba, su falsedad es demasiado evidente. La verdadera religión se ve en la conducta diaria. La vida del cristiano se caracteriza por el esfuerzo ferviente, desinteresado, para hacer bien a otros y glorificar a Dios. Su senda no es oscura ni sombría. Un escritor inspirado dijo: "Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. El camino de los impíos es como la oscuridad; no saben en qué tropiezan". (Proverbios 4:18, 19)

¿Y vivirán los jóvenes vidas vanas e insensatas de modas y frivolidad, empequeñeciendo su intelecto con asuntos de vestidos y consumiendo su tiempo en el placer sensual? Cuando están completamente desprevenidos, Dios puede decirles: "Esta noche tu necedad terminará". Dios puede permitir que les sobrevenga una enfermedad mortal a aquellos que no llevan fruto para su gloria. Mientras enfrentan las realidades de la eternidad, pueden comenzar a comprender el valor del tiempo y de la vida que han perdido. Pueden entonces tener alguna noción del valor del alma. Ven que sus vidas no han glorificado a Dios iluminando la senda de otros al cielo. Han vivido para glorificar el yo. Y al sentirse torturados por el dolor y con angustia de alma no pueden tener conceptos claros de las cosas eternas. Pueden repasar su vida pasada y en su remordimiento exclamar: "No he hecho nada por Jesús, quien ha hecho todo por mí. Mi vida ha sido un terrible fracaso".

Mientras oran, amados jóvenes, para no ser inducidos en tentación, recuerden que su trabajo no termina con la oración; deben luego contestar hasta donde puedan su propia plegaria, resistiendo a la tentación y dejando a Jesús que haga por ustedes lo que no pueden hacer. Nunca serán demasiado cautelosos en sus palabras y su conducta para no invitar al enemigo a tentarlos. Muchos de nuestros jóvenes, por su descuido negligente de las amonestaciones y reprensiones que se les dirigen, abren la puerta de par en par para que entre Satanás. Teniendo la Palabra de Dios como nuestra guía y a Jesús como nuestro Maestro celestial, no necesitamos ignorar sus requerimientos ni los designios de Satanás, ni ser vencidos por sus tentaciones. No será tarea desagradable obedecer a la voluntad de Dios, cuando nos entreguemos completamente a la dirección de su Espíritu.

Ahora es el tiempo de trabajar. Si somos hijos de Dios, mientras vivamos en el mundo él nos dará nuestro trabajo. Nunca podemos decir que no tenemos nada que hacer mientras permanezca un trabajo pendiente. Deseo que todos los jóvenes puedan ver, como yo he visto, el trabajo que pueden hacer y del que Dios los considerará responsables si lo descuidan. La mayor obra que jamás haya sido realizada en el mundo fue hecha por aquel que fue un hombre de dolores y experimentado en quebrantos. Una persona de mente frívola nunca logrará nada bueno.

La debilidad espiritual de muchos hombres y mujeres jóvenes en esta época es deplorable porque podrían ser agentes poderosos para el bien si estuvieran consagrados a Dios. Lamento grandemente la falta de estabilidad de los jóvenes. Todos deberíamos deplorar esto. Parece haber una falta de poder para hacer lo recto, una falta de esfuerzo intenso para obedecer los llamados del deber antes que los de la inclinación. En algunos parece haber poca fuerza para resistir la tentación. La razón por la cual son enanos en las cosas espirituales es porque no crecen espiritualmente fuertes mediante el ejercicio. Permanecen quietos cuando debieran estar yendo hacia delante. Cada paso en la vida de fe y del deber es un paso hacia el cielo. Quiero oír grandemente en cuanto a una reforma en muchos respectos tal como los jóvenes nunca han realizado hasta el momento. Cada atractivo que Satanás puede inventar les es presentado en forma insistente para volverlos indiferentes y descuidados hacia las cosas eternas. Sugiero que los jóvenes hagan esfuerzos especiales para ayudarse mutuamente a fin de ser fieles a sus votos bautismales y para que prometan solemnemente ante Dios retirar sus afectos de los vestidos y la ostentación.

Quisiera recordarles a los jóvenes que adornan sus personas y usan plumas sobre sus sombreros que, a causa de sus pecados, la cabeza de nuestro Salvador usó la vergonzosa corona de espinas. Cuando dediquen tiempo precioso para ataviar su apariencia, recuerden que el Rey de gloria usó un manto sencillo, sin costuras. Ustedes que se afanan en arreglar su persona, por favor tengan en mente que Jesús a menudo se cansaba a causa del incesante trabajo y de la abnegación y el sacrificio personal a fin de bendecir a los sufrientes y necesitados. Pasó noches enteras en oración en las montañas solitarias, no debido a sus debilidades y necesidades, sino porque vio y sintió la debilidad de la naturaleza humana para resistir las tentaciones del enemigo en los mismos puntos donde ahora ustedes son vencidos. Sabía que serían indiferentes hacia sus peligros y que no sentirían su necesidad de orar. Fue en nuestro favor que él derramó sus oraciones a su Padre con fuertes clamores y lágrimas. Fue para salvarnos del mismo orgullo y amor a la vanidad y el placer en el que ahora nos complacemos, y que destierra el amor de Jesús, por lo que fueron derramadas aquellas lágrimas y por lo que el semblante de nuestro Salvador fue desfigurado con una tristeza y angustia mayor que la de cualquiera de los hijos de los hombres.

¿Reaccionarán, jóvenes amigos, y sacudirán esta terrible indiferencia y estupor que los ha amoldado al mundo? ¿Oirán la voz de advertencia que les dice que la destrucción yace en la senda de aquellos que se sienten cómodos en esta hora de peligro? La paciencia de Dios no siempre los esperará, almas desdichadas y frívolas. No siempre se tratará livianamente a aquel que sostiene nuestros destinos en sus manos. Jesús nos declara que hay un pecado mayor que el que causó la destrucción de Sodoma y Gomorra. Es el pecado de aquellos que tienen la gran luz de la verdad en estos días y que no son movidos al arrepentimiento. Es el pecado de rechazar la luz del más solemne mensaje de misericordia al mundo. Es el pecado de aquellos que ven a Jesús en el desierto de la tentación, agobiado como en mortal agonía por los pecados del mundo, y que sin embargo no son movidos a experimentar un arrepentimiento cabal. Él ayunó casi seis semanas para vencer, en favor de los hombres, la indulgencia del apetito y la vanidad, y el deseo de ostentación y honor mundanal. Les ha mostrado cómo pueden vencer por su propio bien como él venció; pero a ellos no les resulta agradable soportar el conflicto y el oprobio, la burla y la vergüenza, por la amada causa del Maestro. No están dispuestos a negar el yo y a estar siempre tratando de hacer el bien a otros. No les agrada vencer como Cristo venció, de modo que se apartan del modelo que se les da claramente para copiar y se niegan a imitar el ejemplo que el Salvador vino de las cortes celestiales para dejarles.

El día del juicio será más tolerable para Sodoma y Gomorra que para aquellos que han tenido los privilegios y la gran luz que brilla en nuestros días, pero que han descuidado de seguir la luz y de darle plenamente sus corazones a Dios.