Testimonios para la Iglesia, Tomo 4

Capítulo 17

Jeremías reprende a Israel

El Señor dio a Jeremías un mensaje de reprensión para que lo llevara a su pueblo, que continuamente rechazaba el consejo de Dios, diciendo: "Yo os he hablado a vosotros desde temprano y sin cesar, y no me habéis oído. Y envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde temprano y sin cesar, para deciros: Volveos ahora cada uno de vuestro mal camino, y enmendad vuestras obras, y no vayáis tras dioses ajenos para servirles, y viviréis en la tierra que di a vosotros y a vuestros padres". (Jeremías 35:14-15)

Dios les rogó que no lo provocaran a ira con la obra de sus manos y de sus corazones; pero "no me habéis oído", dijo. Entonces Jeremías vaticinó la cautividad de los judíos, como castigo por no obedecer la palabra del Señor. Los caldeos serían utilizados como instrumentos de Dios para castigar a su pueblo desobediente. Su disciplina estaría en proporción a su inteligencia y a las advertencias que despreciaron. Por largo tiempo Dios había demorado sus juicios por la renuencia que tenía de humillar a su pueblo escogido; pero ahora les mostraría su desagrado, como un último esfuerzo por enderezar sus caminos torcidos.

En estos días no ha establecido ningún nuevo plan para preservar la pureza de su pueblo. De la misma manera en que lo hizo en la antigüedad, él ruega a los errantes que profesan su nombre que se arrepientan y se vuelvan de sus malos caminos. Por boca de sus siervos escogidos de ahora, como de entonces, predice los peligros que están delante de ellos. Hace sonar su nota de advertencia, y reprende el pecado tan fielmente como en los días de Jeremías. Pero el Israel de nuestro tiempo tiene las mismas tentaciones de desdeñar los reproches y odiar los consejos que el antiguo Israel. Demasiado a menudo prestan oídos sordos a las palabras que Dios ha dado a sus siervos para beneficio de los que profesan la verdad. Sin embargo, como en los días de Jeremías, la misericordia del Señor retiene por un tiempo la retribución de su pecado, pero no siempre los protegerá, sino que visitará la iniquidad con juicio justo.

El Señor ordenó a Jeremías que se pusiese de pie en el atrio del templo, y allí hablase a todo el pueblo de Judá que acudiera para adorar. No debía quitar una sola palabra de los mensajes que se le daban, a fin de que los pecadores de Sión tuviesen las más amplias oportunidades de escuchar y apartarse de sus malos caminos. Entonces Dios se arrepentiría del castigo que estaba dispuesto a infligirles a causa de su maldad.

Aquí se demuestra vívidamente la poca voluntad que el Señor tiene para castigar a su pueblo. Retuvo sus juicios y le rogó que regresara a la alianza con él. Israel había sido liberado de la esclavitud para que pudiera servir al Dios único y vivo. Sin embargo, los israelitas se desviaron y cayeron en la idolatría, tomando a la ligera las advertencias que les daban los profetas. Aun así, postergó el castigo para darles una nueva oportunidad de arrepentirse y evitar la paga de su pecado. Por medio de su profeta envió una clara y firme advertencia y puso delante de ellos la única vía para escapar del castigo que merecían: el arrepentimiento completo de su pecado y el abandono de los caminos del mal.

El Señor ordenó a Jeremías que dijera al pueblo: "Así ha dicho Jehová: 'Si no me oyereis para andar en mi ley, la cual puse ante vosotros, para atender a las palabras de mis siervos los profetas, que yo os envío desde temprano y sin cesar, a los cuales no habéis oído, yo pondré esta casa como Silo, y esta ciudad la pondré por maldición a todas las naciones de la tierra". (Jeremías 26:4-6) Los israelitas entendieron la referencia a Silo y el tiempo en que los filisteos vencieron a Israel y tomaron el arca de Dios.

Elí pecó porque consideró en poco la iniquidad de sus hijos, los cuales desempeñaban funciones sagradas. Al descuidar la reprensión y la corrección de sus hijos trajo una temible calamidad a Israel. Los hijos de Elí fueron muertos, el mismo Elí perdió la vida, el arca de Dios fue robada y treinta mil cayeron muertos. Todo ello porque un pecado fue tomado a la ligera y se permitió que se perpetuara entre ellos. ¡Qué lección para los hombres que ocupan puestos de responsabilidad en la iglesia de Dios! Solemnemente, les exige que abandonen los errores que deshonran la causa de la verdad.

En los días de Samuel, Israel pensó que, aunque no se arrepintieran de sus pecados, la presencia del arca que contenía los mandamientos de Dios les garantizaría la victoria sobre los filisteos. Del mismo modo, en los días de Jeremías los judíos creían que la estricta observancia de los servicios divinos establecidos en el templo los protegería del justo castigo que su mala conducta merecía.

Ese mismo peligro corre el pueblo que, en nuestros días, profesa ser depositario de la ley de Dios. Está a punto de engañarse a sí mismo con la idea de que el modo en que guarda los mandamientos de Dios lo mantendrá a salvo del poder de la justicia divina. Rechaza la reprensión por el mal y carga a los siervos de Dios con un exceso de celo en expulsar el pecado. El Dios que aborrece el pecado llama a todos los que profesan guardar sus mandamientos que salgan de toda iniquidad. Si desobedece su palabra y no se arrepiente, el pueblo de Dios sufrirá unas consecuencias tan terribles hoy como el mismo pecado trajo al antiguo Israel. Hay un límite más allá del cual el Juez de jueces no demorará su sentencia. La desolación de Jerusalén es una solemne advertencia para los ojos del moderno Israel: pasar por alto las reprensiones que llegan por medio de sus siervos no pasará impunemente.

Cuando los sacerdotes y el pueblo oyeron el mensaje que Jeremías les comunicaba en nombre de Dios se enfurecieron y declararon que el profeta debía morir. Sus protestas fueron ruidosas en extremo: "¿Por qué has profetizado en nombre de Jehová, diciendo: 'Esta casa será como Silo, y esta ciudad será asolada hasta no quedar morador'? Y todo el pueblo se juntó contra Jeremías en la casa de Jehová". (Jeremías 26:9) Así menospreciaron el mensaje de Dios y amenazaron de muerte al siervo en quien él había confiado. Los sacerdotes, los profetas infieles y todo el pueblo montaron en cólera contra él porque no les decía cosas amables ni profetizaba engaños.

Es frecuente que los siervos perseverantes de Dios sufran las persecuciones más amargas de los falsos maestros de la religión. Pero los verdaderos profetas siempre preferirán el rechazo, e incluso la muerte, antes que mostrarse infieles a Dios. el Ojo Infinito está fijado en los instrumentos de reprensión divina, los cuales llevan una pesada carga de responsabilidad. Pero Dios contempla las injurias que se les infligen mediante la mistificación, la falsedad o el abuso como si fueran practicados con él mismo y las castigará de acuerdo con esa gravedad.

Los príncipes de Judá habían oído las palabras de Jeremías y, subiendo desde el palacio del rey, se sentaron a las puertas del templo. "Entonces hablaron los sacerdotes y los profetas a los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: 'En pena de muerte ha incurrido este hombre; porque profetizó contra esta ciudad, como vosotros habéis oído con vuestros oídos'". (Jeremías 26:11) Jeremías se levantó, valiente, ante los príncipes y el pueblo, declarando: "Jehová me envió a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad, todas las palabras que habéis oído. Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y oíd la voz de Jehová vuestro Dios, y se arrepentirá Jehová del mal que ha hablado contra vosotros. En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos; haced de mí como mejor y más recto os parezca. Mas sabed de cierto que si me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, y sobre esta ciudad y sobre sus moradores; porque en verdad Jehová me envió a vosotros para que dijese todas estas palabras en vuestros oídos". (Jeremías 26:12-15)

Si las amenazas de las autoridades y el griterío de la turba hubiesen atemorizado al profeta, su mensaje no habría tenido efecto y habría perdido su vida. Pero el coraje con que cumplió su doloroso deber despertó el respeto del pueblo y volvió a los príncipes de Israel a su favor. Por eso Dios hizo que se levantaran defensores de su siervo para que razonaran con los sacerdotes y los falsos profetas, mostrándoles cuán poco sabios serían si tomaban las extremas medidas que habían defendido hasta entonces.

La influencia de esas poderosas personas produjo una reacción en las mentes del pueblo. Entonces, los ancianos unidos en protesta contra la decisión que habían tomado los sacerdotes al respecto del destino de Jeremías, citaron el caso de Miqueas, que había profetizado juicios sobre Jerusalén, diciendo: "Sión será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas, y el monte de la casa como cumbres de bosque". (Jeremías 26:18) Entonces plantearon la pregunta: "¿Acaso lo mataron Ezequías rey de Judá y todo Judá? ¿No temió a Jehová, y oró en presencia de Jehová, y Jehová se arrepintió del mal que había hablado contra ellos? ¿Haremos, pues, nosotros tan gran mal contra nuestras almas?" (Jeremías 26:19)

De este modo, la súplica de Ahicam y otros salvó la vida del profeta; aunque a muchos de los sacerdotes y los falsos profetas les hubiera complacido que fuera condenado a muerte bajo acusación de sedición, porque no podían soportar las verdades que había pronunciado y que exponían su maldad.

Pero Israel se obstinó en no arrepentirse y el Señor vio que debía ser castigado por sus pecados. Por eso dio instrucciones a Jeremías para que hiciera yugos y coyundas, que se los pusiera en el cuello y que los enviara a los reyes de Edom, de Moab, de los Amonitas, de Tiro y de Sidón, ordenando a los mensajeros que dijeran que Dios había entregado todas esas tierras a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y que todas esas naciones lo servirían a él y a sus descendientes durante algún tiempo, hasta que Dios las librara. Debían declarar que si esas naciones rechazaban servir al rey de Babilonia serían castigadas con hambrunas, con la espada y con pestilencias hasta que fueran consumidas. Dijo el Señor: "Y vosotros no prestéis oído a vuestros profetas, ni a vuestros adivinos, ni a vuestros soñadores, ni a vuestros agoreros, ni a vuestros encantadores, que os hablan diciendo: 'No serviréis al rey de Babilonia'. Porque ellos os profetizan mentira, para haceros alejar de vuestra tierra, y para que os arroje y perezcáis. 'Mas la nación que sometiere su cuello al yugo del rey de Babilonia y le sirviere, la dejaré en su tierra', dice Jehová, 'y la labrará y morará en ella'". (Jeremías 27:9-11)

Jeremías declaró que deberían cargar con el yugo de servidumbre durante setenta años y que los cautivos que ya estaban en manos del rey de Babilonia, así como los vasos del templo que habían sido llevados, también deberían permanecer en Babilonia hasta que se agotara el tiempo establecido. Al final de los setenta años Dios los libraría de su cautiverio y castigaría a sus opresores sometiendo, a su vez, al rey de Babilonia a los reyes de otras naciones.

Las naciones nombradas enviaron embajadores al rey de Judá para tratar el asunto de presentar batalla al rey de Babilonia. Sin embargo, el profeta de Dios, cargando los símbolos de sujeción, dio el mensaje del Señor a esas naciones y les ordenó que lo llevaran a sus respectivos reyes. Era el castigo más liviano que el Dios de misericordia podía infligir a su pueblo rebelde; pero si se oponían a ese decreto de servidumbre conocerían todo el rigor de su castigo. Recibieron la fiel advertencia de no escuchar a los falsos maestros que profetizan mentiras.

El desconcierto del concejo de naciones sobrepasó todos los límites cuando Jeremías, que llevaba el yugo de sujeción alrededor del cuello, les hizo conocer la voluntad de Dios. Pero Hananías, uno de los falsos profetas contra los cuales había advertido a su pueblo por medio de Jeremías, levantó la voz y se opuso a la profecía declarada. Con el deseo de ganarse el favor del rey y de su corte, afirmó que Dios le había dado palabras de aliento para los judíos. Dijo: "'Dentro de dos años haré volver a este lugar todos los utensilios de la casa de Jehová, que Nabucodonosor tomó de este lugar para llevarlos a Babilonia, y yo haré volver a este lugar a Jeconías hijo de Joacim, rey de Judá, y a todos los transportados de Judá que entraron en Babilonia', dice Jehová; 'porque yo quebrantaré el yugo del rey de Babilonia'". (Jeremías 28:3-4)

Jeremías, en presencia de todos los sacerdotes y del pueblo, dijo que el deseo más sincero de su corazón era que Dios trajera los utensilios del templo y a los cautivos de regreso de Babilonia; pero eso sólo sucedería con la condición de que el pueblo se arrepintiera y, abandonando el camino del mal, regresara a la senda de obediencia a la ley de Dios. Jeremías amaba a su pueblo y deseaba ardientemente que la humillación del pueblo evitara la desolación predicha. Sin embargo, sabía que el deseo era vano. Tenía la esperanza de que el castigo de Israel sería tan suave como fuera posible y por eso urgía honestamente a sus conciudadanos a someterse al rey de Babilonia durante el tiempo que el Señor había especificado.

Les urgió a escuchar sus palabras. Les citó las profecías de Oseas, Habacuc, Sofonías y otros cuyos mensajes de reprobación y advertencia eran similares al suyo. Les recordó acontecimientos de su historia que habían sido el cumplimiento de profecías de retribución por pecados de los que no se habían arrepentido. En algunas ocasiones, como sucedió en este caso, los hombres se habían levantado contra el mensaje de Dios y habían predicho paz y prosperidad para apaciguar los temores del pueblo y ganarse el favor de los gobernantes. Pero en todos y cada uno de los ejemplos del pasado el juicio de Dios había visitado a Israel tal como indicaron los verdaderos profetas. Jeremías dijo: "El profeta que profetiza de paz, cuando se cumpla la palabra del profeta, será conocido como el profeta que Jehová en verdad envió". (Jeremías 28:9) Si Israel escogía correr el riesgo, los acontecimientos futuros decidirían cuál de ellos era el falso profeta.

Hananías, que había montado en cólera, tomó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió. "Y habló Hananías en presencia de todo el pueblo, diciendo: 'Así ha dicho Jehová: 'De esta manera romperé el yugo de Nabucodonosor rey de Babilonia, del cuello de todas las naciones, dentro de dos años". Y siguió Jeremías su camino". (Jeremías 28:11) Había cumplido con su parte; había advertido al pueblo del peligro que corría; había indicado la única vía para poder recuperar el favor de Dios. Pero aunque su único delito fue referir fielmente el mensaje de Dios al pueblo infiel, sus palabras fueron objeto de burlas y escarnio y los hombres que ocupaban cargos de responsabilidad lo acusaron e intentaron instigar al pueblo para que lo matara.

Jeremías recibió otro mensaje: "Ve y habla a Hananías, diciendo: 'Así ha dicho Jehová: 'Yugos y madera quebraste, mas en vez de ellos harás yugos de hierro'. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: 'Yugo de hierro puse sobre el cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabudoconosor rey de Babilonia; y aun también le he dado las bestias del campo'". Entonces dijo el profeta Jeremías al profeta Hananías: "'Ahora oye, Ananás, Jehová no te envió, y tú has hecho confiar en mentira a este pueblo'. Por tanto, así ha dicho Jehová: 'He aquí que yo te quito de sobre la faz de la tierra; morirás en este año, porque hablaste rebelión contra Jehová'. Y en el mismo año murió Hananías, en el mes séptimo". (Jeremías 28:13-17)

Aquel falso profeta había alimentado la falta de fe del pueblo hacia Jeremías y su mensaje. Con maldad, había declarado que él era el mensajero del Señor y sufrió la muerte como consecuencia de aquel temible delito. El quinto mes Jeremías profetizó la muerte de Hananías y en el séptimo su muerte probó las palabras de profeta verdadero.

Dios había dicho que su pueblo se salvaría, que el yugo que pondría sobre su cuello sería ligero, si se sometía sin quejas a su plan. Su servidumbre estaba representada por el yugo de madera, que era fácil de llevar; pero la resistencia se encontraría con la severidad que le corresponde, representada por el yugo de hierro. Dios había decidido que el Rey de Babilonia no pudiera causar ninguna muerte ni tampoco pudiera oprimir en demasía al pueblo. Pero al hacer escarnio de su advertencia y sus mandamientos, los israelitas trajeron sobre sí todo el rigor de la esclavitud. El pueblo prefirió recibir el mensaje del falso profeta que predijo prosperidad porque era más agradable. Que constantemente les recordaran sus pecados hería el orgullo de los israelitas; habrían preferido mantenerlos escondidos. Se encontraban en unas tinieblas morales tales que no se daban cuenta de la enormidad de su culpa ni apreciaban los mensajes de reprobación y advertencia que les enviaba Dios. Si se hubieran dado cuenta de su desobediencia habrían agradecido la justicia del Señor y habrían reconocido la autoridad de su profeta. Dios los invitaba a arrepentirse y de ese modo podría librarlos de la humillación de que el pueblo escogido por Dios se viera sometido a ser vasallo de una nación idólatra. Sin embargo, se burlaron de su consejo y siguieron a los falsos profetas.

Entonces el Señor ordenó a Jeremías que escribiera cartas a los capitanes, a los príncipes, a los profetas y a todo el pueblo que había sido llevado en cautiverio a Babilonia, pidiéndoles que no cayeran en el engaño de su pronta liberación, sino que se sometieran pacíficamente a sus capturadores, que siguieran con sus vocaciones y que construyeran hogares apacibles entre sus conquistadores. El Señor les pidió que no permitieran que sus profetas y sus adivinos los engañaran con falsas esperanzas; no obstante, por medio de las palabras de Jeremías les aseguró que al cabo de setenta años de servidumbre serían liberados y regresarían a Jerusalén. Escucharía sus oraciones y les daría su favor cuando se volvieran a él de todo corazón. "'Y seré hallado por vosotros', dice Jehová, 'y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé', dice Jehová; 'y os haré volver al lugar de donde os hice llevar'". (Jeremías 29:14)

¡Con qué tierna compasión informó Dios a su pueblo cautivo sobre sus planes para Israel! Conocía el sufrimiento y el desastre que experimentarían y sabía que los impulsarían a creer que rápidamente serían liberados de la servidumbre y llevados de vuelta a Jerusalén, tal como habían predicho los falsos profetas. Sabía que esta creencia haría que su posición fuera muy difícil. Cualquier muestra de insurrección de su parte despertaría la vigilancia y la severidad del rey y, en consecuencia, verían restringida su libertad. Deseaba que se sometieran pacíficamente a su destino para que su servidumbre fuera lo menos cargosa posible.

Había otros dos falsos profetas, Acab y Sedequías, que profetizaron mentiras en nombre del Señor. Esos hombres profesaban ser maestros santos, pero sus vidas estaban corrompidas y eran esclavos de los placeres del pecado. El profeta de Dios había condenado las malas acciones de esos hombres y los había advertido del peligro. Aun así, en lugar de arrepentirse y emprender una reforma, se enfurecieron con el fiel reprobador de sus pecados y quisieron oponerse a su obra agitando al pueblo para que no creyera sus palabras y actuara de forma contraria al consejo de Dios, no sometiéndose al rey de Babilonia. El Señor testificó por medio de Jeremías que esos falsos profetas serían librados a manos del rey de Babilonia y muertos ante sus ojos. Llegado el momento, esta predicción se cumplió.

Otros falsos profetas se levantaron y sembraron confusión en el pueblo haciendo que no obedeciera las órdenes divinas dadas a través de Jeremías. Sin embargo, Dios pronunció juicio contra ellos a consecuencia del grave pecado de haber provocado la rebelión contra él.

En este tiempo también se levantan hombres de esa misma clase para traer la confusión y la rebelión al pueblo que profesa obedecer la ley de Dios. Pero, tan cierto como el juicio divino visitó a los falsos profetas, tales obreros del mal recibieron su retribución en la justa medida; el Señor es el mismo entonces y ahora. Quienes profetizan mentiras alientan a los hombres para que consideren el pecado como un asunto de poca importancia. Cuando los terribles resultados de sus crímenes sean puestos de manifiesto, si les es posible, así como los judíos culparon a Jeremías de su desgracia, querrán culpar de sus dificultades a los que los hayan advertido fielmente.

Los que llevan una vida de rebelión contra el Señor siempre encuentran falsos profetas que justifiquen sus actos y los adulan hasta la destrucción. Las palabras mentirosas, como en el caso de Acab y Sedequías, tienen muchos amigos. El pretendido celo por Dios de esos falsos profetas halló muchos más seguidores que el verdadero profeta que transmitía el sencillo mensaje del Señor.

Una lección de los recabitas

Dios ordenó a Jeremías que reuniera a los recabitas en una de las estancias del templo, que sirviera vino ante ellos y que los invitara a beber. Jeremías hizo tal como el Señor le había ordenado. "Mas ellos dijeron: 'No beberemos vino; porque Jonadab, hijo de Recab nuestro padre nos ordenó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos'". (Jeremías 35:6)

"Y vino palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: 'Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: 'Ve y di a los varones de Judá, y a los moradores de Jerusalén: '¿No aprenderéis a obedecer mis palabras?'", dice Jehová. Fue firme la palabra de Jonadab hijo de Recab, el cual mandó a sus hijos que no bebiesen vino, y no lo han bebido hasta hoy, por obedecer al mandamiento de su padre". (Jeremías 25:12-14)

Dios contrasta la obediencia de los recabitas con la desobediencia y la rebelión de su pueblo, que no quería recibir sus palabras de reprensión y advertencia. Los recabitas obedecieron el mandamiento de su padre y no quisieron ser acusados de transgredir sus deseos. Pero Israel rechazó escuchar al Señor. Dijo: "Yo os he hablado a vosotros desde temprano y sin cesar, y no me habéis oído. Y envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde temprano y sin cesar, para deciros: 'Volveos ahora cada uno de vuestro mal camino, y enmendad vuestras obras, y no vayáis tras dioses ajenos para servirles, y viviréis en la tierra que di a vosotros y a vuestros padres; mas no inclinasteis vuestro oído, ni me oísteis. Ciertamente os hijos de Jonadab hijo de Recab tuvieron por firme el mandamiento que les dio su padre; pero este pueblo no me ha obedecido'. Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: 'He aquí traeré sobre Judá y sobre todos los moradores de Jerusalén todo el mal que contra ellos he hablado; porque les hablé, y no oyeron; los llamé, y no han respondido'".

"Y dijo Jeremías a la familia de los recabitas: 'Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Por cuanto obedecisteis al mandamiento de Jonadab vuestro padre, y guardasteis todos sus mandamientos, e hicisteis conforme a todas las cosas que os mandó; por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: 'No faltará de Jonadab hijo de Recab un varón que esté en mi presencia todos los días'". (Jeremías 35:14-19)

Los recabitas recibieron alabanza por su pronta y dispuesta obediencia, mientras que el pueblo de Dios no quiso escuchar la reprensión de sus profetas. Puesto que les había hablado y no quisieron escucharlo, puesto que los había llamado y no quisieron responder, Dios pronunció juicio contra los israelitas. Jeremías repitió las pala176 bras de elogio del Señor para los fieles recabitas y los bendijo en su nombre. De este modo Dios enseñó a su pueblo que la fidelidad y la obediencia a sus peticiones se reflejaría en las bendiciones que recibirían, tal como los recabitas fueron bendecidos por su obediencia a los mandamientos de su padre.

Si los consejos de un padre bueno y sabio que designaba los mejores y más efectivos medios para asegurar su posteridad contra los males de la intemperancia tenían que ser obedecidos tan estrictamente, la autoridad de Dios debía ser guardada con mucha más reverencia porque es más santo que un hombre. Es nuestro Creador y director, de poder infinito y terrible juicio. Su misericordia establece muchos medios para que los hombres vean sus pecados y se arrepientan de ellos. Si se obstinan en no escuchar las reprensiones que les envía y se comportan contrariamente a su voluntad declarada, caerá sobre ellos la ruina; porque el pueblo de Dios sólo obtiene prosperidad gracias a su misericordia, por medio del cuidado de sus mensajeros celestiales. El Señor no cuidará y guardará un pueblo que desprecie su consejo y menoscabe sus reprensiones.

Las advertencias de Dios son rechazadas

Jeremías ya había sido privado de su libertad porque había obedecido a Dios y había dado las palabras de advertencia que había recibido de boca de Dios al rey y a los otros que ocupaban puestos de responsabilidad en Israel. Los israelitas no estaban dispuestos a aceptar las reprensiones ni tampoco que su conducta fuese cuestionada. Habían manifestado un gran descontento ante las palabras de reproche y los juicios que habían sido predichos sobre ellos si continuaban en rebelión contra el Señor. Aunque Israel no las escuchara, las palabras de consejo divino no tendrían menor efecto. Tampoco Dios dejaría de reprender ni amenazar con sus juicios y su ira a aquellos que rechazaran obedecer sus advertencias.

El Señor dijo a Jeremías: "Toma un rollo de libro y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá, y contra todas las naciones, desde el día que comencé a hablarte, desde los días de Josías hasta hoy. Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado". (Jeremías 36:2-3)

Ésta es una prueba de que Dios se resiste a abandonar a su pueblo. Y para que Israel no descuidara tanto sus reprobaciones y sus advertencias, hasta el punto de olvidarse de ellas, demoró el juicio sobre su pueblo y le dio un registro completo de su desobediencia y graves pecados, así como de los juicios que había declarado como consecuencia de sus transgresiones, desde los días de Josías hasta aquel tiempo. De ese modo, los israelitas tendrían una nueva oportunidad para ver su maldad y arrepentirse. Esto nos demuestra que Dios no se complace en afligir a su pueblo; sino que, con un cuidado que sobrepasa el de un padre que se apiada de su hijo descarriado, ruega a su pueblo errante que regrese a la lealtad.

El profeta Jeremías, obedeciendo los mandamientos de Dios, dictó las palabras que el Señor le había dado a Baruc, su escriba, el cual las escribió en un rollo. (Vea. Jeremías 36:4) Ese mensaje era una reprensión por todos los pecados de Israel y una advertencia de las consecuencias que se seguirían si perseveraban en sus malos caminos. Era un sincero llamamiento para que renunciaran a sus pecados. Después de haberlo escrito, Jeremías, que estaba prisionero, envió a su escriba para que leyera el rollo a todas las personas que había reunido "en la casa de Jehová, el día del ayuno". (Jeremías 36:6) El profeta dijo: "Quizá llegue la oración de ellos a la presencia de Jehová, y se vuelva cada uno de su mal camino; porque grande es el furor y la ira que ha expresado Jehová contra este pueblo". (Jeremías 36:7)

El escriba obedeció al profeta y leyó el rollo ante el pueblo de Judá. Pero su tarea no acabó aquí, debía leerlo ante los príncipes, quienes escucharon con gran interés. Sus rostros tenían una expresión de temor mientras preguntaban a Baruc al respecto del misterioso escrito. Prometieron referir al rey todo lo que habían oído sobre él y su pueblo, pero aconsejaron al escriba que se escondiera porque temían que el rey rechazaría el testimonio que Dios había dado por medio de Jeremías y querría matar tanto al profeta como a su escriba.

Cuando los príncipes refirieron al rey lo que Baruc había leído, inmediatamente ordenó que trajeran el rollo y se lo leyeran. Pero en lugar de aceptar sus advertencias y temblar ante el peligro que se cernía sobre él y su pueblo, en un arrebato de furia, lo arrojó al fuego, a pesar de que algunos que gozaban de su confianza le habían suplicado que no lo quemara. Cuando la ira de aquel malvado monarca se alzó contra Jeremías y su escriba, ordenó que los aprehendieran inmediatamente; "pero Jehová los escondió". (Jeremías 36:26) Después que el rey hubo quemado el sagrado rollo, la palabra de Dios vino a Jeremías, diciendo: "Vuelve a tomar otro rollo, y escribe en él todas las palabras primeras que estaban en el primer rollo que quemó Joacim rey de Judá. Y dirás a Joacim rey de Judá: 'Así ha dicho Jehová: Tu quemaste este rollo, diciendo: ¿Por qué escribiste en él diciendo: De cierto vendrá el rey de Babilonia, y destruirá esta tierra, y hará que no queden en ella ni hombres ni animales?'". (Jeremías 36:28-29)

El Dios de misericordia advertía al pueblo por su bien. "Quizá", dijo el Creador compasivo, "oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado" (Jeremías 36:3) Dios se apiada de la ceguera y la perversidad del hombre; envía luz a su entendimiento sumido en tinieblas por medio de reprobaciones y amenazas con el fin de que los poderosos se den cuenta de su ignorancia y lamenten sus errores. Hace que los que se complacen en sí mismos se sientan insatisfechos con sus logros y busquen mayores bendiciones con una unión más estrecha con el cielo.

El plan de Dios no es enviar mensajeros que complazcan y adulen a los pecadores. Sus mensajes no arrullan a los que permanecen en la seguridad carnal y no se santifican. Pone pesadas cargas sobre las conciencias de los que obran el mal y traspasa sus almas con afiladas flechas de culpabilidad. Los ángeles ministradores presentan ante ellos los temibles juicios de Dios para que sientan su gran necesidad y fuerza el clamor de agonía: "¿Qué puedo hacer para ser salvo?" La misma mano que humilla hasta el polvo, que reprende el pecado y avergüenza el orgullo y la ambición, levanta al penitente y quebrantado y pregunta llena de compasión: "¿Qué quieres que te haga?" (Marcos 10:51)

Cuando el hombre ha pecado contra el Dios santo y misericordioso, no hay conducta más noble que el arrepentimiento sincero y la confesión de sus errores con lágrimas en los ojos y el alma doliente. Dios sólo acepta un corazón traspasado y un espíritu contrito. Pero el rey y sus gobernantes, llenos de orgullo y arrogancia, rechazaron la invitación de Dios para que regresaran a él. No estaban dispuesJeremías tos a escuchar sus advertencias y arrepentirse. Ésta fue su última oportunidad. Dios había declarado que si no escuchaban su voz les infligiría una temible retribución. No quisieron oír y fue pronunciado juicio sobre Israel y el hombre que se había enorgullecido y se había levantado contra el Todopoderoso sintió toda su ira.

"Por tanto, así ha dicho Jehová acerca de Joacim rey de Judá: 'No tendrá quien se siente sobre el trono de David; y su cuerpo será echado al calor del día y al hielo de la noche. Y castigaré su maldad en él, y en su descendencia y en sus siervos; y traeré sobre ellos, y sobre los moradores de Jerusalén y sobre los varones de Judá, todo el mal que les he anunciado y no escucharon'". (Jeremías 36:30-31)

Quemar el rollo no acabó con el asunto. Fue más fácil arrojar las palabras escritas que la reprobación y la advertencia que contenían y el inminente castigo que Dios había pronunciado contra el rebelde Israel. El Señor ordenó que se reprodujera el rollo destruido. Las palabras del Infinito no podían ser destruidas. "Y tomó Jeremías otro rollo y lo dio a Baruc hijo de Nerías escriba; y escribió en él de boca de Jeremías todas las palabras del libro que quemó en el fuego Joacim rey de Judá; y aun fueron añadidas sobre ellas muchas otras palabras semejantes". (Jeremías 36:32)

Dios no envía juicios sobre su pueblo sin antes haberlo avisado para que se arrepienta. Usa todos los medios para hacerlo volver a la obediencia y no visita su iniquidad con juicios hasta que le ha dado amplias oportunidades de arrepentimiento. Los hombres airados querían impedir la labor del profeta de Dios privándolo de libertad. Sin embargo, Dios puede hablar a los hombres aun a través de los muros de las prisiones e incrementar la efectividad de sus siervos con los mismos medios con que sus perseguidores quieren limitar su influencia.

En este tiempo muchos menosprecian las fieles reprensiones de Dios dadas en testimonio. Se me ha mostrado que algunos, tal como hizo aquel malvado rey de Israel, han llegado a quemar las palabras escritas de reprobación y advertencia. Sin embargo, la oposición a los designios de Dios no aplaza su ejecución. Desafiar las palabras que el Señor habla a través de sus instrumentos escogidos sólo provocará su ira y, finalmente, traerá la ruina segura al transgresor. A menudo, la indignación enciende el corazón del pecador contra el agente que Dios escoge para hacerle llegar sus reprensiones. Siempre ha sido así, y ese mismo espíritu que encarceló a Jeremías por haber obedecido la palabra del Señor persiste en nuestros días.

A la vez que los hombres no aceptan humildemente las repetidas advertencias se complacen con falsos maestros que adulan su vanidad y refuerzan su maldad y, sin embargo, no son capaces de ayudarlos en los días de tribulación. Los siervos escogidos de Dios deben afrontar con valor y paciencia todos los sufrimientos y las pruebas que les traen los reproches, la negligencia o las interpretaciones erróneas porque cumplen fielmente el deber que Dios les ha encomendado. Deben recordar que los profetas de la antigüedad y el Salvador del mundo también sufrieron los malos tratos y la persecución por causa de la palabra. Deben esperar la misma oposición que se manifestó al quemar el rollo que había sido escrito al dictado de Dios.

El Señor prepara un pueblo para el cielo. Los defectos de carácter, la voluntad obstinada, la idolatría soberbia, la indulgencia con las faltas, el odio y las contiendas provocan la ira de Dios; el pueblo que guarda sus mandamientos debe abandonar todas esas taras. Las argucias de Satanás engañan y enceguecen a los que viven en esos pecados. Creen que están en la luz y, sin embargo, andan a tientas en las tinieblas. En nuestros días hay murmuradores entre nosotros, como también hubo murmuradores en el antiguo Israel. Los que, con una tolerancia imprudente, mueven a rebelión a los hombres, cuando su egoísmo los atenaza ante las reprensiones merecidas, no son amigos de Dios, el gran Reprensor. Dios enviará reprensión y advertencia a su pueblo mientras esté en la tierra.

Los que, valientemente, escogen el bando correcto, los que alientan la sumisión a la voluntad revelada de Dios, esforzándose por abandonar sus malas acciones, son amigos del Señor; el cual, por amor, desea corregir los errores de su pueblo para así poder limpiarlos y, tras borrar todas sus transgresiones, prepararlos para su santo reino.

Sedequías sucedió a Joacim en el trono de Jerusalén. Pero ni el nuevo rey ni su corte, ni tampoco el pueblo, escucharon las palabras del Señor habladas por medio de Jeremías. Los caldeos comenzaron el asedio a Jerusalén, pero durante un tiempo tuvieron que emplear sus armas contra los egipcios. Sedequías envió un mensajero a Jeremías pidiéndole que orara al Dios de Israel en favor de su pueblo. La temible respuesta del profeta fue que el ejército caldeo regresaría y destruiría la ciudad. El Señor mostraba así que el hombre no puede retener los juicios divinos. "Así ha dicho Jehová: 'No os engañéis a vosotros mismos, diciendo: 'Sin duda ya los caldeos se apartarán de nosotros'; porque no se apartarán. Porque aun cuando hiriereis a todo el ejército de los caldeos que pelean contra vosotros, y quedasen de ellos solamente hombres heridos, cada uno se levantará de su tienda, y pondrán esta ciudad a fuego'". (Jeremías 37:9-10)

Jeremías consideró que había cumplido con su tarea e intentó abandonar la ciudad. Pero se lo impidió el hijo de uno de los falsos profetas, el cual dio informes de que se iba a unir al enemigo. Jeremías negó la falsa acusación, pero fue traído de vuelta a la ciudad. Los príncipes prefirieron creer al hijo del falso profeta porque odiaban a Jeremías. Creían que él les había traído la calamidad que había predicho. Enfurecidos, lo golpearon y lo encarcelaron.

Tras haberlo retenido durante varios días en las mazmorras, el rey Sedequías mandó que lo trajeran a su presencia y, en secreto, le preguntó si había alguna otra palabra de parte del Señor. Jeremías repitió otra vez su advertencia de que la nación sería entregada en las manos del rey de Babilonia.

"Dijo también Jeremías al rey Sedequías: '¿En qué pequé contra ti, y contra tus siervos, y contra este pueblo, para que me pusieseis en la cárcel? ¿Y dónde están vuestros profetas que os profetizaban diciendo: 'No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros ni contra esta tierra?' Ahora pues, oye, te ruego, oh rey mi señor, caiga mi súplica delante de ti, y no me hagas volver a casa del escriba Jonatán, para que no muera allí'. Entonces dio orden el rey Sedequías, y custodiaron a Jeremías en el patio de la cárcel, haciéndole dar una torta de pan al día, de la calle de los panaderos, hasta que todo el pan de la ciudad se gastase. Y quedó Jeremías en el patio de la cárcel". (Jeremías 37:18-21)

El malvado rey no se atrevió a mostrar públicamente que creía en Jeremías, sino que su temor lo llevó a querer obtener información de él. Era demasiado débil para oponerse a las acusaciones de sus gobernantes y del pueblo, sometiéndose a la voluntad de Dios tal como la había declarado el profeta. Finalmente, algunos hombres que gozaban de autoridad y estaban enfurecidos por la obstinación del profeta en predecir calamidades se acercaron al rey y le dijeron que mientras el profeta viviera no cesaría en sus predicciones de desastre. Afirmaron que era un enemigo de la nación y que sus palabras habían debilitado las manos del pueblo y atraído la desdicha; por eso querían matarlo.

El cobarde rey sabía que esos cargos eran falsos. No obstante, quería que los que ocupaban puestos de poder e influencia en la nación le fueran propicios; por lo que fingió que creía sus falsedades y les entregó a Jeremías para que hicieran con él como les pluguiera. "Entonces tomaron a Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malquías hijo de Hamelec, que estaba en el patio de la cárcel; y metieron a Jeremías con sogas. Y en la cisterna no había agua, sino cieno, y se hundió Jeremías en el cieno". Sin embargo, Dios levantó a sus amigos para que intercedieran por él ante el rey y volvieron a sacarlo al patio de la cárcel.

Una vez más, el rey quiso entrevistarse secretamente con Jeremías y le pidió que le relatara fielmente los propósitos de Dios sobre Jerusalén. "Y Jeremías dijo a Sedequías: 'Si te lo declarare, ¿no es verdad que me matarás?, y si te diere consejo, no me escucharás'. Y juró el rey Sedequías en secreto a Jeremías, diciendo: 'Vive Jehová que nos hizo esta alma, que no te mataré, ni te entregaré en mano de estos varones que buscan tu vida". (Jeremías 38:15-16) Entonces Jeremías repitió la advertencia del Señor a oídos del rey. Dijo: "'Así ha dicho Jehová Dios de los ejércitos, Dios de Israel: 'Si te entregas enseguida a los príncipes del rey de Babilonia, tu alma vivirá, y esta ciudad no será puesta a fuego, y vivirás tú y tu casa. Pero si no te entregas a los príncipes del rey de Babilonia, esta ciudad será entregada en mano de los caldeos, y la pondrán a fuego, y tú no escaparás de sus manos'. Y dijo el rey Sedequías a Jeremías: 'Tengo temor de los judíos que se han pasado a los caldeos, no sea que me entreguen en sus manos y me escarnezcan'. Y dijo Jeremías: 'No te entregarán. Oye ahora la voz de Jehová que yo te hablo, y te irá bien y vivirás'". )Jeremías 38:17-20)

He aquí una prueba de la sufriente misericordia de Dios. Aún a tan tardía hora, si se hubiese sometido a sus requerimientos, el pueblo habría salvado la vida y la ciudad se habría librado de la conflagración. Pero el rey pensó que había ido demasiado lejos para retractarse. Temía a los judíos, temía que lo ridiculizaran, temía por su vida. En aquel día era demasiado humillante decir al pueblo: "Acepto la palabra del Señor dicha por boca de su profeta Jeremías. No me aventuraré a guerrear contra el enemigo por causa de sus advertencias".

Con lágrimas en los ojos Jeremías suplicó al rey que se salvara él mismo y al pueblo. Con angustia de espíritu le aseguró que no escaparía con vida y que todas sus posesiones caerían en manos del rey de Babilonia. Tenía la oportunidad de salvar la ciudad; pero había emprendido el mal camino y no estaba dispuesto a volver sobre sus pasos. Decidió seguir el consejo de los falsos profetas y de los hombres a quienes despreciaba y ridiculizaban su debilidad de carácter porque se rendía tan prontamente a sus deseos. Cedió la noble libertad de su humanidad para convertirse en un atemorizado esclavo de la opinión pública. Aunque no tenía ningún propósito malvado, carecía de la resolución necesaria para mantenerse firme al lado de la verdad. Aunque estaba convencido de que Jeremías decía la verdad, no poseía el talante moral para obedecer su consejo, sino que se obstinó en avanzar en la dirección equivocada.

Era tan débil, sus temores humanos se habían apoderado de su alma hasta tal punto, que ni siquiera quería que sus cortesanos y el pueblo supieran que se había reunido con el profeta. Si ese cobarde gobernante se hubiese mantenido firme ante su pueblo y hubiera declarado que creía las palabras del profeta, las cuales ya se habían cumplido, habría evitado una gran desolación. Debería haber dicho: "obedeceré al Señor y salvaré la ciudad de la ruina total. No menospreciaré los mandamientos de Dios por temor a los hombres o en busca de su favor. Amo la verdad, odio el pecado y seguiré el consejo del Todopoderoso de Israel". Sólo así el pueblo habría respetado su valeroso espíritu y los que dudaban entre la fe y la infidelidad habrían tomado un firme partido por la verdad. El valor y la justicia de su conducta habrían inspirado a sus súbitos con admiración y lealtad. Habría tenido un amplio apoyo e Israel no habría sufrido la indescriptible calamidad del fuego, las matanzas y las hambrunas.

Sedequías pagó un alto precio por su debilidad. El enemigo avanzó como una avalancha irresistible y devastó la ciudad. El ejército hebreo se batió en retirada víctima de la confusión. La nación fue conquistada. Sedequías fue tomado prisionero y sus hijos murieron asesinados ante sus propios ojos. Después fue llevado cautivo fuera de Jerusalén mientras oía los alaridos de su desdichado pueblo y el rugir de las llamas que devoraban sus casas. Le arrancaron los ojos y cuando llegó a Babilonia murió en la miseria. Ésta fue la pena por haber caído en la infidelidad y haber seguido consejos impíos.

En nuestros días hay muchos falsos profetas que no consideran que el pecado sea repulsivo. Se quejan de que las reprensiones y las advertencias de los mensajeros de Dios alteran innecesariamente la paz del pueblo. Arrullan las almas de los pecadores, y las suyas propias, llevándolas a una acomodación fatal con sus enseñanzas agradables y engañosas. El antiguo Israel cayó víctima de las adulaciones de los sacerdotes corruptos. Su predicción de prosperidad era más agradable que el mensaje del verdadero profeta, quien aconsejaba el arrepentimiento y la sumisión.

Los siervos de Dios deben manifestar un espíritu tierno y compasivo y mostrar a todos que en sus asuntos con el pueblo no les impulsa ningún motivo personal y no se complacen en dar mensajes de furia en nombre del Señor. Sin embargo, nunca deben titubear a la hora de señalar los pecados que corrompen a los que profesan ser el pueblo de Dios ni cesar en su empeño de influir en ellos para que se vuelvan de sus errores y obedezcan al Señor.

Los que se esfuerzan por esconder el pecado y hacer que parezca menos serio a las mentes de los transgresores hacen la labor de los falsos profetas y la ira de Dios retribuirá su conducta. El Señor nunca entrará en componendas con los deseos de los hombres corruptos. El falso profeta condenó a Jeremías por haber afligido al pueblo con sus graves acusaciones; quiso tranquilizarlo prometiéndole seguridad y prosperidad, pensando que no debía recordar continuamente los pecados de las pobres gentes ni amenazarlas con el castigo. Esta conducta aumentó aún más, si cabe, la resistencia de los judíos al consejo del verdadero profeta e intensificó su enemistad hacia él.

Dios no se complace con el que obra el mal. No permite que ninguna libertad brille por encima de los pecados de su pueblo ni que se proclame "paz, paz" cuando ha declarado que los condenados no tendrán paz. Los que alientan a rebelión contra los siervos que Dios envía para dar su mensaje se rebelan contra la palabra del Señor.