Testimonios para la Iglesia, Tomo 4

Capítulo 39

La causa en Iowa

Se me ha mostrado que en Iowa la causa se encuentra en un estado deplorable. Ha habido algunos jóvenes, relacionados con las distintas ramas de la obra, cuya condición espiritual no beneficiaba al pueblo. Un gran número de hombres inexpertos e ineficientes que necesitan que se haga una gran labor por ellos, están trabajando en la causa.

Los alumnos del colegio

La influencia del hermano B no ha sido, en absoluto, la que debiera. Mientras estuvo en el colegio de Battle Creek, en muchos aspectos fue un hombre ejemplar; pero él, en compañía de otros jóvenes, muchachos y muchachas, en secreto, participó en una excursión a _____. Esto no fue noble, franco ni justo. Todos sabían que quebrantaban las normas pero se adentraron por la senda de la transgresión. Esos jóvenes, con este acto y su actitud posterior referida a su conducta errónea, han arrojado acusaciones sobre el colegio que son de la máxima injusticia.

Cuando los hermanos en Iowa aceptaron que el hermano B trabajara con ellos en estas circunstancias cometieron un error. Si en otros casos actúan de manera similar, serán causa de un gran desagrado para Dios. El hecho de que el hermano B hubiese sido un joven de excelente conducta lo dotó de mayor influencia sobre los otros y su ejemplo al desafiar las normas y la autoridad que sostienen y controlan la escuela influyeron en otros para que hicieran del mismo modo. Las leyes y las reglas perderán su poder de gobierno en la escuela si nuestros hermanos permiten tales cosas. Introducir una influencia desmoralizadora en una escuela es fácil. Muchos estarán dispuestos a participar del espíritu de rebelión y desafío a menos que continuamente se hagan esfuerzos para vigilar y corregir con el fin de mantener el modelo de la escuela mediante normas estrictas que regulen la conducta de los alumnos.

La labor del hermano B no será aceptable para Dios hasta que vea y reconozca en su plenitud su ofensa al violar las normas del colegio y se esfuerce por contrarrestar la influencia que ha ejercido para perjudicar su reputación. Muchos más alumnos habrían venido de Iowa si no se hubiera dado esta desdichada circunstancia. Hermano B, si usted pudiera ver las consecuencias de ese único paso erróneo y los sentimientos de pasión, celos y odio que se apoderaron de su corazón porque el profesor Brownsberger cuestionó su conducta, temblaría al verse a usted mismo y el triunfo de los que no soportan las restricciones y declaran la guerra a las reglas que les impiden seguir su propio camino. Puesto que es un discípulo profeso del manso y humilde Jesús, su influencia y su responsabilidad son aún mayores.

Hermano B, espero que ande con cuidado y considere su primera tentación de alejarse de las normas del colegio. Estudie con mentalidad crítica el carácter del gobierno de nuestra escuela. Ninguna de las normas era demasiado estricta. Sin embargo, acarició la ira y, llegado el momento, la razón cayó del trono y el corazón se convirtió en presa de pasiones ingobernables. Antes de que usted se diera cuenta, dio un paso que unas horas antes no habría dado en ninguna circunstancia. El impulso venció a la razón y no pudo evitar el daño que se hizo a sí mismo y a una institución de Dios. En cualquier circunstancia, nuestra única seguridad está en el dominio propio con la fuerza de Jesús, nuestro Redentor.

Nuestro colegio no goza de la influencia de la opinión pública que tienen otras instituciones para apoyar el ejercicio del gobierno y reforzar sus normas. En un aspecto se trata de una escuela denominacional; pero a menos que se salvaguarde, recibirá la influencia y el carácter mundanos. Los alumnos que observan el sábado deben poseer un coraje moral mayor del que hasta ahora han manifestado para conservar la influencia moral y religiosa de la escuela o lo único que la distinguirá de otros colegios de otras denominaciones será el nombre. Dios diseñó y fundó este colegio con el propósito de que fuera moldeado con altos intereses religiosos y que en cada curso los alumnos no conversos que llegan a Battle Creek regresaran a sus casas como soldados de la cruz de Cristo.

Los profesores y los maestros deben reflexionar sobre la mejor manera de mantener el especial carácter de nuestro colegio; todos deberían tener en alta estima el privilegio que disfrutamos por tener una escuela así y deberían sostenerla fielmente y guardarla de cualquier atisbo de reproche. La soberbia puede enfriar las energías de los alumnos y el elemento mundano puede ganar influencia sobre toda la escuela. Esto traería la desaprobación de Dios a la institución.

Los alumnos que profesan amar a Dios y obedecer la verdad, deben poseer un grado de dominio propio y fuerza de principios religiosos que los habiliten para permanecer inconmovibles en medio de las tentaciones, y destacarse por Jesús en el colegio, en la casa de pensión, o dondequiera que estén. La religión no ha de ser llevada simplemente como un manto en la casa de Dios, sino que los principios religiosos deben caracterizar toda la vida. Los que están bebiendo de la fuente de la vida no manifestarán, como los mundanos, un anhelante deseo de variedad y placer. En su comportamiento y carácter se verá el descanso, la paz y la felicidad que han hallado en Cristo al deponer diariamente sus perplejidades y cargas a sus pies. Mostrarán que hay contentamiento y aun gozo en la senda del deber y la obediencia. Los tales ejercerán sobre sus condiscípulos una influencia que se hará sentir sobre toda la escuela. Los que componen ese fiel ejército refrigerarán y fortalecerán a los maestros y profesores en sus esfuerzos, procurando vencer toda especie de infidelidad, discordia y negligencia de los reglamentos. Su influencia será salvadora y sus obras no perecerán en el gran día de Dios, sino que los seguirán en el mundo futuro; y la influencia de su vida aquí se hará sentir a través de las incesantes edades de la eternidad. Un joven ferviente, concienzudo y fiel en la escuela es un tesoro inestimable. Los ángeles del cielo le consideran con amor. Su precioso Salvador le ama, y en el libro mayor del cielo quedará registrada toda obra de justicia, toda tentación resistida, todo mal vencido. Así estará echando un buen fundamento para el tiempo venidero, para asirse de la vida eterna.

La conducta que siguió el hermano C en el colegio, al buscar la compañía de las jovencitas, era incorrecta. Ese no era el fin con el cual había sido enviado a Battle Creek. Los alumnos no son enviados para formar parejas ni para abandonarse al flirteo o al cortejo, sino para obtener una educación. Si se les permitiera seguir sus tendencias al respecto, pronto el colegio perdería la moral. Algunos han usado su preciosos días de escuela para flirteos y cortejos furtivos a pesar de la vigilancia de los profesores y los maestros. Que un maestro de cualquiera de las materias se aproveche de su posición para ganarse el afecto de sus alumnas con la vista puesta en el matrimonio, es una conducta digna de la censura más severa.

La influencia de los hijos del hermano D y algunos otros de Iowa, así como la del Sr. E de Illinois, ha sido perjudicial para nuestra escuela. Los parientes y amigos de esos alumnos los han apoyado al arrojar acusaciones sobre el colegio. Los hijos del hermano D son capaces e inteligentes, lo que para sus padres es una satisfacción; pero que esos jóvenes pongan en práctica sus capacidades para quebrantar las normas y reglas del colegio no es motivo de complacencia para el corazón de nadie. En el día en que todos los hombres deban pasar revista a sus obras ante Dios, la lectura del documento que contiene esa crítica aguda e hiriente respecto de alguien que enseña en el colegio no será tan gratificante. El hermano y la hermana D se enfrentarán entonces al registro de la labor que hicieron al dar a su hijo una justificación tan evidente en este asunto. Entonces deberán responder por la influencia que han ejercido contra la escuela, uno de los instrumentos de Dios, y por haber hecho las exageradas declaraciones que han impedido que los jóvenes acudan al colegio, donde podrían haber sido puestos bajo la influencia de la verdad. Algunas almas se perderán como consecuencia de esta influencia errónea, el gran día del juicio de Dios revelará la influencia de las palabras dichas y la actitud asumida. El hermano y la hermana D tienen deberes domésticos que han descuidado. Se han embriagado con las preocupaciones de esta vida. el trabajo, las prisas y la ambición están a la orden del día y su intensa mundanalidad ha ejercido su influencia moldeadora sobre sus hijos, sobre la iglesia y sobre el mundo. El ejemplo de los que abrazan la verdad con justicia condenará al mundo.

De la juventud cristiana depende en gran medida la conservación y perpetuidad de las instituciones que Dios ha designado como medios para adelantar su obra. Esta grave responsabilidad descansa sobre la juventud que entra hoy en escena. Nunca ha habido una época en que resultados tan importantes dependiesen de una generación de hombres. ¡Cuán importante es, pues, que los jóvenes lleguen a estar capacitados para la gran obra, a fin de que Dios pueda usarlos como instrumentos suyos! Su Hacedor tiene sobre ellos derechos que superan a todos los demás.

Dios es quien ha dado la vida y toda cualidad física y mental que los jóvenes poseen. Les ha conferido capacidad para que la aprovechen sabiamente, a fin de confiarles una obra que será tan duradera como la eternidad. En recompensa de sus grandes dones, él pide que cultiven y ejerzan debidamente sus facultades intelectuales y morales. No les dio esas facultades para su diversión o para que abusasen de ellas obrando contra su voluntad y su providencia, sino para que las empleasen en fomentar el conocimiento de la verdad y santidad en el mundo. Exige su gratitud, su veneración y amor, por su continua bondad e infinita misericordia. Requiere con justicia que se obedezcan sus leyes y todos los sabios reglamentos que restringirán y guardarán a los jóvenes de los designios de Satanás y los conducirán por sendas de paz. Si los jóvenes vieran que al cumplir con las leyes y reglamentos de nuestras instituciones están haciendo algo que mejorará su posición en la sociedad, elevará su carácter, ennoblecerá su mente y aumentará su fidelidad, no se rebelarían contra las reglas justas y los requerimientos sanos, ni se dedicarían a crear sospechas y prejuicios contra estas instituciones. Nuestros jóvenes deben tener un espíritu de energía y fidelidad para hacer frente a las demandas que se les hacen, y les será una garantía de éxito. El carácter malo y temerario de muchos de los jóvenes de esta época del mundo es descorazonador. Mucha de la culpa incumbe a los padres en el hogar. Sin el temor de Dios nadie puede ser verdaderamente feliz.

Para poder recibir la aprobación de Dios, los alumnos a los cuales ha irritado la autoridad y han regresado a sus casas para arrojar reproches sobre el colegio deberán ver su pecado y contrarrestar la influencia que han ejercido. Los creyentes de Iowa han desagradado a Dios con su credulidad al aceptar los informes que recibieron. Siempre deberían haber tomar partido por el orden y la disciplina en lugar de alentar un gobierno débil.

Un joven es enviado a Battle Creek desde un estado lejano para que comparta los privilegios del colegio. Sale de su casa con la bendición de sus padres. Día tras día ha escuchado las sinceras oraciones que se ofrecían en el altar familiar y, en apariencia, acaba de empezar una vida de noble resolución y pureza. Sus convicciones y objetivos al dejar el hogar son correctos. En Battle Creek se encontrará con personas de todas las clases. Entablará amistad con algunos cuyo ejemplo es una bendición para todos los que entran en su esfera de influencia. Así mismo, se topa con los que aparentemente son amables e interesantes y queda prendado de su inteligencia. Sin embargo, el rasero moral de estos jóvenes es bajo y su fe religiosa, nula. Durante un tiempo, resiste todas las persuasiones para ceder a la tentación; pero cuando ve que los que profesan ser cristianos disfrutan en compañía de estos elementos irreligiosos, sus objetivos y alta resolución empiezan a tambalear. Le gustan las salidas vivaces y el espíritu jovial de estos jóvenes y, de manera casi imperceptible, es atraído, más y más a su compañía. Parece que su fortaleza está abriendo una vía; su, hasta entonces, valiente corazón se debilita. Lo invitan a acompañarlos en un paseo y lo llevan a una taberna. Se piden ostras u otros refrigerios y se siente avergonzado de rechazar las atenciones. Piensa que una jarra de cerveza no es motivo de objeción y la acepta; pero, con todo, todavía siente las agudas punzadas de la conciencia. No se manifiesta abiertamente del lado de Dios, la justicia y la verdad; le agrada la compañía de esa clase de personas, engañosas y sagaces y va un paso más allá. Sus tentadores le sugieren que no es perjudicial, en absoluto, jugar una partida de cartas y observar a los jugadores de billar; una y otra vez cede a la tentación.

A nuestro colegio asisten jóvenes que, sin sospecharlo sus padres, frecuentan las tabernas, beben cerveza y juegan a las cartas y otros juegos en los salones de billar. Los alumnos intentan mantener estas cosas en secreto entre ellos, a la vez que los profesores y los maestros permanecen en la ignorancia de la obra satánica que se desarrolla ante sus ojos. Cuando este joven es tentado a seguir una conducta malvada que debe ser mantenida en secreto, entabla una batalla con su conciencia; pero el triunfo es para la inclinación. Estaba destinado a ser un cristiano cuando llegó a Battle Creek, pero es llevado con constancia y firmeza por la vía descendente. Las malas compañías y los seductores que se encuentran entre los jóvenes de padres observadores del sábado, algunos de ellos habitantes de Battle Creek, descubren que puede ser tentado y, secretamente, exultan a causa de su poder y el hecho de que sea débil y se rinda tan fácilmente a sus seductoras influencias. Descubren que quienes han tenido la luz y han endurecido sus corazones en el pecado son capaces de avergonzarlo y confundirlo. Influencias como esas se darán allí donde se reúnen los jóvenes.

Llegará el día en que ese joven que salió puro y fiel, y con nobles propósitos, de casa de sus padres se arruinará. Habrá aprendido a amar el mal y rechazar el bien. No se apercibió del peligro porque no estaba armado con la vigilancia y la oración. No se puso inmediatamente bajo el cuidado guardián de la iglesia. Se le hizo creer que ser independiente y no permitir que se pusiera límites a su libertad, era signo de hombría. Se le enseñó que no tener en cuenta las normas y desafiar las leyes era disfrutar de verdadera libertad y que temer y temblar constantemente por temor a cometer un error era de esclavos. Cedió a la influencia de personas impías que, a la vez que mostraban un exterior grato a la vista, practicaban el engaño, la vileza y la iniquidad. Además, lo menospreciaron por la facilidad con que había sido engañado. Fue donde no podía encontrar lo puro y lo bueno. Aprendió estilos de vida y hábitos de habla que no elevaban ni ennoblecían. Muchos corren el peligro de ser atraídos de manera tan imperceptible hasta que su autoestima se degrada. Para obtener el aplauso de los despiadados e impíos, corren el peligro de ceder la pureza y la nobleza de la humanidad y convertirse en esclavos de Satanás.

Los jóvenes ministros

Se me ha mostrado que Iowa está muy por detrás de otros estados en cuanto a la piedad pura se refiere si se permite que los jóvenes tengan influencia sobre su asociación, cuando es evidente que no están unidos a Dios. Siento que tengo el más solemne deber de decir que Iowa se encontraría hoy en una situación mejor si los hermanos F y G hubiesen permanecido en silencio. Puesto que no tienen piedad práctica, ¿cómo pueden dirigir al pueblo a una Fuente con la que ni ellos mismos están familiarizados?

El escepticismo con respecto a los Testimonios del Espíritu de Dios aumenta constantemente. Esos jóvenes alientan las dudas y las preguntas en lugar de disiparlas porque ignoran el espíritu, el poder y la fuerza de los Testimonios. Mientras estos hombres de corazón no santificado permanezcan en la obra no harán ningún bien al pueblo. Aparentemente podrán convencer a las almas de que tenemos la verdad, pero, ¿dónde están el Espíritu y el poder de Dios para despertar y grabar en el corazón esta convicción de pecado? ¿Dónde está el poder que llevará a los convictos a un conocimiento real de la piedad vital? Si ni tan sólo se conocen a sí mismos, ¿cómo pueden presentar la religión de Cristo? Si los jóvenes desean entrar en la obra, no se los desaliente, pero antes deberán aprender el oficio.

El hermano G pudo haber unido sus esfuerzos con los de los médicos del sanatorio pero no le fue posible estar en armonía con ellos. Era demasiado autosuficiente para ser un aprendiz. Era vanidoso y egoísta. Sus perspectivas eran similares a las de otros jóvenes. Sin embargo, a diferencia de ellos, que estaban dispuestos a recibir instrucción y a ocupar una posición en la que pudieran ser de máxima utilidad, no se adaptó a la situación. Pensó que sabía demasiado para ocupar un puesto de segunda línea. No se entregó a los pacientes. Sus maneras eran tan dominantes y dictatoriales que su influencia en el sanatorio no era admisible. No le faltaban capacidades y, de haber estado dispuesto a que le enseñaran, podría haber obtenido un conocimiento práctico del trabajo médico. Si hubiera conservado un espíritu manso y humilde habría tenido éxito. Pero no vio los defectos de carácter naturales y no los venció. Tenía inclinación al engaño y a la prevaricación. Eso destruye la utilidad de la vida de cualquiera y, con toda seguridad, le cerrará las puertas del ministerio. Es preciso cultivar la veracidad más estricta y evitar el engaño como quien evita una leprosería. Su corta estatura lo acomplejaba. Para eso no hay remedio; pero, si lo desea, en su mano está remediar su carácter defectuoso. La mente y el carácter, con cuidado, se pueden moldear según el Modelo divino.

La elevación de la mente hace al hombre, no la afectación de superioridad. El cultivo adecuado de las facultades mentales hace del hombre lo que es. Esas facultades que lo ennoblecen son una ayuda para la formación del carácter para la vida futura e inmortal. Dios creó al hombre para un estado de felicidad más elevado y santo de lo que este mundo puede dar. Lo creó a su imagen con fines tan nobles y elevados como atraer la atención de los ángeles.

Los jóvenes de hoy en día, por lo general, no tienen pensamientos profundos ni actúan de manera sensata. Si se dieran cuenta de los peligros que acechan a cada paso, se moverían cautelosamente y escaparían a muchas de las trampas que Satanás ha puesto ante sus pies. Hermano, tenga cuidado de no aparentar lo que no es. Una imitación dorada pronto se distinguirá del metal puro. Ponga el máximo cuidado en examinarse a usted mismo y a la posición que cada miembro de su familia ocupa. Trace la historia de cada uno de ellos y medite en el resultado del comportamiento seguido. Considere por qué algunas personas gozan de la estimación de los que realmente son buenos y otras se ven menospreciadas y evitadas. Contemple esas cosas a la luz de la eternidad y allí donde descubra que otros han fracasado, evite con sumo cuidado el comportamiento que ellos siguieron. Será bueno que recuerde qué tendencias de carácter transmiten los padres a los hijo. Medite profundamente sobre estas cosas y, con temor de Dios, revístase de la armadura pronto a enfrentarse a una vida de conflictos con las tendencias hereditarias e imite únicamente al Modelo divino. Deberá trabajar con perseverancia, constancia y celo si desea tener éxito. La batalla más dura será la conquista de usted mismo. La oposición determinada a sus propios designios y sus malos hábitos le garantizará preciosas victorias eternas. Pero mientras acaricie sus rasgos de carácter duros, mientras desee dirigir en lugar de estar dispuesto a seguir, no tendrá éxito alguno. Sus sentimientos se encienden con rapidez y, a menos que se lo sujete, no controla el temperamento. Los jóvenes deberán soportar importantes deberes y asumir responsabilidades. ¿Se prepara para desempeñar su parte en el temor de Dios?

El hermano F no es adecuado para su trabajo. Apenas sabe nada. Tiene un carácter defectuoso. Desde la infancia no recibió una educación que lo capacitara para aceptar responsabilidades, trabajar o soportar cargas. No se ha apercibido del trabajo que es preciso hacer por él mismo y, por lo tanto, no está preparado para apreciar la labor que es preciso hacer por los demás. Es autosuficiente. Cree saber más de lo que realmente sabe. Cuando el Espíritu de Dios lo consagre y se dé perfecta cuenta de la solemnidad y responsabilidad de un ministro de Cristo, él mismo se sentirá insuficiente para la tarea. En muchos aspectos tiene defectos; defectos que se podrán reproducir en otros, dando al mundo una impresión desfavorable del carácter de nuestra obra y de los ministros que de ella se ocupan. Antes de poder ocuparse de la obra de mayor responsabilidad jamás dada a un mortal, debe aprender a sobrellevar cargas y deberes. Todos los jóvenes ministros deben ser aprendices antes de ser maestros. Además de alentar a los jóvenes para que entren en el ministerio, me gustaría decir que tengo la autorización de Dios para recomendarles y urgirles que adopten unas formas que los hagan adecuados para el trabajo en el cual están a punto de ingresar.

Los hermanos F no están inclinados a soportar cargas ni a aceptar responsabilidades. La despreocupación y la imperfección manchan todo cuanto tocan. Su conversación y su conducta son irreflexivas. La solemne, elevadora y ennoblecedora influencia que debiera caracterizar a un ministro del evangelio no podrá ejercerse en ellos hasta que se hayan transformado y moldeado según la imagen divina. Aunque unos mucho más que otros, todos ellos son soberbios. En esos jóvenes mora un espíritu de autosuficiencia y engreimiento que los hace inadecuados para la obra de Dios. Deberán disciplinarse muy severamente ellos mismos antes de poder ser aceptados por Dios como obreros de su causa. Su indolencia natural debe ser vencida. Sus asuntos temporales deberían ser objeto de un fiel desbastado. Deben ser aprendices y cuando se demuestre que tienen éxito en las responsabilidades menores serán adecuados para que se les confíen otras mayores. Las distintas asociaciones saldrían ganando sin estos obreros ineficientes. Un bebé está más capacitado para ocuparse de las almas que un hombre que no se haya consagrado. Desconocen la piedad vital y precisan una conversión profunda antes incluso de poder ser llamados cristianos.

El hermano A F necesita un profundo pulido en el colegio. Su lenguaje es defectuoso. Su conducta es brusca y falta de refinamiento. Con todo, es autosuficiente y está completamente confundido al respecto de sus capacidades. No tiene una verdadera fe en los Testimonios del Espíritu de Dios. No los ha estudiado detenidamente ni ha practicado las verdades que en ellos se muestran. Mientras tenga tan poca espiritualidad no entenderá el valor de los Testimonios ni su objetivo real. Esos jóvenes leen la Biblia pero su experiencia en la oración y escudriñamiento sincero y humilde de las Escrituras para que puedan ser cuidadosamente equipados para toda buena obra es escasa.

Se corre un gran peligro al animar a entrar en la obra a una clase de hombres que no sienten un genuino amor por las almas. Podrán ser capaces de interesarse por las personas y enzarzarse en una controversia; pero, al mismo tiempo y de ninguna manera, son hombres de ideas que mejoren y aumenten sus capacidades. Tenemos un ministerio enano y deforme. A menos que Cristo more en los hombres que predican la verdad, allí donde se los tolere, la moral y el modelo religioso se reducirán. Tienen un ejemplo: el mismo Cristo. "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra". (2 Timoteo 3:16, 17) En la Biblia encontramos el infalible consejo de Dios. Sus enseñanzas, cuando se ponen en práctica, hacen que los hombres sean adecuados para todas las situaciones de responsabilidad. Es la voz de Dios que habla al alma cada día. ¡Con cuánta atención deberían estudiar los jóvenes la palabra de Dios y atesorar sus pensamientos en el corazón para que sus preceptos puedan llegar a gobernar toda la conducta! Nuestros jóvenes ministros, y aquellos que durante un tiempo han predicado, muestran una notable deficiencia en la comprensión de las Escrituras. La obra del Espíritu Santo debe consistir en iluminar el entendimiento oscurecido, fundir el corazón soberbio y de piedra, subyugar al transgresor rebelde y salvarlo de las influencias corruptoras del mundo. La oración de Cristo por sus discípulos fue: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad". (Juan 17:17) La espada del Espíritu, la palabra de Dios, traspasa el corazón del pecador y lo corta en pedazos. La teoría de la verdad, cuando se repite sin que su sagrada influencia se sienta en el corazón del orador, no tiene fuerza sobre los oyentes, sino que la rechazan como un error y el orador es responsable de la pérdida de almas. Debemos asegurarnos de que nuestros ministros sean hombres convertidos, sencillos, mansos y de corazón humilde. El ministerio necesita un cambio decidido. Es preciso un examen crítico al respecto de las cualidades de un ministro. Dios dirigió a Moisés para que adquiriera experiencia en la asunción de responsabilidades, aprendiera a reflexionar, fuera tierno y solícito con su rebaño, de manera que, como fiel pastor, pudiera estar listo para cuando Dios lo llamase para hacerse cargo de su pueblo. Es esencial que los que entran en la gran obra de predicar la verdad, tengan una experiencia similar. Para llevar las almas a la fuente de la vida el predicador debe beber antes de esa agua. Debe ver el infinito sacrificio del Hijo de Dios para salvar al hombre caído y su propia alma debe estar imbuida del espíritu de amor inmortal. Si Dios nos asigna una dura tarea debemos llevarla a cabo sin murmurar. Si la senda es difícil y peligrosa, es el plan de Dios que la sigamos humildemente y clamemos a él para que nos dé fuerza. Debemos aprender una lección de la experiencia de algunos de nuestros ministros que no han conocido nada que se pueda comparar a dificultades y tribulaciones, aunque ellos mismos se consideren mártires. Todavía deben aprender a aceptar con gratitud el camino escogido por Dios, recordando al Autor de nuestra salvación. La obra del ministro debe ser llevada a cabo con más honestidad, energía y celo que las depositadas en los negocios ya que esta es tarea más sagrada y el resultado más importante. El trabajo diario debería registrarse en los libros del cielo como "bien hecho"; de manera que si no se dispusiese de un nuevo día para trabajar, la obra estuviese perfectamente acabada. Nuestros ministros, en especial los jóvenes, deberían llevar a cabo la preparación necesaria para poder desempeñar correctamente la solemne obra y prepararse para la compañía de los ángeles puros. Para que estar en el cielo sea estar en casa, aquí debemos atesorar el cielo en nuestros corazones. Si este no es nuestro caso, será difícil que tengamos nuestra parte en la obra de Dios.

El ministerio está corrompido por ministros que no se han santificado. A menos que el modelo para el ministerio sea más elevado y más espiritual, la verdad del evangelio se debilitará más y más. El rico suelo de un jardín representa la mente humana. A menos que se cultive adecuadamente, la cizaña y las zarzas de la ignorancia se apoderarán de ella. Es preciso cultivar la mente y el corazón a diario. Descuidarlos abrirá el camino al mal. Cuantas más capacidades naturales otorga Dios a una persona, tanto mayor es la mejora que se le exige y mayor es su responsabilidad en el uso del tiempo y sus talentos para honra y gloria de Dios. La mente no debe permanecer adormecida. Si no se ejercita en la adquisición de nuevos conocimientos, se hundirá en la ignorancia, la superstición y la fantasía. Si no se cultivan las facultades intelectuales como se debiera para la honra y gloria de Dios, serán poderosas ayudas para llevar a la perdición.

Al mismo tiempo que los jóvenes deben guardarse de ser pomposos e independientes, también deben esforzarse continuamente por mostar notables mejoras. Deben aceptar cualquier ocasión que se les presente para cultivar los rasgos de carácter más nobles y generosos. Si, a cada momento, los jóvenes sintiesen su dependencia de Dios y abrigaran un espíritu de oración, una exhalación del alma en todo momento y todo lugar, conocerían mejor la voluntad de Dios. Pero se me ha mostrado que los hermanos F y G apenas conocen la acción del Espíritu de Dios. Han trabajado basándose en su propia fuerza y han estado tan imbuidos de sí mismos que no se han apercibido de su gran necesidad. Hablan con frivolidad de los Testimonios que Dios da en beneficio de su pueblo y los juzgan dando sus opiniones y criticando esto o aquello, en lugar de cubrirse la boca y postrarse con la cara en el polvo; porque conocen tan poco los Testimonios como al Espíritu de Dios.

Son principiantes en la verdad y enanos en la experiencia religiosa. Las mayores victorias ganadas para la causa no se obtienen con argumentos elaborados, grandes instalaciones, influencias ni gran cantidad de medios; sino que se obtienen en la sala de audiencias de Dios, cuando la fe sincera y agonizante se apoya en el poderoso brazo. Cuando Jacob se vio postrado y en una condición desesperada, vertió sinceramente su alma agonizante en Dios. el ángel de Dios suplicó que lo dejara ir pero Jacob no soltó su presa. El hombre abatido, que sufría dolor corporal, presentó su sincera súplica con la entereza que imparte la fe viva. "No te dejaré", dijo, "si no me bendices". (Génesis 32:26)

En la palabra de Dios hay profundos misterios que las mentes que no están ayudadas por el Espíritu de Dios serán incapaces de descubrir. También hay insondables misterios en el plan de la redención que las mentes finitas jamás podrán comprender. Los jóvenes inexpertos deberían ejercitar sus mentes y sus capacidades para poder entender los asuntos que son revelados. Porque, a menos que posean mayor luz espiritual que ahora, les llevará toda una vida aprender la voluntad revelada de Dios. Cuando hayan recibido la luz y hagan un uso práctico de ella estarán listos para dar un paso adelante. La providencia de Dios es una escuela continua en la que él siempre guía a los hombres para que vean los verdaderos objetivos de la vida. Ninguno es demasiado joven o demasiado viejo para aprender en esta escuela prestando diligente atención a las lecciones que enseña el divino Maestro. Él es el Pastor verdadero, y llama a sus ovejas por su nombre. Los vagabundos oyen su voz que dice: "Éste es el camino; síguelo".

Los jóvenes que nunca han tenido éxito en los deberes temporales de la vida tampoco estarán preparados para ocuparse de deberes más elevados. La experiencia religiosa sólo se alcanza mediante el conflicto, la derrota, la disciplina severa del yo y la oración sincera. La fe viva debe aferrarse resueltamente a las promesas; entonces muchos regresarán de la comunión con Dios con el rostro resplandeciente y diciendo, como Jacob: "Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma". (Génesis 32:30)

Los pasos hacia el cielo deben ser dados de uno en uno. Cada paso nos da fuerzas para el siguiente. El poder transformador de la gracia de Dios sobre el corazón humano es una obra que muy pocos llegan a entender porque son demasiado indolentes para hacer el esfuerzo necesario. Las lecciones que los jóvenes ministros aprenden yendo de un lado para otro y siendo objeto de cuidados cuando no son adecuados para la tarea, ejercen una influencia desmoralizadora sobre ellos. No conocen cuál es su lugar ni saben ocuparlo. No tienen puestos los pies en principios firmes. Hablan con autoridad de asuntos que desconocen y, por lo tanto, quienes los aceptan como maestros son conducidos a error. Una persona así inspirará tanto escepticismo que hará falta la intervención de varias para contrarrestarlo, si es posible. Los hombres de mente estrecha se deleitan en las objeciones fútiles, en las críticas, en la búsqueda de algo que cuestionar, pensando que es signo de agudeza. Pero en lugar de eso, es una muestra de falta de refinamiento y estatura mental. ¡Cuánto mejor no sería que se dispusieran a cultivarse a sí mismos y a ennoblecer y elevar sus mentes! Así como la flor se vuelve hacia el sol para que los brillantes rayos puedan contribuir a perfeccionar su belleza y simetría, el joven debería volverse hacia el Sol de justicia para que la luz del cielo pueda brillar sobre él, perfeccionando su carácter y dándole una profunda y permanente experiencia en los asuntos de Dios. Entonces podrá reflejar los divinos rayos de luz sobre otros. Los que escogen unir las dudas y la incredulidad al escepticismo no crecerán en la gracia o la espiritualidad y no son adecuados para la solemne responsabilidad de llevar la verdad a otros.

Es preciso advertir al mundo de la condena que se avecina. El sueño y el error de los que permanecen en el pecado son tan profundos, tan parecidos a la muerte, que es necesario que los despierte la voz de Dios por medio de un ministro muy enérgico. A menos que los ministros no se conviertan la gente tampoco se convertirá. El frío formalismo que ahora prevalece entre nosotros debe dejar paso a la vivificante energía de la piedad práctica. No hay ningún error en la teoría de la verdad; es perfectamente clara y armoniosa. Pero los jóvenes ministros pueden hablar con fluidez de la verdad y, aun así, no entender el sentido real de las palabras que pronuncian. No aprecian el valor de la verdad que presentan y poco se aperciben del precio que han pagado los que, con oración y lágrimas, superando pruebas y oposiciones, la han buscado como quien busca un tesoro oculto. Cada nuevo eslabón de la cadena de la verdad era para ellos como oro de ley. Esos eslabones están unidos ahora en un todo perfecto. Las verdades fueron excavadas de la basura de la superstición y el error con oración sincera, pidiendo luz y conocimiento y han sido presentadas al pueblo como perlas preciosas y de valor incalculable.

El evangelio es la revelación al hombre de rayos de luz y esperanza del mundo eterno. No recibimos toda la luz de una vez, sino que llega a medida que podemos aceptarla. Las mentes interrogadoras que están hambrientas de conocer la voluntad de Dios jamás están satisfechas; cuanto más profunda es su búsqueda, más conscientes son de su ignorancia y más lamentan su ceguera. El hombre no es capaz de concebir los nobles y altos logros que se encuentran a su alcance si combina el esfuerzo humano con la gracia de Dios, la Fuente de toda sabiduría y poder. Más allá hay una medida eterna de gloria. "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman". (1 Corintios 2:9)

Tenemos el mensaje de verdad más solemne que jamás se haya llevado al mundo. Los incrédulos respetan cada vez más esta verdad porque es incontrovertible. A la vista de este hecho, nuestros jóvenes, cada vez más, confían en sí mismos y se envanecen. Toman las verdades que han sido descubiertas por otras mentes y sin estudiarlas en sincera oración se enfrentan a los opositores y se enzarzan en contiendas, complaciéndose en discursos ingeniosos y comentarios ocurrentes, engañándose a sí mismos al pensar que esto es tarea de un ministro del evangelio. Para poder ser adecuado para la obra de Dios, esos hombres necesitan una conversión tan profunda como la que Pablo experimentó. Los ministros deben ser representantes vivos de la verdad que predican. Deben tener una vida espiritual mayor, caracterizada por una mayor sencillez. Deben recibir las palabras de Dios y transmitirlas a las personas. Deben captar la atención. Nuestro mensaje es perfume de vida para vida o de muerte para muerte. El destino de todas y cada una de las almas pende de un hilo. Multitudes se encuentran en el valle de la decisión. Se escucha una voz que dice: "Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él". (1 Reyes 18:21)

La acción decidida, enérgica y sincera puede salvar una alma indecisa. Nadie podrá decir jamás cuánto se ha perdido por querer predicar sin la unción del Espíritu Santo. En cada congregación hay almas que dudan y casi están persuadidas de inclinarse por Dios. La decisión es para ahora y la eternidad. Pero, demasiado a menudo, se da el caso de que el ministro no posee el espíritu ni el poder del mensaje de verdad en su corazón. Por tanto, esas almas que se encuentran inseguras en el fiel de la balanza no escuchan un llamamiento directo. El resultado es que los corazones de los que se han convencido no se graban aún más profundamente y salen de la reunión sintiendo que están menos inclinados a aceptar el servicio de Cristo que cuando entraron. Deciden esperar una ocasión más favorable que nunca llegará. En ese discurso sin Dios, como en la ofrenda de Caín, no se encuentra el Salvador. Se ha perdido una oportunidad de oro y el destino de esas almas queda decidido. ¿Acaso no hay demasiado en juego para predicar de manera indiferente y sin sentir el peso de las almas?

En esta época de tinieblas morales se necesita algo más que la teoría pura para mover a las almas. Los ministros deben tener una conexión viva con Dios. Deben predicar creyendo lo que dicen. Las verdades vivas, pronunciadas por los labios de un hombre de Dios, harán que los pecadores tiemblen y los convictos clamen: "Jehová es Dios; estoy resuelto a ponerme de su lado". El mensajero de Dios jamás debería cesar en su empeño por recibir más luz y poder de lo alto. Debe esforzarse, orar y esperar en medio del desaliento y la oscuridad, determinado a obtener un profundo conocimiento de las Escrituras y desarrollar todos los dones. Mientras haya una alma por la que se pueda trabajar, deberá avanzar con ánimos renovados en cada esfuerzo. Hay trabajo por hacer, trabajo sincero. Las almas por las que Cristo murió están en peligro. Sabiendo que Jesús dijo: "No te desampararé, ni te dejaré" (Hebreos 13:5), sabiendo que al que venza se le dará la corona de justicia, sabiendo que nuestro Abogado intercede por el pecador, los ministros de Cristo deben trabajar con esperanza, infatigables y con fe perseverante.

Pero mientras la verdad de Dios sea llevada por hombres inexpertos y jóvenes cuyos corazones apenas han sido tocados por la gracia de Dios, la causa de Dios languidecerá. Los hermanos F y G están más prontos a discutir que a predicar; están más prontos a contender que a persuadir esforzándose por impresionar a las personas con el solemne carácter de la obra para este tiempo. Los hombres que se atreven a asumir la responsabilidad de recibir la palabra de la boca de Dios y darla al pueblo se hacen responsables de la verdad que presentan y de la influencia que ejercen. Si son verdaderos hombres de Dios, su esperanza no está en ellos mismos, sino en lo que él hará por ellos y con ellos. No se vanaglorian ni llaman la atención de las personas hacia su inteligencia y sus aptitudes. Sienten la responsabilidad y trabajan con energía espiritual, siguiendo la senda de abnegación que trazó el Maestro. En cada paso que dan hay sacrificio y se lamentan porque no son capaces de hacer más por la causa de Dios. El Pablo de la oscura mazmorra, esperando la sentencia que sabía que pronunciaría el cruel Nerón, es el mismo Pablo que habló en el Areópago. El hombre cuyo corazón permanece en Dios en la hora de sus pruebas más duras y en el entorno más descorazonador es el mismo de la prosperidad, cuando parecía gozar de la luz y el favor de Dios. La fe ve lo invisible y se aferra a la eternidad.

En Iowa hay muchos que, más que construir, destruyen, arrojando incredulidad y tinieblas en lugar de luz. La causa de Dios languidece cuando debería florecer. Los ministros deben ser fieles. Pablo escribió a Timoteo: "Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza" (1 Timoteo 4:12) "Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren". (1 Timoteo 4:15-16) La palabra y la voluntad de Dios están expresadas en las Escrituras por autores inspirados. Deberíamos atarlas sobre nuestras frentes y andar según sus preceptos; así andaríamos seguros. Cada capítulo y cada versículo es un comunicado de Dios para el hombre. Al estudiar la palabra, las declaraciones divinas se grabarán en el alma hambrienta y sedienta de justicia. El escepticismo pierde todo su poder sobre el alma que escudriña humildemente las Escrituras.