Se me ha mostrado que las personas que tienen un conocimiento de la verdad, y, sin embargo, dejan que todas sus facultades sean absorbidas por intereses mundanales, son infieles. No permiten que, por sus buenas obras, la luz de la verdad resplandezca para otros. Casi toda su capacidad está dedicada a hacerse astutos y hábiles hombres del mundo. Se olvidan de que Dios les dio talentos para que los usasen para el adelanto de su causa. Si fuesen fieles a su deber, el resultado sería una gran ganancia de almas para el Maestro; mientras que muchas se pierden por su negligencia.
Dios invita a aquellos que conocen su voluntad a ser hacedores de su palabra. La debilidad, la tibieza y la indecisión provocan los asaltos de Satanás; y los que permiten el desarrollo de estos defectos serán arrastrados, impotentes, por las violentas olas de la tentación. De cada uno de los que profesan el nombre de Cristo se requiere que crezca hasta la plena estatura de Cristo, cabeza viviente del cristiano.
Todos necesitamos un guía a través de las muchas estrecheces de la vida, tanto como el marino necesita un piloto entre los bajíos o las rocas del río. ¿Dónde puede encontrarse ese guía? Os indicamos la Biblia, amados hermanos. Inspirada por Dios, escrita por hombres santos, señala con gran claridad y precisión los deberes tanto de los jóvenes como de los mayores. Eleva la mente, enternece el corazón, e imparte alegría y santo gozo al espíritu. La Biblia presenta una perfecta norma de carácter; es un guía infalible en todas las circunstancias, aun hasta el fin del viaje de la vida. Tomadla por vuestra consejera, como la regla de vuestra vida diaria.
Debemos aprovechar diligentemente todo medio de gracia para que el amor de Dios abunde más y más en el alma, "para que discernáis lo mejor; que seáis sinceros y sin ofensa para el día de Cristo; llenos de frutos de justicia". (Filipenses 1:10, 11) Vuestra vida cristiana debe asumir formas vigorosas y robustas. Podéis alcanzar la alta norma que se os presenta en las Escrituras, y debéis hacerlo si queréis ser hijos de Dios. No podéis permanecer quietos; debéis avanzar o retroceder. Debéis tener conocimiento espiritual, a fin de poder comprender "con todos los santos cuál sea la anchura y la longura y la profundidad y la altura, y conocer el amor de Cristo", para "que seáis llenos de toda la plenitud de Dios". (Efesios 3:18, 19)
Muchos son los que, teniendo un conocimiento inteligente de la verdad, y pudiendo defenderla con argumentos, nada hacen para la edificación del reino de Cristo. Los encontramos de vez en cuando; pero no exhiben nuevos testimonios de la experiencia personal en la vida cristiana; no relatan nuevas victorias ganadas en la guerra santa. En vez de eso, se nota en ellos la misma vieja rutina, las mismas expresiones en su oración y exhortación. Sus oraciones no tienen nota nueva; no expresan mayor inteligencia en las cosas de Dios, ni fe más ferviente y viva. Las tales personas no son plantas vivas en el jardín del Señor, que se recubran de nuevo follaje, y de la grata fragancia de una vida santa. No son cristianos que crezcan. Tienen visiones y planes limitados y en ellos no hay expansión de la mente, ni valiosas adiciones a los tesoros del conocimiento cristiano. Sus facultades no han sido ejercitadas en esa dirección. No han aprendido a considerar a los hombres y las cosas como Dios los considera, y en muchos casos una simpatía no santificada ha perjudicado a las almas, y estorbado grandemente la causa de Dios. El estancamiento espiritual que prevalece es terrible. Muchos llevan una vida cristiana formal, y aseveran que sus pecados han sido perdonados, cuando están tan destituidos del verdadero conocimiento de Cristo como el pecador.
Hermanos, ¿queréis tener un crecimiento cristiano raquítico, o queréis hacer sanos progresos en la vida divina? Donde hay salud espiritual hay crecimiento. El hijo de Dios crece hasta la plena estatura de un hombre o una mujer en Cristo. No hay límite para su mejoramiento. Cuando el amor de Dios es un principio vivo en el alma, no hay opiniones estrechas y limitadas; hay amor y fidelidad en las amonestaciones y reproches; hay obra ferviente y una disposición a llevar cargas y responsabilidades.
Algunos no están dispuestos a hacer obra abnegada. Manifiestan verdadera impaciencia cuando se les insta a llevar alguna responsabilidad. "¿Qué necesidad hay --dicen-- de un aumento de conocimiento y experiencia?" Esto lo explica todo. Se sienten ricos y enriquecidos, sin necesidad de ninguna cosa, mientras que el Cielo los declara pobres, miserables, cuitados y desnudos. El Testigo fiel les dice: "Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas". (Apocalipsis 3:18) Vuestra misma complacencia propia demuestra que lo necesitáis todo. Estáis espiritualmente enfermos, y necesitáis a Jesús como vuestro médico.
En las Escrituras hay miles de gemas de la verdad que yacen escondidas para el que busca en la superficie. La mina de la verdad no se agota nunca. Cuanto más escudriñéis las Escrituras con corazón humilde, tanto mayor será vuestro interés, y tanto más os sentiréis con deseo de exclamar con Pablo: "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (Romanos 11:33)
Cada día debéis aprender algo nuevo de las Escrituras. Escudriñadlas como si buscarais tesoros ocultos, porque contienen las palabras de vida eterna. Orad por sabiduría y entendimiento para comprender estos escritos sagrados. Si lo hacéis, hallaréis nuevas glorias en la Palabra de Dios; sentiréis que habréis recibido luz nueva y preciosa sobre asuntos relacionados con la verdad, y las Escrituras recibirán constantemente nuevo valor en vuestra estima.
"Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy presuroso". (Sofonías 1:14) Jesús dice: "He aquí, yo vengo presto" (Apocalipsis 22:12) Debemos tener siempre presentes estas palabras, y obrar como quienes creen de veras que la venida del Señor se acerca, y que somos peregrinos y advenedizos en la tierra. Las energías vitales de la iglesia de Dios deben ser puestas en activo ejercicio para el gran objeto de la renovación propia; cada miembro debe ser agente activo de Dios. "Por él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino juntamente ciudadanos con los santos, y domésticos de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo; en el cual, compaginado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el Señor: en el cual vosotros también sois juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu". (Efesios 2:18-22) Esta es una obra particular, que debe ser llevada a cabo con toda armonía, unidad de espíritu, y vínculos de paz. No debe darse cabida a las críticas, las dudas y la incredulidad.
Las asociaciones de la Columbia Superior y Norte del Pacífico tienen un atraso de años. Algunas personas que debieran ser fuertes y estar establecidas en Cristo, son como criaturas en su comprensión y el conocimiento práctico de la forma como obra el Espíritu de Dios. Después de años de experiencia pueden comprender únicamente los principios elementales del grandioso sistema de fe y doctrina que constituye la religión cristiana. No comprenden cuál es la perfección de carácter que recibirá este reconocimiento de Dios: "Bien hecho".
Hermanos, vuestro deber y felicidad, vuestra utilidad futura y salvación final exigen que separéis vuestros afectos de todo lo terrenal y corruptible. Hay una simpatía no santificada que participa de la naturaleza de un sentimentalismo enfermizo, y es terrena y sensual. El vencer esto requerirá esfuerzos arduos de parte de algunos de vosotros, a fin de cambiar el curso de vuestra vida; porque no os pusisteis en relación con la Fortaleza de Israel, y se han debilitado todas vuestras facultades. Ahora se os llama en alta voz a ser diligentes en el empleo de todos los medios de la gracia, a fin de que seáis transformados en carácter, y podáis crecer a la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús.
Tenemos grandes victorias que ganar, o el cielo que perder. El corazón carnal debe ser crucificado; porque tiende hacia la corrupción moral, y el fin de ella es la muerte. Nada que no sea la influencia vivificadora del Evangelio puede ayudar al alma. Orad para que las poderosas energías del Espíritu Santo, con todo su poder vivificador, recuperador y transformador, caigan como un choque eléctrico sobre el alma paralizada, haciendo pulsar cada nervio con nueva vida, restaurando todo el ser, de su condición muerta, terrenal y sensual a la sanidad espiritual. Así llegaréis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo escapado a la corrupción que reina en el mundo por la concupiscencia; y en vuestras almas se reflejará la imagen de Aquel por cuyas heridas somos sanados.
Diezmos y ofrendas
El Señor requiere que le devolvamos a él en diezmos y ofrendas una porción de los bienes que nos ha prestado. Acepta estas ofrendas como un acto de humilde obediencia de nuestra parte y como un reconocimiento agradecido de nuestra deuda para con él por todas las bendiciones que disfrutamos. Brindemos, pues, nuestras ofrendas voluntariamente y digamos con David: "Todas las cosas de ti proceden, y de lo tuyo te hemos dado". La retención de más de lo que sea conveniente conduce a la pobreza. Dios será condescendiente con algunos y examinará y probará a todos; pero su maldición seguirá al que profesa la verdad y es egoísta y amante del mundo. Dios conoce el corazón; cada pensamiento y cada intención está abierta ante sus ojos. El dice: "Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco". (1 Samuel 2:30) El sabe a quién bendecir y quiénes merecen su maldición. El no se equivoca, porque los ángeles guardan registro de todas nuestras acciones y palabras.
Cuando el pueblo de Dios estaba a punto de construir el santuario en el desierto, era necesario hacer extensas preparaciones. Se reunieron materiales costosos, y entre ellos había oro y plata. Como dueño legítimo de todos sus tesoros, el Señor pidió estas ofrendas al pueblo; pero aceptó solamente las que fueron dadas voluntariamente. El pueblo trajo sus ofrendas voluntarias hasta que se le dijo a Moisés: "El pueblo trae mucho más de lo que se necesita para la obra que Jehová ha mandado que se haga". (Éxodo 36:6, 7)
Si hubieran estado presentes ciertos hombres de ideas limitadas, se hubieran asombrado con horror. Cual Judas hubiesen preguntado: "¿Para qué este despilfarro?" Pero el santuario no fue ideado para honrar a los hombres, sino al Dios del cielo. El había dado instrucciones específicas de cómo debía hacerse todo. Había que enseñarle al pueblo que él es un ser grandioso y majestuoso y que debía ser adorado con reverencia y temor.
La casa donde se adora a Dios debe concordar con su carácter y majestad. Hay iglesias pequeñas que toda la vida serán pequeñas, porque ponen sus intereses propios por encima de los intereses de la causa de Dios. Poseen viviendas amplias y cómodas para sí mismos y están constantemente mejorando sus entornos; sin embargo, se conforman con tener un lugar inadecuado para el culto de Dios donde ha de morar su presencia. Se sorprenden de que José y María se hayan visto forzados a buscar albergue en un establo, y que en él nació el Salvador; pero están dispuestos a emplear gran parte de sus recursos en lo personal, mientras que vergonzosamente se descuida el lugar de adoración. Cuán a menudo dicen: "No ha llegado aún el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada". (Hageo 1:2) No obstante, la palabra del Señor para ellos es: "¿Es para vosotros tiempo de habitar en vuestras casas artesonadas mientras esta casa está en ruinas?" (Hageo 1:4)
La casa en la cual Jesús se encuentra con su pueblo debe ser limpia y atractiva. Si hay sólo unos pocos creyentes en algún lugar, que se edifique una casa pulcra pero humilde y, dedicándola a Dios, invitad a Jesús a que venga como vuestro huésped. ¿Qué pensará él de su pueblo cuando tienen todas las comodidades que pueda desear el corazón, pero que se conforman con reunirse para adorarle en un granero, en un edificio miserable y apartado, o en alguna casa barata y desechada? Os esforzáis en favor de vuestras amistades, empleáis vuestros recursos para hacer que todo lo que los rodea sea lo más atractivo posible; pero a Jesús, el que lo dio todo por vosotros, hasta su propia vida preciosa, él que es la Majestad del cielo, el Rey de reyes y Señor de señores, se le otorga un lugar sobre la tierra que no es sino un poco mejor que el establo que fue su primer hogar. ¿No veremos estas cosas como Dios las ve? ¿No examinaremos nuestros motivos para ver qué clase de fe poseemos?
"Dios ama al dador alegre", y los que le aman darán con liberalidad y alegría cuando al hacerlo pueden adelantar su causa y aumentar su gloria. El Señor nunca requiere que su pueblo dé más de lo que puede, pero se complace en aceptar y bendecir sus ofrendas de gratitud dadas conforme a sus posibilidades. Que la obediencia voluntaria y el amor puro enlacen sobre el altar cada ofrenda dada al Señor porque con tales sacrificios se complace, mientras que aquellos que son ofrecidos de mala gana, le ofenden. Cuando las iglesias o individuos no ponen su corazón en las ofrendas, sino que procuran limitar el costo de llevar a cabo la obra de Dios, midiéndola con sus propias opiniones estrechas, demuestran decididamente que no tienen una conexión vital con Dios. Están en discrepancia con su plan y con su manera de obrar y él no los bendice.
Somos constructores de Dios y debemos construir sobre el fundamento que él ha preparado para nosotros. Ningún hombre ha de construir sobre su propio fundamento, independiente del plan que Dios ha delineado. Hay hombres a quienes Dios ha levantado como consejeros, hombres a quienes él ha enseñado y cuyo corazón y alma están en la obra. Estos hombres han de tenerse en alta estima por causa de su obra. Hay algunos que querrán seguir sus propias ideas burdas; pero tienen que aprender a recibir consejo y a trabajar en armonía con sus hermanos, de lo contrario sembrarán duda y discordia con una cosecha que no les interesará recoger. Es la voluntad de Dios que aquellos que toman parte en su obra estén sujetos los unos a los otros. Su culto ha de conducirse en forma consecuente, con unidad y sano juicio. Dios es nuestro único ayudador eficaz. Las leyes que gobiernan a su pueblo, sus principios de pensamiento y acción, son recibidos de él por medio de su Palabra y de su Espíritu. Cuando su Palabra es amada y obedecida, sus hijos andan en la luz, y no hay ocasión de tropiezo en ellos. No aceptan la norma baja del mundo, sino que obran en conformidad con el punto de vista bíblico.
El egoísmo que existe entre el pueblo de Dios es una afrenta para él. Las Escrituras denuncian la avaricia como idolatría. Dice Pablo que "ningún... avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios". (Efesios 5:5) Lo que ocurre con muchos es que tienen muy poca fe. Como el hombre rico de la parábola quieren mantener sus graneros abastecidos. El mundo ha de ser amonestado y Dios quiere que estemos enteramente envueltos en su obra; pero los hombres tienen tanto que hacer para fomentar sus proyectos lucrativos que no les queda tiempo para impulsar a los triunfos de la cruz de Cristo. No tienen tiempo ni voluntad para emplear su intelecto y fuerzas en la causa de Dios.
Hermanos y hermanas, es mi deseo estimular en vuestras mentes el desprecio de vuestras presentes ideas limitadas concerniente a la causa y obra de Dios. Deseo que comprendáis el gran sacrificio que Cristo hizo por vosotros cuando se volvió pobre para que por medio de su pobreza vosotros poseyéseis las riquezas eternas. ¡Oh, no déis lugar a que por causa de vuestra indiferencia al eterno peso de gloria que está a vuestro alcance, los ángeles lloren y escondan sus rostros con vergüenza y disgusto! Despertad de vuestro letargo; avivad todas las facultades que Dios os ha dado y trabajad por las almas preciosas por las cuales Cristo murió. Estas almas, si son traídas al redil de Cristo, vivirán a través de todos los siglos de la eternidad. ¿Y planearéis hacer lo menos posible en favor de su salvación mientras que, como el hombre con un talento, invertís vuestros recursos en la tierra? Como ese siervo infiel, ¿acusáis a Dios de cosechar donde no sembró y de recoger donde no dispersó la semilla?
Todo lo que tenéis pertenece a Dios. Entonces, ¿no diréis de corazón: Todas las cosas de ti proceden y de lo tuyo te hemos dado"? "Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos". (Proverbios 3:9) Pablo exhorta a sus hermanos corintios concerniente a la beneficencia cristiana de la siguiente manera: "Por tanto, así como abundáis en todo, en fe, en palabra, en conocimiento, en toda diligencia, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia". (2 Corintios 8:7) En su epístola a Timoteo, declara: "A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo, que nos ofrece todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, prontos a compartir; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la que realmente es vida eterna". (1 Timoteo 6:17-19)
La virtud de la liberalidad no es algo tan natural en nosotros que la adquiramos de casualidad. Es algo que hay que cultivar. Hemos de proponernos deliberadamente que honraremos a Dios con nuestros bienes; y luego no hemos de permitir que nada nos tiente a robarle los diezmos y ofrendas que son la parte que le corresponde. Hemos de ser inteligentes, sistemáticos y constantes en nuestros actos de caridad hacia los hombres y en nuestras expresiones de gratitud hacia Dios por los beneficios que nos brinda. Este es un deber demasiado sagrado para que sea dejado al azar o a ser controlado por el impulso o el sentimiento. Debemos apartar regularmente algo para la causa de Dios con el fin de no robarle la porción que pide para sí. Cuando le robamos a Dios, nos robamos a nosotros mismos también. Renunciamos al tesoro celestial por tener más de este mundo. Esta es una pérdida que no podemos permitirnos sufrir. Si vivimos de tal manera que podamos disfrutar de la bendición de Dios, su mano prosperadora descansará sobre nuestros asuntos temporales, pero si su mano está en contra nuestra, él es capaz de desbaratar todos nuestros planes y desparramar más rápidamente de lo que nosotros podamos juntar.
Se me mostró que el estado de cosas en estas dos asociaciones es verdaderamente grave; pero Dios tiene muchas almas preciosas aquí sobre las cuales cuida celosamente, y no las abandonará para que sean engañadas y descarriadas.