Entre todos aquellos cuyas necesidades requieren nuestro interés, las viudas y los huérfanos tienen el mayor derecho a nuestra tierna simpatía. Son objeto del cuidado especial del Señor confiados a los cristianos. "La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo". (Santiago 1:27)
Más de un padre que murió en la fe, confiado en la eterna promesa de Dios, dejó a sus amados con la plena seguridad de que el Señor los cuidaría. Y ¿cómo provee el Señor para estos acongojados? No realiza un milagro enviando maná del cielo; no manda cuervos que les lleven alimento: provee a través de los corazones humanos, expulsando el egoísmo del alma y abriendo las fuentes de la benevolencia. Prueba el amor de quienes profesan seguirle, confiando a sus tiernas misericordias a los afligidos y a los enlutados.
Que aquellos que aman al Señor abran su corazón y sus hogares para recibir a estos niños. No es el mejor plan cuidar a los huérfanos en grandes instituciones. Si no tienen parientes que puedan sostenerlos, los miembros de nuestras iglesias deben adoptar a estos pequeñuelos en sus familias o hallar hogares apropiados para ellos en otras casas.
Estos niños son en un sentido especial seres en quienes Cristo se fija, y descuidarlos es ofenderlo a él. Todo acto bondadoso expresado a ellos en el nombre de Jesús será aceptado por él como hecho a él mismo. Los que de alguna manera los privan de los recursos que debieran tener, los que consideran con indiferencia sus necesidades, serán castigados por el Juez de toda la tierra. "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderle? Os digo que pronto les hará justicia". "Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia" (Lucas 18:7, 8; Santiago 2:13) El Señor nos ordena: "¿No es que... a los pobres errantes alberguez en casa?" (Isaías 58:7) El cristianismo debe proporcionar padres y madres y casas, a esos desamparados. La compasión hacia la viuda y el huérfano, manifestada en las oraciones y los actos correspondientes, será recordada delante de Dios y al fin será recompensada.
Un amplio campo de posibilidades espera a todos los que deseen trabajar por el Maestro, cuidando a niños y jóvenes que han sido privados de la dirección vigilante de sus padres y de la influencia subyugadora de un hogar cristiano. Muchos de ellos han heredado malos hábitos, y si se los deja crecer en la ignorancia, serán influenciados por compañías que pueden conducirlos al vicio y el crimen. Estos niños poco promisorios necesitan estar en un ambiente favorable para la formación de un carácter adecuado, para que puedan llegar a ser hijos de Dios.
Vosotros que profesáis ser hijos de Dios, ¿estáis haciendo vuestra parte para enseñar a estos que tanto necesitan que se los guíe pacientemente al Salvador? ¿Estáis haciendo vuestra parte como fieles siervos de Cristo? ¿Estamos cuidando de estas mentes que todavía no se han formado, y que tal vez no estén bien disciplinadas, con el mismo amor que Cristo manifestó hacia nosotros? El alma de los niños y de los jóvenes está en peligro mortal si se los abandona a sí mismos. Necesitan instrucción paciente, amor y tierno cuidado cristiano.
Si no hubiese revelación que señalase nuestro deber, el mismo espectáculo que ven nuestros ojos, y lo que sabemos de la inevitable relación entre causa y efecto, deberían inducirnos a rescatar a esos infortunados. Si los miembros de la iglesia quisieran dedicar a esta obra la energía, el tacto y la habilidad que emplean en los negocios comunes de la vida, si pidiesen sabiduría a Dios y procurasen fervorosamente amoldar estas mentes indisciplinadas, podrían rescatarse muchas almas que están a punto de perecer.
Si los padres sintiesen por la salvación de sus propios hijos la solicitud que debieran sentir, si los llevasen al trono de la gracia en sus oraciones y viviesen de acuerdo con ellas, sabiendo que Dios quiere ayudarlos, podrían tener éxito en su trabajo por los niños que no son de su propia familia, especialmente por aquellos que no pueden recibir consejos ni dirección de sus propios padres. El Señor invita a todo miembro de la Iglesia a cumplir su deber hacia esos huérfanos.
Una obra como la de Cristo
Al atender a los niños no debemos obrar simplemente por deber; sino por amor, porque Cristo murió para salvarlos; compró estas almas que necesitan nuestro cuidado, y espera que las amemos como él nos amó en nuestros pecados y extravíos. El amor es el medio por el cual Dios obra para atraer el corazón hacia sí; porque "Dios es amor". Este principio es el único que resulta eficaz en cualquier empresa de misericordia. Lo finito debe unirse con el Infinito.
Esta obra en favor de los necesitados requerirá dedicación, abnegación y sacrificio personal. Pero ¿qué es un pequeño sacrificio comparado con el sacrificio que Dios hizo por nosotros en la dádiva de su Hijo unigénito?
Dios nos imparte su bendición para que la compartamos con otros. Cuando le pedimos nuestro pan cotidiano, él se fija en nuestra intención para ver si nos proponemos compartirlo con quienes lo necesitan más que nosotros. Cuando oramos: "Dios, sé propicio a mí pecador", procura detectar si manifestaremos compasión con el prójimo. Expresamos nuestra relación con Dios si somos misericordiosos como lo es nuestro Padre celestial. Dios da constantemente. ¿Y a quiénes concede sus dones? ¿A los que tienen un carácter intachable? Él "Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos". (Mateo 5:45) No obstante el carácter pecaminoso de la humanidad, a pesar de que tan a menudo agraviamos el corazón de Cristo y no merecemos el perdón, cuando se lo pedimos él no nos rechaza. Nos ofrece gratuitamente su amor con esta exhortación: "Que os améis unos a otros; como yo os he amado". (Juan 13:34)
Hermanos y hermanas, os pido que consideréis cuidadosamente este asunto. Pensad en las necesidades de los huérfanos. ¿No se conmueven vuestros corazones cuando presenciáis sus sufrimientos? Ved si no podéis hacer algo para atender a estos seres desamparados. En la medida en que podáis hacerlo, dad hogar a los que no lo tienen. Esté cada uno listo para ayudar en dicha obra. El Señor dijo a Pedro: "Apacienta mis corderos". Es una orden, y al abrir nuestros hogares a los huérfanos, contribuimos a que se cumpla. No permitamos que Jesús se frustre con nosotros.
Tomemos estos niños y presentémoslos a Dios como una ofrenda fragante. Pidamos su bendición sobre ellos, y luego moldeémoslos de acuerdo a la orden de Cristo. ¿Aceptará nuestro pueblo este santo cometido? A causa de nuestra piedad superficial y ambición mundana, ¿dejaremos que esos seres por quienes Cristo murió sufran y vayan por malos caminos?
La Palabra de Dios contiene abundantes instrucciones sobre el trato que debemos dar a la viuda, al huérfano y al pobre doliente y menesteroso. Si todos las obedecieran, el corazón de la viuda cantaría de gozo; los pequeñuelos hambrientos serían alimentados; se vestiría a los indigentes; y revivirían los que están a punto de perecer. Los seres celestiales nos observan y cuando, motivados por nuestro celo por la honra de Cristo nos coloquemos en el camino de la providencia divina, estos mensajeros celestiales nos impartirán un nuevo poder espiritual para que podamos subsanar las dificultades y triunfar sobre todos los obstáculos.
¡Qué bendición recibirán los que trabajen! Para muchos que son ahora indolentes, egoístas y centrados en sí mismos, esto sería como resucitar. Reviviría entre nosotros la caridad celestial, la sabiduría y el celo.
Adopción de huérfanos por esposas de pastores
Se ha preguntado si la esposa de un ministro debe adoptar niños pequeños. Respondo: Si ella no tiene inclinación ni idoneidad para dedicarse a la obra misionera fuera de su casa, y siente que es su deber recibir niños huérfanos y cuidarlos, puede hacer una buena obra. Pero elija los niños en primer lugar de entre los hijos huérfanos de observadores del sábado. Dios bendecirá a hombres y mujeres que, con corazón voluntario, compartan su hogar con estos niños desamparados. Pero si la esposa del ministro está capacitada para educar a otros, debe consagrar sus facultades a Dios como obrera cristiana. Debe ser una verdadera ayuda para su esposo, apoyándolo en su trabajo, perfeccionando su intelecto y contribuyendo a dar el mensaje. Está abierto el camino para que mujeres humildes y consagradas, dignificadas por la gracia de Cristo, visiten a los que necesitan ayuda e impartan luz a los desalentados. Pueden animar a los que están agobiados y abatidos, orar con ellos y conducirlos a Cristo. Las personas tales no deben dedicar su tiempo y fuerza a un niño huérfano que requiere constante cuidado y atención. No deberán atarse las manos voluntariamente.
Hogares para huérfanos
Cuando se haya hecho todo lo posible para atender a los huérfanos en nuestros propios hogares, quedarán todavía muchos menesterosos en el mundo que deberán ser atendidos. Pueden ser andrajosos, sin gracia y en nada atrayentes; pero fueron comprados con precio, y son tan estimables a la vista de Dios como nuestros propios pequeñuelos. Son propiedad de Dios, y por ellos son responsables los cristianos. "Sus almas--dice Dios--demandaré de tu mano".
Cuidar de estos menesterosos es buena obra; pero en esta época del mundo, el Señor no ordena a nuestro pueblo que establezca grandes y costosos establecimientos con este fin. Sin embargo, si hay entre nosotros quienes se sientan llamados por Dios a establecer instituciones dedicadas a cuidar de los niños huérfanos, cumplan lo que consideran su deber. Pero al hacerlo deben solicitar la ayuda del mundo. No deben recurrir al pueblo a quien el Señor confió la obra más importante que haya sido dada a los hombres: una obra que consiste en proclamar el último mensaje de misericordia a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. La tesorería del Señor debe mantener un excedente para sostener la obra del Evangelio en "las regiones remotas".
Los que sienten la preocupación de establecer tales instituciones, deben emplear personas hábiles para presentar sus necesidades y recaudar fondos. Despierten a la gente del mundo, recurran a las iglesias de otras denominaciones; a los hombres que sienten la necesidad de que se haga algo en favor de los pobres y huérfanos. En toda iglesia hay quienes temen a Dios. Diríjanse a ellos, porque Dios les ha dado esta obra. Las instituciones que han sido establecidas por nuestro pueblo para cuidar de los huérfanos, los enfermos y ancianos de entre nosotros, deben ser sostenidas. No se las debe dejar languidecer, ni permitir que sean un oprobio para la causa de Dios. La ayuda prestada para sostener las instituciones debe considerarse, no solamente un deber, sino un precioso privilegio. En vez de hacernos regalos inútiles unos a otros, compartamos nuestros recursos con los pobres y los desamparados. Cuando el Señor vea que estamos haciendo lo mejor que podemos para aliviar a estos necesitados, impresionará a otros a cooperar en esta buena obra.
El propósito de un orfanato no debe ser solamente proveer a los niños alimentos y ropas, sino ponerlos bajo el cuidado de maestros cristianos que los educarán en el conocimiento de Dios y de su Hijo. Los que hacen este trabajo deben ser hombres y mujeres de gran corazón, que se inspiraron con entusiasmo a los pies de la cruz del Calvario. Deben ser hombres y mujeres educados y abnegados; que trabajarán como Cristo trabajó, para la causa de Dios y de la humanidad.
A medida que esas personas sin hogar sean ubicadas donde puedan aprender, ser felices y llegar a ser hijos e hijas del Rey celestial, se irán preparando para desempeñar un papel semejante al de Cristo en la sociedad. Se las debe educar para que ellas a su vez ayuden a otros. Así se extenderá la buena obra y se perpetuará.
¿Qué madre amó jamás a su hijo como Jesús ama a los suyos? Él mira el carácter mancillado con dolor más hondo y más punzante que el de cualquier madre. Ve la retribución futura de una mala conducta. Por lo tanto, hágase todo lo posible en favor del alma desatendida.