Testimonios para la Iglesia, Tomo 6

Capítulo 54

Las actividades misioneras

Una advertencia a la iglesia de Éfeso

El testigo fiel se dirige a la iglesia de Éfeso diciendo: "Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido". (Apocalipsis 2:4, 5)

Al principio, lo que distinguía a la iglesia de Éfeso era la sencillez y el fervor de un niño. Manifestaba hacia Cristo un amor sentido, vivo y ferviente. Los creyentes se regocijaban en el amor de Dios, porque Cristo estaba continuamente presente en su corazón. Alababan a Dios y su actitud agradecida concordaba con el agradecimiento de la familia celestial.

El mundo conocía que habían estado con Jesús. Los hombres pecaminosos, arrepentidos, perdonados, limpiados y santificados, eran asociados con Dios por medio de su Hijo. Los creyentes trataban fervientemente de recibir y obedecer toda palabra de Dios. Llenos de amor por su Redentor, procuraban como su más alto objeto ganar almas para Cristo. No querían guardar para sí el precioso tesoro de la gracia de Cristo. Sentían la importancia de su vocación y abrumados por el mensaje: Paz en la tierra, buena voluntad para con los hombres, ardían en deseos de proclamar las buenas nuevas hasta los confines más remotos de la tierra.

Los miembros de la iglesia estaban unidos en sus sentimientos y acciones. El amor por Cristo era la cadena de oro que los vinculaba entre sí. Continuaban conociendo al Señor siempre más perfectamente, y revelaban alegría, consuelo y paz en su vida. Visitaban a los huérfanos y las viudas en sus aflicciones y se conservaban sin mancha del mundo. Consideraban que dejar de hacerlo habría sido contradecir su profesión y negar a su Redentor.

En toda ciudad, se llevaba adelante la obra. Se convertían almas, que a su vez sentían que debían comunicar el inestimable tesoro. No podían descansar hasta que los rayos de luz que habían iluminado su mente resplandeciesen sobre otros. Multitudes de incrédulos llegaban a conocer la razón de la esperanza del cristiano. Se hacían cálidos e inspirados llamamientos personales a los pecaminosos y errantes, a los desechados y a aquellos que, aun profesando conocer la verdad, eran amadores de los placeres más que de Dios.

Pero después de un tiempo, el celo de los creyentes, su amor a Dios y entre ellos, empezó a disminuir. Penetró la frialdad en la iglesia. Surgieron divergencias y los ojos de muchos dejaron de contemplar a Jesús como Autor y Consumador de su fe. Las masas que podrían haber sido convencidas y convertidas por la práctica fiel de la verdad fueron dejadas sin amonestación. Entonces fue cuando el Testigo fiel dirigió su mensaje a la iglesia de Éfeso. Su falta de interés por la salvación de la gente demostraba que había perdido su primer amor; porque nadie puede amar a Dios con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas, sin amar a aquellos por quienes Cristo murió. Dios los llamó a arrepentirse y hacer las primeras obras, o quitaría su candelero de su lugar.

¿No se repite el caso de Éfeso en la iglesia de esta generación? ¿Cómo está empleando su conocimiento la iglesia que hoy ha recibido el conocimiento de la verdad de Dios? Cuando sus miembros vieron por primera vez la indecible misericordia de Dios por la especie caída, no podían permanecer en silencio. Los dominaba el anhelo de cooperar con Dios para dar a otros las bendiciones que habían recibido. Mientras impartían a otros, estaban recibiendo bendiciones continuamente. Crecían en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo. ¿Qué sucede hoy?

Hermanos y hermanas, vosotros que habéis aseverado durante largo tiempo creer la verdad, os pregunto individualmente: ¿Han estado vuestras prácticas en armonía con la luz, los privilegios y las oportunidades que os concedió el cielo? Esta es una pregunta grave. El Sol de justicia ha amanecido sobre la iglesia, y a esta le incumbe resplandecer. Es el privilegio de cada alma progresar. Los que están relacionados con Cristo crecerán en la gracia y en el conocimiento del Hijo de Dios hasta llegar a la plena estatura de hombres y mujeres. Si todos los que aseveran creer la verdad hubiesen sacado el mejor partido de su capacidad y oportunidad de aprender y obrar, podrían haber llegado a ser fuertes en Cristo. Cualquiera que sea su ocupación--agricultores, mecánicos, maestros o pastores--, si se hubiesen consagrado completamente a Dios habrían llegado a ser obreros eficientes para el Maestro celestial.

Pero, ¿qué están haciendo los miembros de la iglesia para ser designados ayudantes de Dios? ¿Dónde vemos angustia del alma? ¿Dónde vemos a los miembros de la iglesia absortos en temas religiosos, entregados a la voluntad de Dios? ¿Dónde vemos a los cristianos sintiendo su responsabilidad de hacer de la iglesia un pueblo próspero, despierto, comunicador de la luz? ¿Dónde están los que no escatiman trabajo y amor por el Maestro? Nuestro Redentor ha de ver del trabajo de su alma y ser satisfecho; ¿qué sucederá con los que profesan seguirle? ¿Quedarán satisfechos cuando vean el fruto de sus labores? ¿Por qué hay tan poca fe, tan poco poder espiritual? ¿Por qué son tan pocos los que llevan el yugo y la carga de Cristo? ¿Por qué hay que incitar a los miembros a emprender su obra por Cristo? ¿Por qué son tan pocos los que pueden revelar los misterios de la redención? ¿Por qué no resplandece como luz ante el mundo la imputada justicia de Cristo, por medio de los que profesan seguirle?

El resultado de la inacción

Cuando los hombres empleen sus facultades como lo indica Dios, sus talentos aumentarán, su capacidad se ensanchará y obtendrán una visión celestial en su esfuerzo por tratar de salvar a los perdidos. Pero mientras los miembros de la iglesia sean negligentes e indiferentes hacia la responsabilidad que Dios les ha dado de impartir la verdad a la gente, ¿cómo pueden esperar recibir el tesoro del cielo? Cuando los que profesan ser cristianos no sienten preocupación por iluminar a los que están en tinieblas, cuando dejan de impartir gracia y conocimiento, pierden discernimiento y su aprecio del valor de los dones celestiales; y como resulado dejan de sentir la necesidad de compartirlos.

Vemos grandes iglesias que se congregan en diferentes localidades. Sus miembros han obtenido un sólido conocimiento de la verdad, y muchos se contentan con oír la Palabra viviente sin tratar de compartir la luz. Se sienten escasamente responsables por el progreso de la obra y la salvación de la gente. Sienten mucho entusiasmo por las actividades mundanas, pero mantienen su religión separada dei sus quehaceres cotidianos. Dicen: "La religión es religión, y los negocios son negocios", porque Creen que cada una tiene su propia esfera de acción. Por eso insisten en que "deben permanecer separadas".

A causa de las oportunidades descuidadas y del abuso de los privilegios, los miembros de esas iglesias no están creciendo "en la gracia y en conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo". (2 Pedro 3:18) Por lo tanto, son débiles en fe, deficientes en conocimiento y niños en experiencia. No están arraigados ni crecen en la verdad. Si permanecen en esta condición, los numerosos engaños de los postreros días los seducirán inevitablemente, porque carecerán de visión espiritual para discernir entre la verdad y el error.

Dios ha dado a sus ministros el mensaje de verdad para que lo proclamen. Las iglesias deben recibirlo, y de toda manera posible comunicarlo, mientras asimilan los primeros rayos de la luz y luego los difunden. No haberlo hecho representa nuestro gran pecado. Llevamos años de atraso. Los ministros han estado buscando el tesoro escondido, abriendo el cofre y dejando resplandecer las joyas de la verdad; pero los miembros de la iglesia no han hecho la centésima parte de lo que Dios requiere de ellos. ¿Qué podemos esperar sino deterioro en la vida religiosa cuando la gente escucha sermón tras sermón sin practicar la instrucción recibida? Si no se ejercita la capacidad que Dios ha dado, se debilita y degenera. Más que esto, cuando las iglesias permanecen inactivas, Satanás cuida de que se mantengan ocupadas en lo que a él le conviene. Ocupa el campo, alista a los miembros en actividades que absorben sus energías, destruyen la espiritualidad, y los hacen caer como pesos muertos sobre la iglesia.

Hay entre nosotros quienes, si tomasen tiempo para considerarlo, evaluarían su posición indolente como un descuido pecaminoso de los talentos que Dios les ha dado. Hermanos y hermanas, vuestro Redentor y todos los santos ángeles se entristecen por la dureza de vuestro corazón. Cristo dio su vida para salvar a la gente, y, sin embargo, vosotros que habéis conocido su amor hacéis muy poco esfuerzo para impartir las bendiciones de su gracia a aquellos por quienes él murió. Semejante indiferencia y negligencia del deber asombra a los ángeles. En el juicio tendréis que encontraros con las personas a quienes descuidasteis. En aquel gran día, os sentiréis convencidos y condenados. El Señor os induzca ahora a arrepentiros, y perdone él a su pueblo por haber descuidado la obra que él le encomendó hacer en su viña.

"Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido". (Apocalipsis 2:5) ¡Oh, cuán pocos conocen el tiempo de su visitación! ¡Cuán pocos, aun entre los que aseveran creer la verdad presente, comprenden las señales de los tiempos, o lo que hemos de experimentar antes del fin! Somos hoy objeto de la tolerancia de Dios; ¿pero cuánto tiempo continuarán los ángeles de Dios reteniendo los vientos para que no soplen?

No obstante la indecible misericordia de Dios hacia nosotros, ¡cuán pocos hay en nuestras iglesias que son verdaderamente humildes, consagrados y temerosos siervos de Dios! ¡Cuán pocos corazones están llenos de gratitud porque han sido honrados y llamados a hacer algo en la obra de Dios y a participar de los sufrimientos de Cristo!

Hoy muchísimos de los que componen nuestras congregaciones están muertos en delitos y pecados. Van y vienen como la puerta sobre sus goznes. Durante años han escuchado con complacencia las verdades más solemnes y conmovedoras del alma, pero no las han puesto en práctica. Por lo tanto, son cada vez menos sensibles a la hermosura de la verdad. Los testimonios conmovedores de reproche y amonestación ya no despiertan arrepentimiento en ellos. Las melodías más dulces que provienen de Dios a través de los labios humanos--la justificación por la fe y la justicia de Cristo--no les arrancan una respuesta de amor y gratitud. Aunque el Mercader celestial despliega delante de ellos las más finas joyas de la fe y el amor, aunque los invita a comprar de él "oro afinado en fuego" y "vestiduras blancas" a fin de que sean vestidos, y "colirio" a fin de que vean, endurecen sus corazones contra él, y no cambian su tibieza por el amor y el celo. Aunque profesan tener piedad, niegan el poder de ella. Si continúan en este estado, Dios los rechazará. Se están incapacitando para ser miembros de su familia.

El blanco principal tiene que ser ganar almas

No debemos creer que la obra del Evangelio depende mayormente del ministro. Dios ha dado a cada cual una obra que hacer en relación con su reino. Cada uno de los que profesan el nombre de Cristo debe trabajar ferviente y desinteresadamente, dispuesto a defender los principios de la justicia. Todos deben tomar una parte activa en fomentar la causa de Dios. Cualquiera que sea nuestra vocación, como cristianos tenemos una obra que hacer para dar a conocer a Cristo al mundo. Hemos de ser misioneros y tener por blanco principal ganar almas para Cristo.

Dios confió a su iglesia la obra de difundir la luz y proclamar el mensaje de su amor. Nuestra obra no consiste en condenar ni denunciar, sino en atraer juntamente con Cristo, rogando a los hombres que se reconcilien con Dios. Debemos estimular a las almas, atraerlas y ganarlas para el Salvador. Si éste no es nuestro interés, si rehusamos dar a Dios el servicio del corazón y la vida, le robamos al negarle nuestro tiempo, dinero, esfuerzo e influencia. Al dejar de beneficiar a nuestros semejantes, robamos a Dios la gloria que obtendría por la conversión de la gente.

Comencemos por los que están más cerca

Algunos que han profesado durante largo tiempo ser cristianos, y, sin embargo, no han sentido responsabilidad por las almas que perecen a la misma sombra de sus casas, piensan tal vez que tienen una obra que hacer en países extraños; ¿pero dónde está la evidencia de que son idóneos para esta obra? ¿En qué han manifestado preocupación por las almas? Estas personas necesitan primero ser enseñadas y disciplinadas en casa. Entonces la verdadera fe y el amor a Cristo crearían en ellas un ferviente deseo de salvar almas en su propio vecindario. Ejercitarían toda energía espiritual para trabajar con Cristo y aprenderían de él mansedumbre y humildad. Luego, si Dios quisiera que fueran a países extranjeros, estarían preparadas.

Empiecen en casa, en su propia familia, en su propio vecindario, entre sus propios amigos; los que desean trabajar para Dios. Allí encontrarán un campo misionero favorable. Esta obra misionera será una prueba de su habilidad o incapacidad para servir en un campo más amplio.

El ejemplo de Felipe y Natanael

El caso de Felipe y Natanael es un ejemplo de la verdadera obra misionera. Felipe había visto a Jesús, y estaba convencido de que era el Mesías. Lleno de gozo, deseaba que sus amigos conociesen también las buenas nuevas. Deseaba que la verdad que le había traído tanto consuelo fuese compartida por Natanael. La gracia verdadera revelará siempre su presencia en el corazón. Felipe fue a buscar a Natanael, y cuando le llamó, éste contestó desde el lugar donde oraba bajo la higuera. Natanael no había tenido oportunidad de escuchar las palabras de Jesús, pero había sido atraído a él en espíritu. Anhelaba recibir luz, y estaba en ese momento orando sinceramente por ella. Felipe exclamó con gozo: "Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús el hijo de José, de Nazaret". (Juan 1:45) A la invitación de Felipe, Natanael buscó y halló al Salvador, y a su vez se unió a la obra de ganar almas para Cristo.

Uno de los medios más eficaces por los cuales se puede comunicar la luz, es por el esfuerzo privado y personal. En el círculo de la familia, en los hogares de nuestros vecinos, al lado de los enfermos, muy quedamente podemos leer las Escrituras y decir una palabra en favor de Jesús y la verdad. Así podemos sembrar una semilla preciosa que brotará y dará fruto.

La familia como campo misionero

Nuestra obra por Cristo debe comenzar con la familia, en el hogar. La educación de los jóvenes debe ser diferente de la que se les ha impartido en el pasado. El bienestar de ellos exige mayor esmero que el que se les ha dedicado antes. No hay campo misionero más importante que éste. Los padres deben enseñar a sus hijos por precepto y por ejemplo a trabajar por los inconversos. Hay que educar a los niños de tal manera que simpaticen con los ancianos y los afligidos y traten de aliviar los sufrimientos de los pobres y angustiados. Debe enseñárseles a ser diligentes en la obra misionera; y desde los primeros años debe inculcárseles la abnegación y el sacrificio en favor del bienestar ajeno y del progreso de la causa de Cristo, a fin de que sean colaboradores con Dios.

Pero si han de saber alguna vez hacer obra misionera verdadera para los demás, deben aprender primero a trabajar por los de su casa y saber que tienen derecho natural a su servicio de amor. Cada niño debe ser enseñado a cumplir su parte en los trabajos propios del hogar. Nunca debiera avergonzarse de emplear las manos para aliviar las cargas en la casa, o los pies para hacer diligencias. Mientras esté así ocupado no se aventurará por sendas de negligencia y pecado. ¡Cuántas horas que los niños y los jóvenes despilfarran podrían dedicarlas a llevar sobre sus fuertes hombros parte de las responsabilidades de la familia, que alguien debe llevar a cabo! Manifestarían así un amante interés en sus padres. Debe también arraigárselos en los principios de la reforma pro salud y el cuidado de su cuerpo.

¡Ojalá que los padres velasen con oración y preocupación por el bienestar eterno de sus hijos! Pregúntense: ¿Hemos sido negligentes? ¿Hemos descuidado esta obra solemne? ¿Hemos permitido que nuestros hijos llegasen a ser juguetes de las tentaciones de Satanás? ¿No tenemos que rendir una cuenta solemne ante Dios por haber permitido a nuestros hijos que empleasen sus talentos, su tiempo e influencia para obrar contra la verdad y contra Cristo? ¿No hemos descuidado nuestro deber como padres, y aumentado el número de los súbditos de Satanás?

Muchos han descuidado vergonzosamente el campo del hogar, y es tiempo de que se presenten recursos y remedios divinos para corregir este mal ¿Qué excusas pueden presentar los que profesan seguir a Cristo por no enseñar a sus hijos a trabajar por él?

Dios quiere que las familias de la tierra sean un símbolo de la familia celestial, Los hogares cristianos, establecidos y dirigidos de acuerdo con el plan de Dios, se cuentan entre sus agentes más eficaces para formar el carácter cristiano y para adelantar su obra.

Si los padres desean ver un diferente estado de cosas en sus familias, conságrense completamente a Dios ellos mismos y cooperen con él en la obra mediante la cual se pueda realizar una transformación en su familia.

Cuando nuestros propios hogares sean lo que deben ser, no dejaremos que nuestros hijos crezcan en la ociosidad y la indiferencia con respecto a lo que Dios les pide que hagan en favor de los necesitados que los rodean. Como herencia del Señor, estarán calificados para emprender la obra donde están. De tales hogares resplandecerá una luz que se revelará en favor de los ignorantes, conduciéndolos a la fuente de todo conocimiento. Ejercerán una poderosa influencia por Dios y su verdad.

Hay que instruir a la iglesia en la obra misionera

"Guarda, ¿qué de la noche?" (Isaías 21:11) ¿Están los centinelas a quienes se hace esta pregunta en situación de dar a la trompeta un sonido certero? ¿Están los pastores cuidando fielmente el rebaño del que deben dar cuenta? ¿Están los ministros de Dios velando por las almas, comprendiendo que los que están bajo su cuidado han sido comprados por la sangre de Cristo? Ha de hacerse una gran obra en el mundo, y ¿qué esfuerzos estamos haciendo para realizarla? Los hermanos han oído demasiados sermones; pero, ¿se les ha enseñado a trabajar para aquellos por quienes Cristo murió? ¿Se les ha propuesto y presentado algún ramo de trabajo de tal manera que cada uno haya visto la necesidad de tomar parte en la obra?

Es evidente que todos los sermones que se han predicado no han contribuido a desarrollar una gran clase de obreros abnegados. Debe considerarse que este asunto tiene los más graves resultados. Está en juego nuestro porvenir para la eternidad. Las iglesias se están marchitando porque no han empleado sus talentos en difundir la luz. Deben darse instrucciones cuidadosas que serán como lecciones del Maestro, para que todos puedan usar prácticamente su luz. Los que tienen la vigilancia de las iglesias, deben elegir a miembros capaces, y encargarles responsabilidades, al mismo tiempo que les dan instrucciones acerca de cómo pueden servir y beneficiar mejor a otros.

Debe emplearse todo medio de dar a conocer la verdad a millares que discernirán las evidencias y apreciarán la semejanza de Cristo en su pueblo, cuando tienen la oportunidad de percibirla. Aprovéchense las reuniones misioneras para enseñar a la gente a hacer trabajo misionero. Dios espera que su iglesia discipline y prepare a sus miembros para la obra de iluminar al mundo. Debe impartirse una educación que produzca como resultado la preparación de centenares de personas dispuestas a entregar sus talentos valiosos a "los banqueros . Mediante el uso de estos talentos, se desarrollarán hombres que estarán preparados para ocupar posiciones de confianza e influencia, y para sostener principios puros y sin contaminación. Así se lograrán grandes cosas para el Maestro.

Dedíquense los miembros a trabajar

Muchos que poseen auténtica capacidad se están herrumbrando en la inacción, porque no saben cómo ponerse a trabajar en las diferentes actividades misioneras. Obténgase que alguien con capacidad que presente a estos inactivos el ramo de trabajo que podrían hacer. Establézcanse pequeñas misiones en muchos lugares, para enseñar a hombres y mujeres a usar, y así aumentar sus talentos. Comprendan todos lo que se espera de ellos, y muchos de los que están ahora desocupados trabajarán fielmente.

La parábola de los talentos debe ser explicada a todos. Se debe hacer comprender a los miembros de las iglesias que son la luz del mundo, y que de acuerdo a sus diversas capacidades el Señor espera que iluminen y beneficien a otros. Sean ricos o pobres, grandes o humildes, Dios los llama a servirle activamente. Él depende de la iglesia para el adelantamiento de su causa, y espera que los que profesan seguirle cumplan su deber como seres inteligentes. Es muy necesario que toda mente adiestrada, todo intelecto disciplinado, toda patícula de capacidad se dedique a la obra de salvar almas.

No pasemos por alto las cosas pequeñas mientras buscamos una gran obra. Podéis hacer con éxito la obra pequeña, pero, al intentar una obra más grande podríais tal vez fracasar y caer en el desaliento. Trabajad dondequiera que veáis que hay trabajo que hacer. Haciendo con vuestras fuerzas lo que vuestras manos hallen para hacer así será cómo desarrollaréis talentos y aptitudes para una obra mayor. Al despreciar las oportunidades diarias y descuidar las cosas pequeñas, es cómo muchos se vuelven ineficaces y desganados.

Hay maneras en las cuales todos pueden prestar un servicio personal a Dios. Algunos pueden escribir una carta a un amigo lejano, o enviar una revista a alguien que está averiguando la verdad. Otros pueden dar consejos a los que están en dificultades. Los que saben tratar a los enfermos pueden ayudar en esto. Otros que tienen la capacidad necesaria, pueden dar estudios bíblicos o dirigir clases bíblicas.

Deben idearse y ponerse en práctica entre las iglesias, los métodos de trabajo más sencillos. Si los miembros aceptan unánimemente tales planes y con perseverancia los llevan a cabo, segarán una rica recompensa; porque su experiencia se irá enriqueciendo, su capacidad aumentará, y por sus esfuerzos salvarán almas.

No se necesita ser sabio para trabajar

Nadie debe sentir que porque no se ha educado no puede tomar parte en la obra del Señor. Dios tiene una obra para vosotros. Él ha dado a cada uno su obra. Podéis escudriñar las Escrituras por vuestra cuenta. "La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples". (Salmos 119:130) Podéis orar por la obra. La oración del corazón sincero, ofrecida con fe, será oída en el cielo. Y habéis de trabajar según vuestra capacidad.

Cada uno ejerce una influencia para bien o para mal. Si el alma está santificada para el servicio de Dios y consagrada a la obra de Cristo, su influencia tenderá a recoger con Cristo.

Todo el cielo está en actividad, y los ángeles de Dios están esperando para cooperar con todos los que quieran idear planes mediante los cuales las almas para quienes Cristo murió puedan oír las gratas nuevas de la salvación. Los ángeles que sirven a los que han de heredar la salvación, dicen a cada santo: "Hay trabajo para vosotros". "Id, y... anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida". (Hechos 5:20) Si todas las personas a quienes se dirige esta orden la obedecieran, el Señor prepararía el camino y les daría recursos con los cuales ir.

Despiértese a los ociosos

Hay personas que están pereciendo sin Cristo, y los que profesan ser discípulos de Cristo las dejan perecer. A nuestros hermanos se les han confiado talentos para la obra de salvar almas; pero algunos los han envuelto en un lienzo y los han enterrado en el suelo. ¿Qué semejanza tienen estos ociosos con el ángel que se muestra volando por en medio del cielo, proclamando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús? ¿Qué súplicas se deben hacer a los ociosos para despertarlos, a fin de que vayan a trabajar para el Maestro? ¿Qué podemos decir al miembro de la iglesia perezoso, para hacerle sentir la necesidad de desenterrar su talento y darlo a los banqueros? No habrá ociosos ni perezosos en el reino de los cielos. ¡Dios quiera presentar este asunto en toda su importancia a las iglesias dormidas! ¡Ojalá que Sión se levante y se vista sus ropas de gala! ¡Ojalá resplandezca!

Hay muchos ministros ordenados que nunca han atendido como pastores a la grey de Dios, que nunca han velado por las almas como quienes deben dar cuenta de ellas. En vez de desarrollarse, la iglesia queda en la condición de un cuerpo débil y deficiente. Los miembros de la iglesia, acostumbrados a confiar en la predicación, hacen poco para Cristo. No llevan fruto, sino que más bien aumentan su egoísmo e infidelidad. Ponen su esperanza en el predicador y dependen de sus esfuerzos para mantener viva su débil fe. Por cuanto los miembros de la iglesia no han sido debidamente instruidos por aquellos a quienes Dios puso como veedores,muchos son siervos perezosos que ocultan sus talentos en la tierra; y, sin embargo, se quejan de cómo el Señor los trata. Esperan ser atendidos como niños enfermos.

Esta condición de debilidad no debe continuar. Debe hacerse una obra bien organizada en la iglesia, para que sus miembros sepan cómo impartir la luz a otros, y así fortalecer su propia fe y aumentar su conocimiento. Mientras impartan aquello que recibieron de Dios, serán confirmados en la fe. Una iglesia que trabaja es una iglesia viva. Somos incluidos en la edificación como piedras vivas, y cada piedra ha de emitir luz. Cada cristiano es comparado a una piedra preciosa que capta la gloria de Dios y la refleja.

La idea de que el ministro debe llevar toda la carga y hacer todo el trabajo, es un gran error. Podría suceder que, recargado de trabajo y quebrantado descienda al sepulcro; en vez de eso, si la carga hubiera sido compartida como el Señor quería, habría continuado viviendo. A fin de que la carga sea distribuida, deben educar a la iglesia los que pueden enseñar a otros a seguir a Cristo y trabajar como él trabajó.

Los jóvenes tienen que ser misioneros

No se pase por alto a los jóvenes; déjeselos participar en el trabajo y la responsabilidad. Hágaseles sentir que tienen que contribuir a beneficiar a otros. Aun a los niños debe enseñárseles a hacer pequeñas diligencias de amor y misericordia para los que son menos afortunados que ellos.

Ideen los dirigentes de la iglesia planes que induzcan a la juventud a aprender a emplear los talentos a ella confiados. Hagan los miembros de más edad en la iglesia una obra ferviente y compasiva por los niños y jóvenes. Apliquen los ministros toda su inteligencia para idear planes por los cuales los miembros más jóvenes de la iglesia puedan ser inducidos a cooperar con ellos en la obra misionera. Pero no se imaginen que pueden despertar su interés predicándoles un largo sermón en la reunión misionera. Deben idear planes para despertar vivo interés. Todos deben desempeñar una parte. Enséñese a los jóvenes a hacer lo que se les indique, traigan de semana en semana sus informes a la reunión misionera y cuenten lo que hayan experimentado y el éxito obtenido por la gracia de Cristo. Si tales informes fueran traídos por personas que trabajan con dedicación, las reuniones misioneras no serían áridas ni tediosas. Rebosarían de interés y no faltarían asistentes.

En toda iglesia, los miembros deben ser adiestrados de tal manera que dediquen tiempo a ganar almas para Cristo. Cómo puede decirse de la iglesia: Vosotros sois la luz del mundo", a menos que sus miembros estén impartiendo realmente luz?

Despierten y comprendan su deber los que están encargados del rebaño de Cristo, y pongan a muchas almas a trabajar.

Que las iglesias despierten

Pronto se realizarán cambios importantes y rápidos, y el pueblo de Dios debe estar dotado del Espíritu Santo para que, con sabiduría celestial, pueda hacer frente a las emergencias de esta época y hasta donde sea posible contrarrestar los movimientos desmoralizadores del mundo. Si la iglesia no se duerme, si los discípulos de Cristo velan y oran, podrán tener luz para comprender y apreciar los movimientos del enemigo.

¡El fin está cerca! Dios invita a la iglesia a poner en orden las cosas pendientes. Colaboradores de Dios, estáis facultados por el Señor para llevar a otros al reino. Habéis de ser los agentes vivos de Dios, conductos de luz para el mundo, y en derredor vuestro hay ángeles del cielo, enviados por Cristo para sosteneros y fortaleceros mientras trabajáis por la salvación de las almas.

Me dirijo a los miembros de las iglesias de toda Asociación: Destacaos como separados y distintos del mundo, como personas que están en el mundo, pero que no son de él, y reflejad los brillantes rayos del Sol de justicia, siendo puros, santos y sin contaminación, haciendo brillar con fe la luz en todos los caminos y verredas de la tierra.

Despiérten las iglesias antes que sea eternamente demasiado tarde. Asuma cada miembro su obra individual y vindique el nombre del Señor que lleva sobre sí. Que la fe sana, y la ferviente piedad reemplacen la pereza y la incredulidad. Cuando la fe eche mano de Cristo, la verdad deleitará el alma y los servicios religiosos no serán áridos ni carentes de interés. Vuestras reuniones de testimonios, ahora tibias y sin aliento, serán vivificadas por el Espíritu Santo; y diariamente tendréis una rica experiencia mientras practiquéis el cristianismo que profesáis. Se convertirán los pecadores, serán conmovidos por la Palabra de verdad y dirán como dijeron algunos que escucharon las enseñanzas de Cristo: "Hemos visto y oído maravillas hoy".

En vista de lo que podría haberse hecho si la iglesia hubiera cumplido con las responsabilidades que Dios le diera, ¿seguirán durmiendo sus miembros o se despertarán y reconocerán el honor a ellos concedido por la misericordiosa providencia de Dios? ¿Asumirán su cometido hereditario y, valiéndose de la luz presente, sentirán la necesidad de levantarse para hacer frente a la urgente emergencia que ahora se presenta? ¡Ojalá que todos se despertasen y manifestasen al mundo que su fe es una fe viva, que aguarda al mundo una crisis vital y que Jesús vendrá pronto! Dejemos ver a la gente que creemos estar en los deslindes del mundo eterno.

La edificación del reino de Dios queda o rezagada, o fomentada, de acuerdo con la infidelidad o la fidelidad de los agentes humanos. La obra queda estorbada cuando los agentes humanos no cooperan con los agentes divinos. Los hombres pueden orar: "Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra"; pero si en su vida no actúan de acuerdo con su oración, sus peticiones serán infructuosas.

Pero aunque seáis débiles y os equivoquéis, aunque seáis pecadores, el Señor de todos modos os invita a asociaros con él y recibir instrucción divina. Unidos con Cristo podréis hacer las obras de Dios. Cristo dijo: "Sin mí, nada podéis hacer".

Por medio del profeta Isaías se transmitió esta promesa: "Irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia" (Isaías 58:8) La justicia de Cristo es la que nos precede y la gloria de Dios es nuestra retaguardia. Vosotras iglesias del Dios viviente, estudiad esa promesa y descubrid cómo vuestra falta de fe, espiritualidad y poder divino está retrasando la venida del reino de Dios. Si estáis dispuestos a realizar la obra de Cristo, los ángeles de Dios allanarán el camino ante vosotros y prepararán los corazones para que reciban el Evangelio. Si cada uno fuera un misionero activo, el mensaje para este tiempo se proclamaría con rapidez a toda nación, lengua y pueblo. Esta es la obra que se debe realizar antes que Cristo venga con poder y gran gloria. Insto a la iglesia a orar con fervor para que comprenda sus responsabilidades. ¿Sois individualmente colaboradores con Dios? Si no lo sois, ¿cuál es la razón? ¿Cuándo tenéis la intención de realizar la obra que el cielo os encomendó?

Para todos los desalentados existe un solo remedio: fe, oración y trabajo.

Nuestras iglesias no debieran sentirse celosas y descuidadas porque no reciben ayuda ministerial. Más bien debieran preocuparse ellas mismas de llevar la carga y trabajar resueltamente por la salvación de la gente.

Todos los talentos que existen en nuestras iglesias debieran dedicarse a la obra de hacer el bien. Los lugares ásperos y agrestes de la naturaleza, Dios los ha hecho atractivos mediante el recurso de colocar cosas hermosas entre las más feas. Esta es la obra que se nos ha pedido que hagamos.

Necesitamos en nuestras iglesias personas jóvenes que trabajen guiados por los principios del esfuerzo cristiano, pero el comienzo debe efectuarse en el hogar. La fiel realización de los deberes hogareños ejerce una acción refleja sobre el carácter. En la casa paterna ellos deben dar evidencia de aptitud para trabajar en la iglesia.

El Señor no nos juzga según el refinamiento de nuestros diversos círculos de acción, sino por el grado de fidelidad con que nos desempeñamos en ellos.

Si tan solo realizáramos la tercera parte de lo que podríamos hacer con los talentos recibidos, las otras dos terceras partes que no hacemos obran contra Cristo.

La obra más importante que puede efectuarse en nuestro mundo es glorificar a Dios, viviendo de acuerdo con el carácter de Cristo.