Tenemos que proclamar al mundo un mensaje del Señor, un mensaje que ha de ser dado en la rica plenitud del poder del Espíritu. Nuestros ministros deben ver la necesidad de salvar a los perdidos y dirigir llamamientos directos a los inconversos. "¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?" preguntaron los fariseos a los discípulos de Cristo. Y el Salvador les respondió: "No he venido a llamar justos, sino a pecadores, al arrepentimiento". (Mateo 9:11, 13) Esta es la obra que él nos ha confiado. Y nunca hubo tanta necesidad de hacerla como actualmente.
Dios no encomendó a sus ministros la obra de poner en orden las iglesias. Parecería que apenas es hecha esa obra es necesario hacerla de nuevo. Los miembros de iglesia en favor de los cuales se trabaja con tanta atención, llegan a ser débiles en lo religioso. Si las nueve décimas del esfuerzo hecho en favor de quienes conocen la verdad se hubiesen dedicado a los que nunca oyeron la verdad, ¡cuánto mayor habría sido el progreso hecho! Dios nos ha privado de sus bendiciones porque su pueblo no obró en armonía con sus indicaciones.
Los que conocen la verdad se debilitan si nuestros ministros les dedican el tiempo y el talento que debieran consagrar a los inconversos. En muchas de nuestras congregaciones de las ciudades, el ministro predica sábado tras sábado, y sábado tras sábado los miembros de la iglesia vienen a la casa de Dios sin tener nada que decir en cuanto a las bendiciones recibidas por haber impartido bendiciones a otros. No han trabajado durante la semana para poner en práctica la instrucción que se les dio el sábado. Mientras los miembros de la iglesia no hagan esfuerzo para impartir a otros la ayuda que ellos recibieron, habrá forzosamente gran debilidad espiritual.
La mayor ayuda que pueda darse a nuestro pueblo consiste en enseñarle a trabajar para Dios y a confiar en él, y no en los ministros. Aprendan a trabajar como Cristo trabajó. Unanse a su ejército de obreros, y préstenle un servicio fiel.
Hay ocasiones en que es propio que los sábados los ministros prediquen a nuestras iglesias sermones breves, llenos de la vida y el amor de Cristo. Pero los miembros de la iglesia no deben esperar un sermón cada sábado.
Recordemos que somos peregrinos y extranjeros en esta tierra, que buscamos una patria mejor, a saber la celestial. Trabajemos con tal fervor y devoción, que los pecadores sean atraídos a Cristo. Los que se unieron al Señor y prometieron servirle están obligados a participar con él en la gran y magnífica obra de salvar almas. Desempeñen fielmente su parte durante la semana los miembros de la iglesia, y relaten el sábado lo que han experimentado. La reunión será entonces alimento a su tiempo, que infunda a todos los presentes nueva vida y vigor. Cuando los hijos de Dios vean la gran necesidad que hay de trabajar como trabajó Cristo por la conversión de los pecadores, los testimonios que den en el culto del sábado estarán llenos de poder. Con gozo relatarán la preciosa experiencia que han adquirido al trabajar en favor de los demás.
Nuestros ministros no han de dedicar su tiempo a trabajar por aquellos que ya han aceptado la verdad. Con el amor de Cristo ardiendo en su corazón, deben salir a ganar pecadores para el Salvador. Junto a todas las aguas han de sembrar la simiente de verdad, visitando un lugar tras otro para suscitar iglesia tras iglesia. Los que se deciden por la verdad, deben ser organizados en iglesias, y luego el predicador pasará adelante a otros campos igualmente importantes.
Tan pronto como se organice una iglesia, ponga el ministro a los miembros a trabajar. Necesitarán que se les enseñe cómo trabajar con éxito. Dedique el ministro más de su tiempo a educar que a predicar. Enseñe a la gente a dar a otros el conocimiento que recibieron. Aunque se debe enseñar a los nuevos conversos a pedir consejo a aquellos que tienen más experiencia en la obra, también se les debe enseñar a no poner al ministro en el lugar de Dios. Los ministros no son sino seres humanos aquejados de flaquezas. Cristo es el único en quien debemos buscar dirección. "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros,... lleno de gracia y de verdad". "Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia por gracia". (Juan 1:14, 16)
El poder del Evangelio reposará sobre los grupos suscitados y los hará idóneos para servir. Algunos de los conversos quedarán de tal manera henchidos del poder de Dios, que entrarán en seguida en la obra. Trabajarán con tanta diligencia que no tendrán tiempo ni disposición para debilitar las manos de sus hermanos con críticas severas. Su único deseo será proclamar la verdad en las regiones lejanas.
El Señor me ha presentado la obra que debe hacerse en nuestras ciudades. Los creyentes que hay en ellas pueden trabajar para Dios en el vecindario de sus casas. Deben hacerlo en silencio y con humildad, acompañados siempre por la atmósfera del cielo. Si mantienen al yo oculto y siempre dirigen la atención hacia Cristo, se sentirá el poder de su influencia.
A medida que el que trabaja se entrega sin reserva al servicio del Señor, adquiere una experiencia que le capacita para trabajar cada vez con más éxito para el Maestro. La influencia que le atrajo a Cristo le ayuda a llevar a otros a él. Tal vez no le toque nunca hablar en público, pero no por eso es menos ministro de Dios; y su trabajo testifica de que es nacido de Dios.
No es propósito del Señor que se deje a los ministros hacer la mayor parte de la obra de sembrar las semillas de verdad. Hombres que no han sido llamados al ministerio deben ser estimulados a trabajar para el Maestro de acuerdo a sus diversas capacidades. Centenares de hombres y mujeres que están ahora ociosos podrían prestar un servicio aceptable. Proclamando la verdad en los hogares de sus amigos y vecinos, podrían hacer una gran obra para el Maestro. Dios no hace acepción de personas. El empleará a los cristianos humildes y devotos, aun cuando no hayan recibido instrucción tan cabal como la que recibieron algunos otros. Dedíquense los tales a servirle trabajando de casa en casa. Sentados al lado del hogar, pueden, si son humildes, discretos y piadosos, hacer más de lo que podría hacer un ministro ordenado para satisfacer las necesidades reales de las familias.
¿Por qué no sienten los creyentes una preocupación más profunda y ferviente por los que no están en Cristo? ¿Por qué no se reúnen dos o tres para interceder con Dios por la salvación de alguna persona en especial, y luego por otra aún? Organícense nuestras iglesias en grupos para servir. Unanse diferentes personas para trabajar como pescadores de hombres. Procuren arrancar almas de la corrupción del mundo y llevarlas a la pureza salvadora del amor de Cristo.
La formación de pequeños grupos como base del esfuerzo cristiano me ha sido presentada por Uno que no puede errar. Si hay muchos miembros en la iglesia, organícense en pequeños grupos para trabajar no sólo por los miembros de la iglesia, sino en favor de los incrédulos. Si en algún lugar hay solamente dos o tres que conocen la verdad, organícense en un grupo de obreros. Mantengan íntegro su vínculo de unión, cerrando sus filas por el amor y la unidad, estimulándose unos a otros para progresar y adquiriendo cada uno valor, fortaleza y ayuda de los demás. Revelen la tolerancia y paciencia que manifestó Cristo y evitando las palabras apresuradas, usen el talento del habla para edificarse unos a otros en la santísima fe. Trabajen con el mismo amor que Cristo en favor de los que no están en el redil, olvidándose del yo en su esfuerzo por ayudar a otros. Mientras trabajen y oren en el nombre de Cristo, aumentará su número; porque el Salvador dice: "Si dos de vosotros se convinieren en la tierra, de toda cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos". (Mateo 18:19)
Los lugares desolados de la tierra
Ciertas familias deben establecerse con humilde confianza en Dios en los lugares desolados de su viña. Se necesitan hombres y mujeres consagrados para que se destaquen como árboles de justicia que fructifiquen en lugares desiertos de la tierra. Como recompensa de sus esfuerzos abnegados por sembrar las semillas de verdad, cosecharán una rica mies. Mientras visiten una familia tras otra y expliquen las Escrituras a los que están en tinieblas espirituales, muchos corazones serán conmovidos.
En campos donde las condiciones son tan desfavorables y desalentadoras que muchos obreros se niegan a ir allí, pueden producirse muy notables mejoramientos mediante los esfuerzos de miembros laicos abnegados. Estos humildes obreros lograrán mucho por sus esfuerzos pacientes y perseverantes, pues no confían en el poder humano, sino en Dios, quien les concede su favor. La cantidad de bien que estos obreros logren no se conocerá en este mundo.
Misioneros de sostén propio
Los misioneros que se sostienen a sí mismos tienen con frecuencia mucho éxito. Iniciada de una manera humilde y reducida, su obra crecerá a medida que avancen bajo la dirección del Espíritu de Dios. Emprenden dos o tres juntos la obra de evangelización. Quizás los que dirigen la obra no les prometan ayuda financiera; sigan, sin embargo, adelante, orando, alabando, enseñando y viviendo la verdad. Pueden empezar a colportar, y de esa manera introducirán la verdad en muchas familias. Mientras progresan en su obra, adquirirán una experiencia bendecida. Les infunde humildad su sentido de su responsabilidad, pero el Señor va delante de ellos y hallan favor y ayuda tanto entre los ricos como entre los pobres. Aun la pobreza de estos misioneros consagrados es un medio de acceder a la gente. Mientras siguen adelante, son ayudados de muchas maneras por aquellos a quienes imparten alimento espiritual. Llevan el mensaje que Dios les dio y sus esfuerzos se verán coronados de éxito. Serán llevados a un conocimiento de la verdad muchos que, de no ser por estos humildes instructores, nunca habrían sido ganados para Cristo.
Dios llama a obreros que entren en el campo de la mies que ya blanquea. ¿Tendremos que aguardar porque la tesorería está agotada, porque hay apenas lo suficiente para sostener a los obreros que están ya en el campo? Salid con fe, y Dios estará con vosotros. La promesa es: "Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas". (Salmos 126:6)
Nada contribuye tanto al éxito como el éxito mismo. Obténgase éste por esfuerzo perseverante, y la obra progresará. Se abrirán nuevos campos. Muchas almas serán llevadas al conocimiento de la verdad. Lo que se necesita es que aumente la fe en Dios.
Nuestro pueblo ha recibido gran luz, y sin embargo, muchos de los ministros dedican sus esfuerzos a las iglesias, enseñando a los que debieran ser instructores; iluminando a los que debieran ser "la luz del mundo"; regando a aquellos de los cuales debieran fluir ríos de aguas vivas; enriqueciendo a los que podrían ser minas de verdad preciosa; repitiendo la invitación del Evangelio a los que, dispersos hasta los últimos confines de la tierra, debieran estar dando el mensaje del cielo a los que nunca lo han oído; alimentando a aquellos que debieran estar en los caminos y los vallados dando la invitación: "Las bodas a la verdad están aparejadas".
Aquellos cuyas ligaduras de pecado han sido rotas, que han buscado al Señor con corazón contrito y han obtenido respuesta a su anhelante petición de justicia, no son nunca fríos ni sin aliento. Su corazón está lleno de amor abnegado por los pecadores. Desechan de sí toda ambición mundanal, todo egoísmo. Su trato con las cosas profundas de Dios los hace más y más semejantes a su Salvador. Se regocijan en los triunfos de él y se sienten henchidos de su gozo. Día tras día crecen hasta alcanzar la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo.