Dios ha capacitado a su pueblo para iluminar al mundo. Les ha confiado facultades mediante las cuales deben extender su obra hasta circuir el globo. Con el fin de realizar su obra deben establecer sanatorios, escuelas, casas publicadoras y otros medios diversos en todas partes de la tierra.
El último mensaje del Evangelio se debe hacer llegar "a toda nación, tribu, lengua y pueblo". (Apocalipsis 14:6) En los países extranjeros se deben iniciar y desarrollar muchas empresas con el fin de promover el adelanto de este mensaje. El establecimiento de restaurantes vegetarianos, de salas de tratamiento y de hospitales para el cuidado de los enfermos y sufrientes, es igualmente necesario en Europa como en los Estados Unidos. En muchos países se deben establecer misiones médicas para que sirvan como las manos ayudadoras de Dios en el trabajo en favor de los afligidos.
Cristo colabora con quienes se dedican a la obra misionera médica. Las personas que sin egoísmo hacen todo lo que pueden por establecer hospitales y clínicas en diversos países serán recompensadas ricamente. Los que visiten tales instituciones se beneficiarán física, mental y espiritualmente: los cansados recibirán alivio, los enfermos la restauración de su salud, y obtendrán descanso los cargados de pecado. De países lejanos se oirán voces de alabanza y de agradecimiento de parte de los corazones que hayan sido convertidos del servicio del pecado a la justicia, mediante la intervención de esos agentes. Estos cánticos de agradecida alabanza constituirán un testimonio que hará que otros le rindan su adhesión a Cristo y tengan comunión con él.
La conversión de las almas a Dios es la tarea más grande y más noble en la cual puedan participar los seres humanos. En esta obra se ponen de manifiesto el poder de Dios, su santidad, su paciencia y su amor ilimitado. Cada conversión verdadera glorifica al Señor y hace que los ángeles prorrumpan en cánticos.
Nos acercamos al fin de la historia de esta tierra y los diferentes aspectos de la obra de Dios se deben llevar a cabo con un sacrificio personal mucho mayor del que se manifiesta en la actualidad. En un sentido especial, el trabajo para estos últimos días es una verdadera obra misionera. La predicación de la verdad presente, desde la primera letra de su alfabeto hasta la última, significa esfuerzo misionero. La obra que se ha de realizar exige sacrificio a cada paso de su desarrollo. De este servicio altruista los obreros surgirán purificados y afinados como oro probado en fuego.
La contemplación de las almas que perecen en el pecado debiera despertarnos a la realización de mayores esfuerzos para llevar la luz de la verdad presente a los que se hallan en tinieblas y especialmente a los que habitan en regiones donde hasta ahora se ha hecho muy poco con el fin de establecer monumentos para Dios. En todas partes del mundo se debe comenzar una obra que debería haber sido hecha hace mucho tiempo y se la debe llevar adelante hasta su culminación.
En general nuestros hermanos no se han interesado, como deberían haberlo hecho, por establecer sanatorios en los países europeos. La obra en estos países se verá confrontada con los problemas más complejos a causa de las circunstancias que son peculiares a cada región. Sin embargo, la luz que se me ha dado revela que en ellos se establecerán instituciones que, aunque sean pequeñas al principio, crecerán y se fortalecerán bajo la dirección divina.
En cualquier país dónde se establezcan, nuestras instituciones no deben amontonarse en una sola localidad. Dios nunca quiso que la luz de la verdad fuera restringida de esa manera. Por un tiempo se requirió que el pueblo judío adorara en Jerusalén. Pero Jesús le dijo a la mujer samaritana: "Créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... La hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es espíritu; y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoren". (Juan 4:21-24) Se debe plantar la verdad en cada lugar donde se pueda obtener acceso. Se la debe llevar a las regiones desprovistas del conocimiento de Dios. Los hombres serán bendecidos con la recepción de Aquel en quien se centran sus esperanzas de vida eterna. La aceptación de la verdad, tal como se la puede hallar en Jesús, hará que sus corazones rebosen de alabanzas para Dios.
La inversión de una gran cantidad de dinero en unos pocos lugares es contraria a los principios del cristianismo. Se debe construir cada edificio teniendo en mente las necesidades de edificios similares en otros lugares. De los hombres que ocupan posiciones de confianza dentro de su obra, Dios demanda que no estorben el camino del progreso usando egoístamente todos los medios que puedan obtenerse en el desarrollo de unos pocos lugares favorecidos, o solamente en una o dos líneas de trabajo.
En los días tempranos de la predicación del mensaje muchísimos de nuestros hermanos poseían el espíritu de autonegación y de sacrificio personal. Por eso se tuvo un buen comienzo y los esfuerzos realizados fueron coronados de éxito. Pero la tarea no se ha desarrollado como debiera. Ha habido demasiada concentración en Battle Creek y en Oakland y en otros pocos lugares. Nuestros hermanos nunca debieran haber concentrado tantos edificios en un solo lugar, como hicieron en Battle Creek.
El Señor ha indicado que su obra debe llevarse a cabo con el mismo espíritu con que empezó. El mundo tiene que ser amonestado. Se debe entrar en un campo tras otro. Esta es la orden que se nos ha dado: "Agréguense nuevos territorios; agréguense nuevos territorios". Como pueblo, mediante nuestras transacciones comerciales, por la actitud que asumamos ante un mundo no salvado, ¿no debiéramos dar hoy un testimonio mucho más claro y decisivo que el que dimos hace veinte o treinta años?
Una gran luz ha resplandecido sobre nosotros con referencia a los últimos días de la historia de esta tierra. Que nuestra debilidad y falta de sabiduría no den evidencia de ceguera espiritual. Los mensajeros de Dios deben estar vestidos de poder. Deben mostrar una reverencia elevadora por la verdad que hoy por hoy no poseen. El solemne y sagrado mensaje de amonestación del Señor se debe proclamar en los territorios más difíciles y en las ciudades más pecaminosas: en cada lugar donde todavía no ha amanecido la luz del mensaje del tercer ángel. La última invitación a la cena de bodas del Cordero se debe dar a cada ser humano.
Al proclamar el mensaje, los siervos de Dios se verán llamados a lidiar con muchas perplejidades y a vencer innumerables obstáculos. El trabajo será muy duro algunas veces, como cuando los pioneros establecían las instituciones en Battle Creek, Oakland, y otros lugares. Pero que todos hagan lo mejor que puedan, permitiendo que el Señor sea su fuerza, evitando toda manifestación de egoísmo, y bendiciendo a otros con sus buenas obras.
La ciudad de Nueva York
Mientras me encontraba en Nueva York durante el invierno de 1901 recibí luz acerca del trabajo que debía realizarse en esa gran ciudad. El curso que los hermanos debían seguir me fue mostrado noche tras noche. En el gran Nueva York el mensaje debe avanzar a manera de una lámpara que brilla. Dios suscitará obreros para que lleven a cabo esta tarea, y sus ángeles irán delante de ellos. Aunque nuestras grandes ciudades están llegando rápidamente a una condición similar a la del mundo antediluviano, aunque su perversidad las hace parecerse a Sodoma, sin embargo en ellas viven muchas almas honestas que experimentarán la convicción del Espíritu a medida que escuchen las sorprendentes verdades del mensaje adventista. Nueva York está listo para ser trabajado. En esa gran ciudad se dará el mensaje de la verdad con el poder de, Dios. El Señor anda en busca de trabajadores. El extiende su invitación a los que ya tienen experiencia en la causa para que acepten en el temor de Dios la responsabilidad del trabajo que debe realizarse en Nueva York y en otras grandes ciudades de los Estados Unidos y lo lleven a cabo. También pide que se le den los medios necesarios para realizar esta obra tan importante.
Se me indicó que no debiéramos sentirnos satisfechos por tener un restaurante vegetariano en Brooklyn, sino que debiéramos establecer otros en diversas secciones de la ciudad. La gente que vive en uno de los barrios del gran Nueva York no sabe lo que sucede en otras partes de esa gran ciudad. Las personas que coman en los restaurantes que se establezcan en diversos lugares experimentarán un mejoramiento de su salud. Estos se hallarán más dispuestos a aceptar el mensaje especial de la verdad divina después que se haya ganado su confianza.
Se deberían ofrecer clases de cocina siempre que en nuestras grandes ciudades se lleve a cabo un trabajo médico misionero; y dondequiera que se ponga en marcha un programa educativo misionero robusto, también se debería establecer alguna clase de restaurante donde se preparen comidas sanas y que sirva como ilustración práctica de la manera correcta de seleccionar los alimentos y de prepararlos en forma saludable.
Cuando me hallaba en Los Ángeles se me dieron instrucciones referentes al establecimiento de restaurantes vegetarianos y clínicas, no sólo en esa ciudad, sino también en San Diego y en otros centros turísticos de la parte Sur de California. Nuestros esfuerzos en estas líneas de trabajo deben incluir los grandes balnearios. Tal como la voz de Juan el Bautista se escuchó en el desierto con el mensaje de "Preparad el camino del Señor", así también deben oírse las voces de los mensajeros del Señor en los grandes balnearios y centros turísticos.
Los estados del sur
Tengo un mensaje con referencia al territorio del Sur. En este campo tenemos que realizar una gran obra. Su condición constituye una condenación para nuestro cristianismo profeso. Observen su escasez de pastores, maestros y médicos misioneros. Consideren la ignorancia, la pobreza, la miseria, y la desesperación de muchos de sus habitantes. Y sin embargo este campo se encuentra en nuestras puertas. ¡Cuán egoístas y descuidados hemos sido con nuestros vecinos! Hemos pasado junto a ellos insensiblemente, haciendo muy poco para aliviar su sufrimiento. Si nuestro pueblo hubiera estudiado y obedecido la comisión evangélica, el Sur habría recibido una parte proporcional de nuestro ministerio. Si los que han recibido la luz hubieran andado en ella, se habrían percatado de que la responsabilidad de cultivar esta parte tan descuidada de la viña, descansa sobre ellos.
Dios pide que su pueblo ponga a su disposición una parte de los medios que les ha encomendado para que se puedan establecer nuestras instituciones en esos campos destituidos, pero que están maduros para la cosecha. El pide que los que tienen dinero en los bancos lo pongan a circular. Cuando contribuimos de nuestra sustancia al sostenimiento de la obra de Dios, demostramos prácticamente que amamos al Señor en forma suprema y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Que ahora se establezcan escuelas y sanatorios en muchas partes de los estados del Sur. Que la apertura de tiendas de alimentos y restaurantes vegetarianos en muchas de las ciudades del Sur constituya el comienzo de verdaderos centros de influencia. Instálense también centros donde se preparen alimentos sencillos, saludables y baratos. Pero no se permita dentro de la obra la entrada de ninguna costumbre mundana ni egoísta, porque Dios lo prohíbe. Que en el temor de Dios y por amor a sus semejantes, hombres sin egoísmo se encarguen de este trabajo.
La luz que se me ha dado indica que en el campo del Sur, como en otras partes, debería llevarse a cabo la fabricación de alimentos saludables, no como una empresa para obtener ganancias personales, sino como un negocio diseñado por Dios para abrir una puerta de esperanza a la gente. En el Sur se debieran tener consideraciones especiales con los pobres, porque a éstos se los ha descuidado terriblemente. Para dirigir esta obra se deben elegir hombres capaces y que tengan un sentido de la economía, porque, para que esta actividad tenga buen éxito, se deben practicar la mayor sabiduría y la economía más estricta. Dios espera que su pueblo le rinda un servicio aceptable en la preparación de alimentos sanos, no solamente para sus propias familias, lo cual constituye su responsabilidad inmediata, sino para ayudar a los pobres por doquier. Deben demostrar una liberalidad semejante a la de Cristo, comprendiendo que al hacerlo representan a Dios y que todo lo que poseen les ha sido dado por él.
Hermanos, aférrense a esta obra. No admitan el desánimo. No critiquen a quienes se empeñan en trabajar en lo que deben, sino que pónganse ustedes mismos a trabajar.
Con relación al negocio de los alimentos saludables, en el campo del Sur se podrían establecer varias industrias que ayudarían a la causa. Ahora es cuando se debería hacer en favor de este campo todo lo que los hombres puedan realizar como misioneros para Dios, porque si alguna vez hubo un territorio necesitado de obra misionera médica, es el Sur. Durante el transcurso del tiempo que ya ha pasado a la eternidad, muchos deberían haber estado en el Sur colaborando con Dios por medio de la obra personal, y consagrándole sus medios para sostenerse a sí mismos a la vez que para sostener a otros en dicho campo.
Se deben establecer hospitales pequeños en muchas partes. Esto abrirá las puertas a la entrada de las verdades bíblicas y borrará muchos de los prejuicios que existen contra los que consideran que la gente de color tiene un alma que salvar lo mismo como los blancos. ¡Cuán diferente sería la condición actual de la gente de color si estas avenidas de trabajo se hubieran establecido inmediatamente después de la proclamación de su libertad!
En todos los países
El Señor nos invita a despertar a la conciencia de nuestras responsabilidades. Dios ha dado una obra que hacer a cada ser humano. Cada uno puede vivir una vida de utilidad. Aprendamos todo lo que podamos para ser luego una bendición para los demás al impartirles el conocimiento de la verdad. Que cada uno sirva de acuerdo con sus habilidades, y que ayude a llevar las cargas voluntariamente.
Dondequiera que uno vaya hay una tarea que realizar en favor de todas las clases sociales. Debemos acercarnos a los pobres y a los depravados que han caído por causa de su intemperancia. Y, al mismo tiempo, tampoco debemos olvidar a las clases más elevadas: abogados, ministros, senadores y jueces, muchos de los cuales son esclavos de hábitos intemperantes. No debemos escatimar ningún esfuerzo para mostrarles que la salvación de sus almas es importante, y que vale la pena luchar por la vida eterna. Debiéramos invitar a la gente que ocupa posiciones elevadas a que acepten el voto de abstinencia total, y pedirles que dediquen el dinero que normalmente gastarían en la satisfacción de los dañinos hábitos de licor y tabaco, al establecimiento de instituciones donde niños y jóvenes se puedan preparar para ocupar posiciones de utilidad en el mundo.
Sobre nosotros ha resplandecido una gran luz. ¡Pero cuán poco reflejamos esa luz ante el mundo! Hay ángeles celestiales que esperan que los seres humanos colaboren con ellos en la obra de promover los principios de la verdad en forma práctica. Una gran parte de esta tarea será realizada por medio de las actividades de nuestros sanatorios y por otros medios diversos. Estas instituciones están llamadas a ser monumentos para Dios, donde su poder sanador alcance a todas las clases: a encumbrados y bajos, a ricos y pobres. Cada dólar que se invierta en esta obra en el nombre de Cristo se transformará en una bendición tanto para el dador como para la humanidad sufriente.
El trabajo misionero médico es la mano derecha del Evangelio. Es una necesidad para el avance de la causa de Dios. El poder salvador de la verdad se hará evidente a medida que a través de esta tarea los seres humanos sean guiados a descubrir la importancia que tienen los hábitos correctos en la manera de vivir. Obreros entrenados para realizar un trabajo médico misionero debe establecerse en cada ciudad. Puesto que los métodos divinos para el tratamiento de las enfermedades constituyen la mano derecha del mensaje del tercer ángel, abrirán las puertas para la entrada de la verdad presente. En muchos países se deben hacer circular las publicaciones que contienen el mensaje de la salud. Nuestros médicos de Europa y de otras regiones deberían despertar a la necesidad de que hombres que sepan lo que hagan escriban obras sobre salud que puedan alcanzar a la gente con las instrucciones más esenciales y de un modo fácil de entender.
El Señor concederá una oportunidad de colaborar con él a los sanatorios cuya obra ya esté establecida, con el fin de ayudar al establecimiento de otros centros. Cada nueva institución será considerada una hermana para ayudar en la gran obra de proclamar el mensaje del tercer ángel. A nuestros sanatorios Dios les ha dado la oportunidad de iniciar una obra semejante a una piedra dotada de vida que crece a medida que una mano invisible la hace rodar. Que esta piedra mística se ponga en movimiento.
El Señor me ha instruido con referencia a las personas que establecerán sanatorios en nuevos lugares en el futuro, para que comiencen su trabajo con humildad, consagrando todas sus habilidades a su servicio. Los edificios que se construyan no han de ser grandes ni costosos. Se deben establecer hospitales pequeños en conexión con nuestras escuelas. Jóvenes y señoritas hábiles y consagrados debieran reunirse en estos hospitales; que sean personas que se conduzcan en el amor y el temor de Dios, jóvenes que, cuando estén listos para graduarse, no consideren que ya saben todo lo que necesitan, sino que estudiarán con diligencia las lecciones dadas por Cristo y las practicarán cuidadosamente. Delante de los tales irá la justicia de Cristo, y la gloria de Dios será su retaguardia.
Se me ha mostrado que en muchas ciudades es aconsejable que un restaurante funcione en conexión con las salas de tratamiento. Ambas instituciones pueden colaborar en la tarea de levantar en alto los principios rectos. Junto con éstas, a veces es aconsejable tener salas que sirvan como albergues para los enfermos. Estos establecimientos servirán como semilleros para los sanatorios localizados en el campo y es mejor que se los haga funcionar en edificios alquilados. En las ciudades no debemos construir edificios grandes para el cuidado de los enfermos, porque Dios ha indicado claramente que los enfermos pueden ser cuidados con mayor eficiencia fuera de las ciudades. En muchos lugares se verá la necesidad de comenzar con el trabajo de los sanatorios dentro de las ciudades; sin embargo, en la medida de lo posible, se debiera transferir esta obra al campo tan pronto como se pueda encontrar un lugar aceptable.
De acuerdo con la luz que he recibido, en lugar de dedicar todas nuestras energías a la construcción de unas pocas instituciones médicas enormes, debiéramos establecer muchas, aunque más pequeñas. Encontrar los talentos necesarios para dirigir como se debe un sanatorio grande, resulta casi imposible. En esos casos no todos los obreros se hallan bajo el control del Espíritu de Dios, como debieran, y entre ellos reina un espíritu de mundanalidad.
La fuerza y el gozo de beneficiar a la humanidad no dependen de edificios costosos. Debemos recordar cuántas personas sufren por falta del alimento y el vestido necesarios. Nuestros planes de edificación no debieran verse afectados por nuestras aspiraciones de grandeza. Cumplamos nuestro deber, y dejemos los resultados con Dios, el único que puede concedemos el éxito. Cualquier otro dinero adicional que se pueda obtener gástese en la instalación de centros adecuados para la restauración de la salud. Que todos nuestros sanatorios sean erigidos para proveer salud y felicidad; háganse planes para situarlos de tal manera que los pacientes obtengan las bendiciones de la luz del sol; y arréglense de tal modo que se ahorre cada paso innecesario.
En esta obra es mejor comenzar en forma pequeña en muchos lugares y permitir que la Providencia divina indique con cuánta rapidez se han de aumentar las instalaciones. Los centros pequeños que se establezcan crecerán hasta transformarse en instituciones grandes. Habrá una distribución de las responsabilidades y así los obreros adquirirán gradualmente una mayor fuerza mental y espiritual. El establecimiento de estas instituciones producirá mucho bien si todos los que trabajan en ellas abandonan sus ambiciones egoístas y mantienen la gloria de Dios siempre delante de ellos. Mucha de nuestra gente debería encontrarse trabajando en campos nuevos; pero que al hacerlo nadie busque sobresalir. Las mentes de los obreros deben estar santificadas.
En todas nuestras labores recordemos que el mismo Jesús que alimentó a la multitud con cinco panes y dos pecesitos es capaz de concedernos hoy el fruto de nuestro trabajo. El mismo que dijo a los pescadores de Galilea: "Echad vuestras redes para pescar" (Lucas 5:4) y que, cuando obedecieron, permitió que se llenaran hasta romperse, desea también que su pueblo vea en este incidente una evidencia de lo que hará en favor de ellos en la actualidad. Hoy todavía vive y reina el mismo Dios que envió el maná del cielo para los hijos de Israel. El guiará a su pueblo y le dará capacidad y entendimiento para realizar la obra que les pide hacer. En respuesta a la oración ferviente, concederá sabiduría a quienes luchan por realizar su deber consciente e inteligentemente. El trabajo que llevan a cabo cobrará proporciones más grandes bajo su dirección; muchos aprenderán a llevar sus cargas con fidelidad, y el éxito coronará sus esfuerzos.