Cooranbong, Australia,
10 de mayo de 1896.
Os ruego a vosotros, que vivís en el mismo corazón de la obra, que repaséis la experiencia de muchos años y veáis si el "bien hecho" se podría verdaderamente pronunciar sobre vosotros. Pido a los maestros en nuestras escuelas que consideren cuidadosamente y en oración: ¿He cuidado individualmente de mi propia alma, como uno que está cooperando con Dios para purificarla de todo pecado y enteramente santificarla? ¿Podéis por precepto y ejemplo enseñarle a la juventud la santificación por medio de la verdad y para santidad?
¿No habéis temido al Espíritu Santo? A veces él se ha introducido con una influencia plena en la escuela de Battle Creek y en las escuelas de otros lugares. ¿Reconocisteis su presencia? ¿Le brindasteis el honor debido a un mensajero celestial? Cuando el Espíritu parecía estar contendiendo por la juventud, ¿dijisteis: "Pongamos a un lado todo estudio porque es evidente que tenemos entre nosotros al Huésped celestial? Alabemos a Dios y démosle honra". ¿Inclinásteis el rostro en oración con los estudiantes, con corazones contritos, implorando recibir la bendición que el Señor os ofrecía?
El Gran Maestro mismo estaba entre vosotros. ¿Le rendisteis honor? ¿Fue un extraño para algunos de los educadores? ¿Hubo necesidad de traer a alguien de supuesta autoridad para darle la bienvenida o para expulsar a este Mensajero celestial? Aunque invisible, su presencia estuvo entre vosotros. ¿Pero no se expresó el pensamiento de que en la escuela el tiempo debía dedicarse al estudio, y que había ocasión para todo, como si las horas dedicadas al es66 tudio común fueran demasiado preciosas como para cederlas y dar oportunidad a que obrara el Mensajero celestial?
Si habéis de alguna manera limitado o rechazado al Espíritu Santo, os ruego que os arrepintáis lo más pronto posible. Si algunos de nuestros maestros no han abierto la puerta de su corazón al Espíritu de Dios, antes la han cerrado con candado, os ruego que la abráis y oréis con fervor: "Conmigo sé". Cuando el Espíritu Santo manifieste su presencia en vuestra aula, decid a los estudiantes: "El Señor nos indica que él tiene una lección importante proveniente del cielo, de más valor que nuestras lecciones comunes y corrientes. Estemos atentos; inclinemos nuestros rostros ante Dios y busquémosle de todo corazón".
Permitidme deciros lo que yo sé de este Huésped divino. El Espíritu Santo se movía sobre la juventud durante las horas de escuela; pero algunos corazones estaban tan fríos y oscuros que no tenían ningún deseo de recibir la presencia del Espíritu, y la luz de Dios se retiró. El Visitante celestial habría abierto todo entendimiento, dado sabiduría y conocimiento en todas las ramas de estudio que pudieran emplearse para la gloria de Dios. El Mensajero del Señor vino para convencer de pecado y para suavizar corazones endurecidos por haber estado largo tiempo separados de Dios. Vino a revelar el gran amor con que Dios ha amado a esa juventud. Ellos son patrimonio de Dios, y los educadores necesitan recibir "la enseñanza superior" antes que puedan estar calificados para ser maestros y guías de jóvenes.
El maestro podrá entender muchas cosas concernientes al universo físico; podrá saber todo en cuanto a la anatomía de los seres vivientes, las invenciones de las artes mecánicas, los descubrimientos de las ciencias naturales; pero no puede llamarse educado a menos que tenga un conocimiento del solo Dios verdadero y de Jesucristo a quien ha enviado. Un principio de origen divino debe compenetrar nuestra conducta y unirnos a Dios. Esto de ninguna manera será un estorbo para el estudio de la verdadera ciencia. El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el hombre que accede a ser amoldado y formado a la semejanza divina constituye el más noble espécimen de la obra de Dios. Todos los que viven en comunión con su Creador tendrán un conocimiento de su plan en su propia creación, y se darán cuenta de que Dios los hace responsables de emplear sus facultades para los fines más elevados. No buscarán ni exaltarse personalmente, ni menoscabarse.
La voluntad de Dios para nosotros
El conocimiento de Dios se obtiene en su Palabra. El conocimiento experimental de la verdadera piedad, que se encuentra en la consagración y el servicio cotidianos, garantiza la más elevada cultura de cuerpo, mente y alma. Esta consagración de todas nuestras facultades a Dios evita la exaltación propia. La impartición del poder divino da honra a nuestra sincera búsqueda de la sabiduría, lo cual nos capacitará para emplear nuestras más elevadas facultades de tal manera que glorifiquen a Dios y sean una bendición para nuestros prójimos. Derivadas de Dios, y no de creación propia, estas facultades deben ser apreciadas como talentos divinos que han de ser usados en su servicio.
Las facultades mentales que el cielo nos ha encomendado, han de ser tratadas como potencias superiores para el gobierno del reino corporal. El apetito natural y las pasiones han de ser colocados bajo el control de la conciencia y de las facultades espirituales.
La religión de Cristo nunca degrada al que la recibe; nunca lo hace tosco ni áspero, descortés, presumido, sensual o duro de corazón. Por el contrario, refina el gusto, santifica la mente, purifica y ennoblece los pensamientos, llevándolos cautivos a la obediencia a Cristo. El ideal de Dios para sus hijos es más elevado que todo pensamiento humano. En su santa ley nos ha dado un trasunto de su carácter.
Cristo es el más grande maestro que el mundo jamás haya conocido. ¿Y cuál es la norma que él mantiene ante todos los que creen en él? "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". (Mateo 5:48) Así como Dios es perfecto en su esfera, el hombre puede ser perfecto en la suya.
El ideal del carácter cristiano es la semejanza a Cristo. Tenemos abierto ante nosotros un camino para el constante progreso. Tenemos un objetivo que lograr, una norma que alcanzar, que abarca todo lo que es bueno, puro, noble, y sublime. Que haya siempre un esfuerzo continuo y progreso constante hacia adelante y hacia arriba, en dirección de la perfección de carácter.
Dice Pablo: "Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús". (Filipenses 3:13, 14)
Esta es la voluntad Dios para con los seres humanos; a saber, su santificación. Al abrirnos camino hacia arriba, hacia el cielo, todas las facultades han de mantenerse en las condiciones más saludables, listas para rendir un servicio fiel. Las facultades con las cuales Dios ha dotado al hombre han de ejercitarse hasta el máximo. "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo". (Lucas 10:27) El hombre no puede hacer esto por sí mismo; necesita la ayuda divina. ¿Qué parte le toca hacer al agente humano?: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad". (Filipenses 2:12, 13)
Sin la intervención divina, el hombre sería incapaz de lograr nada bueno. Dios pide que todo hombre se arrepienta; sin embargo, el hombre ni siquiera puede arrepentirse a menos que el Espíritu Santo obre en su corazón. Pero el Señor no quiere que ningún hombre espere hasta creer que se ha arrepentido antes de dar sus pasos hacia Jesús. El Salvador está continuamente atrayendo a los hombres hacia el arrepentimiento; todo lo que tienen que hacer es dejarse atraer, y su corazón se derramará en arrepentimiento.
Al hombre se le ha destinado una parte en esta gran lucha por la vida eterna; debe responder a la obra del Espíritu Santo. Para ello será necesario que haya una lucha con el fin de escapar de en medio de los poderes de las tinieblas, y el Espíritu Santo obra en él para que lo logre. Pero el hombre no es un ser pasivo que ha de salvarse en la indolencia. A él se le exige esforzar todos sus músculos y ejercer todas sus facultades en su lucha por la inmortalidad; no obstante, es Dios el que concede esta eficacia. Ningún ser humano se salvará en la indolencia. El Señor nos ordena: "Esforzaos a entrar por la puerta angosta, porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán". "Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan". (Lucas 13:24; Mateo 7:13, 14)
En oposición al Espíritu Santo
Insto a los estudiantes de nuestras escuelas a que sean juiciosos. La frivolidad de los jóvenes no agrada a Dios. Sus deportes y juegos abren la puerta a un torrente de tentaciones. En vuestras facultades intelectuales, vosotros poseéis el don celestial de Dios, y no debéis permitir que vuestros pensamientos sean comunes y bajos. Un carácter que ha sido formado de acuerdo a los preceptos de la Palabra de Dios exhibirá principios inmutables y aspiraciones puras y nobles. Cuando el Espíritu Santo coopera con las facultades de la mente humana, el resultado seguro serán los impulsos elevados y santificados...
Dios ve lo que los ojos ciegos de los educadores no pueden discernir: que la inmoralidad de toda clase y grado procura obtener el dominio, obrando en contra de las manifestaciones del poder del Espíritu Santo. La conversación más común, y las ideas ordinarias y pervertidas, se entretejen en la urdimbre del carácter.
Las fiestas con propósitos de frívolo y mundanal placer, las reuniones para comer, beber y cantar, son inspiradas por un espíritu del abismo. Son una ofrenda hecha a Satanás. Los espectáculos vistos en la moda loca de las bicicletas ofenden a Dios. Su ira se enciende contra los que hacen tales cosas. En medio de estos placeres, la mente se enturbia como cuando se bebe licor. Se abre la puerta a relaciones vulgares. Los pensamientos, si se les permite discurrir por niveles bajos, pronto pervierten las facultades del ser. Como el Israel antiguo, los amadores de los placeres comen y beben, y se levantan a regocijarse. Abundan el bullicio y la parranda, las carcajadas y la hilaridad. Por medio de estas cosas, la juventud sigue el ejemplo de los autores de los libros que son puestos en sus manos para estudiar. El mayor de los males es el efecto permanente que estas cosas tienen sobre el carácter.
Los que están al frente de estas cosas le ocasionan a la causa una mancha que no se borra con facilidad. Dañan sus propias almas y llevarán las cicatrices por toda la vida. El malhechor podría reconocer sus pecados y arrepentirse; Dios podría perdonar al transgresor; pero la facultad del discernimiento, que debiera mantenerse viva y sensible para discernir entre lo sagrado y lo profano, es en gran medida destruida. Demasiado a menudo las imaginaciones y los designios humanos se aceptan como divinos. Algunas almas actuarán ciega e insensiblemente, listas para adoptar sentimientos bajos, profanos y aun paganos, a la par que se oponen a las manifestaciones del Espíritu Santo.