Testimonios para la Iglesia, Tomo 8

Capítulo 34

Cristo, nuestro ejemplo

Santa Helena, California,
30 de octubre de 1903.

A todos los misioneros médicos

Lo que más necesitan los médicos misioneros es la dirección del Espíritu del Señor. Los que trabajan como Cristo, el gran Médico misionero, deben ser personas espirituales. Pero no todos los que hacen la obra médica misionera exaltan a Dios y su verdad. No todos se someten a la dirección del Espíritu Santo. Algunos están poniendo paja y hojarasca en el fundamento: material que no resistirá la prueba del fuego.

Ruego que pueda yo tener sabiduría y poder de Dios para presentaros lo que constituye la verdadera obra médica misionera. Esta es una rama grande e importante de nuestra obra denominacional. Pero muchos han perdido de vista los principios puros y ennoblecedores que son el fundamento de la obra médica misionera.

En mi diario de apuntes encuentro lo siguiente, escrito hace un año:

"29 de octubre de 1902. Esta mañana desperté temprano. Después de orar con mucho fervor, pidiendo sabiduría y claridad mental para poder expresar de una manera apropiada los asuntos a los cuales se me había llamado la atención con urgencia, escribí como unas diez páginas de instrucciones. Yo sé que el Señor me ayudó a expresar por escrito el importante asunto que debe ser presentado a su pueblo".

Al escribir así, mis sentimientos son profundos, pero después que la instrucción ha sido registrada, mi mente siente alivio porque entonces sé que el tema que me fue presentado no se perderá, aunque ya no lo tenga en mente.

Sólo los que se den cuenta de que la cruz es el centro de la esperanza de la familia humana podrán comprender el evangelio que Cristo enseñó. Él vino al mundo con el solo propósito de poner al hombre en una posición ventajosa ante el mundo y ante el universo celestial. Vino a dar testimonio de que los seres humanos caídos, por medio de la fe en su poder y la eficacia del Hijo de Dios, pueden ser participantes de la naturaleza divina. Sólo él podría expiar el pecado y abrirle las puertas del paraíso a la raza caída. Asumió, no la naturaleza de los ángeles, sino la naturaleza humana, y vivió una vida libre de pecado en este mundo. "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad". "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios..." (Juan 1:14, 12)

Por su vida y muerte Cristo enseñó que sólo obedeciendo los mandamientos de Dios podrá el hombre encontrar la seguridad y la verdadera grandeza. "La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo". (Salmos 19:7) La ley de Dios es un trasunto de su carácter. Fue dada al hombre en el principio como la norma de la obediencia. En los siglos subsiguientes, se perdió de vista esta ley. Centenares de años después del diluvio, Abraham fue llamado, y le fue dada a él la promesa de que sus descendientes exaltarían la ley de Dios. Con el correr del tiempo, los israelitas fueron a Egipto, donde por muchos años soportaron una gravosa opresión a manos de los egipcios. Después de haber vivido en esclavitud durante cuatrocientos años, Dios los liberó por medio de una grandiosa manifestación de su poder. Se reveló a los egipcios como el Regidor del universo, uno que era mayor que todas las deidades paganas.

Sobre el monte Sinaí la ley fue dada por segunda vez. Con pavorosa majestad el Señor pronunció sus preceptos y con su propio dedo grabó el decálogo sobre tablas de piedra.

Atravesando los siglos, encontramos que llegó el tiempo cuando la ley de Dios debería revelarse de una manera inconfundible como la norma de la obediencia, Cristo vino para vindicar las sagradas exigencias de la ley. Vino a vivir una vida de obediencia a sus requerimientos y así probar la falsedad de la acusación hecha por Satanás de que es imposible para el hombre guardar la ley de Dios. Como hombre, encaró la tentación y venció en el poder que Dios le dio. Al andar haciendo el bien, sanando a todos los que eran afligidos por Satanás, hizo claro a los hombres el carácter de su ley y la naturaleza de su servicio. Su vida atestigua que es posible que nosotros también obedezcamos la ley de Dios.

Cristo nunca se desvió de su lealtad a los principios de la ley divina. Nunca hizo nada contrario a la voluntad de su Padre. Ante ángeles, hombres y demonios hablaba palabras que, si hubieran brotado de otros labios, habrían sido consideradas como blasfemia: "Yo hago siempre lo que le agrada". (Juan 8:29) Día tras día por espacio de tres años sus enemigos lo persiguieron con la intención de encontrar alguna mancha en su carácter. Con toda su confederación maligna, Satanás procuró vencerlo; pero no encontraron nada en él por lo cual pudieran ganar ventaja. Aun los demonios se vieron obligados a confesar: Tú eres "el Santo de Dios". (Marcos 1:24)

La abnegación

¿Qué lenguaje pudo expresar con tanta fuerza el amor de Dios por la familia humana como lo hizo la entrega de su Hijo unigénito para nuestra redención? El Inocente recibió el castigo de un culpable. "Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios". (Juan 3:16-18)

Cristo se entregó en sacrificio expiador para salvar a un mundo perdido. Fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros seamos tratados como él merece, Fue condenado por nuestros pecados, de los cuales él no participaba, para que nosotros fuésemos justificados por su justicia, de la cual no participábamos. Sufrió la muerte que nos tocaba a nosotros, para que nosotros recibiéramos la vida que a él le pertenecía. "Por su llaga fuimos nosotros curados". (Isaías 53:5)

Cristo fue tentado en todo punto como nosotros por aquel que en un tiempo estuvo lealmente a su lado en los atrios celestiales. Ved al Hijo de Dios en el desierto de la tentación, en el momento de su mayor debilidad, asaltado por las tentaciones más fieras. Vedlo durante los años de su ministerio, atacado por todas partes por las fuerzas malévolas. Vedlo en su agonía sobre la cruz. Todo esto lo padeció por nosotros.

Durante su vida terrenal, tan llena de luchas y sacrificios, Jesús recibía aliento al pensar que sus padecimientos no serían en vano. Al dar su vida por la vida de los hombres, volvería a conquistar la lealtad del mundo. Aunque debía primero recibir el bautismo de sangre, aunque los pecados del mundo pesarían sobre su alma inocente, por el gozo puesto delante de él escogió de todos modos sufrir la cruz, menospreciando el oprobio véase (Hebreos 12:2).

Estudiad la definición que Cristo da de un verdadero misionero: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame". (Marcos 8:34) Seguir a Cristo, como lo indican estas palabras, no es una pretensión, una farsa. Jesús espera que sus discípulos sigan sus pasos de cerca, padeciendo lo que él padeció, sufriendo lo que él sufrió, venciendo como él venció. Ansiosamente espera ver que sus profesos seguidores manifiesten el espíritu de abnegación.

Los que reciben a Cristo como Salvador personal, escogiendo ser partícipes de sus sufrimientos, vivir una vida abnegada, sufrir vergüenza en su nombre, comprenderán lo que significa ser un misionero médico de verdad.

Cuando todos nuestros misioneros médicos vivan una vida nueva en Cristo, cuando tomen su Palabra como guía, tendrán un conocimiento más pleno de lo que constituye una obra médica misionera genuina. La obra adquirirá un significado más profundo para ellos cuando rindan una obediencia implícita a la ley grabada sobre tablas de piedra por el dedo de Dios, inclusive el mandamiento del sábado, acerca del cual Cristo mismo habló por medio de Moisés a los hijos de Israel, diciendo:

"Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis sábados; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico... Guardarán, pues, el día de sábado los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel..." (Éxodo 31:13, 16, 17, RVR 1977)

Estudiemos la Palabra de Dios con diligencia para que podamos proclamar con poder el mensaje que debe ser proclamado en estos últimos días. Muchos de aquellos sobre quienes la luz de la vida sacrificada del Salvador brilla, rehúsan vivir una vida de acuerdo a su voluntad. No están dispuestos a vivir una vida de sacrificio por el bien de otros. Anhelan exaltarse ellos mismos. Para los tales la verdad y la justicia han perdido su significado y su influencia no cristiana hace que muchos le den la espalda al Salvador. Dios llama a obreros leales y constantes, cuyas vidas contrarresten la influencia de los que trabajan en contra suya.

La instrucción que he recibido para todo obrero médico misionero es esta: Seguid a vuestro Jefe. Él es el camino, la verdad y la vida. Es vuestro ejemplo. Sobre los hombros de todo médico misionero descansa la responsabilidad de tener presente la vida de servicio abnegado de Cristo. Deben mantener su vista fija en Jesús, el Autor y Consumador de su fe. Él es la Fuente de toda luz, la fuente de toda bendición.

Una firme posición en favor del bien

Dios les pide a sus obreros, en esta era de piedad enfermiza y de principios pervertidos, que revelen una espiritualidad sana e influyente. Mis hermanos y hermanas, esto lo exige Dios de vosotros. Cada jota de vuestra influencia debe usarse en favor de Cristo. Debéis ahora llamar las cosas por su debido nombre y manteneros firmes en defensa de la verdad como es en Jesús.

Incumbe a cada alma cuya vida está escondida con Cristo en Dios adelantarse ahora y contender por la fe una vez dada a los santos. La verdad debe defenderse y el reino de Dios fomentarse como lo sería si Cristo estuviera en la tierra en persona. Si él estuviera aquí, se vería motivado a reprender a muchos que no han elegido aprender la mansedumbre y la humildad del gran Médico misionero, pese a que profesan ser misioneros médicos. En las vidas de algunos que ocupan puestos elevados dentro de la obra médica misionera, el yo ha sido exaltado. Hasta que los tales se deshagan de todo deseo de exaltar el yo, no podrán discernir el carácter de Cristo, ni tampoco podrán hacer la obra que él hizo.

Cuando el Espíritu Santo rija la mente de los miembros de nuestras iglesias, se verá en ellas una norma mucho más alta que la que se ve ahora en el habla, en el ministerio y en la espiritualidad. Los miembros de las iglesias serán refrigerados por el agua de la vida, y los obreros, trabajando bajo una Cabeza, a saber Cristo, revelarán a su Maestro en espíritu, en palabra y en acción, y se alentarán unos a otros a progresar en la grandiosa obra final en la cual están empeñados. Habrá un sano incremento de la unidad y del amor, que atestiguará al mundo que Dios envió a su Hijo a morir por la redención de los pecadores. La verdad divina será exaltada; y mientras resplandezca como lámpara que arde, la comprenderemos cada vez más claramente.

La verdad probadora para este tiempo no es un invento de ninguna mente humana. Proviene de Dios. Es una filosofía genuina para aquellos que se la apropian. Cristo se encarnó para que nosotros, creyendo la verdad, seamos santificados y redimidos. Que todos los que poseen la verdad en justicia despierten y marchen adelante, calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz, proclamando la verdad a los que no la conocen. Que hagan sendas derechas para sus pies, para que lo cojo no se salga del camino.

Es ahora cuando debemos unificar y, por medio de la verdadera obra médica misionera, preparar el camino para nuestro Rey que viene. Pero recordemos que la unidad cristiana no significa que la identidad de cada persona ha de sumergirse en la de otra; ni tampoco significa que la mente de uno ha de ser dirigida y regida por la mente de otro. Dios no le ha concedido a ningún hombre el poder que algunos, por palabra y hecho, procuran asumir. Dios exige que el hombre se mantenga libre y siga las instrucciones de la Palabra.

Crezcamos en el conocimiento de la verdad, dándole toda la honra y la gloria al que es uno con el Padre. Procuremos con todo fervor la unción celestial, el Espíritu Santo. Practiquemos un cristianismo puro y creciente, para que en los atrios celestiales seamos al fin declarados completos en Cristo.

"¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!" (Mateo 25:6) No perdáis tiempo ahora en levantaros y arreglar vuestras lámparas. No perdáis tiempo procurando la unidad perfecta unos con otros. Debemos esperar que haya dificultades. Vendrán las pruebas. Cristo, el Capitán de nuestra salvación, fue hecho perfecto mediante el sufrimiento. Sus seguidores tendrán que encararse frecuentemente con el enemigo y serán probados severamente, pero no deberán desesperar. Cristo les dice: "Confiad, yo he venido al mundo". (Juan 16:33)

Las siguientes líneas describen la lucha del cristiano: Pensé que la marcha del cristiano hacia el cielo sería esplendorosa como el estío y alegre como el amanecer.
Pero tú me mostraste el camino: era tenebroso y áspero, Tosco y pedregoso, todo lleno de espinas;
Yo soñaba con recompensas divinas y grande renombre; Te pedía la palma de victoria, el manto y la corona;
Eso pedía, pero tú escogiste mejor mostrarme una cruz y un sepulcro.