Testimonios para la Iglesia, Tomo 9

Capítulo 4

Hay que trabajar con celo

Los siervos de Cristo deben testificar por su Jefe con el poder del Espíritu Santo. El intenso deseo con el cual el Salvador anheló salvar a los pecadores debe caracterizar todos sus esfuerzos. La misericordiosa invitación, hecha primero por el Salvador, debe ser repetida por voces humanas, y resonar en todo el mundo: "Y el que quiere, tome del agua de la vida de balde". (Apocalipsis 22:17) La iglesia debe decir: "Ven". Todas las energías de la iglesia deben ser movilizadas al servicio de Cristo. Los discípulos de Jesús deben unirse con el fin de realizar un esfuerzo enérgico para llamar la atención del mundo hacia las profecías de la Palabra de Dios, que se están cumpliendo rápidamente. La incredulidad y el espiritismo están adquiriendo sobre el mundo un dominio cada vez mayor. ¿Permanecerán ahora también fríos e incrédulos los que recibieron gran luz?

Estamos en vísperas del tiempo de angustia y nos esperan dificultades apenas sospechadas. Un poder de abajo impulsa a los hombres a guerrear contra el Cielo. Hay seres humanos que se han coligado con las potencias satánicas para anular la ley de Dios. Los habitantes de la tierra se están volviendo rápidamente como los contemporáneos de Noé, que el diluvio se llevó, y como los habitantes de Sodoma, que el fuego consumió. Las potencias de Satanás se esfuerzan por distraer las mentes de las realidades eternas.

El enemigo ha dispuesto las cosas de manera que favorezcan sus planes. Negocios, deportes, modas; he aquí las cosas que ocupan las mentes de hombres y mujeres. El juicio es falseado por las diversiones y por las lecturas frívolas. Una larga procesión sigue por el ancho camino que lleva a la ruina eterna. El mundo, presa de la violencia, del libertinaje y de la embriaguez, está convirtiendo a la iglesia. La ley de Dios, divina norma de la justicia, es declarada abolida.

En este tiempo, un tiempo de iniquidad desbordante, una nueva vida procedente de la Fuente de toda vida debe posesionarse de los que tienen el amor de Dios en sus corazones, e impulsarlos a proclamar con poder el mensaje de un Salvador crucificado y resucitado. Deben hacer esfuerzos enérgicos y perseverantes para salvar almas. El ejemplo que ellos den debe ser tal que ejerza sobre quienes los rodean una influencia decisiva para el bien. Deben considerar todas las cosas como una pérdida en comparación con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús Señor nuestro.

Un celo intenso debe posesionarse ahora de nosotros. Nuestras energías adormecidas deben despertarse y consagrarse a un esfuerzo incansable. Obreros consagrados deben ir al campo de labor, para preparar el camino del Rey y ganar victorias en nuevas localidades. Hermano mío, hermana mía, ¿os deja indiferentes saber que cada día bajan a la tumba almas que no han sido amonestadas ni salvadas, ignorantes de su necesidad de la vida eterna y de la expiación que el Salvador hizo por ellas? ¿Os deja indiferentes saber que muy pronto este mundo tendrá que comparecer ante Jehová para rendir cuenta de la transgresión de su ley? Los ángeles del cielo se asombran al ver que los que por tantos años han tenido la luz, todavía no han llevado la antorcha de la verdad a los lugares oscuros de la tierra.

El valor infinito del sacrificio requerido para efectuar nuestra redención muestra cuán terrible mal es el pecado. Dios habría podido borrar de la creación esta mancha impura barriendo al pecador de la faz de la tierra. Pero "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". (Juan 3:16) ¿Por qué son tantos los que quedan ociosos? ¿Por qué todos los que declaran amar a Dios no tratan de alumbrar a sus vecinos y relaciones para que no descuiden por más tiempo tan grande salvación?

La falta de compasión

Entre los profesos cristianos de hoy existe una alarmante ausencia de la compasión que debieran sentir por la gente que aún no ha sido salvada. Si nuestros corazones no laten al unísono con el de Cristo, ¿cómo podríamos comprender el carácter sagrado y la importancia de la obra a la cual nos llama y que consiste en velar por las "almas como aquellos que han de dar cuenta"? Hablamos de las misiones cristianas; y se oye nuestra voz, pero ¿poseemos nosotros el tierno amor de Cristo por la gente?

El Salvador fue un obrero incansable. No midió su trabajo por horas; dedicó su tiempo, su corazón y su fortaleza a trabajar en beneficio de la humanidad. Pasó días enteros trabajando y noches completas en oración para poder hacer frente con firmeza al astuto enemigo en todas sus obras engañosas, y para ser fortificado a fin de realizar su obra de elevación y restauración de la humanidad.

La persona que ama a Dios no mide su trabajo por el sistema de las ocho horas. Trabaja a toda hora y nunca está fuera de servicio. Hace el bien a medida que se le presenta la oportunidad de hacerlo. En todas partes, en todo tiempo y en todos lugares encuentra oportunidades para trabajar para Dios. Lleva fragancia con él por dondequiera que vaya. Una atmósfera sana rodea su alma. La hermosura de su vida bien ordenada y santa conversación inspira en otros fe, esperanza y valor.

Se necesitan misioneros de corazón. Los esfuerzos espasmódicos harán muy poco bien. Debemos cautivar la atención. Debemos manifestar profundo empeño.

La obra de ganar almas debe llevarse adelante en forma agresiva, en medio de oposición, peligro, pérdida y sufrimiento humano. En cierta batalla, cuando uno de los regimientos de la fuerza atacante estaba siendo rechazado por las hordas enemigas, el portaestandarte mantuvo su lugar aunque las tropas habían emprendido la retirada. El capitán le gritó que se retirara con las bandera, pero el portaestandarte le contestó: "¡Traiga a sus hombres donde se encuentra la bandera!" Esta es la obra de los portaestandartes: conducir a la gente hacia el estandarte de Cristo. El Señor pide que haya sinceridad y entusiasmo. Todos sabemos que el pecado de muchos cristianos profesos es que carecen de valor y energía para colocarse ellos mismos, y a los que con ellos se relacionan, a la altura del estandarte de Cristo.

De todas partes repercute el llamado macedónico: "Pasa y ayúdanos". Dios ha abierto campos delante de nosotros, y si los hombres quisieran colaborar con los agentes divinos, muchísimas almas serían ganadas para la verdad. Pero quienes dicen formar parte del pueblo de Dios, se adormecieron sobre el trabajo que les fue asignado; de manera que en muchos lugares este trabajo ni siquiera se ha comenzado. Dios ha enviado un mensaje tras otro para despertar a su pueblo y animarlo a que entre en acción inmediatamente. Pero al llamamiento: "¿A quién enviaré?" pocos han contestado: "Heme aquí, envíame a mí". (Isaías 6:8)

Cuando la iglesia haya dejado de merecer el reproche de indolencia y pereza, el Espíritu de Dios se manifestará misericordiosamente. El poder divino se revelará y la iglesia verá las obras providenciales del Señor de los ejércitos. La luz de la verdad se derramará en rayos claros y poderosos, como en los días apostólicos, y mucha gente se apartará del error e irá hacia la verdad. La tierra será alumbrada con la gloria del Señor.

Los ángeles del cielo han esperado por mucho tiempo la colaboración de los agentes humanos, de los miembros de la iglesia, en la gran obra que debe hacerse. Ellos os están esperando. Tan vasto es el campo y tan grande la empresa, que todo corazón santificado será alistado en el servicio como instrumento del poder divino.

Al mismo tiempo obrará un poder infernal. Mientras los agentes de la misericordia divina obren secundados por seres humanos santificados, Satanás pondrá en actividad a sus propios agentes, haciendo tributarios suyos a todos los que acepten su dominación. Habrá muchos señores y muchos dioses. Se oirá el grito: "Aquí está el Cristo, o allí". En todas partes se verán las astutas maquinaciones de Satanás, para apartar la atención de los hombres y las mujeres del cumplimiento de sus deberes inmediatos. Habrá señales y prodigios. Mas el ojo de la fe discernirá en todas esas manifestaciones las señales precursoras de un pavoroso porvenir, y el preludio del triunfo prometido al pueblo de Dios.

¡Trabajad, oh, trabajad teniendo en vista la eternidad! Recordad que toda energía debe ser santificada. Queda una gran obra por hacer. De toda boca sincera debe subir esta oración: "Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros; para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las gentes tu salud". (Salmos 67:1-2)

Quienes entiendan, aunque sea en un grado limitado, lo que la redención significa para ellos y para sus semejantes, los tales andarán por la fe y podrán comprender, en cierta medida, las necesidades de la humanidad. Sus corazones se conmoverán ante la extensa miseria del mundo, la indigencia de las multitudes que sufren por falta de alimentos y de ropa y la indigencia moral de los millares a quienes amenaza un juicio terrible, ante el cual los sufrimientos físicos se desvanecen en la insignificancia.

Recuerden los miembros de la iglesia que el solo hecho de tener sus nombres escritos en un registro no bastará para salvarlos; deben ser aprobados por Dios como obreros que no tengan de qué avergonzarse. Día tras día, deben edificar su carácter conforme a las instrucciones divinas. Deben morar en él y ejercer constantemente fe en él. Así crecerán hasta alcanzar la estatura perfecta de hombres y mujeres en Jesucristo; serán cristianos sanos, animosos, agradecidos, conducidos por Dios en una luz siempre más pura. Si su vida no es tal, se encontrarán un día entre quienes exhalarán esta amarga lamentación: "¡Pasó la siega y terminó el verano, y mi alma no se salvó! ¿Por qué no busqué un refugio en la Fortaleza? ¿Por qué jugué con la salvación de mi alma y desprecié al Espíritu de gracia?"

"Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy presuroso". (Sofonías 1:14) Calcémonos las sandalias del Evangelio y estemos listos a cada momento para emprender el viaje. Cada hora, cada minuto es precioso. No tenemos tiempo para buscar nuestra propia satisfacción. En todo nuestro derredor hay gente que perece en el pecado. Cada día hay algo que hacer para nuestro Señor y Maestro. Cada día debemos conducir a la gente hacia el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

"Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis". (Mateo 24:44) Por la noche, no os acostéis sin antes haber confesado vuestros pecados. Así hacíamos en 1844, cuando esperábamos ir al encuentro del Señor. Ahora ese acontecimiento está más cercano que cuando por primera vez creímos. Estad siempre apercibidos, por la tarde, por la mañana y al mediodía, para que cuando repercuta el clamor: "¡He aquí, el esposo viene, salid a recibirle!" podáis, aun si este grito os despertase del sueño, ir a su encuentro con las lámparas aderezadas y encendidas.