Testimonios para la Iglesia, Tomo 9

Capítulo 13

Llamamiento a los miembros de la Iglesia

Cuando obreros de experiencia inician una campaña de evangelización en una comunidad donde hay miembros de nuestra iglesia, es deber solemne de los creyentes que viven en ese lugar hacer cuanto esté a su alcance para preparar el camino para que el Señor trabaje. Deben escudriñar su corazón con oración y quitar de él todo pecado que les impida cooperar con Dios y con sus hermanos.

No siempre esto ha sido bien comprendido. A menudo creó Satanás una atmósfera que impidió que los miembros de la iglesia discernieran las oportunidades de servir. Muchas veces hubo creyentes que permitieron a Satanás servirse de ellos en el momento mismo en que hubiesen debido consagrarse enteramente a Dios y al adelanto de su obra. Inconscientemente, se extraviaron lejos del camino de la justicia. Al cultivar un espíritu de crítica y de maledicencia, de piedad farisaica y orgullosa, contristaron al Espíritu de Dios y demoraron considerablemente la obra de los mensajeros del Señor.

Este mal ha sido señalado en repetidas ocasiones y en diversos lugares. En ocasiones, los que se habían dejado llevar por un espíritu de censura y condenación, se arrepintieron y convirtieron. Entonces Dios pudo usarlos para su honra y gloria.

Vivimos en una época especial de la historia de este mundo; debe hacerse una gran obra en muy poco tiempo, y cada creyente debe contribuir personalmente a sostenerla. Dios está pidiendo gente dispuesta a consagrarse a la obra de salvar almas. Cuando comencemos a comprender el sacrificio que Cristo realizó para salvar al mundo condenado a perecer, lucharemos poderosamente para rescatar a la gente. ¡Ojalá que todas las iglesias pudieran ver y comprender el sacrificio infinito de Cristo!

Un movimiento de reforma

En visiones de la noche pasó delante de mí un gran movimiento de reforma en el seno del pueblo de Dios. Los enfermos eran sanados y se efectuaban otros milagros. Se advertía un espíritu de oración como lo hubo antes del gran día de Pentecostés. Veíase a centenares y miles de personas visitando las familias y explicándoles la Palabra de Dios. Los corazones eran convencidos por el poder del Espíritu Santo, y se manifestaba un espíritu de sincera conversión. En todas partes las puertas se abrían de par en par para la proclamación de la verdad. El mundo parecía iluminado por la influencia divina. Los verdaderos y sinceros hijos de Dios recibían grandes bendiciones. Oí las alabanzas y las acciones de gracias: parecía una reforma análoga a la del año 1844.

Sin embargo, algunos rehusaban convertirse; no estaban dispuestos a andar en las sendas de Dios, y cuando se hacía un pedido de ofrendas voluntarias para el adelanto de la obra de Dios, se aferraban egoístamente a sus bienes terrenales. Esas personas avarientas se separaron de la compañía de los creyentes.

Trabajando mientras dura el tiempo de gracia

Los juicios de Dios están en la tierra; bajo la influencia del Espíritu Santo debemos proclamar el mensaje de amonestación que se nos ha confiado. Debemos dar este mensaje sin demora, renglón tras renglón, precepto tras precepto. La gente se verá pronto obligada a tomar decisiones importantes y debemos cuidar de que tenga ocasión de comprender la verdad, de manera que pueda decidirse inteligentemente por el lado del bien. El Señor llama a su pueblo a trabajar con fervor e inteligencia, mientras se prolonga el tiempo de gracia.

La importancia del trabajo personal

Los miembros de nuestras iglesias deben hacer más trabajo de casa en casa, dando estudios bíblicos y repartiendo impresos. El carácter cristiano sólo puede formarse de manera simétrica y completa si el hombre considera como un gozo trabajar en forma desinteresada en la proclamación de la verdad y sosteniendo la causa de Dios con sus recursos. Debemos sembrar junto a todas las aguas, mantener nuestras almas en el amor de Dios, trabajar mientras es de día y dedicar los recursos que Dios nos ha dado a cumplir cualquier deber que nos toque.

Todo lo que venga a nuestra mano para hacer, debemos hacerlo con fidelidad; cualquiera que sea el sacrificio que seamos llamados a hacer, debemos realizarlo con alegría. Al sembrar junto a todas las aguas comprenderemos que "el que siembra generosamente, generosamente también segará". (2 Corintios 9:6)

Una obra progresiva

El ejemplo de Cristo debe ser seguido por los que dicen ser sus hijos. Socorred a los necesitados; su agradecimiento derribará las barreras y os permitirá alcanzar su corazón. Estudiad este asunto con el cuidado que merece. Como iglesias, habéis tenido oportunidades de trabajar en cooperación con Dios. Si hubieseis obedecido a la Palabra de Dios, habríais abogado por un plan de restauración y de salvación, no según un molde rígido, sino progresivo, yendo de gracia en gracia y de fuerza en fuerza.

El Señor me ha presentado la obra que debe realizarse en las ciudades. Los creyentes que se encuentran en ellas deben trabajar para Dios en el vecindario de sus moradas. Deben trabajar calmadamente y con humildad, llevando consigo doquiera vayan una atmósfera celestial. Si evitan que su propio yo se ponga en evidencia y señalan constantemente a Jesús, se hará sentir el poder de su influencia.

No entra en los planes de Dios que la tarea de sembrar la semilla de la verdad se deje principalmente a los predicadores. Personas que no han sido llamadas al ministerio deben trabajar para su Maestro según sus distintas capacidades. Un obrero que se entrega sin reserva al servicio del Señor, adquiere una experiencia que le asegura éxito creciente en la obra que efectúa para su Maestro. La influencia que le atrajo a Jesús le ayuda a llevar a otros hasta él. Aunque no sea llamado a hablar en público, es no obstante siervo de Dios y su obra atestigua que es hijo de Dios.

Las mujeres, tanto como los hombres, pueden sembrar la verdad donde pueda obrar y hacerse manifiesta. Pueden ocupar su puesto en esta crisis, y el Señor obrará por su intermedio. Si las compenetra el sentimiento de su deber y si trabajan bajo la influencia del Espíritu Santo, tendrán el dominio propio que este tiempo demanda. El Señor hará brillar la luz de su rostro sobre esas mujeres animadas por el espíritu de sacrificio, y les dará un poder superior al de los hombres. Pueden realizar en las familias una obra que los hombres no pueden hacer, una obra que penetra hasta la vida íntima. Pueden acercarse a los corazones de personas a las cuales los hombres no pueden alcanzar. Su cooperación es necesaria. Las mujeres discretas y humildes pueden hacer una buena obra al explicar la verdad en los hogares. Así explicada, la Palabra de Dios obrará como levadura, y familias enteras se convertirán por su influencia.

Hermanos y hermanas, estudiad vuestros planes; aprovechad toda ocasión que se presente para hablar a vuestros vecinos y a las personas con las cuales os relacionéis; leedles pasajes de los libros que contienen la verdad presente. Mostrad que dais una importancia primordial a la salvación de las almas por las que Cristo hizo un sacrificio tan grande.

En esta obra junto a las almas que perecen, tendréis la compañía de los ángeles. Miríadas y miríadas de ángeles están listos para colaborar con los miembros de nuestras iglesias para comunicar la luz que Dios impartió generosamente para preparar a un pueblo para la venida de Jesús. "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación". (2 Corintios 6:2) Ruegue con fervor al Señor cada familia que él le dé fuerzas para cumplir su obra.

No descuidéis las cosas pequeñas esperando una obra más importante. Puede ser que seáis capaces de cumplir con éxito una obra limitada mientras que fracasaríais completamente en una obra más grande, cayendo además en el desaliento. Haced todo lo que os venga a mano. Ya seáis ricos o pobres, grandes o pequeños, Dios os llama a servirle activamente. Al hacer voluntariamente lo que os venga a mano, vuestros talentos y aptitudes se desarrollarán para la obra. Y es al descuidar las oportunidades diarias como os volvéis inútiles. Por esta causa hay en el huerto del Señor tantos árboles que no llevan fruto.

En el círculo de la familia, en el hogar de vuestro vecino, a la cabecera del enfermo, podéis con serenidad leer las Escrituras y decir una palabra en favor de Jesús y de la verdad. Así será sembrada la preciosa semilla que con el tiempo brotará y dará fruto.

Debe hacerse obra misionera en muchos lugares que aparentemente prometen poco resultado. El espíritu misionero debe posesionarse de nuestras almas e impulsamos a alcanzar ciertas clases de personas en las que no habíamos pensado, y a trabajar en lugares y con recursos que no hubiésemos imaginado siquiera. El Señor tiene su plan para esparcir la semilla del Evangelio. Sembrando según su voluntad, multiplicaremos la semilla en tales proporciones que su Palabra podrá alcanzar a millones de personas que aún no han oído la verdad.

En todas partes se presentan ocasiones. Apresuraos a entrar en cada camino que la Providencia os abra. Nuestros ojos necesitan la unción celestial para discernir tales ocasiones. Dios quiere ahora misioneros activos y clarividentes. Se nos presentarán caminos abiertos y entonces deberemos comprender las intenciones de la Providencia.

Los mensajeros de Dios han recibido la orden de emprender la misma obra que Cristo realizó cuando estaba en la tierra. Deben dedicarse a los mismos ramos de actividad a los que él se consagró. Con fervor y sinceridad, deben hablar a los hombres de las riquezas inagotables y del tesoro imperecedero de los cielos. Deben estar llenos del Espíritu Santo. Deben repetir los ofrecimientos de paz y perdón que el Cielo les dirige. Deben señalar las puertas de la ciudad de Dios, diciendo: "Bienaventurados los que lavan sus ropas [guardan sus mandamientos], para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad". (Apocalipsis 22:14)

Cultivad el espíritu de abnegación

Cada miembro de la iglesia debe cultivar el espíritu de sacrificio. En todo hogar, deben enseñarse lecciones de abnegación. Padres y madres, enseñad a vuestros hijos a economizar. Animadles a ahorrar sus centavos para la obra misionera. Jesús es nuestro ejemplo. Por amor de nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza fuésemos enriquecidos. Enseñó que todos deben unirse en amor para trabajar como él trabajó, para sacrificarse como él se sacrificó, para amar como hijos de Dios.

Hermanos y hermanas, debéis estar dispuestos a ser convertidos, para poder practicar la abnegación de Cristo. Vestíos con sencillez, pero decentemente. Gastad lo menos posible para vosotros mismos. Tened en vuestra casa una alcancía de abnegación, en la cual podréis poner el dinero ahorrado merced a vuestros pequeños sacrificios. Procurad obtener, cada día, una comprensión más clara de la Palabra de Dios y aprovechad toda ocasión para impartir a otros el conocimiento adquirido. No os canséis de hacer bien, puesto que Dios os imparte constantemente la gran bendición de su Don hecho a la humanidad. Cooperad con el Señor Jesús, y él os enseñará las preciosas lecciones de su amor. El tiempo es corto; en el momento oportuno, cuando el tiempo ya no será más, recibiréis vuestra recompensa. Estoy encargada de decir a los que aman a Dios sinceramente y que tienen recursos propios: Ahora es el tiempo cuando debéis invertir vuestros bienes en el sostén de la obra de Dios. Ahora es el tiempo de sostener a los predicadores en sus esfuerzos desinteresados para salvar las almas que perecen. ¿No tendréis una gloriosa recompensa cuando, en los atrios celestiales, os encontréis con las personas que habréis contribuido a salvar?

Nadie guarde sus monedas; y regocíjense los que tienen mucho porque pueden hacerse en el cielo un tesoro que nunca se agotará. El dinero que rehusemos colocar en la obra del Señor, perecerá y no producirá ningún interés en el banco del cielo.

Al hablar de los que rehusan a Dios lo que le pertenece, el apóstol Pablo dice: "Porque los que quieren enriquecerse, caen en tentación y lazo, y en muchas codicias locas y dañosas, que hunden a los hombres en perdición y muerte. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males: el cual codiciando algunos, se descaminaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores". (1 Timoteo 6:9-10)

No es pequeña tarea la de sembrar junto a todas las aguas. Requiere un caudal continuo de dones y ofrendas. Al mayordomo fiel, Dios le concederá lo necesario para que tenga suficientemente de todo y que pueda abundar en toda buena obra. "Como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre. Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia". (2 Corintios 9:9-10) El Señor cuida de la semilla sembrada con mano liberal. Aquel que provee la semilla al sembrador le dará también lo necesario para que pueda cooperar con el Dador de la semilla.

El Señor llama hoy a los adventistas del séptimo día, en todo lugar, para que se consagren enteramente a él, y que hagan todo lo que esté a su alcance para promover su obra, según las circunstancias en que se encuentren. El desea verles mostrar, por medio de dones y ofrendas generosas, cuánto aprecian sus bendiciones y cuánta gratitud sienten por su misericordia.

Amados hermanos y hermanas, todo el dinero que tenemos pertenece al Señor. Os invito ahora, en el nombre del Señor, a uniros todos para terminar con éxito las empresas que se han iniciado de acuerdo con los consejos de Dios. Que la creación de capillas, para testificar por Dios en los diversos lugares, no sea dificultada por haberse retenido los fondos necesarios para ello. Que aquellos que luchan para desarrollar obras importantes, grandes y pequeñas, no sean desanimados por nuestra tardanza en unimos para poner a esas empresas en condiciones de poder hacer un trabajo útil. Que todos nuestros hermanos y hermanas consideren lo que pueden hacer. Demuestren que entre los adventistas del séptimo día hay unión y fuerza.

Condiciones para un servicio aceptable

Como pueblo, debemos entrar en santa comunión con Dios. Es necesario que la luz del cielo brille en nuestros corazones y en nuestras mentes; necesitamos la sabiduría que sólo Dios puede impartir, si queremos proclamar con éxito el mensaje a las ciudades. Entren en las filas nuestras iglesias en todo lugar.

Que ninguno de los que por el bautismo se han comprometido a vivir para el servicio y la gloria de Dios, niegue su compromiso. Es necesario salvar al mundo y este pensamiento debe inducirnos a hacer mayores sacrificios y un trabajo más intenso en favor de los que están fuera del buen camino.

Cuando andéis conforme a los principios contenidos en la Palabra de Dios, vuestra influencia será valiosa para cualquier iglesia y organización. Debéis acudir en ayuda de Jehová, contra los poderosos. Todas las palabras frívolas, toda liviandad y trivialidad son otras tantas seducciones del enemigo para privaros de fuerza espiritual. Fortaleceos contra este mal, en el nombre del Dios de Israel. Si os humilláis delante de Dios, él os dará un mensaje para aquellos que en comarcas lejanas necesitan vuestra ayuda. Preparad vuestras lámparas y tenedlas encendidas; para que en todas partes donde andéis podáis derramar preciosos rayos de luz por medio de vuestras palabras y acciones.

Si nos consagramos al servicio del Señor, él nos mostrará lo que debemos hacer. Si entramos en relaciones más estrechas con Dios, él obrará con nosotros. No nos dejemos dominar por el yo y por nuestros intereses hasta el punto de olvidarnos de aquellos que suben la escalera de la experiencia cristiana y que necesitan nuestra ayuda. Debemos estar listos para emplear en la obra del Señor las capacidades que nos ha dado y para decir, a tiempo y fuera de tiempo, palabras que ayuden y hagan bien.

Hermanos y hermanas, ¿estamos considerando las necesidades de las grandes ciudades del Este [de los Estados Unidos]? ¿Acaso no sabemos que tienen que ser amonestadas acerca de la próxima venida de Cristo? La obra que tenemos que hacer es admirablemente grandiosa. Hay un mundo que salvar; hay almas por las cuales trabajar en las ciudades del Este, en los Estados en los que el mensaje de la venida de nuestro Señor se predicó por primera vez. ¿Quiénes se dedicarán a llevar a cabo este ramo de la obra misionera? Se cuentan por centenares los miembros que debieran estar en el campo y que nada o muy poco hacen para el adelantamiento del mensaje. Las almas que nunca han oído el último mensaje evangélico constituyen una pesada responsabilidad para los que han tenido todas las ventajas que significa conocer la verdad, que han sido instruidos renglón tras renglón, precepto tras precepto, un poco aquí y otro poco allá.

Si en este tiempo favorable los creyentes se presentan con humildad delante de Dios, quitan de su corazón todo lo malo y le consultan a cada paso, él se manifestará a ellos y los alentará. Y mientras los miembros de la iglesia hagan su parte fielmente, el Señor conducirá y dirigirá a sus instrumentos escogidos y los fortalecerá para su importante obra. Unidos todos, sostengamos sus brazos por medio de muchas oraciones y atraigamos los brillantes rayos del santuario celestial.

El fin se acerca; avanza sigilosa, imperceptible y silenciosamente, como el ladrón en la noche. Concédanos el Señor la gracia de no dormir por más tiempo, como otros lo hacen; sino que seamos sobrios y velemos. La verdad está apunto de triunfar gloriosamente, y todos los que decidan ahora colaborar con Dios triunfarán con ella. El tiempo es corto; la noche se acerca cuando nadie podrá trabajar. Que los que se gozan en la verdad presente se apresuren ahora a impartirla a otros. El Señor pregunta: "¿A quién enviaré?" Los que están dispuestos a hacer sacrificios por la verdad, deben responder ahora: "Heme aquí, envíame a mí". (Isaías 6:8)

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Los que tienen responsabilidades deben recordar que el Espíritu Santo es el que amolda a las personas. El Señor es quien controla. No debemos tratar de amoldar, siguiendo nuestras ideas personales, a quienes trabajan con nosotros. Debemos dejar que Cristo los amolde. El no sigue ninguna pauta humana. Obra según su propia mente y Espíritu. La obra del hombre consiste en revelar al mundo lo que Cristo ha puesto en su corazón; por medio de su gracia el ser humano se convierte en participante de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que existe en el mundo a causa de la concupiscencia. Las facultades más elevadas de aquel que recibe a Cristo se fortalecen y ennoblecen, y la persona queda capacitada para servir a Dios.

Muchos de los eruditos del mundo han recibido una educación tan elevada que no pueden tocar a la gente común. Su conocimiento es intrincado. Se eleva mucho, pero no descansa en ninguna parte. Los hombres de negocios más inteligentes anhelan la verdad sencilla, como la que Cristo dio a la gente cuando estuvo en el mundo; la verdad que él dijo que era espíritu y vida. Sus palabras son como las hojas del árbol de la vida. Lo que el mundo necesita en la actualidad es la luz del ejemplo de Cristo, reflejada desde las vidas de hombres y mujeres semejantes al Salvador. El intelecto más poderoso en favor de la verdad es el intelecto controlado por Cristo, ennoblecido y purificado por la santificación del Espíritu Santo.

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Cristo ha dado su comisión: "Id por todo el mundo". Marcos 16:15. Todos deben escuchar el mensaje de advertencia. Un premio de valor incalculable espera a los que corren la carrera cristiana. Los que corren con paciencia recibirán una corona de vida cuyo brillo jamás se empañará.

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Cultivad la calma y encomendad la protección de vuestras almas a Dios como fiel Creador. El guardará lo que se encomienda a su cuidado. A él no le agrada que cubramos su altar con nuestras lágrimas y quejas. Ya tenemos suficientes motivos para alabar a Dios, aunque no veamos otra alma convertirse. Pero la buena obra continuará si proseguimos hacia adelante sin tratar de ajustarlo todo a nuestras propias ideas. Que la paz de Dios reine en nuestros corazones, y mostrémonos agradecidos. Demos lugar para que Dios trabaje. No obstruyamos su camino. El puede trabajar, y lo hará si se lo permitimos.

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Aunque hay que trazar planes extensos, también hay que tener mucho cuidado de que la obra en cada ramo de la causa se mantenga armoniosamente unida con la de los demás departamentos, para así constituir un todo perfecto.