Testimonios Selectos Tomo 1

Capítulo 24

De nuevo a la obra de publicación

De Oswego fuimos a Centerport (Nueva York), en compañía de los esposos Edson, y nos hospedamos en la casa del Hno. Harris, donde publicamos una revista mensual titulada: Advent Review.

La "Review and Herald"

En noviembre de 1850, se publicó el periódico en París (Maine). Era de mayor tamaño, con el nuevo título que todavía lleva: Advent Review and Sabbath Herald. Nos albergamos en casa del Hno. A. Queríamos vivir con economía a fin de sostener el periódico. Los amigos de la causa eran pocos y pobres en riquezas mundanas, por lo que aun hubimos de luchar contra la pobreza y el mucho desaliento. Teníamos suma solicitud por el periódico y a veces nos quedábamos hasta media noche o hasta las dos o tres de la madrugada corrigiendo pruebas de imprenta.

El excesivo trabajo, los cuidados, ansiedades y la falta de adecuada y nutritiva alimentación, aparte de la exposición al frío en nuestros largos viajes de invierno, eran demasiado para mi esposo, quien se rindió a la fatiga. Llegó a ser tanta su debilidad que apenas podía ir a la imprenta. Nuestra fe quedó probada hasta el último extremo. Gustosos, habíamos sufrido privaciones, fatigas y penalidades, y sin embargo, se tomaban a mala parte nuestros motivos, y se nos miraba con desconfianza y celos. Pocos de aquellos por cuyo bien habíamos sufrido parecían estimar nuestros esfuerzos.

Nos veíamos demasiado afligidos para dormir o descansar. Las horas que hubiéramos podido recobrarnos con el sueño, las solíamos emplear en responder a largas cartas dictadas por la envidia. Muchas horas en que los demás dormían, las pasábamos nosotros en angustioso llanto, lamentándonos ante el Señor. Al fin dijo mi esposo: "Mujer, es inútil que intentemos luchar por más tiempo. Todas estas cosas me están quebrantando, y pronto me han de llevar al sepulcro. No puedo ir más lejos. He redactado una nota para el periódico diciendo que me es imposible continuar publicándolo." En el momento en que mi esposo cruzaba la puerta para llevar la nota a la imprenta, me desmayé. El volvió atrás y oró por mí. Su oración fué oída y me repuse.

A la mañana siguiente, mientras orábamos en familia, fuí arrebatada en visión y se me instruyó respecto de estos asuntos. Vi que mi esposo no debía desistir de la publicación del periódico, porque Satanás trataba de moverle a dar semejante paso y se valía de varios agentes para lograrlo. Se me mostró que debíamos continuar publicándolo, pues el Señor nos sostendría.

No tardamos en recibir urgentes invitaciones para celebrar conferencias en diferentes estados, y resolvimos asistir a las reuniones generales de Boston (Massachusetts); Rocky Hill (Connecticut); Camden y West Milton (Nueva York). Todas estas reuniones fueron de mucha labor, pero sumamente provechosas para nuestros diseminados hermanos.

Traslado a Saratoga Springs

Permanecimos en Ballston Spa algunas semanas, hasta instalarnos en Saratoga Springs, con el objeto de proceder a la publicación del periódico. Alquilamos una casa y mandamos que viniesen los esposos Esteban Belden y la Hna. Bonfoey, quien a la sazón estaba en el estado de Maine cuidando del pequeño Edson. Con enseres prestados nos instalamos en la casa. Allí publicó mi esposo el segundo volumen de la Advent Review and Sabbath Herald.

La Hna. Anita Smith, que ya duerme en Jesús, vino a vivir con nosotros y nos ayudaba en nuestras tareas. Su ayuda era necesaria. Por entonces, mi esposo manifestó como sigue sus sentimientos en una carta escrita al Hno. Stockbridge Howland con fecha 20 de febrero de 1852: "Todos estamos perfectamente, menos yo. No puedo resistir por más tiempo el doble trabajo de viajar y dirigir el periódico. El miércoles pasado trabajamos por la noche hasta las dos de la madrugada, plegando y envolviendo el No 12 de la Review and Herald. Después estuve en la cama tosiendo hasta el amanecer. Rogad por mí. La causa prospera gloriosamente. Quizás el Señor ya no tendrá necesidad de mí y me dejará descansar en el sepulcro. Espero quedar libre del periódico. Lo sostuve en circunstancias por todo extremo adversas y ahora que tiene muchos protectores, lo dejaré voluntariamente con tal que se encuentre quien lo dirija. Espero que se me desembarazará el camino. Que el Señor lo guíe todo."

En Rochester (Nueva York)

En abril de 1852, nos trasladamos a Rochester (Nueva York) en las más desalentadoras circunstancias. A cada paso nos veíamos precisados a seguir adelante por fe. Todavía estábamos impedidos por la pobreza, y habíamos de practicar la más rígida economía y abnegación. Daré un breve extracto de la carta escrita a la familia del Hno. Howland con fecha 16 de abril de 1852.

"Acabamos de instalarnos en Rochester. Hemos alquilado una casa vieja por ciento setenta y cinco dólares al año. Tenemos la prensa en casa, pues de no ser así hubiéramos tenido que pagar cincuenta dólares al año por un local para oficina. Si pudierais ver nuestro ajuar os habrías de sonreir. Hemos comprado dos camas viejas por veinticinco centavos cada una. Mi esposo me trajo seis sillas viejas, en las que no había dos iguales, que le costaron un dólar, y después me regaló otras cuatro, también viejas, y sin asiento, por las que había pagado sesenta y dos centavos. Pero el armazón era fuerte y con un pedazo de dril remedié la falta de asiento. La manteca está tan cara que no podemos comprarla, ni tampoco las patatas. Gastamos salsas en vez de manteca y nabos en lugar de patatas. Tomamos nuestras primeras comidas en un bastidor de chimenea colocado entre dos barriles vacíos que habían contenido harina. Nada nos importan las privaciones con tal que adelante la obra de Dios. Creemos que la mano del Señor nos guió en llegar a esta población. Hay un dilatado campo de labor, pero pocos obreros. El sábado pasado tuvimos una excelente reunión. El Señor nos refrigeró con su presencia."

Adelantando

Seguimos llevando nuestra obra a cabo en Rochester entre perplejidades y desalientos. El cólera visitó la ciudad, y durante la epidemia, se oía toda la noche por las calles el rodar de los coches fúnebres que conducían los cadáveres al cementerio de Mount Hope. La epidemia no se cebó únicamente en los pobres, sino que hizo víctimas en todas las clases de la sociedad. Los más hábiles médicos murieron y fueron llevados a Mount Hope. Al pasar nosotros por las calles de Rochester, encontrábamos casi en cada esquina furgones con ataúdes de pino basto en los que transportaban los cadáveres. Nuestro pequeñuelo Edson cayó enfermo, y lo llevamos al gran Médico. Lo tomé en mis manos, y en el nombre de Jesús conjuré la enfermedad. En seguida encontró alivio, y al comenzar una hermana a orar al Señor para que lo curase, el pequeñuelo, que sólo tenía tres años, la miró asombrado, diciendo: "No hay necesidad de que oréis por mí, porque el Señor me ha sanado." Estaba muy débil, pero la enfermedad no siguió adelante. Sin embargo, no cobraba fuerzas. Todavía iba a ponerse a prueba nuestra fe. En tres días Edson no probó alimento.

Escribiendo y viajando

Teníamos compromisos de asistir a diversas reuniones durante un período de dos meses, y en diferentes lugares entre Rochester (Nueva York) y Bangor (Maine). Habíamos de realizar este viaje en nuestro carruaje cubierto, y con nuestro buen caballo Charlie, que nos habían regalado los hermanos de Vermont. No nos atrevíamos a dejar al niño en tan crítico estado; pero resolvimos marcharnos, a menos que empeorase. Debíamos emprender el viaje a los dos días, si queríamos llegar a tiempo a nuestra primera cita ya señalada. Presentamos el caso ante el Señor, aceptando que si el niño recobraba el apetito, era prueba de que podíamos emprender el viaje. El primer día no se notó mejoría ni quiso Edson tomar alimento; pero al día siguiente pidió caldo, y le sentó bien.

Aquella misma tarde emprendimos el viaje a eso de las cuatro. Puse al pequeñuelo sobre una almohada y anduvimos como seis leguas. Se mostró muy nervioso por la noche, sin poder dormir, y hube de tenerlo casi constantemente en brazos.

A la mañana siguiente, consultamos sobre si convendría regresar a Rochester o proseguir el viaje. La familia que nos había hospedado dijo que si seguíamos adelante enterraríamos al niño por el camino, pues todas las señas así lo indicaban. Pero yo no osaba regresar a Rochester. Creíamos que el malestar del niño era obra de Satanás para estorbar nuestro viaje y no queríamos ceder. Le dije a mi esposo: "Si nos volvemos atrás, temo que se muera el niño. Si seguimos adelante, lo peor que puede ocurrir es que muera. Continuemos el viaje confiando en el Señor."

Habíamos de recorrer en dos días cerca de ciento sesenta kilómetros, y sin embargo, creíamos que el Señor nos protegería en aquellas angustiosas circunstancias. Yo estaba agotada y temía que al dormirme dejaría caer al niño de los brazos, por lo que me lo puse en la falda, atándolo a mi jubón, y así pudimos dormir los dos aquel día durante largo trecho del camino. El niño se reanimó y fué ganando fuerzas en el trayecto hasta que al llegar de regreso a nuestro hogar se hallaba ya robustecido.

El Señor nos favoreció grandemente en nuestro largo viaje. Mi esposo tuvo muchos cuidados y trabajo. En las diferentes conferencias hizo la mayor parte de la obra de predicar, vendía libros y se esforzaba en extender la circulación del periódico, Cuando terminaba una conferencia, nos apresurábamos para ir a celebrar la siguiente. Al mediodía dejábamos pacer al caballo a orillas del camino y nosotros almorzábamos. Después, mi esposo escribía artículos para la Review y el Instructor, con las cuartillas apoyadas en la tapa del cesto de provisiones o en la copa de su sombrero.

En el verano de 1853, visitamos por vez primera Míchigan. Poco después de regresar a Rochester, mi esposo se puso a escribir el libro titulado: "Señales de los Tiempos." Estaba todavía débil y podía dormir muy poco, pero el Señor fué su sostén. Cuando la mente se le ponía en confusión y sufrimiento, nos postrábamos ante Dios clamando a él en nuestra angustia. El escuchaba nuestras fervorosas plegarias y a menudo bendecía a mi esposo de suerte que con renovado ánimo reanudaba el trabajo. Muchas veces al día nos postrábamos así ante el Señor en ferviente oración. Aquel libro no lo escribió mi esposo con sus propias fuerzas.

Visita a Míchigan y Wisconsin

En la primavera de 1854, volvimos a visitar Míchigan, y aunque hubimos de recorrer caminos escabrosos y atravesar cenagosos lodazales, no desfalleció mi fortaleza. Sentíamos que era deseo del Señor que visitáramos Wisconsin, y en Jackson nos dispusimos a emprender el viaje y tomar el tren a última hora de la noche.

Mientras nos estábamos preparando para ir a tomar el tren, sentimos honda y solemne emoción y convinimos en orar un rato; y al entregarnos de nuevo a Dios, no pudimos reprimir el llanto. Fuimos a la estación con un sentimiento de profunda solemnidad. Al ir a subir al tren quisimos acomodarnos en un coche delantero que tenía asientos con altos respaldos, esperando así poder dormir algo aquella noche; pero el coche ya estaba lleno y pasamos al siguiente en el cual encontramos asiento. No me quité el sombrero como solía hacer cuando viajaba de noche, sino que me guardé el maletín en la mano como si esperase algo. Y mi esposo y yo nos comunicamos nuestros singulares sentimientos.

Se habría alejado el tren unos cinco kilómetros de Jackson cuando empezó a dar violentas sacudidas de avance y retroceso, hasta que al fin se detuvo. Abrí la ventanilla y vi que uno de los coches se había enderezado casi completamente y de él salían agonizantes gemidos en medio de una gran confusión. La máquina había descarrilado, pero el coche en que íbamos nosotros se había quedado en los rieles separado unos treinta metros de los demás. El eslabón no estaba roto, sino que nuestro coche se había desenganchado del precedente como por mano de algún ángel. El furgón de equipajes no sufrió mucho daño y nuestro voluminoso baúl lleno de libros quedó indemne. El coche de segunda clase resultó por completo destrozado, y sus astillas, con los viajeros, se esparcieron por ambos lados de la vía. El coche en que nosotros habíamos tratado de conseguir asiento quedó muy mal parado, y uno de sus extremos se elevaba sobre el montón de ruinas. De la catástrofe resultaron cuatro pasajeros muertos o mortalmente heridos, y muchos otros heridos de gravedad. Tuvimos la seguridad de que Dios había enviado a un ángel para salvarnos la vida.

Regresamos a casa del hermano Cirineo Smith, cerca de Jackson, y al día siguiente tomamos el tren para Wisconsin. Dios bendijo nuestra visita a este estado. A consecuencia de nuestros esfuerzos se convirtieron muchas almas. El Señor me fortaleció para soportar el fatigoso viaje.

Regreso a Rochester

Volvimos de Wisconsin muy fatigados, deseosos de descansar, aunque muy tristes de encontrar enferma a la Hna. Ana, que estaba muy débil. Las pruebas se multiplicaban a nuestro alrededor. Teníamos muchas congojas. Los empleados de la oficina se hospedaban en nuestra casa, y éramos de quince a veinte en familia. Las reuniones del sábado y las conferencias se celebraban en nuestra casa. No teníamos sábado tranquilo, porque algunas hermanas solían quedarse todo el día con sus chiquillos, y generalmente no consideraban nuestros hermanos y hermanas las incomodidades, cuidados y gastos suplementarios que con ello nos traían. Y como los empleados de la oficina cayeron enfermos uno tras otro y necesitaban especial cuidado, yo temía que al fin nos rendiría la ansiedad con el excesivo trabajo. A menudo pensaba que ya no podíamos resistir más. Sin embargo, las dificultades aumentaban y vi con sorpresa que no nos vencían. Aprendimos la lección de que era posible sobrellevar más pruebas y sufrimientos de lo que habíamos imaginado en un principio. El vigilante ojo del Señor estaba fijo en nosotros para evitar nuestra destrucción.

El 29 de agosto de 1854, el nacimiento de Guillermo añadió nueva responsabilidad a nuestra familia, y me distrajo de algunas de las tribulaciones que me rodeaban. Por entonces recibimos el primer número del periódico falsamente titulado: El Mensajero de la Verdad. Los que en este periódico nos calumniaban habían sido reprobados por sus vicios y errores. No soportaron la reprobación, y secretamente al principio, y abiertamente después, emplearon su influencia contra nosotros.

El Señor me había mostrado el carácter y el resultado final de este grupo. El enojo del Señor se dirigía contra cuantos estaban relacionados con dicho periódico y su mano se alzaba contra ellos, de suerte que aunque durante algún tiempo pudiesen prosperar, y engañar algunas personas sinceras, la verdad triunfaría con el tiempo, y todas las almas honradas se librarían del engaño que las había aprisiondo, y se apartarían de la influencia de aquellos malvados contra quienes estaba la mano de Dios, y por lo tanto, habían de hundirse.