En 1855 los hermanos de Míchigan abrieron el camino para trasladar a Battle Creek la obra de publicaciones. Por entonces mi esposo debía entre dos y tres mil dólares, sin que para saldar la deuda contara con otra cosa que una reducida cantidad de libros y varias facturas de venta, entre ellas algunas de dudoso cobro. Parecía como si la causa se hubiese paralizado. Los pedidos de publicaciones eran pocos y de escasa importancia. Mi esposo andaba mal de salud. Le aquejaba. una fuerte tos con irritación de los pulmones, y tenía abatido el sistema nervioso. Temíamos que muriera antes de poder librarse de la deuda.
Seguridades consoladoras
Fueron muy tristes aquellos días. Ya veía huérfanos a mis tres pequeñuelos, y me asaltaban dudas, diciéndome: Si mi esposo muere por haber trabajado con exceso en la causa de la verdad presente, ¿quién reconocerá lo que ha sufrido? ¿Quién sabrá cuánta carga sobrellevó durante años, los extremos cuidados que apesadumbraron su ánimo y quebrantaron su salud, arrastrándole prematuramente al sepulcro y dejando a su familia miserable y desvalida? Yo solía preguntarme: ¿No cuidará Dios de estas cosas? ¿Le pasarán inadvertidas? Yo me consolaba al saber que hay un Ser que juzga rectamente, y que todo sacrificio, toda abnegación, todo llanto de angustia sufrido por su causa, queda fielmente registrado en el cielo y ha de obtener su recompensa. El día del Señor declarará y esclarecerá cosas que todavía no han sido descubiertas.
Se me mostró que Dios se proponía restablecer gradualmente a mi esposo, y que nosotros debíamos ejercitar firmemente nuestra fe, pues Satanás nos embestiría con furia a cada esfuerzo que hiciésemos, y así habíamos de prescindir de las apariencias y creer. Tres veces por día nos postrábamos solos ante el Señor, y orábamos fervorosamente por el restablecimiento de la salud de mi esposo. El Señor se dignó escuchar nuestras ardientes súplicas y mi esposo empezó a mejorar de salud. Y no puedo expresar los sentimientos que entonces me embargaban mejor que por la transcripción de los siguientes extractos de una carta que escribí a la Hna. Howland:
"Me siento agradecida por tener ahora a mis hijos conmigo, bajo mi propio cuidado. Durante unas cuantas semanas he venido sintiendo hambre y sed de salvación, y hemos gozado casi sin interrupción de la comunión con Dios. ¿Por qué quedarnos alejados del manantial cuando podemos ir a él y beber? ¿Por qué morirnos por falta de pan, cuando hay un granero lleno, abundante y gratuito? ¡Oh! alma mía, sáciate en él, y bebe diariamente de los goces celestiales! No callaré. La alabanza a Dios está en mi corazón y sobre mis labios. Podemos regocijarnos en la plenitud del amor de nuestro Salvador. Podemos regalarnos de su excelente gloria. Mi alma lo atestigua. Mi lobreguez ha sido dispersada por esta preciosa luz, y nunca podré olvidarlo. Señor, ayúdame a tenerlo en vivo recuerdo. ¡Despertaos, todas las energías de mi alma! ¡Despierta, oh alma, y adora a tu Redentor por su prodigioso amor!
"Puede ser que nuestros enemigos triunfen. Pueden decir palabras acerbas, y fraguar con la lengua calumnias, engaños y mentiras; no nos conmoveremos. Sabemos en quién creímos. No hemos corrido en vano, ni trabajado en vano. Llegará un día de ajuste de cuentas, en que todos serán juzgados según las obras hechas en el cuerpo. Es cierto que el mundo es obscuro. Puede fortalecerse la oposición. Pueden envalentonarse en su iniquidad el burlador y el escarnecedor. Sin embargo, por ninguna de estas cosas seremos conmovidos, sino que para obtener fuerza nos apoyaremos en el brazo del Omnipotente."
Cambio de condiciones
Desde que nos trasladamos a Battle Creek, el Señor volvió en favorables nuestras adversas condiciones. En Míchigan encontramos cariñosos amigos dispuestos a compartir nuestras cargas y proveer a nuestras necesidades. Antiguos y probados amigos del centro de Nueva York y Nueva Inglaterra, y especialmente de Vermont, simpatizaron con nosotros en nuestras aflicciones y estaban prontos a ayudarnos en tiempo de angustia. En noviembre de 1856, en el congreso celebrado en Battle Creek, Dios obró por nosotros. La causa recibió nueva vida y tuvo éxito la labor de nuestros predicadores.
Aumentó el pedido de las publicaciones, que demostraron ser precisamente lo que necesitaba la causa. El Mensajero de la Verdad no tardó en desaparecer, y se dispersaron los espíritus discordantes que habían hablado por su medio. Mi esposo pudo pagar todas sus deudas. Desapareció su tos, cesó la irritación de los pulmones y garganta, y fué recobrando gradualmente la salud, de modo que pudo predicar sin fatiga tres veces en sábado y en el primer día de la semana. De Dios fué esta admirable obra de restablecimiento de mi esposo, y a Dios se ha de tributar toda su gloria.