Testimonios Selectos Tomo 1

Capítulo 33

Organización y desarrollo

Hace ya cuarenta años que se introdujo la organización entre nosotros como colectividad. Yo me conté entre el número de quienes tuvieron experiencias en establecerla desde un principio. Conozco las dificultades con que tropezamos, los males que la organización había de corregir, y he visto su influencia en relación con el adelanto de la causa. En los comienzos de la obra, nos dió Dios luz especial acerca de este punto, y esta luz, unida a las lecciones que la experiencia nos ha enseñado, debería tenerse en cuidadosa consideración.

Desde un principio, tuvo nuestra obra carácter de acometividad. Nuestros miembros eran pocos y la mayor parte pertenecía a las clases más pobres de la sociedad. Nuestras ideas eran casi desconocidas del mundo. Carecíamos de locales para el culto, y sólo contábamos con unas cuantas publicaciones y limitadísimas facilidades para llevar adelante nuestra obra. Las ovejas estaban esparcidas por caminos y veredas, en ciudades, villas y bosques. Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús eran el tema de nuestro mensaje.

Mi esposo, con el pastor José Bates, los Hnos. Pierce, Hiram Edson y otros hombres fervientes, nobles y fieles, militaba entre los que después de la época de 1844, buscaron la verdad como escondido tesoro.

Solíamos reunirnos sintiendo gran peso en el alma y orábamos para que pudiésemos coincidir en fe y doctrina; porque sabíamos que Cristo no está dividido. Cada vez tomábamos un punto por objeto de investigación. Con reverente emoción, abríamos las Escrituras. Solíamos ayunar para ponernos en mejor disposición de comprender la verdad. Después de orar fervorosamente, si no entendíamos algún punto, lo discutíamos y cada cual exponía libremente su opinión. Luego volvíamos a inclinarnos en oración, y ardientes súplicas se elevaban al cielo para que Dios nos ayudase a tener un sentir unánime y a ser uno, como Cristo y el Padre son uno. Derramábamos muchas lágrimas.

De esta manera pasábamos largas horas. A veces empleábamos toda la noche en solemne investigación de las Escrituras, para comprender la verdad señalada a nuestra época. En algunas ocasiones, descendía sobre mí el Espíritu de Dios que esclarecía los puntos difíciles estableciendo entre nosotros perfecto acuerdo. Todos estábamos unánimes en pensamiento y espíritu.

Procurábamos anhelosamente que las Escrituras no fuesen interpretadas torcidamente para adaptarse a alguna opinión humana. Tratábamos de aminorar en lo posible nuestras diferencias no deteniéndonos en puntos de poca importancia sobre los cuales hubiese diversidad de criterio, sino que el empeño de cada alma era poner a los hermanos en condiciones de satisfacer la oración de Cristo cuando pedía que sus discípulos fuesen uno, como uno era él con su Padre.

Algunas veces, uno o dos hermanos porfiaban tenazmente contra la opinión presentada, y seguían la natural tendencia de su ánimo; pero en estos casos, suspendíamos las investigaciones y aplazábamos la reunión para que cada cual orase a Dios y, sin comunicarse con los demás, estudiase el punto controvertido, buscando la luz del cielo. Nos separábamos amistosamente para volvernos a reunir tan pronto como fuese posible para ulteriores investigaciones. A veces, el poder de Dios descendía sobre nosotros de señalada manera, y cuando la clara luz revelaba los puntos de la verdad, nos regocijábamos mutuamente con lágrimas de alegría. Amábamos a Jesús y nos amábamos unos a otros.

Introducción del orden en la iglesia

El número de miembros crecía gradualmente. Dios regaba la semilla sembrada y la hacía prosperar. Al principio nos reuníamos para el culto, y exponíamos la verdad a cuantos venían a oirnos en casas particulares, en amplios huertos, en granjas y arboledas y en edificios escolares; pero no pasó mucho tiempo antes que pudiéramos levantar modestos locales de culto.

Y a medida que aumentaba el número de miembros, era evidente que, sin una u otra forma de organización, hubiera sobrevenido una gran confusión y no hubiera sido posible llevar adelante la obra con éxito. La organización era indispensable para proveer al sostén del ministerio, dilatar la obra a nuevos campos, proteger a la iglesia y a los predicadores contra los miembros indignos, conservar los bienes de la iglesia, difundir la verdad por medio de la prensa y para muchos otros fines.

Sin embargo, había en nuestro pueblo violenta animosidad contra la organización. A ella se oponían los adventistas del primer día, y en la misma actitud estaba la mayor parte de los adventistas del séptimo día. En fervorosa oración recurrimos al Señor para que nos diese a entender su voluntad, y su Espíritu nos iluminó mostrándonos que la iglesia había de estar ordenada con entera disciplina, y que era esencial la organización. Todas las obras de Dios en el universo manifiestan orden y sistema. El orden es la ley del cielo y debe ser la ley del pueblo de Dios en la tierra.

Comienzo de nuevas empresas

Hubimos de sostener dura lucha para instituir la organización. A pesar de que el Señor daba testimonio acerca de este punto, la oposición era violenta y habíamos de resistirla repetidas veces. Pero sabíamos que el Señor Dios de Israel nos conducía y guiaba con su providencia. Acometimos la obra de organización, y prosperó señaladamente este movimiento progresivo.

En vista de que el desarrollo de la obra nos impelía a nuevas empresas, nos dispusimos a comenzarlas. El Señor dirigió nuestras mentes hacia la importancia de la obra educativa. Advertimos la necesidad de escuelas donde nuestros hijos pudieran recibir instrucción libre de los errores de falsas filosofías, a fin de que su educación estuviese en armonía con los principios de la palabra de Dios. Se nos había mostrado con insistencia la necesidad de una institución de higiene, tanto para ayudar e instruir a nuestro propio pueblo como para favorecer e iluminar a las gentes. Se llevaron, pues, adelante estas empresas. Todo ello era obra misionera de orden superior.

Resultado de la unión de esfuerzos

No estaba sostenida nuestra obra por pingües donativos ni legados, porque había pocos ricos entre nosotros. ¿Cuál es el secreto de nuestra prosperidad? Nos hemos movido bajo las órdenes del Capitán de nuestra salvación. Dios bendijo nuestros esfuerzos unidos. La verdad se ha diseminado y ha florecido. Las instituciones se han multiplicado. El grano de mostaza se ha desarrollado en un árbol gigantesco. El sistema de la organización ha obtenido gran éxito. Se ha adoptado la benevolencia sistemática según el plan bíblico. Ha quedado "todo el cuerpo compuesto y bien ligado entre sí por todas las junturas de su alimento." A medida que hemos venido avanzando, nuestro sistema de organización ha resultado más eficaz.

Evitando los peligros del desorden

No se figure nadie que es posible prescindir de la organización. El erigir este edificio nos ha costado mucho estudio y muchas oraciones en súplica de sabiduría, a las cuales sabemos que Dios ha respondido. Ha sido levantado bajo la dirección del Señor, a costa de muchos sacrificios y contrariedades. Ningún hermano se engañe a tal punto que intente destruír la organización, porque os pondría en un estado que nadie es capaz de sospechar. En el nombre del Señor declaro que la organización ha de ser firmemente establecida, robustecida y consolidada.

Al mandato de Dios: "Seguid adelante," proseguimos cuando las dificultades que habían de vencerse, imposibilitaban, al parecer, todo adelanto. Sabemos lo mucho que en lo pasado costó realizar el plan de Dios para hacernos lo que somos como pueblo. Por lo tanto, todos han de tener sumo cuidado en no conturbar las mentes respecto a cuanto Dios ha ordenado para nuestra prosperidad y el éxito en el adelanto de la causa.

Los ángeles obran armoniosamente. Un orden perfecto caracteriza todos sus movimientos. Cuanto más imitemos la armonía y orden de las huestes angélicas, tanto más éxito tendrán los esfuerzos que hacen en nuestro favor estos agentes celestiales. Si nosotros no vemos la necesidad de una acción armoniosa, y somos desordenados, indisciplinados y desorganizados en nuestro curso de acción, los ángeles, quienes están perfectamente organizados y andan en perfecto orden, no pueden trabajar con éxito para nosotros, y se apartarán entonces con pesar, porque no están autorizados para bendecir la confusión, distracción y desorganización. Todos los que deseen la cooperación de los mensajeros celestiales, deben trabajar en armonía con ellos. Los que recibieron la unción de lo alto fomentarán con todos sus esfuerzos el orden, la disciplina y la unión de acción, y entonces los ángeles de Dios podrán cooperar con ellos. Pero nunca darán estos mensajes celestiales su apoyo a la irregularidad, desorganización y desorden. Todos estos males son resultado de los esfuerzos de Satanás para debilitar nuestras fuerzas, destruir nuestro valor e impedir toda acción de éxito.

Satanás sabe muy bien que el éxito únicamente puede acompañar al orden y la acción armoniosa. El sabe muy bien que todo lo relacionado con el cielo está en perfecto orden, que la sujección y la disciplina perfecta señalan los movimientos de la hueste angélica. El estudia y hace esfuerzos para apartar tanto como pueda a los cristianos del orden celeste; por lo tanto, engaña hasta a los que profesan ser hijos de Dios, y les hace creer que el orden y la disciplina son enemigos de la espiritualidad; que la única seguridad para ellos consiste en dejar a cada uno que siga su propio curso de acción, y en permanecer especialmente separados de los cuerpos de cristianos que están unidos y trabajan para establecer la disciplina y armonía de acción. Todos los esfuerzos hechos para establecer el orden son tenidos por peligrosos, por restricciones de la legítima libertad, y por esto, son temidos como el papismo. Aquellas almas tienen por virtud el jactarse de su libertad de pensar y obrar independientemente. No quieren aceptar ningún decir humano. No se tienen por responsables ante hombre alguno. Me fué mostrado que es la obra especial de Satanás inducir a los hombres a creer que Dios les ordena que obren de por sí, y elijan su propio curso de acción, independientemente de sus hermanos.

Responsabilidad individual y unidad cristiana

Dios está conduciendo a un pueblo al que lleva desde el mundo a la excelsa plataforma de eterna verdad: los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Dios disciplinará y capacitará a su pueblo, y quienes formen parte de este pueblo no tendrán divergencias, creyendo uno una cosa y teniendo otro un criterio diferente y una fe enteramente opuesta, moviéndose independientemente de la comunidad. Por los diversos dones y gobiernos que Dios ha colocado en la iglesia, llegarán todos a la unidad de fe. Si alguien forma su concepto de la verdad bíblica sin consideración a las opiniones de sus hermanos y justifica su proceder alegando que tiene derecho a pensar libremente, y después trata de imponer sus ideas a los demás, ¿cómo podrá cumplir la oración de Cristo? Y si otro y aun otro se levantan afirmando su derecho a creer y decir lo que les parezca sin referencia a la fe común, ¿en dónde estará la concordia que existía entre Cristo y su Padre, y la cual rogaba Cristo que pudiese existir entre sus hermanos?

Aunque tenemos una labor individual y una responsabilidad individual ante Dios, no hemos de aferrarnos a nuestro propio criterio sin consideración a las opiniones y sentimientos de nuestros hermanos, pues semejante proceder acarrearía el desorden en la iglesia. Los predicadores tienen el deber de respetar el criterio de sus hermanos; pero sus relaciones entre unos y otros, así como las doctrinas que enseñen, deben estar comprobadas en la piedra de toque de la ley y el testimonio. Por lo tanto, si los corazones están dispuestos a recibir enseñanza, no habrá divisiones entre nosotros. Algunos propenden al desorden y se apartan de los grandes lindes de la fe; pero Dios mueve a sus ministros para que tengan unidad de espíritu y doctrina.

Es necesario que nuestra unidad sea hoy de tal carácter, que aguante las pruebas. ... Tenemos que aprender muchas lecciones y muchas más son las que hemos de desaprender. Únicamente Dios y el cielo son infalibles. Quienes se figuran que nunca habrán de renunciar a una idea con la que estén encariñados, ni que tendrán ocasión de mudar de criterio, quedarán desengañados. Mientras nos aferremos con determinada persistencia a nuestras propias ideas y opiniones, no podremos tener la unidad por la cual oraba Cristo.

Cuando cualquier hermano reciba nueva luz sobre las Escrituras, debe exponer francamente su parecer, y cada predicador debe escudriñar las Escrituras ingenuamente para ver si los puntos expuestos pueden fundamentarse en la inspirada Palabra. "El siervo del Señor no debe ser litigioso, sino manso para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen; si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad." 2 Timoteo 2:24, 25.

Lo que ha obrado Dios

Al revisar nuestra pasada historia y recorrer cada paso de adelanto hasta nuestra presente situación, puedo decir: ¡Alabado sea Dios! Al ver lo que ha realizado el Señor, me lleno de asombro y de confianza en Cristo nuestro guía. Nada hemos de temer respecto del porvenir, a menos que olvidemos el modo como el Señor nos ha conducido.

Ahora somos un pueblo fuerte, con tal que pongamos nuestra confianza en Dios, pues estamos propagando las potentes verdades de la palabra de Dios. Hemos de sentir agradecimiento por todo. Si andamos en la luz que brota de los vívidos oráculos de Dios, tenemos graves responsabilidades correspondientes a la brillante luz que nos da Dios. Hemos de cumplir muchos deberes porque se nos ha hecho depositarios de la sagrada verdad que ha de comunicarse al mundo en toda su gloria y hermosura. Estamos en deuda con Dios para emplear cuantas ventajas nos ha concedido, en embellecer la verdad con la santidad de nuestro carácter, y en comunicar el mensaje de amonestación, consuelo, esperanza y amor a quienes se hallan envueltos en las tinieblas del error y del pecado.

Demos gracias a Dios por lo que ya ha sido hecho para proporcionar a nuestra juventud facilidades de educación intelectual y religiosa. Muchos han sido educados para desempeñar una parte en las diversas modalidades de la obra, no sólo en su respectiva patria sino también en campos extranjeros. La prensa ha proporcionado publicaciones que difunden por doquiera el conocimiento de la verdad. Todos los dones, que como riachuelos han acrecido el caudal de benevolencia, deben ser para nosotros justo motivo de gratitud hacia Dios.

Tenemos hoy una hueste de jóvenes que puede hacer mucho si se la educa y alienta acertadamente. Queremos que nuestros hijos crean la verdad. Queremos que Dios los bendiga. Queremos que tomen parte en bien organizados planes para ayudar a otros jóvenes. Eduquémoslos de modo que puedan exponer dignamente la verdad, dando razón de la esperanza que en su interior alientan y honrando a Dios en la rama de la obra para la cual estén preparados. ...

Como discípulos de Cristo, es nuestro deber difundir la luz de que sabemos carece el mundo. Hagamos de modo que los hijos de Dios "sean ricos en buenas obras, dadivosos, que con facilidad comuniquen; atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir, que echen mano a la vida eterna." 1 Timoteo 6:18, 19.